viernes, 29 de noviembre de 2019

Reseña de Rocío Cerón: ‘Observante’. Ediciones Liliputienses. 2019.


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Nacida en Ciudad de México (1979), Rocío Cerón es una poeta, ensayista, editora y creadora transdisciplinar, actividades todas ellas que se traslucen entre sus versos. Su producción poética incluye: Materia oscura (2018); Borealis (2016); La rebelión. O mirar el mundo hasta pulverizarse los ojos (2016); Anatomía del mudo. Obra reunida (2002-2015); Nudo Vortex (2015); Dioramas (2012); Tiento (2013), Imperio (2009). Fundadora de ENCLAVE, Festival de poesía transdisciplinar podemos, además, seguir su trayectoria en rocieron.com
La primera sección, Arborescencia, supone una acumulación de materiales diversos, verso, prosa, anotaciones. Con formas poéticas complejas que cobran mayor sentido tomándolas en su conjunto. Podemos entresacar aforismos (“Risas, andamiaje: nervaduras de placer”) o consejos casi de psicomagia:“Escuche a Apolo, sus constantes heridas, su voz de manglar de Tumben, de concha negra / Escuche la risa disonante del loco, / su manto tímbrico de crepúsculo náutico”.
En Miiundasikantani (25 nomenclaturas para nombrar un paisaje) la mirada se convierte en escrutadora de pequeñas historias enclavadas en un paisaje mental y físico al que se accede con llaves conceptuales y poéticas muy concretas: “Pulverizados huesos, ahora paso, camino para el andante que recuerda las enseñanzas del habla”. La función hermenéutica de la poesía reside, en parte, en su carácter no obvio, en lo que de secreto se oculta a la vista de todos: “Oscuro o brillante, expansión del lenguaje de las grietas o descomposición de los vínculos entre doseles. Fortuito y mineral, como la génesis del mundo”. Rocío Cerón incluye ese minucioso escrutinio a través de la palabra y el lenguaje como quien busca la salida de un jeroglífico en lengua extraña: “Desde la lengua, desde el cliché (marca el cuadrante, busca el vestigio) un entomólogo diagnostica el mundo, su temida latencia”.
Detrás, “el mundo se revuelve entre nudillos sobresaltados. Acecha, acecha el desfallecimiento del testigo. Se hunde el paseante entre un velo multicolor. Las aves de este bosque, futuro de una fábrica muerta”. Un juego del mirar afuera y del mirar hacia dentro para sospechar de las propias percepciones: “Ante distorsiones, la mirada poliangular para corregir el punto de vista. Bocetos fotográficos o proyecciones de cuerpos opacos sobre muros. Ante el miedo, búsqueda de perspectivas y escorzo, realidades para configurar el ojo del observante”.
“Hacia el interior –no hacia la Historia, la enajenante y ciega– hacia el interior, los parajes familiares, la nostalgia de los hechos, el primer traje de fiesta, el asombro ante el contacto entre miradas, el vuelo de hojarasca, las costumbres y los recién nacidos. En los manteles tendidos al piso, la hoguera, los extramuros, el humo, la salvia, el navío. Muda, a lo lejos, la ciudad se derrumba”
Incisiones casi es el reverso intimista, tratando de “Compartir el nido como moneda de cambio”. La percepción de la realidad exterior se realiza a través de la relación que tienen con lo que el espíritu impregna: “Los objetos, materiales que se desvanecen entre las ramas”. Esta propuesta continúa en Materialidades Subversivas, donde los objetos se humanizan, se dotan de intimidad, la transportan: “La luz no tendrá sombra sobre los cables reflejos. Tal la intensidad de una mirada ante superficie negra. Edificaciones. El ojo ataca la forma, la deglute” (I).
