sábado, 29 de abril de 2023

Reseña de Donde está el fuego (14), Cuadernos de Humo, Treinta y ocho. Siete de abril de 2023

 


Hilario Barrero, su inseparable Jesús Nariño junto con Luis Suárez Palomo, Antonio del Camino y las colaboraciones de Javier La Beira y Pilar Aranda acometen este extraordinario número treinta y ocho de los Cuadernos de Humo, que, aun cambiando de imprenta, siguen editándose en Brooklyn, Nueva York.  La ilustración es de Federico Granell además de las viñetas imprescindibles de HB.

En este especialmente brillante número tenemos a Marcos Ricardo Barnatán iniciando con un homenaje a Milosz (“Milosz nos mostró la llave de oro / la llave de oro de la luz / que abre al mundo la verdad”). Siguen José Manuel Suárez (“Esponsales de Dios con la madera / y espejismos de un pozo en el desierto…”), Ben Clark (…”No importa. Este poema / solo es para decirte que, esta vez, / hay algo que no sabes”), Luis Escavy (“Un pequeño refugio en nuestras vidas / a mitad de una ruta trascendente / entre mares inmensos o galaxias”), Antonio Alcaide Soler (“Todo eso y más tendrás que acometer / si quieres que Hollywood cuente la historia”). Diversas generaciones, puntos de vista, humor y trascendencia en unas pocas páginas.

Con su reciente maternidad, continúa Lola Mascarell (“Es el suave cordón umbilical / que mece con su música / la placenta del mundo”); J. Luis Calvo Vidal (“no abro los ojos, y respiro dispuesto / a vivir / a ciegas”); Jesús Aparicio (“Ha perdido memoria / de lo que fue la carne / de sus pequeños frutos / y guarda silencio / mientras pierde resina / por el tronco”); Alfonso González-Calero (“Pareado en este nudo, / atado como estoy / al cabo que prolonga / mi sombra en este trecho”); Luis P. Suárez (“Dios vuelve a estar azul. Esta mañana / de tela adamascada en los balcones (…) Dios lleva un bocadillo de tortilla / y latas de refrescos para el niño”).

En el baile de estilos y edades siguen Ismael Cabezas (“Ya no logra seducirme tu voz afectada recitando / en pésimo francés un puñado de versos de Baudelaire”); Alexandra Domínguez (Habla de la patria como si fuese un pan recién hecho por las nubes”); Javier Pérez Walias (“ y mi rostro siente otra vez / el reflejo / de la vida / como si de nuevo tu boca acercara / –refrescante– / un puñado de nieve”); Francisco Javier Hernández Baruque (“El símbolo que cuaja en la palabra / se asusta al redoblar las cacerolas”); Juan Francisco Quevedo (“No somos más que instantes fugaces, / recuerdos que se disipan / como señales de humo”).

Terminan la selección de poemas Mercedes Escolano (“La vida me ha dado tanto, / un abrazo tan breve, / un estar y no estar / de intrépido lactante / que halla el pezón y su alimento”); Silvia Gallego (“Mientras me presta su sentir estrenado / se perfila un nuevo idioma de caricias”); A. Alba (“No toda libertad / implica lejanía // llamémoslo amor / si es necesario”); José Luis Velázquez (“Y son hermosas, sí, / muy hermosas. / Así que las contemplo un rato, fascinado, / antes de quemarles el nido”); Blanca Sánchez Braza (“Ansío sobre todas las cosas / matar nuestro miedo al reloj de arena”).

Daniel Mocher presenta una serie de aforismos (“La delgada línea entre ser una autoridad en la materia y ser un autoritario en la materia”). Termina el volumen con una serie de reseñas, comenzando con la que Javier la Beira hace del extraordinario Cuerpos a la hoguera de Luis P. Suárez (Libros del aire, 2022). Alfonso González-Calero reseña el último volumen de los diarios de Hilario Barrero, Como si fuera a ser el último (Libros del aire, 2022), y un servidor hace lo propio con Un árbol que tiembla, de Isabel Marina (El sastre de Apollinaire, 2022).

Siempre agradecido por la labor tan impresionante y por la generosidad tan extraordinaria de HB y de todo el equipo.

 

jueves, 27 de abril de 2023

Reseña de Alicia Párraga: ‘Lengua madre’. Ediciones en Huida, 2022.

