domingo, 29 de noviembre de 2020

Debates

Una de las cosas que me hace sentir más incómodo es entrar a discutir con gente que defiende lo mismo que yo, pero que toma, en un aspecto determinado, unos razonamientos o una postura que me parece fuera de lugar. Para discutir o dialogar hace falta tener algún punto en común y discrepar en algo importante. Cuando no se pone uno de acuerdo ni siquiera en defender los Derechos Humanos porque de repente la ONU es el Mal encarnado en el comunismo marxista globalista, entonces sí que hay que cerrar el post. En cambio, uno cree que dentro del feminismo puede, y debe existir un debate. En estos tiempos inciertos el punto de fricción está en el sujeto del feminismoa cuenta del proyecto de Ley de Igualdad del ministerio de Irene Montero. Las partidarias de una consideración amplia, que incluya a las mujeres trans y que facilite su transición sin patologías. Suelen ser denominadas queer, aunque nunca haya existido un corpus ideológico unitario para este desarrollo más activista que teórico. Por otro lado están las feministas que restringen su apoyo a las mujeres biológicamente determinadas. A estas se les suele llamar radicales feministas, o insultadas con el término TERF (Feministras Radicales Trans-Excluyentes). Desde que sigo el debate no veo juego limpio en ninguna de las dos secciones, al contrario, me parece estar inmerso en un trasunto de La vida de Brian. Con ánimo de aclararme leo a unas y a otras, incluso a varones que opinan al respecto. Y, quizás demasiado aventuradamente, participo en debates. La incomodidad viene de enfrentarme a quienes piensan, como yo, que la lucha por la igualdad de la mujer está todavía muy lejos de haberse conseguido. Y mayor incomodidad cuando los debates toman argumentos absurdos o se cierran de manera abrupta.

Aunque se cierre el debate, sí que me gustaría decir algunas cosas al hilo de lo que algunos post dicens. Lo de vulva portante o menstruante no aparece en ninguna ley, ni aparece en el supuesto corpus de la(s) teoría(s) queer, son expresiones que alguien ha utilizado y a las que se agarran algunos argumentos para desprestigiar el todo. Exactamente como hacen los señoros para desprestigiar a las feministas sacando un titular de esos de castrar a los hombres que alguno circula por ahí.

No entiendo, de verdad que no entiendo, de dónde se saca que la ley va a obligar o incitar a los niños a hormonarse u operarse cuando la “autodeterminación de género” va en sentido diametralmente opuesto. Uno va a la oficina del DNI y vuelve siendo una (o viceversa), sin operaciones ni nada. Podrá parecernos ridículo o peligroso, pero no podemos decir que incite a la hormonación. Ahí está mi principal pega.

Otro argumento falaz es decir que a partir de la ley un hombre va a poder entrar en un baño de mujeres si se disfraza. ¡Ya lo puede hacer! A nadie se le pide dni para entrar en unos servicios. (Y para colmo, Lucía Etxebarría, asociando los crímenes sexuales con esos “hombres disfrazados”, justo con el mismo tono que tantos chalados asocian homosexualidad con pederastia.)

Lo siento, pero me pierdo en el “narcisismo e individualismo”. No comprendo que eso se asocie a tantos niños y niñas cuyos genitales eran inciertos y se optó por una u otra solución quirúrgica, con toda la buena intención, pero fallaron. Que quieran recuperar lo que realmente son no me parece ni narcisista ni individualista. Me parece de justicia.

Intento entender ambas posturas y discrepo de los argumentos, algunos de los cuales sí que me parecen casposos, los digan los del autobús de Hazte Oír o los diga Lidia Falcón, por mucho que esta última tenga todos mis respetos y los primeros ninguno. Creí entender que TERF era una etiqueta descriptiva, “transexcluyente”, y posiblemente muchos y muchísimas entiendan que excluye a los trans como personas, en lugar de entenderlo como excluyentes del feminismo. Y abomino, por supuesto cualquier ataque personal y linchamiento virtual, por supuesto.

No es cuestión de viejas o nuevas, pero sí que es verdad que entre las líderes de opinión hay una brecha generacional. Pero eso no entra en los argumentos, sino en la dialéctica del “combate” político. El caso de JK Rowling me recuerda a los muchos que Soto Ivars describe en su libro. Su tesis es que las redes, con sus características de deshumanización y por el hecho de ser masivas y sin consecuencias, son propicias a linchar a gente que haga comentarios “políticamente incorrectos”. Si a una chica por tuitear un chiste racista la despiden de su trabajo, ¿debemos abominar del antirracismo? Si a JK Rowling la linchan por un comentario ligeramente transexcluyente, ¿el problema son las queer? La escritora es muy conocida y estos fenómenos tienen estas características. No lo estoy justificando, por supuesto, al contrario.

Censurar es una palabra muy seria que prefiero aplicar a sentencias como la del Chumino Insumiso. Personalmente prefiero conocer un documental (el de la BBC con testimonios a favor y en contra) y decidir yo, pero el activismo, todos los activismos se basan en la posibilidad de influir en las decisiones de políticos o cadenas de televisión. Todo ese argumentario "lobby trans" que me recuerda demasiado al recurso al "lobby gay" de quienes están en contra de cualquier avance en la igualdad del colectivo gay. No conozco al doctor Zúcker, ni sé si es prestigioso o si en el documental lo presentan así y por eso lo aceptamos. Por lo que he leído, el comité decidió estudiar el contenido del documental y no lo consideraron oportuno (que no sería mi decisión, lo repito).

