miércoles, 29 de enero de 2020

Reseña de José María Souvirón: ‘Diario II’. Edición de Javier La Beira y Daniel Ramos López. Centro Cultural Generación del 27. Diputación de Málaga. Fundación Unicaja. 2019


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No es habitual comenzar un libro leyendo en su primera página una mención al trabajo de uno. Muchas gracias a Javier La Beira y Daniel Ramos López por incluir una referencia a la reseña del primer volumen de estos diarios. Y muchas gracias por la minuciosidad con la que toman su trabajo, esta vez, además, con un índice onomástico que facilita la búsqueda de referencias y su estudio.
                La reivindicación de la figura de José María Souvirón incluyó una exposición sobre su vida y obra y ahora sigue su curso con la publicación de los siguientes cuadernos del Diario. Souvirón tuvo una relativa notoriedad como novelista (Cristo en Torremolinos), ensayista (El príncipe de este siglo. La literatura moderna y el demonio), articulista (Cartas a un muchacho), traductor y también como poeta. Podía haberse incluido por edad en la Generación del 27 y de hecho compartió intereses y amistad con Emilio Prados, José María Hinojosa o Manuel Altolaguirre, también, como hemos visto en estos diarios, con Aleixandre o Dámaso Alonso.
                Gran parte del interés que suscitan estos diarios es precisamente el reflejo de la relación con el mundillo literario y, por añadidura, unos jugosos y maliciosos comentarios sobre éstos [“Dámaso está como suele, genial y ameno, infantil y sabio, sencillo y académico. Es, sin duda, el más humano y más vivo de los de su generación. (A su lado, los otros parecen momias). Campechanote, abusivo a ratos, se pasa bien junto a él, y se siente uno contento de ver que la sabiduría (la cultura) no ha echado a perder a este joven maestro sesentón”, 4 noviembre 1958]. Sin embargo, en las anotaciones de estos años no sorprenden tanto estos apelativos, Souvirón está algo más comedido. Pocas novedades, pues en cuanto al tipo de contenidos, lo que no significa que haya decaído el enganche.
                El primer volumen, publicado en 2018, incluía los tres primeros cuadernos, y este por los tres siguientes. Como en el primer volumen, se encuentran las peripecias vitales entre 1958 y 1960, continuando el ejercicio, casi espiritual, de escribir un diario. La idea vimos que partía del modelo de Julien Green. En este sentido, es un diario íntimo, como reflejo de las vivencias y del pensamiento, de la reflexión sobre lo cotidiano, también lo divino y humano. Como el hombre que habla consigo mismo y con Dios. Souvirón fue un hombre de gran religiosidad y atormentado por la fe.
Ser ninguna indiferencia, sino todo lo contrario, me siento hoy en un estado de “disposición”, de “sea”, de “hágase tu voluntad”, como hacía tiempo que no estaba. Y lo cuerioso es que, estando tan sosegado por dentro, estoy nervioso por fuera. Me lo noto en una quietud interior y algo de azogue exterior que parecen contradecirse y no. Mi azogue consiste en suspirar, en decir “nadie sabe nada” a solas, y ganas de andar mucho. Cada día entiendo menos a los seres humanos, y me paso el tiempo tratando de entenderlos. Hoy no tengo curiosidad sino por hacer bien lo que Dios quiera que haga. Y no he dejado de amar –¡con qué trabajo!– a esos seres que no entiendo. (8 junio 1959)
De interés resultan también las reflexiones literarias sobre las lecturas y la actualidad poética y filosófica, también política. Dotado de una visión particular y unos gustos muy definidos, nos muestra José María Souvirón unas valoraciones que quedan ahora quizás un poco apartadas del canon estilístico en boga. De ahí también su utilidad. Se comentan algunas noticias de la política del régimen. Y no debe sorprendernos que el autor, muy implicado con el régimen, mantenga la amistad con personajes de signo marcadamente opuesto (“Amor a España. Dolor de España. ¡Cómo me duele España con frecuencia! ¡Si yo pudiera hacer una España limpia, fuerte, clara, segura” (31 diciembre 1958, 1 enero 1959). No debemos, de ninguna forma, entender los comentarios críticos como ajustes de cuentas, sino más bien de honestidad secreta, sinceridad ante la página. De todas formas, siempre estará más cómodo con Panero y Rosales, los “habituales”.
                Y, como no podía ser de otra manera, sus peripecias vitales, como su condición de abuelo (“¡Abuelo, soy abuelo! ¡Soy abuelo!”, 22 de junio 1959) o la relativa decepción con la adaptación cinematográfica de su novela Isla para dos (Por añadidura, no me gusta ya ni mi propia novela; si pudiese hoy evitar su filmación, la evitaría”, 23 junio 1959). Estados de ánimo cambiantes , humano, muy humano:
Me quejo, lloriqueo, cojo rabietas de niño chico, me siento «importante», trato de serlo más, vagueo y flaneo por algunas zonas amenas y peligrosas; y siempre, al cabo de un tiempo de estas perreras y estas divagaciones, termino convencido de lo que me interesa de verdad es dios, y que el amor que necesito cuidar es el amor de Dios. (4 de mayo 1959)

