jueves, 29 de septiembre de 2022

Reseña de Daniel Cotta Lobato: ‘Dónde más amanece’. Fundación Fernando Rielo. 2022

Presentación del libro «Donde más amanece « – Fundación Fernando Rielo


Este conjunto de poemas se ha distinguido con el XLI Premio Mundial Fernando Rielo de poesía mística correspondiente a 2021. La cubierta es obra de María Cota Merino, hija del poeta. Acierta a resumir César Franco, Obispo de Segovia en el prólogo que Daniel Cotta “ha capturado con singular belleza lírica, en un lenguaje de sencillez cotidiana enriquecido con brillantes y poderosas metáforas, ese latir divino que poseen las cosas, núcleo de la teología mística tal como se entiende en el cristianismo”. Y no solo en el cristianismo, como bien nos sigue enseñando Ibn Arabí. El P. Jesús Fernández Hernández hace una exhaustiva mirada sobre el volumen identificando los puntos esenciales de la propia doctrina de Fernando Rielo, a quien el premio está dedicado. Uno, personalmente, no puede estar de acuerdo con afirmaciones como que “el ateísmo es pensamiento / que huye del esfuerzo”, como quiera que se entiendan ateísmo o esfuerzo. Y esa es parte de la grandeza de la poesía de Daniel Cotta. Sin compartir el fervor religioso, sin ni siquiera coincidir en el fondo espiritual, puede, sin duda disfrutar y maravillarse de una poesía de gran belleza y de una destreza técnica pocas veces advertida en estos tiempos inciertos.

La trayectoria poética de Daniel Cotta se ha distinguido por un profundo sentimiento de comunión con lo divino, que acierta a verlo tanto en las acciones cotidianas (el beso de buenas noches o un trago de cerveza) como en la grandiosidad del universo (de las estrellas y supernovas hasta el aleteo de una mariposa: “Noche del Polo. En el Cosmos / extiende a la Tierra el sol / su caricia ultravioleta /…/ ¿No es Dios enviando al mundo / su ángel exterminador?”, Aurora Boreal) y conjuga los términos más rabiosamente científicos con lo más prosaico del día a día ganando, además, con ello un lirismo auténtico y profundo. No debe, pues, extrañarnos que en este volumen de voluntad particularmente mística se detenga en detalles más convencionalmente sagrados, como la música (“Voces llenas de silencios / tejen su sordo aleluya / en una pieza sinfónica / que no se termina nunca”, Concierto), y pase a las labores propias del cotidiano afán: “Hormigas laboriosas, ¡al trabajo! /…/ Un vago afán de clan nos une a todos / y nos agrupa en torno al mismo júbilo: / tener un objetivo. / Uno lo llaman letras. Otros, cifras. / Algunos, intemperie. Otros, taller. / Estos, volante. Aquellos, oficina. / Y hay quienes no lo saben. / Pero es Dios” (Atasco de las 7:45 a. m. en la A5). En todas ellas sabe sacar la conexión con la fe, y, lo que nos interesa especialmente, la poesía.

Particularmente destaco uno de los primeros poemas, Tráfico detenido, especialmente por cómo se detiene la mirada y cómo trasciende directamente y de qué forma tan significativa la plegaria: “Desnortado y sin dueño, / el perro en el asfalto /…/ Los coches, por piedad, se detenían / uno tras otro, sin tocar el claxon, / y no echaron a andar / hasta que vieron que se puso a salvo. // ¿Así hará Dios cuando recorre el mundo / y nos ve aullando sin hogar, sin amo?”.

