martes, 30 de mayo de 2023

Reseña de María Rosa Serdio: ‘Escarcha al sol’. BajAmar, 2022

 Escarcha al sol, de Mª Rosa Serdio


María Rosa Serdio es, además de escritora, maestra. Es coautora de la primera investigación del Folklore Escolar Infantil del Principado de Asturias recogida en el libro Pin Pineja (Ediciones Júcar), lo que ejemplifica su compromiso con la educación. Ha publicado Colores y más colores (Pintar-Pintar), Bolso de niebla (Pintar-Pintar) y La Boda Alada (BabidiBú ediciones). Caudal de azar (BajAmar editores) fue su primera incursión editorial en el haiku del que tenemos aquí la segunda entrega.

David Fueyo realiza el prólogo que describe la estructura del volumen. La primera parte contiene aquellos temas más eclécticos. La segunda, Sala de espera, son “los más humanos del volumen”. Los últimos, Sigue el aliento, tienen como tema la esperanza.

De esta forma disfrutamos de los pensamientos en la tradición contemplativa del haiku: “Atardecer. / Poner flecha en el arco. / Tensar la espera” (Portal); “Siempre hay señales. / Párate y agradece / ser caminante”; “En las espinas / que el camino reparte / están las rosas”. Se reivindica la lentitud, el ser consciente del momento, la espera reflexiva: “Se va el verano… / El día se ha parado / sobre las páginas”.

Precisamente es el término que reivindica en la segunda parte, Sala de espera: “Solo un suspiro. /¡La vida que depende / de esa mirada!”. La poeta demuestra el ansia de lo irremediable: “¡Tener dos manos / y ninguna que sirva / para salvarte”; “La luz se apaga. / Viajan hacia la noche / como un jinete”; “Pasar el viento. / Cada hoja resume / lo que ya ha sido”. Desde esta Sala va pasando el tiempo, las estaciones, las personas que viajan…: “Vuelan las hojas. / El bosque nos visita / en la ciudad”; “Como viajeros / siempre sube el arcén / pañuelo en mano”. Al fin el protagonista es directamente el tiempo: “Solo dependes / del movimiento exacto / de tu reloj”; “Hoja de sauce / en el río que fluye. / Quedo en la orilla”.

Sigue el aliento, como decía David Fueyo aborda el tema de la esperanza, bien desde el pasado (“Aquella casa / que se llenó de risas / cuando llegamos”; “Si regresaras, / ¿tú querrías tejer / los mismos sueños?”) o hacia el futuro: “Así es que laten / los recuerdos dispersos / a su manera”; “Arriba el pájaro. / La rosa ya florece. / ¿Y tú qué harás?”.

La conclusión de este conjunto espléndido de haikus, compartida con Cavafis, reivindica para el homo viator, la importancia del propio viaje:

“Reflexionando:

Nada importa el final.

Solo la ruta.”

 

 

 

Repetido el 95

 

domingo, 28 de mayo de 2023

Reseña de Eva Vaz: ‘Limpieza general’. Garvm. 2023


Ha vuelto Eva Vaz para entregar un poemario duro, sello de la casa, y con la intención de hacer, precisamente, Limpieza general. Tres partes, Ruido de venenos, Pasar fractura y Mal olor. La primera y la última tienen más el foco en la propia voz con intervalos de denuncia, mientras que la intermedia gira la atención a un interlocutor al que interpela con dureza. No es, sin embargo, menos la dureza que la poeta trata su propia conciencia y su propio cuerpo: “Contar que tengo veneno en los ojos, / en los pulmones, en el pelo y las uñas /…/ ¿Cómo contesto a la gran pregunta, tú que eres tan impreciso en la mirada / y tan fino con los fármacos? /…/ ¿cómo vivir y morir al mismo tiempo, / con la misma poca disciplina de un bebe?” (La Oración).