5 POEMAS de LENGUA MADRE por ALICIA PÁRRAGA – Blogs de Culturamas


Si en Kairós (Boria, 2020), Alicia Párraga se detenía ante los distintos ritmos en el paso del tiempo, ahora presta atención a la simultaneidad de los acontecimientos vitales extremos pero inevitables, la vida y la muerte: “Nacer: rayo / Vivir: relámpago / Morir: trueno” (Fenómenos cotidianos). Lo que plantea es la separación y asimilación de estas realidades, “Intento buscar sitio en mi cabeza / para tantas preguntas estériles / que me piden a gritos la vez” (9999). Una felicidad por mucha responsabilidad que incluya y un sufrimiento básico: “Dolores que / –a fin de cuentas– recuerdan que, incluso, / las cuatro extremidades de un inocente folio / son afiladas” (9 semanas).

La experiencia de la maternidad ha sido pintada como un destino inexorable para la mujer, un cuento de hadas idílico donde el amor lo puede todo y el dolor se olvida, donde lo importante está fuera del ego de la madre, que se desvive y que obvia todo lo que hay alrededor. Sin embargo, esto no son sino unas cadenas como cuando “mientras la matrona sigue / ejerciendo su férrea dictadura / mi memoria invoca la última vez / que hice cinco comidas al día, / y solo entonces mi madre regresa a la verja de la escuela / con el trozo de bizcocho que / olvidé en la encimera” (Dietas) o “El metal de las grapas que zurcen / el vientre del que te han desahuciado / es tan frío como el quirófano / en el que tuvimos nuestra primera cita” (1ª cita); “No hubo cena. / Tampoco uvas ni brindis. / Solo goteros, anestesia y aturdimiento” (Nochevieja). Son palabras certeras, dolientes, expresivas como sólo en un poema se puede.

La mirada de Alicia Párraga incluye la trascendencia (“Observo el momento exacto / en el que se deshace el abrazo / entre la última hoja y la rama desnuda”, Estado de alarma), pero también y la ironía: “Mi hija y yo somos hoy protagonistas / del documental de La 2 / que se puede observar / antes de que la siesta gane la partida” (Siestas). La poeta se encarna en una nueva personalidad, la de madre abnegada: “Ya no esbozo intentar de poema / ahora compro pañales / vocalizo de manera teatral / palabras sencillas / –papá, mamá, agua, pan– / sano heridas / con el agua bendita / que fabrica mi boca agnóstica” (Persona, animal, cosa). Precisamente esta triada describe el ejercicio de memorización que se sugiere a los enfermos de Alzheimer como gimnasia y también como testigo de la fortaleza o el deterioro.

La tragedia es la otra cara del envés. Clama la autora: “¿Por qué embriagas mi calma con tu olor a muerte?” (Deja vu). Y descubrimos cómo se solapan los sucesos vitales: “La mujer que me inculcó / la limpieza absoluta / para cruzar las puertas de la vida y la muerte / se moría, / y yo cumplí sus recados / hasta que la máquina de coser / se quedó sin hijo” (Síndrome del nido). El dolor se solapa también y confiesa que “No fue fácil el trago, / pero quien se alimentó / de hambre murió tranquila / porque su cocina / seguía oliendo a comida” (Paz). Los siguientes poemas insisten en esta ausencia radical: “Si el frío es la firma de la muerte / en las yemas de mis dedos / reposa su funesta tinta” (Puerta entornada); “Diez días de su muerte / y la penumbra sigue en el cuarto” (La inmovilidad no tiene ropero).

Alicia Párraga sabe de las tradiciones literarias y de cómo a nuestras espaldas están las generaciones anteriores, las propias y las de toda la humanidad: “Quisiera llamarse Pandora / romper las tinajas / que guardan tus dones / y arropar con ellas / la soledad de un cabezal / huérfano de somier articulado / y de colchón antiescamas” (Ubi sunt?). Buscando refugio, la voz poética se trasmuta: “Yo, que cierro mis ojos / ante brillo de cualquier alhaja, / apuesto las ruinas que me sostienen / por cegarme con tu luz” (Abril).  Y la razón es que las generaciones seguirán la cadena: “Cuando el espectáculo acaba, / mis lágrimas limpian los restos / del tinte de sangre y vermir / que ensucia el pelo de mi hija” (Estratos). Sentencia Alicia Párraga: “La noche exige lucidez, / la factura llega a cualquier madre” (Factura).