Otro artículo que compartí para el debate preguntaba qué ha hecho el movimiento queer por el feminismo. Nada, decía, no ha conseguido ni mayor igualdad ni menor número de feminicidios. Pues, ¿qué quieres que te diga? Me parece un razonamiento chapucero y tergiversado. ¿Qué ha hecho el lenguaje inclusivo contra la violencia hacia la mujer? Nada, ¿debemos entonces de abandonar esa lucha? Demasiadas coincidencias con el pensamiento reaccionario como para no replantearse, no el contenido de las ideas, pero sí, al menos, los argumentos para defenderlos.

viernes, 27 de noviembre de 2020

Reseña de Montse Ordóñez: ‘Siempre es de noche en Pyongyang’. Huso Poesía. 2020

 Siempre es de noche en Pyongyang: Amazon.es: Ordóñez, Montse: Libros

“Un poeta es un extranjero de sí mismo”

(El último lazo de mi pelo)

Montse Ordóñez pertenece a ese honroso colectivo de poetas tardíos en publicar. Ha participado activamente en proyectos culturales, exposiciones, edición, talleres de narrativa y poesía. En 2018 publicó La orilla de los nadie, un canto a quienes nada tienen y nada significan. Ahora vuelve con un tono mucho más intimista. La configuración de un lugar mítico, Pyongyang, responde a la necesidad de localizar un punto desde donde apreciar la realidad y situar la utopía. Montse Ordóñez necesita esa atalaya metafórica para reconocerse en el mundo: “Todo el frío de un invierno / no cabe en un corazón / desprovisto de la ternura / del que no ve ni siente / el parpadeo de un durmiente” (El párpado de los durmientes); “Observo desde aquí / la memoria del agua / las branquias de los peces / sal y alguna orilla / tan desolada como la mía” (El mar de los adentros). Es el momento de la recapitulación, es hora de mirar desde dentro: “Estoy en ese momento de la vida / en el que alquilo el horizonte / para quedarme con el filo / y con lo poco que me den / me compraré una cuerda / enamoraré a un equilibrista / y haremos de nuestro filo / una trinchera de pan / sorbos de agua / y algo de amor” (El mar de los adentros); “A estas alturas de mi vida / más cercana a la decrepitud del medio siglo / que a la inocencia de la década / siento que estoy aún / en la ladera de las cosas” (La carestía de mi bosque); “Observo desde aquí / la memoria del agua / las branquias de los peces” (En este momento de la vida). Nel mezzo del cammin di nostra vita.

Una de las labores imperiosas de este balance emocional y vital es precisamente encontrar el equilibrio, hacer el equilibrio entre la realidad y el deseo, entre lo propio y lo ajeno, entre el peso del pasado y la inquietud del porvenir: “Sé lo que es morir muchas veces” (La tristeza de los adioses); “Regreso del exilio / más desprovista de tristeza / inhóspita y decadente / con un lenguaje sin herida / algo de sed y mucho frío” (En la noche sola). Los versos son un diálogo continuo entre la poeta y el receptor, ese alma que acompaña siempre; así como de la poeta consigo misma, oscilando en ambos sentidos del diálogo: “Me gustaría ser / el pan de tu patria / y pasar hambre // pero contigo” (La memoria de tus líneas).

Si en La orilla de los nadie el viaje tenía como referencia el mar que une y que separa, en este es el camino el eje donde se articula: “Voy asimilando / los síntomas de la madurez / como un camino incierto” (Camino); “Las sendas comunes / están repletas de siemprevivas / quemadas por el sol // Cuando inventes en ellas / la incertidumbre / las hojas de los árboles / irán en tu búsqueda // yo // seré afluente de un río / la sombra de un lunes / el sentido inverso / del origen del camino // y / todos los finales / de todos los principios” (Final y principio); “En este tiempo / he aprendido a caminar / en la precariedad de lo callado” (En la precariedad de lo callado). En ese camino incierto, Montse Ordóñez sitúa el frío, la lluvia, la intemperie: “Escribo para ahuyentar la inquietud / y aliviar el miedo / soy efímera y asustadiza como los tiempos” (Horizonte de desastre); “Entre tu peldaño y mi camino / una carencia y un miedo azul” (La memoria de lo ausente).

 “Pensamos que en el final todo termina

no nos damos cuenta

de que en la última arruga de nuestro rostro

se aloja la memoria

no de ese final

sino de todos nuestros comienzos” (A ojos de un olvido)

Entre sus márgenes se aspira a construir un refugio, porque “Lo difícil no es irse / lo difícil es permanecer” (La tristeza de los adioses). La dualidad entre lo personal y lo íntimo y la conciencia que desarrolla Montse Ordóñez de comunidad es la que hace posible esa doble cualidad del hogar. Íntimo, en el bosque, en el silencio, donde construir cabañas, donde tejer futuros, donde escribir los poemas tristes. Común, junto a los vencidos, a los olvidados, a los que son incapaces de cubrir sus necesidades más básicas, a los desterrados: “Nunca me atrevo a nombrarte / para que otros no sepan / que celebrarte / es como asistir a una fiesta / de guirnaldas y flores” (Lo callado); “Y voy tejiendo mis estampas / con dolor y paisajes / para que no se olvide” (Tejiendo mis estampas); “En estos días tan inciertos / voy revisando andamios / anaqueles y maletas” (Oración);  “Y no sentirnos así / tan deshabitados” (Tejados);  “Créeme cuando te digo / que últimamente vivo / en el borde de los ojos cerrados / asomando de vez en cuando /…/ Este no es un poema triste / ni de amor ni de esperanza / es / tan solo un lugar” (En el silencio de los lunes); “el hogar de los vencidos” (El desorden de la sombra); “Un día decidí que lo mejor / era habitarte” (Cuando todo se hace de noche); “… en el inventario de tu bosque. // Allí / Ve a buscarme” (Los márgenes de lo nuestro); “Vivo donde se apagan los milagros” (Velas en mi infancia).