Observante es un estudio de la mirada, como  elección, como lo dado más allá de un contrapunto epistemológico heredero del cuestionamiento posmoderno de las perecepciones y la Razón como soberana absolutista. Rocío Cerón habla de “Estruendos, ráfagas de voces y luz. Lo primero. El contacto en el mundo. Así, desde ese punto, la duda. Habita resplandeciente desde la inicial mirada, ahí el horizonte” (V). El objeto principal de la mirada es siempre el paisaje, elemento clave y marco de referencia vital: “Paisaje; ascenso, descenso, sobre líneas signos, capas traslúcidas, símbolos donde el fuego, el aire, suman una gramática, la del cosmos y sus grafías (VI). La actividad poética y vital consiste en “Mira alrededor, toda construcción alborea ya su destilación de la muerte” (VII). La conciencia de la muerte, esta es la clave. La urgencia de mirar, de comprender, de rebatir la conciencia de inutilidad en el transcurso, en el breve transcurso de la vida.
Con una base en Merleau Ponty y la fenomenología, el poeta se ancla en “El rostro y la conciencia. El reflejo y lo mirado” (IX), y el resto, más que comparsas, son cómplices: “El presente y sus cómplices. El ojo. El oído. El tacto. Unión de estancias por el objeto descubierto”. Observante, tanto la sección como el volumen en su conjunto recuerda a la reflexión de Susan Sontag sobre la fotografía como alegoría de la mirada y la conciencia, de cómo se focaliza y se interpreta, como las partes de la realidad cobran sentido y se almacenan en la memoria: “Lo hecho es lo que está (…). Lo que hay es la forma que fue. Lo que está”. La poeta y la ensayista realizan la misma expedición. Y como expedición física hay que tomarla: “Ensayar límites de esfuerzo y resistencia: Desanudaciones de agua en el estanque; pereza y lucidez enredada; imantadas de fuerzas”.
Y, en el paisaje, distinguir figura y fondo: “Formas sobre otras. Dientes, caderas, frente. El reflejo constituye una caja infinita. Matuska. Destrucción o restablecimiento”. Separar, diferenciar, delimitar el dibujo, “Diques y vetos, volumen. Roca plutónca a pies del acantilado. En ese encuadre, acariciarte el muslo a la mujer de cabello largo”.
“Desde esta orilla, tan secreta e íntima, desde el ínfimo brillo y las resolance de luz, desde el clavo y la úlcera, desde la secreta escucha detrás del muro, desde este lugar no propio pero tomando en dominio por el instante del verbo, se sacude del polvo de la palabra anunciación
Rocío Cerón no habla el idioma del filósofo, ni siquiera del poeta filósofo como María Zambrano, pero comparte su intuición, buscando los claros de bosque, la luz que penetra y, gracias a la sombra, delimita los contornos: “La luz –sus indescifrables hilos– abastecen la salida posible: nomenclatura exacta del paisaje del rosto de la madre”.
El volumen termina tomando aliento y recordando las acciones poéticas del primer libro.

martes, 26 de noviembre de 2019

Reseña de Jesús Aparicio González: ‘Sin saber qué te espera’. Ars Poética. 2019


Después de La sombra del zapato (2019) y la antología Huellas de gorrión (2017), Jesús Aparicio continúa su andadura en Ars Poética. En esta ocasión continúa con su sobriedad expresiva, el amor por el detalle y la celebración de lo cotidiano, lo fugaz. Una posición de sencillez y humilde punto de vista: “Esa mano que escribe / sobre la arena, / de otro reflejo inédito / que dejan / unas futuras nubes / sobre las sombras viejas // no engañará a la mente / desatenta, / pero hace que un ángel / que sin palabras vuela / –en breve sueño– / pise la tierra”. Ese pisar la tierra es básico, esencial en su poética, anclarse en los sentidos, amarrarse a lo real. Este planteamiento no olvida lo que de memoria e ilusión nos alimenta. Es más, recurre a una recapitulación, no exenta de pesadumbre, como se demuestra el final del volumen, en la que la muerte y el olvido acechan y dan sentido, paradójicamente, a la vida y la escritura: “Rendido a la vida que conduce / al olvido, sin saber qué te espera” (Un sueño blanco).