La dualidad de la bisagra entre ser hija que pierde y madre que gana implica la angustia, el sufrimiento, las dudas y el amor: “La culpa es uno de ellos, / y vive salvaje en el laberinto / que construyen las yemas de mis dedos” (Las hijas de Ícaro). Ícaro, en este caso, recubre la piel de su pareja.

El recuerdo, la memoria es el mecanismo que nos identifica y nos mantiene encadenados a los que ya no están: “Quisiera guardar el timbre de tu voz / en el hueco que, cada noche, / dejar libre mis pendientes” (Quisiera); “Te alimentan mis ausencias. / Las palabras que te digo en su nombre. / Los besos que lacran tus pies / con mi saliva que es la suya. / Porque donde hoy hay huecos / ayer hubo carne y una lengua propia” (Emmental).

“Dices que lo que no se nombra

no existe.

Sin embargo, tú existes

aunque se ahoguen en mi garganta

las tres sílabas a las que siempre respondes” (Existencia)

El cierre de ese intenso poemario  pasa por asumir el estoicismo y la resignación: “Nadie puede guiar el devenir de esas huellas. / Confórmate con tender tus brazos / y ser sostén cuando sea preciso” (Pasos). Seguir acostumbrándonos a lo más esencial, a lo que permanece, porque “A la vida y a la muerte / se llega desnudo / y con barro en los pulmones” (Prohibido olvidar). Un ejercicio de esperanza agridulce y una fortaleza lírica que corona un rosario de emociones tan difíciles de contener entre las sílabas de un verso.

martes, 25 de abril de 2023

Reseña de Inmaculada Pelegrín: ‘Todas direcciones’. Hiperión. 2020

 Cinco poemas de Todas direcciones, de Inmaculada Pelegrín - Zenda


Galardonado este poemario con el XXIV Premio Internacional de Poesía Antonio Machado en Baeza. Todas direcciones es una especie de libro de viajes en el que lo cotidiano cobra protagonismo. No siempre es la voz del poeta la suya propia, sino que va adoptando otras perspectivas que configuran un sujeto poliédrico en su devenir. Aviso de llegada recoge la primera parte, que no es el inicio de un viaje, sino más bien la recepción: “Regresar de la desesperación / es un camino largo. / …/ Tan solo te dejaste / arrastrar por la inercia. / Nadie tiene la culpa / de seguir respirando” (Hotel Lutetia). Un paisaje donde Inmaculada Pelegrín intenta localizar exhaustivamente cada rincón y objeto (“Para nombrar el bosque, / propongo enumerar todos sus árboles, / definir los diámetros, / cada lugar concreto, / cada trozo de tierra sobre un mapa”, Mabira Central Forrest) porque, a veces, es mejor dejar correr las cosas (“Hay preguntas que son absurdamente incómodas. // Mejor no investigar en los lugares / donde pudiera estar no sucediendo nada”, A 107. 000 km/ h).

El precio del pasado lo pagamos en el presente, ya sea un castigo (“Atrás quedó la feria con un niño / que, al volver la cabeza, recibió / de su mano vacía / la primera enseñanza”, Primera enseñanza) o en general cualquier experiencia que nos da los materiales para hacernos a nosotros mismos; “Que nos vamos haciendo / a cada paso y con lo que nos pasa, / a tu edad y a la mía / no es ninguna sorpresa /…/ Que sean siempre más las cosas que no dices, / que el silencio le gane el pulso al ruido, / que no pronuncie nadie / la última palabra” (Materiales de construcción). Y no siempre estamos preparados para encontrar lo que necesitamos:, como bien dice en Las fuentes del Nilo :“Uno no sabe nunca cuándo toca el milagro”.