La escisión público y privado se decanta en este libro hacia la intimidad, donde habita el amor: “ante el amor / un corazón no se detiene / se llena de pobreza” (A los que aman); “y ser // lo que el pan a los besos / una historia de amor” (El refugio de tu nombre); “Escribo sin reproches / tengo amor / eso todo lo salva” (La carestía de mi bosque); “Cuando todo esto pase / y seamos otros /…/ Y para entonces / si el amor se ha ido / sé pájaro en desbandada / y vuela” (Depresión); “Hay ocasiones / en las que el verbo amar / se nos cae de los labios” (Temblor). También es una intimidad de reflexión y de estado de cuentas: “Un día cualquiera / decidí hacer / un ajuste de cuentas / con mis miedos / comencé a escribir / traté de curarme / de algo que no sé qué es / pero sé que tengo” (Asusta al miedo); “No sé qué hacer con esta vida a medias” (Es el margen); “En ese doblez soy consciente / que no tengo tanta noche como los otros / pero tampoco albergo ruidos” (La claridad de tu tarde).

A pesar de la desolación y el desánimo (“Nadie muere en la víspera / uno se acostumbra al derrumbe”, El último clavo de tu cruz)  que recorren los versos, aparece una confianza indeleble, un rayo de utopía: “Hay que llevar con uno algo de esperanza” (Elogio a la esperanza); “Ojalá y un día se cruce en tu camino / alguien a quien puedas regalar escucha / tu mar y tus temblores / y tengo la dicha de decir / que un día te cruzaste en su camino” (Tu mar y tus temblores). Un reproche sí que existe, un reproche existencial ante la injusticia: “Observo en ti la indecencia de la vida” (Esa canción nuestra); “Hoy no quiero flores ni quejas / que Dios se compadezca del hombre” (No quiero flores).

Hay un emocionado recuerdo a su padre: “Para ti inventé / dos vidas nuevas a Keith Richards” (El día que me faltan) que no hace sino desplegarse, como se abren las flores hacia el Otro radical: “Hay quien llora / en la línea de lo eterno / a la espera del equilibrio del loco” (Llueve). A pesar de la intimidad en la que se ancla el poemario, no existe una elección de solipsismo, ni siquiera de silencio: “A fin de cuentas / en el silencio no se muere / uno se suicida” (Abrir los ojos); “Prolongo el silencio / nombro las cosas / te describo // En ese irse tuyo / yo me lleno” (La quietud de las libélulas); “En lo callado de lo quieto me detengo / entre el polvo del último derrumbe / en la última sílaba de tu nombre” (En lo callado de lo quieto). La palabra, como tantas veces, es el asidero frente a la tormenta: “Ella recuerda que un día fue tiempo y palabra / y ahora / solo le queda el mar / como una memoria callada” (Lumbre y mar).

 “Aquí sobrevivo a mis tormentos

sintiendo el rechinar de tus tristezas

/…/

busco en ella un nombre

 

el tuyo

y una suerte

la tuya

/…/

El cielo se cubrirá de noche

y yo seguiré muriendo” (Siempre es de noche en Pyongyang)

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Reseña de Antonio Soriano Santa Cruz: ‘Nuevas especies de óxido’. Boria. 2020

Nuevas especies de óxido - Boria Ediciones 

Abrimos este volumen, primer poemario de Antonio Soriano Cruz, musicólogo alicantino. Las referencias entre las distintas artes van a estar aseguradas, musicales y teatrales para dar coherencia a un intento casi nihilista de “desmitificación del culturalismo”, cercano a Berta García Faet, en el que, sin embargo, cabe la esperanza: “Vivir y darse cuenta de que ninguna herida está cerrada” (Prólogo). Dividido en tres secciones, La herrumbre, Lo que vive y La huida se corresponde con un estado de la cuestión, un balance contable del yo y las circunstancias, para evaluar el presente y anunciar la única solución posible, la huida.

La tentación de echar mano de la faceta de musicólogo para describir la poesía de Antonio Soriano es grande, especialmente porque no se esconden las referencias y son más que una alegoría, podríamos decir que articulan el discurso. En la primera parte, asistimos a la lectura del parte de daños: “Quisimos ser la razón del sol / y nos dieron la sombra. / Y en la sombra bailamos con la luna / y el olvido era un nombre / y nada más” (La herrumbre: la raza). No es una queja metafísica o general, a veces se posa a ras de suelo, a la concreción más absoluta: “El Levante nos vendió a Europa / el propio viento nos traiciona / y la humedad aquí no es agua / sólo sol / sol y sombra naranja /…/ Oh, el mar justo y bueno. / único premio de esta tierra. / única vida que no llora” (La herrumbre: Alicante o cómo aprender a amar el vodka con tónica mientras decidían volvernos decididamente apátridas).