                La austeridad expresiva remite a las poéticas del silencio (“El mejor nido / es el silencio”, Nido en construcción), que no incitan a callar, sino a la escucha. Un necesario recurso a los sentidos, de ahí el escenario de paisajes naturales en los que se rodea su obra poética, y un recurso a estar a la expectativa del milagro: “Y lo verás / al fondo de una cueva / acunando en lo oscuro / a un dios desconocido / con el canto que enseña / que hay dentro un pan oculto” (Peregrino al misterio).
Dedica un poema a Efi Cubero, con quien podemos encontrar una afinidad cierta, más clara en el sentido de las palabras, en la búsqueda de una esencia que atiende al detalle y al mimo con el que se cuidan los versos: “Soy un hombre de palabra. / Muchas no. / Una y labrarla” (Palabras). Paisajes y palabras, objetos (“Un vaso roto / conserva en la memoria / la frescura del agua”, Fragmento de escarcha) y lenguaje (“El lenguaje construye tu casa”, Di). Esos son los elementos sobre los que construir el relato poético: “Una mota de polvo / en su insignificante quietud / es presagio y semilla / de una constelación de voluntades” (De lo más pequeño).
Para poder sobrevivir al paso del tiempo, aconseja “deja que lo perdido eche raíces” (Se salva), así con la estratigrafía de la memoria, se construye la identidad poética y personal, más allá de la propia anécdota que sugieren los versos: “Escribes sobre la nada / que ingenuamente tú te has fabricado” (Palimpsesto). Dentro de la serenidad que transmiten los versos, late una urgencia de gran intensidad: “El tiempo por hacer / espera su agua nueva / y yo en la orilla” (Tierra preparada); “No te pierdas en complicados laberintos / con que el tiempo pretende confundirte” (Sin vértigo); “Tengo cosas urgentes que decir / pero hoy me las guardo / en caja de inocencias y dudas revisadas” (Voto de silencio). Un auténtico carpe diem poético que enarbola quien centra su labor poética tanto en la observación detenida como en el cuidado de las sílabas.
Para Jesús Aparicio, construir una identidad es tanto una labor de superposición como de eliminación, de purificación. Así puede ser “Una hoja en blanco: / pureza del olvido / espejo de la memoria / que hace nuestro futuro” (Hoja en blanco); “Y un abalorio de olvidos / escribe nuestra biografía” (Hojas de un viejo patio). No sólo un amasijo de recuerdos a los que pretendemos dar coherencia: “Hay un hombre dormido / sobre un banco de piedra / mientras hormigas buscan / el pan entre sus sueños” (Hay un hombre dormido). La precisión con la que pretendemos abarcar el pasado tropieza con la incapacidad para ser conscientes de todo lo que nos rodea y para aprehender cada segundo: “Las diarias rutinas / esconden / bajo su tierra de abandono / Y yerbas dóciles / el germen de la sorpresa, / ese secreto azar con que el destino / construye inesperadas aventuras” (Cine al amanecer). Así, la propuesta consiste en un empeño algo machadiano: “A bien poco aspiramos /…/ y unas pocas palabras que nos nombren / y con nosotros hagan el sendero / en busca de la puerta / del misterio” (Pequeños deseos).
Pueblan los versos la luz, la lluvia, los sucesivos amaneceres…. Pequeños milagros con los que desafiar el olvido, el eterno silencio: “Lo que pasa en el tiempo es que se está / despertando un poema / abre las páginas de un libro / donde la muerte no encuentra / la última palabra” (Albarda). Es una necesidad cada vez más imperiosa al tanto que avanzamos por el poemario, la pesadumbre se hace más intensa, más cercana la presencia de la muerte: “Las sombras de la noche / ponen cerco a mis ojos / con la falsa certeza / de haberlo visto todo” (Un milagro pequeño); “Y en la muerte tú solo / muerdes bajo la tierra / silencio, olvido y polvo” (Canción para el 1 de noviembre). Contra ella, el recuerdo, aunque sea de un instante fugaz e intrascendente, lo que realmente nos da sentido: “La mariposa / del huido verano / que yo recuerdo /…/ vive en ésta / que se resiste a ser / cazada hoy” (Vida de la mariposa).