Servidumbres de paso abunda en la idea del pago que hay que sufrir en el transcurso de la vida: “Alguien tiene que hacerlo. / Ocuparse de las cuestiones prácticas: / a este lado los suéteres que llevan al asilo, / a este los objetos de valor. / Hagamos tres montones” (Alguien). Para eso, una buena receta es la distancia para tomar perspectiva: “Nos gusta contemplarla en lo remoto. / Para verlas mejor / algunas realidades nos exigen / de una cierta distancia” (Google Moon). Sin embargo, ni la distancia cura algunas pequeñas heridas que van creciendo: “El vaso resbaló. // Quebró con su estallido / una conversación irrelevante / llenando pedazos de cristal, / de ruido y de reproches la cocina. /…/ A pesar de que es mucho / el tiempo transcurrido desde entonces, / todavía me asombran las esquirlas / que hirientes en las suelas aparecen /…/ Entre tanto el rencor afila sus aristas” (Crack).

En Crónica Nazarí se cuestiona el azar de la memoria, un poeta que asesinó y fue asesinado, sus versos no nos dicen nada al respecto: “La vida del poeta transcurrió hace unos pocos siglos / y, sin embargo, nada parece incomodarle. // El tiempo nos confiere distintas perspectivas, nos insta a la indulgencia. // Posiblemente a día de hoy, todos / habrían encontrado / cualquier motivo / para continuar igual de muertos” (Crónica nazarí).

Con un título de corte nerudiano, Segunda residencia, se interna en la faceta más social, podríamos decir: “Hay cien hombres subidos a una valla, / sentados sobre ella, encaramados. / Balancean su cuerpo adelante y atrás. Esperan su momento. / Muchos llevan rajado el pantalón”. Busca más el otro yo, o mejor, el Yo en el Otro: “Para querer y no / con idéntica fuerza” (E.C.G). A pesar de que, como diría Juan Ramón, los pájaros seguir cantando: “La planta continúa indiferente / a nuestras opiniones” (Plantones).

Volviendo al principio, lo que al comienzo eran los materiales para la autoconstrucción, ahora, “La casa se deshace / bajo el peso del tiempo / y ya no queda nada –o casi nada– / salvable en su interior. / Una caja, tan solo, / con trastos que indultar del cataclismo” (Material de derribo). Un aire de soledad y sufrimiento torna sin rumbo el viaje: “Así como el amor, las cucarachas / suelen andar después / de perder la cabeza / y, describiendo círculos, / pueden apresurarse en todas direcciones”. La conclusión, como Kavafis, el viaje:

“Quizás para vivir te bastaría

hacer como Alejandro.

Encontrar ese lugar

para fundar tu sueño recurrente

en donde los desierto

de la arena y del mar se contraponen.

 /…/

Que la luz de tu faro parpadee

 visible, a toda costa.

 

Mejor no te detengas a mirarla.

 

 Aléjate de allí.

 

No vuelvas nunca”

sábado, 22 de abril de 2023

Reseña de Laura Fjäder: ‘Los insectos perfectos’. Torremozas, 2019

Los insectos perfectos : Fjäder, Laura: Amazon.es: Libros


Laura Fjäder desarrolla el proyecto feminista Musas Disidentes que, desde la poética, el feminismo, las artes visuales y escénicas, busca generar discursos artísticos no-normativos. Es colaboradora habitual en publicaciones de actualidad, radio y revistas culturales. Desde 2017 forma parte de Local, iniciativa crítica cultural de la asociación Laboca. Coordina Leemos Autoras y la cita anual de poesía feminista Lóbulo y Sentido. Escritora y trabajadora social, su escritura es una prolongación de su compromiso, especialmente con el feminismo: “El espaciohueco es cuestión de márgenes, de mujeres, y éstas, atravesadas. /…/ A veces, en las márgenes, las mujeres atravesadas se encuentran solo un momento. // Y continúan” (Cáscara). El título proviene de un manual de zoología leído en la niñez que denominaba a los grillos con trompa eran los “insectos perfectos”. Con una variedad formal y libérrima, Laura Fjäder, aborda este leitmotiv como eje temático y metafórico: “La mujer se acercó al animal apático, acarició sus orejas de bestia domesticada. Entonces el asno sacudió la cabeza como queriendo espantar toda aquella humanidad que se le había posado de repente en la testuz” (La indulgente).