Los elementos más repetidos en el sentimiento que Daniel Cotta muestra hacia Dios son el agradecimiento extremo (“Te excediste, Señor, te lo repito, / te excediste en amar, cuando bastaba / nacer y ya borrabas mi delito”, Redención); “Que yo no sé el Señor cómo lo ha hecho / para colmarme, para amarme tanto / que no cabe en el mundo y sí en mi pecho”, Acción de gracias), la sorpresa y la búsqueda. La mística, tal como la entiende el autor es una mezcla de asombro, contradicción y gozo: “Tu corazón me floreció en abril /…/ … Y en tu mirada / brillaba la ilusión del loco enamorada / para quien cada día es siempre aniversario” (Viernes Santo); “Sabes apreciar la flor / no por el fruto que augura; / bástate con su hermosura, / bástate con el amor” (Asignatura pendiente). La mística son poemas de duda, de la fe y la desesperanza, del querer ver y la oscuridad, del nunca estar seguro por mucho que se intente: “Y las estrellas veían / más allá de las tinieblas / otra vez, otro fulgor. / ¿Era Dios o no lo era?” (Dios desde un nenúfar).

El encuentro con Dios debe ser inefable y la manera de traducir a poema es tradición que recurra al oxímoron, la paradoja o la unión de contrarios: “Señor, Tú naces cada vez que muero” (Tándem); “¡Yo persiguiendo tu vida / y Tú amando hasta la muerte” (Rezo de contrición); “ayer sangre y tristeza y hoy es bueno” (Mujer amapola); “Contigo está mi cruz y Tú la aguantas” (Para esperar, los pies clavados); “¿Y ahora cómo llueve para arriba? / ¿Cómo llovéis? Esa eres tú salvándote / del reino del dolor hasta brotar / –para eso fue nacer, para eso fue– / donde más amanece” (Palabra a la cruz de una mujer).

Hay unos versos, “eso que ama lo escondido, / eso que es Dios y me brilla / es tu Espíritu” (Espíritu Santo) en los que el poeta retoma el topos del deus absconditus, conectado en la sentencia bien de Aristóteles, bien de Heráclito, que reconocía que la naturaleza ama esconderse. De todas formas, hay una vuelta de tuerca en este hermoso poema, Taimada: “La golondrina disimula bien. / Nos quieren hacer tragar que sus cabriolas, / sus giros, sus parábolas / son fruto improvisado del instinto /…/ para que nos quedemos tan perplejos, / tan ebrios de hermosura / que digamos: «No hay más remedio que inventarse a Dios»”.

La relación entre lo religioso y lo humano se aborda desde dos identificaciones. Por un lado la de los niños y los ángeles (“Para eso fuimos niños: / para que fuésemos ángeles / una vez”, Moldes de ángeles) o los hombres y los ángeles (“Hermano ángel, yo no sé tú a mí, / pero yo a ti te veo tan sublime /…/ ¿No os frusta estar mirándonos, / velando por nosotros, tan volubles, / pudiendo ver a Dios eternamente? / ¿Qué nos conecta?¿Qué nos emparenta? // Y cuando lo comprendo / cuando me acuerdo de que somos hijos / del mismo artífice / del mismo amor / de pronto os hacéis todo cercanía /…/ me hace cosquillas la palabra hermanos”, Desiguales). Pero, por otro lado, la de la paternidad. Podemos acercarnos a Dios porque somos padres: “Y para que este trozo / de barro averiguase sin verte qué era amarnos, / lo dotaste / de ese don excesivo / que no alcanzan los ángeles /…/ lo investiste del don / de ser como Tú: padre” (Paternidad). Y vemos en nuestro padre la imagen del Padre, como en el emotivo recuerdo A mi padre de la carne y de la sangre: “Feliz sin mañana, / feliz sin condiciones, sin no obstantes, / porque habían venido a despedirte. / Feliz como aquel niño que viniste / a recoger al hospital llorando / –papá está aquí, mi rey, mi pichafina–”. Paralelamente, sirve también la identificación como hijos, como en la serie de villancicos: “Aquí deja de ser padre. / Aquí Dios se hace mi hijo” (Del pastor que no acababa de encajar la noticia);  “y hoy me tienes aquí naciendo / todavía entre sus manos”  (Un nacimiento más).