Poemas letanías mezclando lo prosaico con lo provocador, dirty realism entreverado de alta cultura: “Media hora son treinta minutos muertos / que dan para paja y poema. / En ese orden / El poema de la paja ha de ser como este: un fútil intento estéril de autosatisfacción” (La herrumbre: lo mío o Treinta minutos de microcosmos).

“Más allá de la herrumbre

hay polvo

hay sombra

hay vida” (Más allá de la herrumbre)

Lo que vive. Periscopio es el título de la segunda parte, donde la primera persona se vuelve más introspectiva: “Un erial. / Un erial soy / hecho trizas / hecho polvo por tu aire / hecho arena / por la que tú caminas imposible” (Lo que viene: mi nada y el mar). Predomina el sentimiento de perplejidad en muchos poemas: “No entiendo nada / no  me desenmaraño” [Lo que viene: non sense (algún idiota dijo una vez que la música era algo asemántico)]; de intuición de que una sombra negra se acerca y amenaza: “Rápido. / No vaya a ser que el cielo se tiña de negro / y llegue la noche / sin crepúsculo que avise” (Lo que viene: lo que parece venir. Periscopio). Recurrir a la escritura como identidad a la vez que aleja de la vida, una perversión en la mirada del loco: “Acomódate y mira el recogimiento de la ira / del pecado /…/ Mi respuesta a todos tus problemas es circense /…/ tú tuviste un loco que no hacía sombreros / pero que escribía cosas como esta / pero que nunca debió escribir / nada como esto o aquello” (Lo que viene: Pierrot). Bien se hable a sí mismo o al interlocutor cómplice, el dolor se manifiesta de manera profunda: “La perspectiva / la inflexión y reflexión de tu yo insoportable / sabe de esto. / Lo que viene es sin duda / lo que se va” (Perspectiva e impulso). Un suspiro de envidia irónica: “Quién fuera un maricón de cabaret / en el Berlín de los treinta” (Intermedio: Berlín, 1933).

Por último, La huida. Quieto juega con la paradoja y el dolor: “He llorado ríos enteros / porque he querido perderte y ahora todo está muerto en todo este lugar” (La huida: el príncipe); “Si a la muerte de un gigante infantizado / asesinado por mil bocas y mordiscos” (La huida: mil dracos). Recurre al ambiente ritual, del sacrificio hable del espíritu o de la carne: “Soy demasiado joven para no vender / mis ojos, leyendo, / demasiado joven para no ofrecer mi cuerpo a todo / y a todos” (La huida: 25 años). La presencia de la muerte sustituye al yo, al que complementa:  “Carta a un amigo: / la muerte es un aro, que eclipsa por detrás / este sol de verano /…/ De verdad que a veces no sé si ponerme a tocar / o ponerme a escribir. / De verdad que a veces no sé qué parte de mí mismo / estoy matando” (La huida: Valores e intensidades); “Soy el candor / y la vida y la muerte de mi tierra / y el grueso de todos los animales muertos de madera” (La huida: la tierra).

La huida y el refugio toman otras voces: “Espiral. / Maricones que son Ícaros acercándose / demasiado al sol. / trans que son penitentes / en los acantilados de Arquerontes” (La huida: prueba del VIH); “Aprendió a sobrevivir a base de viejas historias / y huesos de melocotón /…/ Aprendió de los pulpos / a abrazar con ocho brazos /…/ De Chopin aprendió la alegría / de lo triste. / De Monteverdi y Galoppi lo aprendió todo muy rápido” (La huida: sendas). La vida se convierte en huida: “Para siempre ya esto es nada / y ya solo caminar tiene sentido” (La huida: senda); que no solo está formada de pasos, la hida es también emocional, huida de lo racional, huida de lo espiritual y de lo terrenal, de lo que se teme y de lo que se ama.

“Yo ya os he mirado como solo el hombre mira a Dios.

Yo ya os he tenido en mis manos

Porque sé que digo Adiós a lo que amo,

con todas las letras, idiomas, sonidos.

Ahora sin cobardía

sin bromas

sin falta.

Me voy.

Me he ido.

Yo soy el loco

que ama todo lo que nadie tiene

y decide perderlo

/…/

Yo soy aquel que puede aquí

ser feliz por siempre.

Y tal vez

solo tal vez

por eso huyo” (La huida: el loco)

domingo, 22 de noviembre de 2020

¿Es realmente bueno que haya artistas claramente de derechas?

Para empezar, más que bueno o malo, es inevitable. Y sano que haya artistas de cualquier color político.

La idea viene un poco de lo que John Covach denomina la estética hippie (the Hippie Aesthetic), es decir, la obligación de que la música ofrezca algo más que música. En los inicios, el rock and roll era solo música para bailar, sin mayores pretensiones, ni artísticas (roll over Beethoven)  ni éticas o del compromiso. A partir de los hippies y de cantantes-compositores como Dylan, se consideró, no solo que fuera un plus que el artista tomara partido por causas justas, sino casi una obligación el compromiso. Los Beatles nos acostumbraron a ofrecer siempre algo más en cada nuevo elepé. Artística y políticamente la música fue algo más que música. De hecho, cada estilo que se ha apartado voluntariamente de esta premisa ha estado marginado en la crítica establecida, como la música disco en los 70 o el reguetón en la actualidad. Public Enemy aspiraban a ser la CNN para los negros.