Surcan entre las palabras la soledad, el crepúsculo, las sombras: “En soledad la espiga / bebe en lago sin límites / las luces aquietadas / del sol que le acaricia” (En soledad); “En estanque encendido / esa hora que bebió / del amor a su espejo / tuvo ya su crepúsculo” (Crepusculario). Completa el volumen un epílogo In memorian dedicado a su padre, y luego un hondo recuerdo a su madre. Con un pie en José Hierro y con otro en Jorge Manrique, en realidad, parece como si la primera parte del poemario no fuera sino una introducción, un preámbulo a lo que realmente importa: “Polvo al polvo / agua al agua. / Y el barro deshaciéndose /…/ Flujo de tempestades / ya pasadas que van / a dar a la mar / infundiendo ese sueño / del que no se regresa” (Fluir); Unas horas después / de enterrar a tu padre te das cuenta / de que la vida es todo para nada” (Unas horas después). Unos versos que cierran los ojos para centrarse y sentir, para recordar y abrazar una vida que duele y por eso es vida: “Aquí está el dolor / para servirlo”.

“El punto prefigura
la línea y el dibujo,
su solo movimiento
desenreda el vacío” (Punto)

domingo, 24 de noviembre de 2019

Nido de rojos


Me encantan los imaginarios sociales, cómo se construyen y cómo se van esparciendo hasta llegar un momento de convertirse en incuestionables, evidentes y recurrentes. Uno de los que más me irritan es el que acusa a la enseñanza pública de ser un nido de rojos. Tradicionalmente ese apelativo poco cariñoso se atribuye a las facultades de Ciencias Políticas y Sociología. No sé exactamente, ¿cómo podría saberlo?, la experiencia que tienen todos y cada uno de los que tienen esa opinión. Yo, como licenciado y doctor en Sociología, me he encontrado con profesores de todo tipo, desde eminencias como Antonio Escohotado a libertarios como Emmánuel Lizcano. Profesores muy comprometidos con el activismo tantos como ministros del Partido Popular, caso de Pilar del Castillo, en cuyo manual no existía el PSOE. El PP se medía con el PS durante todo el texto. Este tipo de generalizaciones también afirma que en ADE sólo hay niños pijos de derechas. Y así nos va.
                Lo interesante de la Universidad pública, de la enseñanza pública en general, es que su acceso no está mediatizado por condicionamientos de un propietario. Por supuesto que hay rencillas y bandos, que hay tendencias ideológicas, algunas muy sutiles. De ellas tampoco se libra la privada, que además, pone un especial interés en contratar profesores de cierto talante ideológico o religioso.
                En los centros donde he trabajado me he encontrado de todo. Exalcaldes socialistas, diputados nacionalistas, exalcaldes comunistas, concejales de derechas, beatos tradicionalistas, conservadores neocatecumenales, directores que se han creído CEO de una empresa privada y echaban de menos la capacidad para despedirnos a todos… Militantes de Podemos y militantes de Vox de los de antes de su boom. No se discrimina a nadie por su ideología.
                También he tenido que soportar repetidamente la sospecha de ser adoctrinador por el mero hecho de ser de izquierdas. Me han llegado rumores incluso de que aprobaba o suspendía según las ideas políticas de los alumnos. Como si yo las supiera. Como si ellos mismos las supieran. Entre mis antiguos alumnos los hay implicados en el activismo de izquierdas, del LGTBI+, de causas sociales de diversa índole, y también falangistas, partidarios de Vox, católicos practicantes y defensores de la Bandera de EsPaña. No puede ser de otra manera. Cada persona va forjando su ideología política en su propio mundo y está bien que así sea. También, afortunadamente, he tenido alumnos que me agradecen que haya sido objetivo y crítico con todas las posturas políticas. Ese es mi objetivo.