La fragilidad del personaje, la crudeza de las experiencias, lo despiadado de la mirada son los elementos que vertebren la poesía confesional de este bloque: “Será la atracción de lo / frágil / junto a lo bestia: / yo misma” (Poética – autorretrato); “Oh, un señor pronuncia mi nombre, / las locas me miran / y yo corro como una novia hacia el altar / en su minuto de gloria / y un loco, a mi lado, me dice: / Tienes que irte. / Pues yo ya no me voy a ningún sitio. / Ahora he encontrado el sentido, / entre los míos: / la casa de los locos”. Sin autocompasión, se explaya: “Bienvenida, pequeñita mía, / ahora duerme. / Y sueñas que mañana no serás / como Eva Vaz” (Hormiga). Porque la rabia que se agazapa dentro otorga la lucidez de saber que “No quiero curarme” (Carne); que “La adicción no es peor / que la soledad entre tanta gente” (Momento conciencia plena); y que “Drogada no puedo correrme: / mi saliva no moja y mis dedos / ahora son espinas en mi entrepierna. / Mi coño ya no tiembla” (El orgasmo). Frente a este pasiaje desolador admite que “Me duelen las puntas de los pies / porque estoy andando. // Porque aún estoy viva” (La pediara). Y agradece los cuidados, bien sean incompletos o paradójicos:  “Amo a mi psiquiatra porque me ha salvado la vida / más de cien años /…/ Mi madre murió en el limbo de la anestesia: / mi muerte preferida.” (Ruido de venenos).

La segunda parte, Pasar fractura, comienza con un poema dedicado a Piquero y Bárbara Grande. A partir de ahí siguen poemas despechados, con furia y con una cuidada estructura en la que todo alrededor se comprime entre los versos: “Y ahora voy a imprimir / todo esto / para dejar un hermoso poema” (Suave es la noche). Poemas llenos de anécdotas: “Se fue. Quiero olvidar a dónde / con quién, ni por qué. / El pasado es de otros. Un invento. / Un suceso en la vida de un excursionista” (El regreso); “Te pareceremos poca cosa. / Tú que aspiras tan alto / y nosotros que ya casi / ni aspiramos / aparte del polvo / de las estanterías” (Erasmus). Poemas en los que habla con ella misma (“No se quita, Eva, / la nicotina… / y me lloran los ojos / (Pero es el amoniaco, / que es muy cáustico)”, Nicotina) y con los interlocutores en un ajuste de cuentas: “¿Me convertí yo en la merma de tu vida? / No lo sé. Pero sí reconozco que siempre que intento cuadrar la merma / me acuerdo de ti” (Merma); “Me has vaciado / del amor hacia ti. / Me has dejado un gran agujero / en mi cuerpo pequeño. / Una carnicería es el cuerpo que amaste. // Por el agujero, ahora, transitan / insectos, benzodiacepinas, pájaro, antibióticos, vente, menstruaciones muertas, / el frío / mis manos” (El agujero). La fortaleza de la fragilidad siempre aparece:

“Estoy fuerte para vivir,

un día nuevo.

 

Siempre gano las batallas” (El centro de la cama)

Mal olor es el más heterogéneo de los capítulos, donde encontramos poemas-denuncia con la misma rabia e indignación que en los poemas más confesionales: “Nunca fueron tan hermosas / para los ojos del telespectador / que no tiene qué llevarse a la boca / de su conciencia” (El mar ya ha arrojado a las playas de Cádiz los cadáveres de 23 emigrantes); o Los hombres buenos sobre la prostitución infantil.

Eva Vaz es consciente y es cáustica en su poética. Igual nos dice: “Eres un hueso rancio, / entre tanto, el menos atractivo. / Eres un hueso defectuoso. / Nadie echaría en su comida” (Mercado de abastos); que agradece con ironía: “Gracias, industria farmacéutica / por darme la vida / y quitármela tras cada toma. / Sois un tubo de entrada de agua sucia / que se corta cuando quiere. / Mientras yo muero lentamente / en vuestras pastillas / para calmar caballos” (Farmacopea); “Pero viniste a mi jaula / y tus propios barrotes me parecieron tiernos. / Luego hiciste lo que todos / y me volviste a encerrar / llevándote las llaves” (Zoocosis). Se queja: “Pornopoesía llamas a mis letras. / ¿No podías decir Poesía Confesional?/…/ O, mejor regresa al jardín de infancia / que queda más lejos / de esta / pornopoeta”.