domingo, 26 de enero de 2020

We don't need no education

Este fin de semana me ha pillado sobrecargado de actividad y de emociones y se me ha pasado el tiempo de contestar a una columna en la que el autor se despachaba a gusto alrededor del Pin Parental. A su juicio la polémica es una tontería porque efectivamente se adoctrina en la escuela. Se adoctrina en valores democráticos, en respetar a los gais o a “razas diferentes”. También constata que hay ocasiones en las que las charlas han resultado sectarias, y que abundan más las relacionadas con la violencia de género “y asuntos colindantes” que terminan por provocar un “efecto rebote”. Preferiría el autor que se impartieran más contenidos de educación vial, mucho más necesarios. Al final de lo que se trata es de denunciar el adocenamiento que provoca la educación formal, el igualamiento, la homogeneidad. Es importante recordar que el sr. columnista trabaja de profesor en un instituto de secundaria público.
El sr. columnista confunde adoctrinar (que tiene que ver con inculcar las ideas de manera forzada) con educar (que tiene que ver con inculcar las ideas). Los valores, cualesquiera que sean, pueden ser enseñados de manera doctrinal o de manera informal, puede utilizarse la violencia o puede seducir al educando. Hay una educación democrática y otra autoritaria. Cualquiera con experiencia en el ramo, como alumno o como profesor, sabe distinguirlas. En las escuelas se procura no adoctrinar, lo que no quita que nos encontremos con casos y casos. En las escuelas, siguiendo el mandato de la constitución y de las leyes educativas, se transmiten valores. Y así debe ser. Tratar esta enseñanza como adoctrinamiento es un despropósito, es decir, convierte en un despropósito cualquier tipo de enseñanza.
Da la impresión de que el sr. columnista tiene un sesgo acerca de las charlas. La mayoría tiene que ver con los hábitos de vida saludable (incluida los aspectos relacionados con la sexualidad) y si se repiten los relativos a la violencia de género es porque una charla es la manera más fácil que se tiene de tratar estos tipos de temas cuando llega la advertencia desde la consejería (ahora en manos de la derecha), de la misma forma que llega un concejal cuando se acerca el día de la Constitución. A veces, si estamos tratando el tema del bulling, presencial o virtual, también es normal que salga el tema del género y el colectivo LGTBI.  La oferta educativa municipal incluye la educación vial y así van los alumnos  al parque de educación vial.  Quizás sea insuficiente, por lo que animo al sr. columnista, dada su condición de docente, a que solicite o incluso organice alguno para sus alumnos.