                Sin embargo tengo que decir que no todos mis compañeros han sido así. Lo que pasa es que los que tienen ideologías conservadoras no suelen ser tachados de adoctrinamiento. Quizás les llamen fachas en los pasillos o en sus casas, pero nadie parece tener la sensación de que tener una bandera de España con su mástil en una clase sea adoctrinar, mientras que en mi aula desapareció un cartel de un concurso de investigación histórica sobre la represión en la Guerra Civil.
                Profesores de inglés o educación física, de lengua o de matemáticas que les decían a sus alumnos que la crisis del 2008 había sido motivada porque habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades como quien dice que el Pisuerga pasa por Valladolid, sin darle mayor importancia a una verdad incuestionable. Como insistir a los alumnos que las huelgas no sirven para nada, que son inútiles y perjudiciales. Y nadie puso el grito en el cielo por realizar una misa en el patio del centro público.
                Estos días ha saltado una noticia que me es familiar y mucho me temo lo va a ser mucho más en el futuro. Una madre de un alumno de un instituto amenaza a un profesor por meterse en política. El profesor había calificado a Vox como partido de ultraderecha y la madre amenaza, no solo con ponerlo en conocimiento de las autoridades educativas, sino de manera mafiosa. Vamos a dejar de lado el inquietante tono de esta madre, vayamos a lo esencial. Según creencia compartida, los profesores estamos para transmitir conocimientos y deberíamos dejar la política (los valores, los temas LGTBI o de sexualidad) a los profesionales o los padres. Lo dicen como si a la política se accediera por unas oposiciones y fuera un compartimento estanco. Todos somos políticos, todos hacemos política lo mismo que todos educamos con valores, queramos o no. La callada por respuesta, la inacción, la neutralidad es también una toma de postura.
                Por supuesto que no se trata de machacar a los alumnos que tal partido sea bueno o malo, que su ideología sea perniciosa o no, así, a priori. Uno, como profesor de historia, debe enseñar la evolución de las especies (les guste o no a los creacionistas) y las características del fascismo (que, por cierto, comparten en un porcentaje muy alto con la formación política con nombre de diccionario), así como las consecuencias que eso ha tenido en la historia y la sociedad. ¿Cómo vamos a asegurarnos una vida si los dirigentes (que no es igual que político) no conocen los fundamentos de la economía o la sociedad? Uno puede pensar con buena intención que tal medida es razonable y los científicos sociales saber a ciencia cierta cuáles son las consecuencias de llevarlas a cabo.
                No se puede permitir que un partido político, sea de la tendencia que sea, mienta descaradamente a la población con datos o con conceptos. Los votantes, que somos todos, y que serán dentro de pocos años los alumnos que pasan por mis aulas, deben estar preparados para saber el funcionamiento del sistema parlamentario, las amenazas de los totalitarismos, y la barbaridad que es el racismo o el machismo. Estos son temas de mi negociado, pero, de igual forma, estoy seguro, que también rozan los temas de conversación en inglés, los comentarios de textos de lengua, o la interpretación de las gráficas de matemáticas. Educamos a niños y adolescentes que serán quienes manejen los votos y las administraciones cuando estemos jubilados. Más vale que estemos preparados y no devaluemos la labor que se realiza en las aulas despreciándolas de progre.
                Ojalá fuera la escuela pública progresista. Ojalá pudiéramos traer el progreso.