El poso con el que concluye con la conciencia de la cicatriz que endurece: “He pasado / fractura: / he decidido no amar” (Pasar factura); “Me estoy convirtiendo en un árbol. / Ya estoy masticando tierra / y respiro por los ojos” (Desescalada). Porque sabe que dichoso el árbol que es apenas sensitivo… Cierra el poemario con rabia que se enfoca hacia sí: “¿Cuándo te amaste por última vez, / pequeña hija de puta? / ¿La última vez que te masturbaste / pensando en ti sola? /…/ ¿Cuándo reconociste que necesitas que te amen / para no sufrir de forma inconcebible? /…/ ¿Cuándo será ahora? / Pobre mujer” (Amarse). Imposible salir indemne.

viernes, 26 de mayo de 2023

Reseña de Julia Navas: ‘Simulacro’. Canalla Ediciones. 2019

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Simulacro es el poemario de consagración de Julia Navas tras Confieso que he perdido el miedo (Hades, 2015) y Ombligos y universos (Canalla, 2016). Luego llegó el emocionante Zapatos sin cordones (Chamán, 2022). Como narradora disfrutamos con Esperando a Darian (Hades, 2014) y ¿Qué hay en una habitación vacía? (Canalla, 2018). Comienza con un poema prólogo de Carmen del Río Bravo: “Llevamos muchos años cantando, bailando /al son que toca / contra el son que toca /escondiendo fortalezas / mostrando debilidades /escondiendo debilidades /mostrando fortalezas”.

Julia Navas expresa la necesidad de abandonar las máscaras y descubrir el simulacro: “Me he alimentado de semillas / de autoengaño y mordidas en el  vientre” (Autoengaño); “No es resignación ni autocomplacencia. / En este camino que puede ser / la tercera parte del círculo de mi vida” (La tercera parte de una vida). Asumir las propias debilidades (“Quizás debería pedir perdón / por haberme sentido tan amada”, Distorsión; “Repara mis rotos y descosidos /…/ No quiero hilvanes, / ser cobijo de una noche / ni remiendo triste / en la rodilla de tu pantalón”, Costuras), mientras exige esa entrega real en los afectos: “Si alguna vez has querido saber de mí / solo tenías que preguntar. / No podía mostrarme tal cual soy, / desnudarme, abastecer tu curiosidad / en el primer gesto” (Adivina); “que cada embestida nos funda / en la oquedad del lecho” (Tu dominio). En esto consiste la centralidad del simulacro: “Palabras que son actos, / no simulacros, / salidas de emergencia / ni puertas en escena” (Hay palabras).

Otros personajes van apareciendo entre los versos, especialmente la familia, como Alicia (“Y tú / con casi dos décadas en tus manos, / aún no has dado tus primeros pasos / y sigues pidiendo / que te acoja en mi regazo”, Animales) o los padres.

La característica que Julia Navas va resaltando como un letimotiv es la autenticidad: “¡Soy una mujer primitiva / entregada a una danza hipnótica / ritual y desbocada” (Prehistoria); “Esta es la historia más real / que he conocido: / un hombre y una mujer, / una pasión capaz de alimentarse / con un solo beso” (Real). Y lo hace frente a la necesidad de la máscara cotidiana. Avisa, “Esto es un simulacro. / Esa no es mi voz” (Mi voz).