Que el currículum oculto de la educación sea el adocenamiento es una falacia muy querida por los defensores de Ayn Rand. El síndrome de Procusto al que hacen referencia todos los que, principalmente desde la derecha, sirve como arma para atacar a la escuela pública. Sin embargo, mucho me temo que el problema de la educación no es que quiera igualar (eso es bueno en muchos sentidos, como el sentirse que uno no es el hijo de papá que le saque las castañas del fuego, sino alguien que tiene que cumplir con lo que se requiere), el problema, repito, es que quiere seleccionar. Los buenos para ciencias, los regulares para letras, los malos para ciclos. Los que pueden pagarse las clases particulares y sobrellevar las matemáticas con los que no tienen ninguna motivación en sus casas.
Muchas veces pregunto a mis alumnos qué es lo primero que se aprende en la escuela, unos dicen que a leer, o los números. La verdad es que lo primero que se aprende es a ponerse en fila. Los teóricos del currículum oculto han puesto de manifiesto algunos de los efectos colaterales de una enseñanza unidireccional y jerarquizada. Y es evidente que se puede incidir en una educación competitiva o se pueden introducir elementos para que se estimulen hábitos más de cooperación. Pueden parecer una majadería muchas de las innovaciones pedagógicas que hemos ido sufriendo en parte por la transición postfranquista y en parte por la vorágine postmoderna. Pero también sería una temeridad obviar muchos de los avances en la enseñanza que tienen que ver con la puesta en cuestión de un modelo clásico de educación.
Hace unos días se recordaba la figura de Gianni Rodari, un maestro que acercaba no solo la lectura, también la posibilidad de estimular la imaginación y la creatividad a través de experimentos y juegos con la lengua. En todas partes se las prometen muy felices con la gamificación y con el trabajo por proyectos. Y, a pesar de que hablemos los profesionales de “estándares” de evaluación, la variación de los alumnos es muy grande y eso es un gran potencial.
No podemos, por supuesto, olvidar que hay maestros a la vieja usanza, que tienen su alumno ideal en la cabeza y quien no se ajuste, es tildado de poco interés, de conformista, o de mal estudiante. Ahora bien, no son solo maestros tradicionales de memorización, también los hay muy modernos, muy colegas, muy provocativos, que ponen en aprietos a los alumnos y las alumnas que sean por su naturaleza más tímidos o que les guste más lo académico. Tan adocenador es quien pretende que todos respondan los nombres de los ríos como quien no atiende a los que prefieren el análisis sintáctico a la redacción creativa.
Afortunadamente hay muchos maestrillos y aún más librillos. Y lo que unos no te damos, otros te lo niegan o te atiborran. La escuela como institución no consigue doblegar los gustos ni las costumbres de sus alumnos. Eso solo está en mano de influencers como Netflix o Instagram. Más homogéneos están de puertas para afuera, en la calle, con las mismas zapatillas deportivas, con las mismas sudaderas, intentando triunfar en el mundo del rap, del reguetón o del trap, o soñando con La isla de las tentaciones.