El diálogo, pues, problemático con Dios se apunta, especialmente en un elogio a la palabra, que era en un principio: “Hablan a Dios los ángeles / con la palabra” (La palabra). Y, en contraposición, la incoherencia que exige la fe, la bendita locura de Erasmo (“Así que cada loco con su tema / y Dios en el de todos”, Cada loco con su tema), que es radicalmente distante de esa Monigote de Oración: “Hasta hoy precisamente, / sereno y alto Jehová / en que a Pérez lo ascendieron / y a mí me dejaron atrás. / ¿Hasta cuándo, di, hasta cuándo / me harás, Señor, arrastrar?”.

Profundamente humana y hermosa es esta petición, un tema que ya abordó el poeta de manera brillante en El beso de buenas noches: “Que es este instante en que al Señor ya toco, / que me vaya tan secreto, tan secreto / que no lo sienta nadie. Yo tampoco (Ven, muerte, tan escondida). No obstante, lo importante no es el encuentro con Él, sino lo que significa de volver a la Vida, con mayúsculas. Por eso termina el poemario con un neologismo tan acertado semánticamente como significativo del modo de hacer poético de Daniel Cotta: “Sobrenacidos, refundados, otros, / vendremos a tu reino e irán ungiendo de la luz de Edén / la gloria incorruptible de los cuerpos” (Sobrenacer).

No hace falta insistir en la destreza técnica y rítmica, el conocimiento experto de las reglas del verso del autor que sabe conjugar poemas estróficos, villancicos, sonetos, silvas… con el verso libre. Todo ello orientado a un fin muy concreto, dispuesto para servir a un mensaje que, además, nos permite disfrutar de una nueva colección de poemas de gran pureza y emoción.

domingo, 25 de septiembre de 2022

Reseña de Cristina Morano: ‘Las novias’. InLimbo. Narrativa. 2022

las novias. Cristina Morano. Elkar.eus


Uno de los libros de ese territorio extraño y multiforme que mezcla lo misterioso con lo cotidiano, lo que a todos nos pasa con lo fantástico y terrible que me han impresionado más en estos tiempos convulsos. Un prodigio de escritura y de recreación de ambientes, de perspicacia psicológica y de una trama que bien podría prescindir del elemento fantástico, pero que recibe de éste, un aldabonazo definitivo para temblar en el asiento.

Cristina Morano es conocida como diseñadora gráfica y poeta –ganadora en 2007 del premio José Hierro por La insolencia y ha publicado Las rutas del nómada (Universidad de Murcia, 1999), El pan y la leche (Emma Egea, 1999) El arte de agarrarse (La bella Varsovia, 2011), El ritual de lo habitual (Amargord, 2013), Cambio climático (Bartleby, 2014) y Hazañas de los malos tiempos (NewCastle, 2016), No volverás a hablar nuestra lengua (La estética del fracaso, 2020). También colabora con artículos de opinión para eldiario.es. Sus textos están traducidos al inglés, francés, esperanto, armenio sueco y euskera.

El punto de partida es una descripción casi antropológica de lo que sucede entre adolescentes de 14 años, con sus retos virales, los challenges que tanto nos asustan a los que somos sus padres, y que tan desconocidos son. Dejando a un lado que lo extraño sea una especie de metáfora de las transformaciones biológicas y psicológicas de este periodo tan convulso de la vida, el parásito que se cuela a través de los ritos de paso no hace sino confirmar que lo más perverso, el peligro más terrible está a la vuelta de la puerta de un aula en un instituto cualquiera. Los adultos estamos completamente impotentes, y lo que es peor, absolutamente ajenos a estas mutaciones, a los sangrados de mente y cuerpo.

La extrema corporalidad que toma el parásito acerca a Las novias, sin duda, al cine de Cronenberg, sobre todo en la descripción descarnada. Aunque, en realidad, tanto en la filmografía del canadiense como en el relato de Cristina Moreno, lo más acertado sería describirlo como en-carnado, porque afecta a las entrañas.