Hay mucho sufrimiento en estos versos: “Ser cárcel de aire, / de lluvia resbalando por sus barrotes” (Jaula vacía); “Hoy me he despertado / con ganas de casi todo y miedo de casi nada. / Con la única certeza / de que la noche llegará” (Luz de primavera); “La vida es demasiado corta, / el ring demasiado pequeño” (Travesuras); “Y si vas a darme la medida de mi dolor, / calla” (Grietas). Algunos detalles muy personales son muy significativos: “¿Quiero ser mi pie izquierdo, / erosionar tus tapas a la par que las mías?”; “Me gusta esta cojera, / elegir quién me dirige / y, a la vez, mover sus hilos” (Cruce de conexiones). Las exigencias tan comunes que afectan a la vida de una mujer: “Qué abandona / para ser una súper mamá, / una escritora no mediocre, / una mujer independiente, / una amiga disponible, / una amante a tiempo completo” (Cien mujeres).

Contrasta con la necesidad de supervivencia y el coraje de vivir: “Tengo un jardín propio / que produce la ración de belleza / necesaria para cada día” (Jardín); “Los versos son los vasos comunicantes / que dan sentido a lo que soy” (Anverso y reverso). En esa voluntad hay un claro compromiso emocional y social: “Hubiera dado todo por cambiar mi hastío / a cambio de su esperanza” (Desarraigo). En la obra de Julia Navas conviven poemas confesionales (Querer) frente a otros políticos (La otra seducción): “Si pensáramos en la certeza que es morir, / todos seríamos suicidas”; “Seres de espinas que apuntan al interior. / Para no ver la sangre de otros / se hieren manos, / vientre, ojos / y a menudo se suicidan” (Autolesiones).

Entre los poemas confesionales hay mucha introspección: “Y, / me temo, / nunca / seremos felices” (Pasado y futuro indefinido); “No hay mirada atrás cuando el dolor / viaja en una vida que cabe en una sola maleta” (Norte y Sur); “Hubo días en los que quise ser tanto / y solo alcancé a ser breve”. Hay lamento y lucha: “Me estoy vaciando de poesía” (La quietud);  “Cuántas razones necesito para seguir. / Miro mis manos, / cuento mis dedos uno a uno y no me basta. // Necesito tus manos / para seguir enumerando” (Manos).

Simulacro es un poemario extenso donde caben los recovecos y la lucidez: “En el espejismo del amor / todo son afinidades. / Buscamos en los bolsillos traseros / restos de otros” (Restos). Y en ese mundo de imágenes falsas, Julia Nava se pregunta “Dónde esté la dignidad del abandono” (Humillación). Nos deja una sensación intensa de lirismo y melancolía que acumula las debilidades y fortalezas que citaba el prólogo, lo necesario para vivir y sobreponerse: “Ese sol de otoño que no calienta. / Y tú con tu ropa y tu corazón de verano / que te niegas a abandonar” (Frío).

 

miércoles, 24 de mayo de 2023

Reseña de Beatriz Pérez Sánchez: ‘Memoria’. Averso. Poesía. 2023

5 poemas de Memoria, de Beatriz Pérez Sánchez - Zenda

Beatriz Pérez Sánchez, licenciada en Pedagogía y Educación social e integrante del grupo poético Laie, interesada en la relación entre la poesía y la danza, aborda en este poemario una cuestión esencial, que ahonda más tras los recomendables De perfiles, vértices, plantas, cuerpos, árboles y escenarios (La Náusea, 2016), Numb, la espera sostenida (La Náusea, 2016), De Violetas, mares, cielos, laberintos y cartas and a selection of poems in English (La Náusea, 2017) y la preciosa plaquette Empty, ojos cerrados (2018). Como bien señala en el prólogo Marisol Sánchez Gómez, siguiendo la teoría de Adrienne Rich, los cuidados y la maternidad pueden ser extremadamente opresores. En este caso una hija y madre cuidadora. El gozne de la memoria abre hacia los recuerdos sobre la maternidad y hacia una madre que va perdiendo la memoria. Así se muestran la complejidad de esos vínculos y los cuidados. La voz se alza en contra la obligación de asumirse como paciente en todos los sentidos.