Cuando Russian Red se declara de derechas, o Taburete no esconden su procedencia familiar, o Sherpa se desmarca con unas declaraciones criticando la gestión del gobierno socialista de la pandemia, o Pitingo hacen declaraciones de corte conservador les llueven las críticas. Pero no más que cuando muchísimos artistas reniegan del compromiso y defienden que el arte debe ser solo arte y que la política casa mal con la creación musical. Cuando grupos comprometidos de izquierda sufren las críticas, las sufren de veras, incluso con denuncias y juicios de por medio, como en el caso de algún rapero o de Reincidentes. ¿Necesitamos recordar el caso de Willy Toledo? Manu Chao sufrió cancelaciones de su gira con Fermín Muguruza por el pasado de este en Kortatu, muy cercano a las posiciones de ETA (como la canción Sarri, sarri). Pero ni en este caso ni en los de las campañas contra Luis Pastor, no se mencionó para nada la llamada “cultura de la cancelación”.

Se da por sentado, no sé realmente por qué, que el mundo del artisteo, en especial los músicos y los actores, son progres y, directamente, ya merecen la condena. Además, se les considera con una especie de hegemonía cultural. Algo realmente asombroso, sobre todo teniendo en cuenta que están sujetos a las leyes del mercado y el mercado no suele ser progre. Alaska y Nacho Canut realizan declaraciones culpando a los desahuciados de haber vivido por encima de sus posibilidades. Y se les critica. ¿Por qué no se les habría de criticar? Víctor Manuel y Ana Belén han sido criticados muchas veces por llevar un estilo de vida acomodado, supuestamente incoherente con los valores que dicen defender. Lo único que se me ocurre es situar este tópico durante las campañas electorales de los primeros 80, con los mítines fiesta, donde el caché de los artistas pudo subir holgadamente gracias a las contrataciones de partidos políticos y concejalías de fiestas. Y como en aquellos entonces el PSOE arrasó en las urnas...

No creo que sea ahora el mismo panorama. Esta podría ser una reflexión del tipo “y tú más”, pero pretende ser algo más. No solo es la acostumbrada llamada de atención sobre la indignación diferencial, esa que afecta a sujetos por los que tenemos simpatía e ignora los demás casos, por mucho más graves que sean. La exigencia para ser coherentes se suele aplicar a los llamados progres, y muy poco a quienes se declaran conservadores. Un poco como si ser conservador, lo que antes se llamaba pequeño-burgués, fuera la condición de fábrica, el espíritu por defecto de los seres humanos y no se necesitara hacer nada para ser fieles a esta ideología. Estaría divertido exigir a los que defienden la religión católica en los colegios, que fueran a misa y cumplieran con los mandamientos, que no usaran preservativos y no maldijeran. Divertido pero estéril.

Me crie en una época de cambios, en plena transición empecé a tomar conciencia tanto musical como política. Mucho ha cambiado desde entonces, ya no escucho Quilapayún ni me parecen tan sensatas algunas de las ideas de adolescente. En ese caso, me he radicalizado bastante. A lo largo de los ochenta, y sobre todo, a medida que nos acercamos al cambio de siglo, la ideología dejó de estar de moda y lo cool era ser desinhibido pero apartar la política. Como sabemos, esa es la quintaesencia de la movida, especialmente del relato que se construyó entonces y se repite ahora como un mantra. Se salía de una España gris y se abría el país a los colores. Quien no esté colocado, que se coloque, coreaba feliz el querido profesor-alcalde. Quejarse de las condiciones políticas o sociales no estaba de moda, aunque movimientos como el llamado Rock Radical Vasco tuvieran un nihilismo crítico con muchísimos seguidores. Aquellos que se atrevían a meter algo de contenido crítico o social eran tachados de plastas: “si alguien no lo puede evitar, vuelve la canción protesta”, cantaban con mucha sorna Los planetas.

A pesar de todo daba la impresión de que por definición los jóvenes eran progresistas, más que a favor de algo, estaban en contra de imposiciones. El fenómeno no es específico de España, la revolución conservadora arrasó en Inglaterra y el neoliberalismo se ha instalado como el nuevo paradigma, conjugando como un equilibrista, defender posturas mainstream en cuanto a economía con respuestas estrafalarias en sus comportamientos. El caso de Alaska, escribiendo en el Abc, es muy significativo. Una artista que ha mutado y ha defendido muchísimas actitudes rebeldes ahora se muestra amante de lo kitsch y de la cultura de masas en un sentido netamente conservador. Por llevar la contraria a los que llevaban la contraria se ha vuelto convencional. Sigue sin afinar cuando canta y sin terminar la carrera de historia, pero se ha convertido en un icono de lo que es un artista instalado en lo convencional.