Las relaciones entre los personajes, la Trini, Reco, Txarra, Rosalinda o Estrellitas son un verdadero prodigio de verosimilitud, con todas las vacilaciones, paranoias adolescentes, contradicciones y evolución. Son relaciones crueles y tiernas, brutales y salvajes que viven más allá de la (in)cómoda rutina del instituto y las clases, la (poco) confortable vida familiar y las solidaridades férreas que se van creando entre ellos. Una especie de manipulación emocional que les arrastra a todos como si fueran llevados por una fuerza superior.

La incomprensión es mutua y total. A duras penas se comprenden a sí mismos y se sienten desamparados y perplejos. Pero tampoco son comprendidos por el mundo adulto. Solo en la burbuja que van creando entre ellos sienten cobijo, inestable, cambiante, hasta que irrumpe el horror y tienen que seguir adelante con las ausencias. Un microcosmos que se parece tanto a los sentimientos y aflicciones de muchos de los que pasamos al mundo real y adulto.

Como en Cara de pan de Sara mesa y sobre toco como Panza de burro, de Adrea Abreu –y mucho más que Feria de Ana Iris Simón– hay muchísimo de crítica social y de reflejo generacional, de ira y rechazo. (Me sorprendo a mí mismo que se me vengan a la cabeza precisamente novelas escritas por mujeres, ¿tendría que añadir la combatitividad de Cristina Morales para completar el espectro?.) En Las novias, como en Menos que cero de Bret Easton Ellis, lo sórdido está muy cercano. A diferencia del norteamericano, la autora prefiere un ambiente de clase trabajadora, no contempla la sordidez de la clase adinerada que se puede permitir la droga y los lujos. El terror que promete InLimbo está ahí incluso antes de que surja la asquerosidad del parásito, que simplemente hace visible y corporal lo que antes estaba oculto y acechante. A la vez, adictiva y desoladora.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

Reseña de Marcos Tramón: ‘Como una sola luz’. BajAmar. 2021

Como una sola luz», de Marcos Tramón – Culturamas


El ovetense (o zaragozano) Marcos Tramón pertenece a lo que el crítico José Luis García Martín denominó Generación del 99. En realidad no está tan alejada de la llamada poesía de la experiencia por edad, pero sí que aparecen posicionamientos estéticos apreciables. Tiene publicados Escombros (1996), Los días que te explican (2001), Desgana (2010), Stricto sensu (2016), De mis soledades vengo (2018); el estudio bibliográfico sobre García Martín, Años, libros, vida.

Este puede parecer un libro melancólico, sobre todo si vemos versos como “comienzan esos días / de una luz / que se asemeja a la luz de tus ojos” (Contigo) o “Todo lo doy por este sol que aguanta / limpio y aun luz preclara en el otoño” (Memoria). Pero el autor reconoce que “Y en la melancolía / una manera estúpida / de sentir” (A media tarde). En realidad es un libro de esperanza, del alba, como repiten varios poemas, aunque no siempre sea el comienzo: “Una ciudad desierta y cotidiana, ayer de madrugada; se confunden las calles, mientras vamos los dos, / solos y juntos, camino, me dijiste, de lo que siempre será nunca” (Al hilo de la luz); “Finalmente hemos llegado, / acaso demasiado pronto, / hasta aquí, el instante / de las luces primeras / de un amanecer consciente” (Ciudad y tiempo).

El amanecer es una especie de leitmotiv, de motivo musical que se repite: “El alba rompe contra las ventanas. / Con violencia se forma una tormenta. / En un temprano amanecer extraño, / cada gota de lluvia nos acerca” (Albas contadas); “Esa ausencia de luz cuando amanece / en los días nublados; no hemos visto / hoy el alba, y el alma se resiente. / Cayó la oscuridad sobre la tierra” (Albas contadas). Además del escenario (“Las sombras que genera el alba, frías, / como fría es la hora que registro / esta luz fantasmal de tan incierta. / Paredes blancas como tumbas blancas”), es un símbolo: “Hoy un alba maltrecha, igual que yo”.