Desde tu corazón umbilical juega con la ambigüedad semántica de la segunda persona en la que no sabemos a qué interlocutor interpela y que puede entenderse como un diálogo real o con una misma. Puede ser el cordón umbilical que todavía le une a su madre o el que, figuradamente también une a su hijo: “Desaparezcas más rápido que invisible. / Puedes provocar el invierno, / el frío o la brisa, / pero generas un nacimiento. / Un viaje hacia el lugar en el que las hojas caen / y el árbol sostiene los días /…/ No te mueras tan pronto, / te voy a respirar”; “Y tú mi niño tibio: / cada día es único y prescindible”.

Una seña de identidad de ese cordón es el sufrimiento ineludible y perpetuo: “Algunas noches / era tu dolor amargo / para mi noche sin símbolo”; “Encerrarte se decidió sin ti. / Debía ser así para el engranaje / para ser devorada por la máquina”. Un dolor en el que no se debe ahondar: “En tu relato maquillado / hacerte ver que no entendías / era tu contradicción”; “Tu silencio era un arrastre de salvación”. Para contrarrestarlo, la salvación de la literatura aparece y no será la única vez: “Construí una librería para poder sobrevivir. / Ella es mi cómplice. // El encierro en casa es como una olla de alaridos”.

La segunda sección, Desde el otro lado del vínculo, tiene un mood algo más reflexivo: “Giras para permanecer / para nombrar una mirada que intimide / para llegar / para llegar con la furia de tu cuerpo / para que nadie jamás cuestione el sudor, / tus días ilimitados / y el deseo irresponsable”; “No estás hecha de material tangible. / Y se desconoce / cuando habitas aquel poema sobre las nebulosas”. Se conjuga el sentimiento con el análisis de una situación que arrastra con fuerza, la de las costumbres y la del afecto: “Cuando la histeria es la condición / no es la soledad la que afina la creencia / de que fundirse es el lado más fácil”; “Hay realidades que se aspiran: / soñar que la nevera se llena sola / despertar tu tez dentro de un vínculo / o saber que ser madre no se sabe hasta que no se es”.

La desolación es el resultado de este lado del vínculo, el vaciamiento: “Ya todo está vacío, ya puedo esperar”; “¿De qué sirve llorar? / ¿Quién está detrás de la pantomima? /…/ Y tus ojos se envenenan de culpa / al negror del celo”. Y es la memoria quien aporta la continuidad y parte de la cordura: “Observas // pensaste en la esfera de lo posible, / en aquellos días blancos / en la luz que genera el ápice de dolor / entre el pulso y la calma // Y observas: nunca nada es transversal”. Aunque, desgraciadamente, no abrigan siempre, ni a una (“Los versos que provienen del frío no sirven / cuando algunas tardes e amenaza el cuerpo”) ni a los otros: “No nos atrevemos a anunciarles / que su suerte no está allí, / que el infierno está en el mar”.

Desde el punto intermedio del vínculo recorre los senderos de la memoria más corta del hijo: “Ahora nadamos con tu vaivén / como si fuéramos corriente / como si fuéramos aves sin destino / como si fuéramos lo que queremos ser dentro de ti”; “¿Pero entonces la infancia se diluye? // Dicen que es más complejo. / El sueño espacia la memoria. / El sueño espacia la memoria, / desde el amanecer que acepta el instante”; “Caminamos el paseo con el mar a la derecha. / Tus pasos, ya algo más extensos, / a pocos centímetros de vuestras chanclas. / Un parloteo animado sobre trenes, / tus sueños. // ¿Qué buscas en esa pasión por aquello que transporta?”. Aunque las tres memorias de las tres generaciones van unidas.

Aparece la ternura entro de esta selva arisca de obligaciones morales: “Pero bien, / preguntas, / también cuando afirmas / sobre un bucle o pequeña quiebra. / Y sin nombre, te puedo contemplar / mágicamente orilla, / subir al canal / y decir / nada es perfecto / pero hay un ángulo oculto en sí”. Compensa, pues, en parte, el dolor: “No siento un ápice la cicatriz, / ni el amparo del vínculo. // No somos más que escarcha / un milagro frágil / unos pies sin sentido. / Somos aquello que perdura”; “Te preparas. / Luces tu mejor vestido sin plumas. / Donde nace el saber se deshace la esclavitud”. Solo a veces, porque hay “Demasiada realidad, a veces. / Demasiado eco bajo tu piel” y que “La muerte / silba agónica / sin otro cuidado que tu rumor tras los pasos del ave”.