La primera parte describe los llamados Lugares anfibios: “No sabes nada del olor de la tormenta / nosotras sí. // Las lombrices y los ciervos voladores, / las pequeñas y antiguas criaturas, / nosotras, / sí.” Una conexión con la naturaleza más esencial. Los verbos hacen referencia a esa esencia biológica y casi cruel: “Hundir las manos para arrancarse el huevo: // adueñarse de lo posible”. Los paisajes liminares están entre la crueldad y el cuidado: “Cree firmemente que el agua lavará las manchas y busca un arroyo. /…/ Entretanto, esas aguas le comen las manos y descubre blanca ósea manifiesta /…/ Así en tu mesa el olor a algas, a escamas de pez antiguo”; “Se le ocurre entonces que quizás lamer con cuidado la superficie húmeda y salobre de las rocas le ayude a distraer el hambre. Pero el oleaje es fuerte. La arrastra”. Los pequeños animales que habitan estos paisajes comulgan con la existencia humana: “Quien recuerda ahora la proeza de gusanos y medusas”; “Que ninguna extremidad alcance la marca. / Que no levante cresta la ola. / Que la carne dispersa vuelva a su sitio”.

Por un lado se glosa el abrigo frente a la intemperie (“En rigor, nadie podría haber construido refugio bajo esta lluvia. Nadie. / Sin embargo, te mortifica pensar que para ti también ha sido imposible y tiemblas bajo el aguacero”), la voluntad de construir este santuario (“Tuvieron todo / menos el miedo”) y por otro se recupera la ausencia de imposiciones normativas, glorificando las disidencias: “Las que habitaron el agua exhiben profundas diferencias. / Han pasado su existencia en los límites de los mares. / Ninguna ha sido escrita”.

Los insectos son un ejemplo de lo imperceptible, como metáfora de la invisibilización de las mujeres. La segunda parte se titula apropiadamente, Hábitos crepusculares, relacionados tanto con los modos de vida de los insectos como los espacios de cobijo y trabajo de reproducción propios del estamento femenino: “Animalflor. / De semillas ocultas germino”. Son, en este caso, espacios a la intemperie para los que difícilmente hay cobijo: “Podría acoger al sueño si viniera. / Si, / lo acogería dulcemente”; “Tosca, masa desnuda casi informe, aterradora. Toda ella dispuesta para el fracaso. /…/ A veces sus hijas corretean entre hojarasca sujetas al ombligo materno por finísimos hilos. Así saben cómo volver al fabuloso abdomen del que se alimentan”.

La necesidad de compartir espacios y tareas se afronta desde la metáfora en la escritura poética de Laura Fjäder: “El gato ha engullido con deleite la melena de la mujer dormida. / El gato blanco ahora sobre una bandeja de horno. /…/ Así fue el sueño”. O más directamente: “Algunos hombres santificados salieron en defensa del murmullo. / El murmullo era oblicuo, crujiente era un querer ser chillido sin serlo. // Ellas resistieron la embestida, / untada de aceite, / las alas negras pegadas al cuerpo”.

Otro de los temas que subrayan la tarea de los insectos es la posibilidad de que un esfuerzo mínimo, repetido tenazmente es capaz de vaciar un tronco o un océano: “Aún sentada en el suelo, mido el océano con una pequeña cuchara. /…/ Entierro la cuchara bajo brotes de helecho, cerca de mi asiento. // No he dejado seña. // Será para quien la encuentre, / será mi herencia”. En contraposición a la solidez decimonónica del sujeto, se reivindica la transformación: “Y en el balanceo de la cuerda, ser, / a la vez, // agua / tierra / pálido reflejo”; “De sus cuerpos tiernos se ha dicho que pueden tomar apariencia nebulosa / como de vapor fosforescente, / que pueden aspirarse o ser ingeridos // suavemente”; “Traicionaré todo para lo que fui pensada”. La significación plural de la propia identidad: “Veréis: // estoy llena de tierra. // Garganta / Estómago // Intestino // Ilenos”.

Este es un libro combativo (“Y nuestros gritos de terror / se oirán en cocinas, jardines y desierto. / Y el hambre no será nunca comparable / a tal estropicio de belleza”), lleno de furia y de urgencia: “Esperas que el sol respete los límites. Esperar por tanto en vano. // El cuerpo apremia, exige envoltura líquida: húndete /…/ y en qué momento me diré es hora ya de sacudir las algas secas de la espalda, / vete / y vístete”. Pero sobre todo es un libro de esperanza:

“De lo profundo respiro”