Hay, como en Apunte esteticista,  descripciones del paisaje de la noche: “El hipnótico cielo de Castilla, / las noches de su estío, las estrellas, / su luz nerviosa /…/ Ten esto es la memoria para siempre: / es cálido el entorno que te acoge, / de una belleza / que perdurará, / que no habrá de morir contigo un día”. El ciclo del día, como en la mitología egipcia, se basa en la sucesión de noches y días, de la desaparición del astro rey como la transformación radical:  “Mira a la luna; sus soledades / se corresponden. / Y concluye: / cuando salga el sol, / volverán a ser el mundo” (Nocturno).

Marcos Tramón muestra su cara más existencialista (“Somos derrochadores de existencia, / porque somos, esencia de la nada, / tiempo”, Nada) mientras sobrevuela la angustia vital en los afectos (“Tu voz cuando me nombra, / salvajemente eterna, / igual que una luz rubia en el verano”, No cómo te desvistes). Y se pregunta con perplejidad sobre la rosa (“La rosa que parece / un espectro del tiempo al marchitarse. / Nosotros que observamos / en esa rosa ajada el tiempo que se escapa. / ¿Qué nos dirá más tarde de nosotros / la rosa que no está, el tiempo helado?”, Perplejidad), recurre al amor como salvación (“Amor no desfallezcas en tu empeño / de quererme. /…/ Abrázame fuerte, ríe / abiertamente como / si el mundo fuera nuestro, / todo nuestro”, Celebratio amoris).

Encontramos un magnífico ejemplo de monólogo dramático en la voz de Luis Cernuda: “ignorando a los hombres y su desdén terrible” (Meditaciones). Se contempla el paso del tiempo y la terrible disyuntiva esencial del hombre, la que “que al nacer te otorga un desmayado ángel, cual demonio”. Lo que confiere a este poemario su rasgo de esperanza, más aún que el recurso al símbolo del alba, es el lirismo que viste los poemas de amor: “Tan cierto como que el amor / cuando te deja duele / y, seamos sinceros, / el dolor / es más miedo al dolor lo que procura” (La promesa); “no es / el amor patrimonio de cobardes” (Paris).

Sin embargo, el amor que habita en estos versos no es el etéreo ideal romántico, este es el de los recuerdos reales (“Aquella noche, Claudia, ¿la recuerdas? / Yo la recuerdo, porque / entramos en un tiempo sin retorno / (todo tiempo es un tiempo sin retorno) / Aquella noche /… Hermosa noche de amor fuiste, Claudia, / un amor que murió y que sigue vivo”); el de los silencios compartidos (“y hay tanto que decir que nos callamos”, La vida extraña).

Un poemario certero e intenso, de sombras y luces, de energía lírica que se concentra en la luz y en el amor para superar melancolías y angustias:

“soledad,

melancólica compañera de viaje,

voluntaria, por fiel, una amante escogida.

En algunas ocasiones, ella lo sabe, yo la traiciono

con otros seres,

escasos y contados, que comparten mi afán de preferirla a ella.

Si un día la traiciono, me estaría traicionando a mí mismo.

/…/

No hablo de mí, o sí. Un espejo.

 

Aislamiento,

digamos que yo mismo”

domingo, 18 de septiembre de 2022

Reseña de Atonaal: “Solo los amantes sobreviven”, de Antonio Cruz, nº 8. Abril 2022. Malfario ediciones

Antonio Cruz Romero (@antoniocruz_r) / Twitter

 

Cada número de Atonaal es un acontecimiento casi secreto que prepara con mimo infinito Antonio Cruz, quien se ha esmerado, con muchísima razón, esta vez. Cuenta con la colaboración de su best man, Hilario Barrero con textos e ilustraciones, que se completan con las de Eva María Gómez Gómez, a quien está dedicado el número.