miércoles, 22 de enero de 2020

Reseña de Ana Pérez Cañamares: ‘Será ser mujer’. Planeta Clandestino #220. 6-2019



De los muchos aciertos de la poesía de Ana Pérez Cañamares está la conjunción de forma y fondo, la necesidad imperiosa de expresión y la contagiosa guerrilla en la que está inmersa: “este striptease que hago cada día / bailando alrededor de la barra / es pa cia do ra / no es más que un truco de guerrilla / para dejar sin armas ni argumentos / a quienes pretenden atacarme / esgrimiendo mis secretos” (Por qué escribo). Es capaz, como pocos poetas, de celebrar el amor sin codependencias, es capaz de practicar el combate sin perder la cualidad poética. Concibe, además, las entregas como un todo en el que las partes valen como poemas y el conjunto ofrece un mensaje claro y contundente.
                En esta preciosa plaquette de Planeta Clandestino que recoge poemas desde 2006 a 2019 asistimos a la dialéctica entre la fortaleza necesaria y percibida frente a la fragilidad y el desánimo.  La condición de mujer es tomada como punto de partida y como elemento configurador de una batalla, de la desigualdad que se perpetúa entre generaciones. Es la senda de Querida hija imperfecta  (2019), que no deja de ser otro frente más de la Economía de guerra (2015). Personalmente agradezco una poesía pueda llevar con orgullo la etiqueta de feminista.
                También agradezco, y esto es más íntimo, un inicio, Espejo que me haga recordar la canción Afterhours de The Velvet Underground: “Y ahora dejo el libro / vente al espejo / y mírame”. La fragilidad de la inusual voz de Maureen Tucker contrapesa y hace de medida para la fortaleza de la que se habla tanto en estas páginas.
                Una aventura llena de vicisitudes, en la que el yo personal –no digamos el yo poético– se debate entre la subsistencia y el camino: “La que yo era se ahogó en el mar / de las infinitas posibilidades. // No la extraño. La vida empezó / cuando aposté y perdí. // En ese momento el agua se tensa / y se convierte en camino” (Andar sobre las aguas). Porque, en el fondo, la cuestión de la identidad (“Gracias a aquello, soy esta: / la que conoce el precio de los peajes”; “Todos fuimos mayordomos / de las apariencias asesinas / de nuestro yo verdadero”) se solapa con la sororidad (Pocos saben que tengo otra hermana) que no es sólo la empatía con todas las mujeres del mundo, es la identidad colectiva.
“Hay una fila de mujeres detrás de mí
y miro la nuca de la mujer que me sucede
/…/
No estamos calladas aunque no hablemos
/…/
No somos un desfile ni una procesión
 /…/
Ahora estamos celebrando que hay
una mujer delante y otra detrás”
Ana Pérez Cañamares es poeta, y eso se plantea como más importante que su denuncia. Tal es la mirada que se posa en el pequeño universo alrededor, el de los afectos concretos (“El amor está con cómo interpreto todo: / lo mala traductora que soy”, Los errores que no están en mi vida), como en la sensación vital exterior (“Los hombres nos comprendemos / el mundo es un peligro a nuestra disposición”).
Como en el resto de Querida hija imperfecta, asume ambas voces, ella es las dos, como hija y como madre: “Mamá no estaba. Yo era la madre / la hija y la comadrona indiferente”. Es una postura esencial por cuanto ser una implica deshacerse en la otra: “Pero cada palabra hizo ansia / y ahora soy más ancha que al principio: / sé que al irme dejaré más espacio”. En cambio pretende ser el eslabón y el escudo, la rémora y el enemigo: “Bien puede una madre / pasar de defensa a atacarte / cuando intenta jugar el partido de su vida”.
La vida es sufrimiento, nos legó Buda, y como tal debemos aceptarlo: “Al principio fue el verbo y el dolor” (Fibromialgia). No solo es una situación personal concreta, es una manera de entender el mundo y nuestra relación con él: “Nuestro Señor del Eterno Cansancio. / Padre nuestro, concédeme ser lenta / en el aire que pesa como un pecado”. Sin embargo, no podemos olvidar que en el reparto estamental de las labores y los trabajos, “Resucitar resulta extenuante / cuando quien lo hace es solo una mujer / que se inventa de nuevo a sí misma / y se sube a bordo de otra vida”.
“Mujer: mapa cifrado que no me entrega en destino.
Horizonte que la crece a mi espalda.
Tanto fin de tenis, tablón suelto en palacios”
Detrás de las declaraciones de principios y las consignas de la voluntad descubrimos ahora la cualidad de eterna máscara, la necesidad de fingimiento como elemento vital, como modo de lucha, como supervivencia: “En una de mis vidas aprendí el secreto: / si eres constante al fingir la alegría / ella te guardará fidelidad.  /La llama que no la reconociste / cuando te fue a esperar a la estación”.
Es el segundo poema de esta selección el que nos deja sobrecogidos, un poema absolutamente desgarrador:
“Entonces ¿tú también me ves así? ¿Tú también me ves fuerte?
/…/
Así que tú también me ves fuerte
serás de los que te sorprendas
el día que me desplome;
insistirás en que nunca me viste
dar una señal de debilidad
o de abatimiento. Te equivocarás como todos
y no podré culparte:
toda la vida llevo apoyándote
en esta fama de fuerte.
Solo yo sé que la fama camina
sobre muletas podridas”