No es, no debe ser, ajena a las críticas. En la medida en que un cantante es preguntado por cuestiones de actualidad y se moja políticamente está expuesto a simpatías y a descalificaciones. No termino de entender por qué debe interesar la posición política de Joaquín Sabina o lo que opine Sherpa sobre la gestión de la pandemia. Hacerlos líderes de opinión es una temeridad que beneficia a los medios de comunicación que los sacan en portada, y, a veces, también les beneficia en sus carreras. Quizás por eso se prestan a un juego peligroso en el que los medios buscarán la respuesta chocante, el titular polémico aun a costa de tergiversar las palabras literales. Javier Álvarez o Ismael Serrano se mojan y son criticados y denostados; que le pase a Pitingo es la otra cara de la moneda. Si te preguntas a por qué hay tanto rechazo a este último, pregúntate también por qué no se aprecia musicalmente a los primeros. Cuando alguien es progresista, advertir de los peligros de un discurso de derechas es más que una cuestión de gustos, no hablamos de equipos de fútbol, es una cuestión de triunfo de unas políticas frente a otras, de un modelo de sociedad más justo o no. Evidentemente, para el caso contrario sucede lo mismo. Critiquemos pues, y yo el primero, por la senda constitucional.

viernes, 20 de noviembre de 2020

Reseña de Lorena torial Liliputienses. Col. Proscrita. 2020


Lorena Huitrón nació en Veracurz (1982) y ya lleva publicados Parábola del desconocido (2012), Erigir una fortaleza (2013), Una violencia sencilla (2017), Wintu (1ª edición digital, 2017), El oficio de escarabajo (2019). Hay que agradecer a Liliputienses que ponga a disposición del público español toda esta amplia gama de poesía iberoamericana. Las lenguas Wintu son un conjunto de lenguas del Valle de Sacramento, en el norte de California, que corren peligro de desaparecer: “Madre, en el Wintu no hay plural, ni singular /…/ Al Wintu no le inquieta lo deshecho, las palabras mal formadas. /Es la naturaleza quien decide / el curso de las cosas. / Nada es suyo” (Winto).

Sin embargo, más allá de la referencia concreta a un conjunto de lenguas concretas, Lorena Hitrón lanza una carga de profundidad sobre las imposibilidades del lenguaje como comunicación y la necesidad de refugiarse en él: “¿Y tus palabras, mujer, cómo te defiendes?”. El escenario de este pequeño volumen es el de la defensa, la violencia soterrada, lo espinoso de la supervivencia: “Nos devoramos mutuamente, por el insomnio, por la impotencia”; “El cuerpo es una agresión cíclica, perpetua, la vulnerabilidad que quiere una armadura”.

Se suele utilizar la expresión lengua materna para designar la lengua aprendida en la infancia. No es de extrañar que la autora recurra a la figura de la madre como un tótem, una representación originaria de la comunidad y de su perpetuación: “Las madres sueñan / con baños sucios / y cadáveres de amigos conocidos, / sueñan con fiestas, supermercados, / sueñan que bailan / con su sombra, / abriendo el pecho y descalzas, / en algún pueblo africano”; “Las madres recogen / las ilusiones de sus sueños, / se traban la idea de libertad / antes de que sus hijos despierten. / Sienten su cabeza amarrada a un ladrillo”; “La madre se imagina toda la vida a orillas del mar, añorando embarcaciones en las que ya no podrá participar. Llora lo perdido en la costa, aquella juventud antes de odiarse a sí misma, antes de aplacar llantos, berrinches, atender reflujos, fiebres y diarreas mientras las palomas llegan al parque cuando les da la gana” (La erosión de las costas). Además de la figura de la madre, un tanto como arquetipo, hay una vindicación de la mujer como sujeto y objeto: “Es frágil la idea de esas mujeres atacadas por el asma del corazón de papel maché mientras ellos duermen apacibles”; “Una mujer no es el silencio que corre como balón de paja es un western”.

Dentro de esta relación se esconden peligros que resultan cercanos (“Hay algo de ira en el matrimonio, / como ese miedo al arácnido”) por encima de las referencias más exóticas –en sentido que podría darle Levi-Strauss–: “Hice el canje de maternidad / por chamanismo, / de la confianza de curar, / por ver todo desde arriba, / de la resurrección por la guerra” (Totem). Uno de los valores más interesantes de Lorena Huitrón en Wintu es su entretejido de referencias culturales, su recurso al latín como lengua y como poética (Ovidio, Catulo) para hablar de temas universales, en especial, el amor: “El amor ofrece un lugar” (Vallisneria); “Las flores son más inteligentes / al encuentro con sus amantes, / su agonía más dócil y concentrada. / Uno u otro morirá / y no lo ignoran” (Thalaco gaudent); “Amor es inseguridad (…) La amabilidad sostiene al amor, mis palabras llevan con dulzura un cadáver rumbo a un glaciar” (Iam docui sílices verba benigna loqui); “Su boca fue un carcaj que ella creyó vaciar, tragó sus flechas, hizo de las nupcias funerales” [Hotel Ovidio (aniversario de bodas)]. Y, de la misma forma que se recrea en esa tradición, se vuelca en metáforas contemporáneas, “Los amantes son ondas de luz en el espacio” [Hotel Thomas Young (lo que llega entre una jota)].