                Mientras tanto, si la ideología de cada uno es el veneno para otro, siempre será mejor la escuela pública donde se escuchan todas las voces. Al menos, ir variando de venenos.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Reseña de Alfredo J. Ramos y Antonio del Camino: ‘Mudanza y vuelo (A dos voces)’. Cuadernos de Humo. Veintiséis. Brooklyn/Talavera de la Reina. Noviembre 2019


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La colección Cuadernos de Humo al cargo de Hilario Barrero y de Jesús Nariño se abre en esta ocasión a un duelo singular, un homenaje al soneto realizado al alimón por Alfredo J. Ramos y Antonio del Camino desde Talavera de la Reina. Alfredo J. Ramos, además de poeta es periodista y editor. Un ejemplo digno de mención es la coordinación del equipo responsable de la última puesta al día de la Enciclopedia Universal Espasa. Como poeta tiene publicados Esquinas del destierro (1976), que consiguió un accésit al premio Adonáis; Territorio de gestos fugitivos (1980) y Sol de Medianoche (1986), premio de poesía de la Junta de Castilla-La Mancha. La mayor parte de su obra desde entonces permanece inédita o ha visto la luz en su blog La posada del sol de medianoche.
Por su parte, Antonio del Camino tiene publicados Vosotros sois poetas (1977), Segunda soledad (1979), Donde el amor se llama soledad (1980), Constancia de las lunas (1982), Del verbo y la penumbra (1984), también accésit al premio Adonáis, Para saber de mí (2015), Paso a posa, la vida (2017), A la carta (cocinetos reunidos) (2017). En ediciones de amigo, Jardín de luz (1996), Dédalo (1998), Veincinco poemas en Carmen (Nocturnos y variaciones) (1999), Cocinetos (2002), Nuevos cocinetos (2013) e Historias de Gila versificadas por Miguel Ardiles (2005). El sentido del humor patente en esta colección de tercetos encadenados recreando los monólogos de Gila se contrapone a su labor profesional en el mundo de la banca. Este rasgo, el gusto por la ironía y el espíritu juguetón también está presente en estos sonetos a dos voces.
El prólogo del poeta Ángel Ballesteros recalca esta reivindicación del buen hacer poético, del esmero artesano que debe acompañar a todo buen artista, una belleza auténtica y no el deslumbramiento ocurrente del ingenio. Ambos autores demuestran aquí una maestría en el uso del soneto, ya sea clásico, blanco o con estrambote. El volumen está organizado en parejas de sonetos bajo un mismo lema, con sus propios títulos y con sus propios enfoques. La voz personal de cada uno de los autores está bien definida a la vez que, sin ninguna duda, se presenta una gran afinidad en el acercamiento al soneto.
Este proyecto requiere maestría no solo en la medida de que el soneto es una estrofa muy concreta con su estructura y métrica, sino porque la tradición iniciada en Garcilaso y Boscán exige un aggiornamento que la respete y supere. Precisamente a esta tradición se refiere Antonio del Camino en El soneto escribe sus memorias, recordando a los grandes Boscán, Garcilaso, Aldana, Calderón, Góngora, Quevedo, Miguel Hernández, Rubén Darío, Machado, Unamuno, Lorca, Juan Ramón, Blas de Otero (a los que yo añadiría personalmente a mi paisano Ángel García López). Antonio del Camino habla de la buena salud de la que todavía goza la estrofa (“He sido, soy, seré. Todo va bien”, El soneto escribe sus memorias) al par que Alfredo J Ramos discute si “El soneto no es cosa de cobardes / si en él quema la lumbre en la que ardes” (Non seviam).
Centrándonos en los temas, comprobamos que, pese a las diferencias de enfoque, predomina un lirismo de corte sensual y positivo, en el que la ironía y la pesadumbre tienen un lugar, pero no ocupa el primer plano: “La luz que nos envuelve siempre vuelve” (Mudanza, AjR).