Por último, Desde mi cordón umbilical, adopta el punto de vista personal en el mismo doble sentido que en la primera parte: “Descendemos y no queremos saber. / Descendemos porque nos sostienes. / Descendemos con el miedo del silbante / que se sabe humano. // Descendemos con la permanente mezcla de ceniza / y cual de nuestro arraigo. // Descendemos porque nos arraigas. / Descendemos hacia los días opacos. / Descendemos hacia ese lugar donde respiras / y te desvaneces”.

Domina el tono elegíaco en estos versos por algo que está en trámite de perderse: “Existe un ruido interno que enciende tu voz / como los veranos que pasamos juntas con el niño /…/ Pensaba que el silencio era hermoso”; “Son mis manos las que ahora velan hacia ese lugar / inicial de donde la nada fue un principio”; “Hay un peso específico en tu piel / que se ha sucedido desde entonces”. Lo describe Beatriz Pérez con elementos de los sentidos, de la memoria y de lo más íntimo, aprovechando las resonancia de los conceptos para acercarnos de manera intuitiva a esta desolación: “Te has quedado desvalida / y a ratos menos cuerda /…/ En eso no transforman: / era una necesidad de seguir esa vinculación, / en una extensa cuerda que tira / en una memoria de lo impreciso”; “La obsesión ha sido sustituida por el calvario, / el cansancio y la angustia / y yo solo pienso en abrigarte. // Necesito tu mano cálida / y respirar al olor de mi infancia. // No puedo dejarte volar todavía”.

Más allá de la esperanza, de la vana esperanza, está la lucidez de buscar en el espacio liminar entre el duelo y el recuerdo, entre la tragedia y la belleza, entre el presente y el futuro: “En los márgenes de la belleza / seguimos siendo infancia y nada creíbles. / No somos más que escarcha reseca / frente a campos de arroz. / No estamos tan acompañados”. Unos versos que van encerrando la memoria terrible de lo que nos queda por venir.

 

lunes, 22 de mayo de 2023

Reseña de Ana Martínez Castillo: ‘La fiebre y la semilla’. McClein y Parker. Mirto Poesía. 2023

La fiebre y la semilla | Ana Martínez Castillo | Maclein y Parker

Ana Martínez Castillo se mueve con facilidad entre el relato y la poesía. Ambos intereses comparten una visión del mundo lleno de complejas interacciones, casi mágicas, llenas de imaginación y de misterio, y que sacan a la luz lo que siempre ha estado entre tinieblas. Esta necesidad de buscar más allá de lo convencional utiliza la poesía como forma de conocimiento y como reconocimiento. Ya lo sabían los ancestros: “Lo dijo madre: / Sabrás controlar todos tus impulsos, / sabrás hacerte ovillo nítido en la noche”.

Lo natural implica lo feroz, lo real, lo más ancestral y firme. Lo cultural, lo que fabrica el hombre, aunque sea el refugio esconde lo inerte: “Viene a la ciudad y la noche es firme. / Temes a los lobos. / Vienes a la ciudad y eres cómplice del frío. / Finges que no sabes nada”; “Dejé limpias las paredes de casa / y difuntas / las ubres. / Me abrigué con el sueño torpe del hielo. / No volveré jamás”. Esa confrontación entre lo natural y salvaje frente a lo ordenado y fabricado vertebra cada poema de la trayectoria de Ana Martínez Castillo, que advierte de los peligros de sucumbir a lo racional tecnológico: “Rendirse a la sintética premura. / Ser agreste reflejo en la resina. / Entorpecer el duelo y / dejar el luto a medias. / Ser animal rubicundo en el misterio”; “Tenían mis padres otros hijos / que vivían quietos en sus féretros”.