Da inicio con citas de Baudelaire, Stoker y Anne Rice. Y se abre la extraña belleza que puede conjugar los vampiros, los flâneurs y Jim Jarmusch. Esta es una historia de amor. Es la historia de amor. La atmósfera de que todo está escrito, que simplemente todo sucede a la vez, pero en distinto tiempo, como una simultaneidad del espacio. La presencia y la ausencia, el antes y el después, un eje que divide como la noche al día y el día a la noche: “Desde la carretera que conduce a tu casa puede verse el mar /…/ hasta que nos despedimos, y entonces repaso el poema / que traduje de Paul Snock cuando aún no te conocía, / y de pronto llega la gran pena, insondable, como el vacío tras el amor (Claire o el vacío tras el amor).

Son los paisajes siempre esenciales en la obra de Antonio Cruz, y, en este caso podríamos ver cómo cobran vida y se cobran vidas: “y sentí celos de Madrid, de sus calles y de sus rincones, / de su cielo y de sus nubes, que te podían contemplar/ y yo no.” (Celosía). Mientras se añora el París imaginado o el presente Ámsterdam: “Aquel lejano París decimonónico y sifilítico / podría ser como está Ámsterdam apocalíptica y barbitúrica /…/ solo mis gafas obscuras delatan mi condición de vampiro” (Solo los amantes sobreviven). Jim Jarmusch es en gran parte culpable, pues aporta, además del título, una atmósfera, una manera de ver el mundo donde la lírica corre pareja al extrañamiento, donde los personajes deambulan como seres ajenos al tiempo en el que viven, ajenos al paisaje, fuera del espacio y el tiempo. En los espacios liminares, “Sentados sobre la débil raya que separa el mar de la arena, / era cuestión de simple equilibrio vital no caernos” (Los océanos).

Y, como en toda historia de amor, los pliegues se van sucediendo, los vaivenes de las olas y las relaciones, los cuerpos y los afectos, el deseo y el pasado: “y se cumplieron todas las tragedias que conlleva el amor /…/ me detallaste una visión: mi Dopplegänger vagando junto a un lago /…/ «Dónde estabas? Yo llevo toda la vida buscándote» y aparecimos” (Profecía)

“El último día, en la cocina antes del desayuno, te susurré un secreto,

y me llevaste por las calles y rincones que tradujeron tu infancia,

 y cual Hamlet hablaste, bajo el frío sol de la eternidad, con la tumba de tu padre,

diluida como espectros, en el espejismo de las pecas de tu cara” (El deseo)

Las personas sentimos la influencia de las ciudades por las que pasamos, y también ellas sufren la transformación a medida que las habitamos: “Ámsterdam ya nunca será la misma tras tu presencia, ni olerá igual. /…/ Ámsterdam ya nunca será la misma desde que tu cuerpo / transitó por sus calles, la solitaria cama del hotel, deshecha / será el santuario más visitado, y eso será un espectro flâneur”. Es el poder del amor y el poema que se expresa sin cursiladas ni sensiblerías.

Hilario Barrero también participa con un texto: “Siete poemas que son siete piedras angulares en el alto edificio del amor, que es duda, condena, cilicio que destroza la piel de la entrega /…/. El amor es un deseo susurrado durante toda una vida. Cuando acaba es cuando entendemos el secreto. Y ya es demasiado tarde” (Arras). Acaba con una reseña sobre Antonio Cruz y su poesía, también de Hilario Barrero: “sus poemas son de verso radicalmente libre y ajeno a la poesía social, quedando claramente adscrito al culturalismo”.

Son estos siete poemas con una solidez envidiable para abordar la fragilidad de los afectos, la intensidad del deseo, el desbordamiento de la piel, los miedos y el gozo que hacen que los amantes sean supervivientes porque, como los vampiros, viven de la sangre humana.