El gozo y el goze del amor ocupan los versos (“alimento de ti mi biografía”, Vuelo, AdelC) con la sensualidad unida a la ironía: “… ¿no se nota / que esta noche también busco el asilo / que anoche me negaste? / (Onán o nada)” (Esta noche tampoco, AjR). Las cuitas y los sufrimientos del amor son inevitables y buscados: “Blanco mi soledad de tus flechazos” (Vida en otra vida, AdelC); “El corazón del péndulo, que late / con vibración dispar y esparce olvido / al ritmo apresurado de las horas, / revela la verdad de este combate / repetido de noches y de auroras: / la leve brevedad de lo vivido” (Vida en el aire, AjR); “Somos del otro lado mero plural fantasma” (Vida de fantasma, AjR).
El paso del tiempo y la rueda de la fortuna pueblan estas páginas con un estoicismo lúcido: “La vida nos aleja de la vida /…/ Pero vamos viviendo y, mientras tanto, nos salvan amistad, amor y canto” (La única brevedad, AdelC). La sabiduría del oficio y de los años.
En ambos poetas la memoria funciona como identidad: “Si en el espejo está quien yo no era / y es bien cierto que soy el del espejo, / todo está claro: el tiempo es un pendejo, / malandrín y truhan, la gran quimera” (La gran quimera, AjR); “La huella del instante en que se hospeda / el pasado del yo; queda la huida/ por fuerza hacia delante, donde acide / el hecho de vivir: aliento y greda” (El camino, AdelC); “Del tiempo no sabemos otra suerte / que la de darle cuerda. Y ese acuerdo / es la calma. Y los vientos que la azotan” (Agua blanda, AjR).
Una memoria que atesora versos, testigos fotográficos de otros yoes, de la multitud elemental que nos compone: “Pero escritos están y son constancia / de ese tiempo anterior, donde mi canto / era la voz intensa del dolor (Aquellos versos, AdelC); “Que al final de los cuerpos sucesivos / y en el margen interno de los bordes / del calendario eterno se dibuje / la verdad de la vida” (Línea de fuga, AjR). Se sitúan los poetas del lado de la poesía como forma de conocimiento, con uno mismo y con la realidad que nos sumerge: “Nada me mueve tanto a la escritura / como mi propia confusión (Escritura, AdelC); “Si mis palabras fueran tan afines / a las cosas que, en todos los sentidos, / pudieran en verdad hacerse carne…” (Proyecciones, AjR)
Aparecen los trampantojos de los sentidos y la inteligencia, tema tan barroco como el soneto: “Tal vez así, la realidad fingida / vuelva a mostrarse viva en lo vivido, / y en la voz del poeta el universo” (La Palabra, AdelC). Igualmente barroco el recurso a la antinomia, a la paradoja: “Que no es más que un silencio agazapado, / un minúsculo nido de silencio / donde el silencio aúlla. ¿No lo oyes?” (Silencio, AjR); “Soy fuego en realidad, pero no ardo. / Soy la víspera fértil de una nota. / Soy solo siendo en mí. Soy el silencio” (El silencio se presenta negándose con ello, AdelC).
 La posición estratégica del poeta, de los poetas es la de celebrar la vida, la de ser conscientes de un momento histórico que se concreta en una burbuja íntima, en un paréntesis pequeño, cotidiano, pero a la vez maravilloso y mágico. No reniegan de otras formas de hacer poesía, reivindican lo cercano como expresión.
“Digan otros, alzando la palabra,
de tanta hipocresía, de máscaras y duelos;
denuncien la injustica que la miseria labre.

Perdonadme que muestre mis anhelos:
la mujer que me abraza –feliz abracadabra–
y abre las puertas de los siete cielos” (Feliz abracadabra, AdelC)
Podemos cerrar este pequeño pero denso volumen con el ánimo repuesto, alimentado de la melancolía dulce que transmiten la urgencia de la vida y la conciencia de la palabra: “Y hay en los días horas escondidas / que duran lo que dura una mirada. / Con ellos se alimenta, cuando pasan / las cicatrices de la melancolía” (Vivir, decir, AjR). El tiempo no pasa, pasamos nosotros por él.
 “Se nos pasa la vida proyectando la vida” (Carpe diem, AdelC)