La segunda parte del poemario responde al título de Efemérides Domésticas y están numeradas: “Efemérides doméstica uno: la soledad de la casa con ropa sucia que sobresale del cesto”. Entre estas efemérides cotidianas se cuelan cucarachas, grietas, manchas de humedad…: “He visto muchas veces a libélulas, avispas y mariposas dejarse engañar por los ventanales (…) Quien no las ayuda seguramente las encontrará al día siguiente justo en la misma zona pero muertas, con el cuerpo ladeado y las alas abiertas”. Y también se habla del compromiso, siendo lo doméstico, por antonomasia el lugar reservado a la mujer. La posición de articulación poética es de resistencia a la uniformidad: “Es intolerable el plural sociativo, el “falso nosotros”. Excusa omisiones (…) y así un largo etcétera de una inclusión forzada, una falsa complicidad, la hipocresía” (Efeméride doméstica seis). Y, si por un lado, es necesario cierto estoicismo –los gatos son los mejores filósofos estoicos– (“Me gustaría tratarlo mal, volverme un gato. Me gustaría que el gato estuviera de mi lado cuando él se burla de mí por decir, “ver palabras”. Las palabras no se ven, afirma”, Efeméride doméstica ocho); se hace imprescindible recurrir al programa que inicia Virginia Woolf y saber sobrevolar las convenciones, por muy establecidas –o ridículas– que puedan estar: “Salvo Virginia Woolf, / las escritoras que admiro tuvieron y tienen gatos /…/ Tengo amigas adorables pero intranquilas, / tranquilas pero inseguras, / adorables e impacientes. // Conozco a escritores deleznables con gato / y no poseen ninguna de esas tres características” (Efeméride doméstica nueve).

Un pequeño gran homenaje a la lengua como armazón de la habitabilidad de las burbujas humanas.

 

 

martes, 17 de noviembre de 2020

Reseña de Antonio Rivero Taravillo: ‘La orfandad de Orfeo’. Thémate. Apeadero de aforistas. 2020

LA ORFANDAD DE ORFEO | ANTONIO RIVERO TARAVILLO | Comprar libro  9788412193633

La figura de Antonio Rivero Taravillo es de sobra conocida y abarca muchísimos aspectos de la labor literaria, poeta, traductor, editor, diarista, biógrafo… también aforista. Ya había publicado Vilanos por el aire (La isla de Siltolá, 2017), Especulaciones ciegas (Fundación Rafael Pérez Estrada, 2017)  y Vida en común (Libros al Albur, 2018). Este La orfandad de Orfeo es una colección de aforismos más completa y más atinada. La organización del libro es temática, comenzando por la literatura y la poesía. Incluyen reflexiones críticas (“Todos los poemas son testimoniales. Pero no de las vivencias de su autor, sino de su destreza con las palabras”; “En la traducción de un poema, tan importante es cómo suene este pensamiento como lo que signifique para el oído”), analogías pertinentes (“Problema triple y de mala solución: el poeta es un corredor de fondo, el poema es un sprint y la poesía no es nunca una meta sino una salida”) y sentido del humor (“Nunca coloques los libros en dos filas en los estantes: apartados de la vista, los del fondo se reproducirán como sabandijas y te echarán de casa”; “Lo culterano comienza muy bien, pero termina feo”; “Hagiográfico: blasfemia contra la realidad”; “Está bien que la poesía sea una terapia para uno mismo, pero no tiene por qué ser una tortura para los demás”). Como no puede ser de otra forma, hay mucho de sensibilidad personal en los aforismos: “Orfandad viene de Orfeo: todo el que canta es huérfano”; “Cuando el mundo es incoherente, caótico, inconexo, quienes escriben tienen tarea para la gran herida la tirita de la concordancia”, o “Prestar más atención a lo escrito por otros que a lo de uno mismo ya es, en sí mismo, una poética”.

El compromiso del poeta con la Vida ocupa hermosos aforismos en la segunda parte (“La lluvia, lengua puente entre el idioma del cielo y el de la tierra”) y, sobre todo, gestos de posicionamiento crítico: “¿Os acordáis de cuando Sevilla existía? No, no el parque temático, la ciudad”; “Todas las ciudades son Troya. Caballos, los coches de alquiler, los autocares, los aviones, los trenes.”; “Guerra a los centros comerciales. Contienda”; “Siempre jacobita, nunca jacobino”; “Soy agnóstico, no creo en ningún milagro posterior al siglo XII (y esto por razones estéticas). Pero mucho menos creo en la nueva fe que hace arrojar patrañas e insidias sobre los santos. En esto soy ateo”; “No nos entendemos mejor cuando todos hablemos un perfecto inglés, sino cuando muchas chapurreemos lenguas minoritarias. Son preferibles todos los errores de lo segundo al horror de lo primero”.

Rivero Taravillo emprende una descripción íntima de sí mismo llena de poesía:

“¿Cómo va a nevar, si no estamos en el Retiro, mis padres no me han llevado a Madrid y no tengo seis años?”

A través de los aforismos se perfila la personalidad del escritor: “Siempre procastinando, pospongo y pospongo el momento de no hacer nada”;  “Cuando alguien pone distancia ante ti, es que ya estaba lejos”; “Unos ven los errores ajenos con lupa; yo, con espejo”; “Para llevar la contraria, cuando tantos piensan igual, yo pienso lo mismo”; “Para ser completo, no ser exhaustivo. La exhaustividad tiene sus rendijas”. Compruebo con satisfacción los guiños machadianos: “No, no creo que solo exista el presente. Al contrario. Ayer fue la víspera de mañana”, o mejor, mairenistas: “En general, todo es una excepción”.

Los aforismos sobre aforismos son siempre muy agradecidos y permiten desarrollar el ingenio y los juegos de palabras a la par que la teoría literaria –y filosófica–: “El aforismo siempre dice verdad, aunque mienta”; “Se llaman aforismos porque nos hacen salir fuera de nuestro pensamiento”; “No escribe aforismos quien puede, sino quien poda”; “Aún de las malas personas se puede aprovechar, como de los cerdos todo, un buen aforismo”.