El cuerpo es lo auténtico, “Cuando puedes, trata de desmentir el cuerpo, / asegúrate de ser inmune a la belleza, / evitar frecuentar el cráneo”. Es la materia, lo primordial. Dice la poeta, “Aprenderemos a controlar lo que arde, / lo que se agranda y desobedece, lo redondo, mediano…”. Incluso en la actividad poética: “Pertenecer a lo real. / Eres el minuto / anterior a la palabra, / sierpe que avejenta el trigo. / Formas parte de lo humano”.

Una de las influencias más claras es por una parte la de la poesía de Gamoneda con quien comparte una manera de entender la poesía y lo que las palabras producen: “Habito en la ligadura hueca del texto, / en la simetría brutal en la voz del padre”; “Mintió la ciudad sobre su luz. / Resultó que era rotura y daño /…/ Hacer del veneno nido”. Y Chantal Maillard por otra, quien entiende la búsqueda de la belleza y la cualidad mágica de las palabras: “Añorar la breve respuesta anfetamínica, el amoroso aliento de la lumbre. Buscar la belleza”;  “Lo dijo madre: / Será la ciudad un resplandor suicida. / Sabrás librarte de la fiebre”; “Habito esta ciudad como el que habita un hueco”.

Un sentimiento doliente, y más que doliente, trágico impregna los versos de Ana Martínez Castillo: “Moriremos imbéciles y ajenos. /…/ Seremos la fiebre y el vuelo de las moscas”. Como un destino que aúne el amor y la muerte: “Debes ser tú la que escuche seremos la tierra. / Tú y no otra”. O el deseo y la carne: “Son las leyes de la taxidermia. Vacía el cuerpo, tratar la piel, rellenar la cavidad sin demorarse”; “Despreciar el único abrazo de carne que te queda”. Un tema recurrente es la herida: “Eres extremo en la longitud del tubo. / Armonizas la llaga que temes. / Vas a morir y lo sabes: / Vas a morir y lo piensas. / En la debilidad del hueso, / en el veneno paliativo vas a morir. /…/ Deroga lo inservible de la página”. La herida sirve de recuerdo del dolor y de su superación, de “Recuperar la estructura serena del alambre, / la quietud imperfecta del humo, / y yaces en la cama bajo la luz que no cesa. / Bajo la luz”

“Pretendemos una locura tan densa

que se haga himno”

Es la luz otro de los puntos semánticos básicos, la que ilumina, la que duele y ciega: “Fingir una arquitectura que justifique el canto / que arranque tallos de luz. /…/ Comprenderse en la extrañeza”; “Muere la voz que no alumbra”. Y el miedo a las sombras y la soledad: “Te dije que tendrías miedo. / Que estaría sola. / Que te obligarías a respirar desnuda”.

Una especie de ritual, sagrado y arcaico, se va construyendo en los poemas, como en la vida que hay detrás: “Atenta al rastro que anticipa el movimiento. / Actúa con sigilo. / Como quien depreda. / Como si solo conocieras esta ridícula forma de morirte, / esta ridícula forma de ser tú”; “Deseo lo sagrado. Participar de tus liturgias. / Abrazarme al desdén mítico / y pensar con detenimiento la aurora”. Y, en esa liturgia, la palabra como unión y como llave imperfecta que nos lleva al conocimiento y al Otro: “Tuve que romper el verbo, límite redondo. / Hablar de la muerte inmaculada /…/ Encontrar mil formas para decir lo mismo”.

La fiebre y la semilla cuenta las historias de redención y dolor, y, sobre todo, de supervivencia: “Caíste en la trampa de la que hablan los cazadores. / Letargo Piel /…/ Caíste en la trampa de la fiebre”. Como sentencia con esperanza en los últimos versos: “Lo dijo madre: / Vendrás a hacer un nido en el desastre. / Permanecerás tranquila”.