Por último, Colección de ángeles, pertenece al género que Pérez Estrada conocía bien. Combina en estos mucho de onírico, de lirismo y de ironía: “Un ángel fue el agente judicial del primer desahucio”; “¿Sueñan los ángeles con ser hombres, como un barco a la deriva sueña con un ancla?”; “Hay demonios okupas que ocupan enseguida el espacio que ha desalojado al marcharse un ángel. Existió un tratado, hoy perdido, de Arquímides al respecto”; “En las vidrieras, los ángeles siempre usan lentillas”.

“Llamamos angelical al ser que más podría destruirnos”

La orfandad de Orfeo supone un paso más en la lucidez y depuración que Rivero Taravillo experimenta como poeta.

 

domingo, 15 de noviembre de 2020

Contradicciones

A cuenta de un artículo del prestigioso Enrique García Maíquez me puse a cuestionarme por qué cierta derecha está tan contenta con Trump y ha suspirado por su triunfo –y hecho el ridículo a medida que cambiaban los resultados. La ideología de articulistas y comentaristas como García Maíquez es muy conservadora, a veces se nota que el Concilio Vaticano II les parece una herejía a la que no hay que acercarse. Sin embargo, por lo que respecta a los valores económicos son ultraliberales, defensores a ultranza de la empresa privada. Siempre he visto una contradicción entre lo del ojo de la aguja y el liberalismo, pero, ¿quién sabe? También defienden la pena de muerte a pesar de la prohibición expresa de matar de uno de los mandamientos.

Me sorprende también la consideración que han ido dando todos estos derechistas de Trump como alguien antisistema. Es cierto que sus modales son poco convencionales para un político que aspira a la reelección, pero es quizás el ejemplo más claro de la ideología dominante. La ideología dominante, en todo caso, tiene que ver con el individualismo, con la codicia y el desprecio al diferente, poca caridad y mucha xenofobia. El mundo es machista e insolidario, apenas si el ecologismo es poco más que un eslogan. Las grandes cadenas de contenidos, cine, televisión, series… transmiten esos valores sexistas, clasistas y reaccionarios. No todos, por supuesto, hay muchos que pensamos que otro mundo es posible. Por propia definición, creemos que este mundo tiene unos valores que son nocivos. Trump representa esos valores nocivos, no alcanzo a comprender como un católico de bien puede simpatizar con el desprecio al diferente si ha leído sobre la actitud de Jesús ante la samaritana.

Los valores que Trump representan son los de la codicia sin límites, los de la mentira intencionada y el maquiavelismo más anticristiano. Engaños, despidos, desprecio hacia los contrincantes. Y, es lógico, pertenecen a la élite. Me sigue pareciendo sorprendente que alguien pueda pensar que está fuera de la élite. Es el ejemplo paradigmático, empresario despiadado, divorciado, con una mujer florero a la que se le ocurre dejar en entredicho. Es verdad que está en contra del multiculturalismo, pero ofrece una seguridad insensata. Los suyos son los únicos. Y no nos engañemos, nosotros, ninguno de los que vivimos en este país, somos los suyos. Y lo ha demostrado con sus palabras y su política económica que tanto ha perjudicado a las exportaciones españolas.

Donald Trump representa el relativismo de la verdad, que maneja a su antojo. Es el ejemplo más claro de relativismo que defendía Foucault y Nietzsche: la verdad es lo que dice el vencedor. Oculta su identidad de familia de inmigrantes, su mujer no es norteamericana, la tradición se la inventa y, desde luego, no se corresponde con la española. Ha demostrado que le importa poco occidente cuando ha intentado pactar con cualquier gobierno excomunista para espiar a sus rivales.

No comprendo cómo puede salvar occidente cuando lo único que le parece defender es su propia supervivencia y sus intereses económicos. No comprendo que se pueda defender a un capitalista desalmado desde un catolicismo tan conservador. El Concilio Vaticano II y su ecumenismo parece un error porque implica aceptar una herejía, pero anteriormente a esos nuevos cambios, la Santa Madre Iglesia insistía en que el liberalismo era pecado. Parece que los valores firmes dependen del momento y de los intereses.

Sorprende todavía más cuando el cristianismo se viste con la bandera patria (aunque tengo entendido que “católico” significa “universal”).  Me cuesta mucho comprender la postura de quienes defienden tanto España, esa EsPaña con “p” mayúscula, y simpatizan con quien ha subido los aranceles a muchísimos productos patrios.

No seré yo quien tire la primera piedra, tan lleno como estoy de contradicciones. Pero lo cierto es que me quema ya mucho que se señalen las incoherencias de unos y se comulguen con ruedas de molino –¡qué expresión tan adecuada para la ocasión– los otros . Quizás va siendo hora de señalar con el dedo a quienes no van a misa y se dicen católicos, y también usan preservativos o no practican la caridad. También hacer notar a todos los liberales que viven de las ayudas públicas, a todos los defensores de la empresa privada que no han montado jamás una. A todos los que se les llena la boca hablando de la cultura del esfuerzo y han heredado la posición de papá y el gusto por la moda de mamá.

Y ya se sabe, ojo por ojo… todos tuertos.