martes, 23 de abril de 2024

Reseña de Antonio Cruz Romero: ‘Flores enfermas’. Libros del aire. 2023

FLORES ENFERMAS


En Atonaal tuvimos un adelanto de Flores enfermas, bajo el título de Solo los amantes sobreviven, ambas entregas bajo títulos del cineasta Jim Jarmush. En el universo personal de Antonio Cruz caben citas de Baudelaire, D.W. Griffith, Radio Futura y El último de la fila, y sobre todo, la influencia de los poetas daneses. La novedad relativa está en el protagonismo de los poemas de amor.

En la primera parte, Cartografía fúnebre, es donde está más presente esta influencia neerlandesa, heredera de El funeral solitario, ese peculiar rito que protagonizaban el añorado Menno Wigman o Startik. La manera en la que Antonio Cruz concibe la elegía tiene que ver más con la obsesión hacia la ausencia, la pérdida, por ejemplo, de la infancia: “Mi infancia fue el rumor de una caracola; / mi infancia: contemplar un ojo de cristal” (La infancia es un rumor). O de la manera en la que se pierden los recuerdos: “Ahora, que el lenguaje está mal doblado; / ahora, que el camino que unía también aleja; / ahora, en este trayecto de vida y vuelta, / ahora que el desánimo ha anegado el amor / y el fracaso es incuestionable: semihundido / el pecio del barco sobre la deriva del olvido” (Ulises [Ahora que])… En estos poemas encontramos monólogos dramáticos, paisaje con figuras que nos acercan a la traición de la vida: “Y así la norma nos violenta nuevamente y sin recuerdo, / con nocturnidad y alevosía, pero colmada de realidad, y hasta de deseo” (Nocturno). Nos acercan a los ausentes, como en el poema El mes para enterrar a los muertos o los emocionantes versos que dedica a La tumba de Wigman: “Yo quiero venir aquí solo para emborracharnos juntos /…/ Aquí vivo ahora, pero no soy feliz, porque para serlo / necesito embriagarme del júbilo visible de la eternidad”.

El poeta va desgranando pequeños paisajes líricos (Jan Sweelinck toca canciones de amor) y se obstina en mostrarnos que todo puede ser indicio, símbolo o alegoría, los pájaros…: Mosquitero; El pájaro del cementerio de Zorgvlied): “Lo sé: nunca volveré a ver un ser tan hermoso con alas”. A veces, todo es un gigantesco memento mori, como Funeral: “El domingo el día más triste que existe”. Y más aún, una soledad más completa tras la tumba: “… hasta que el reloj de la iglesia / ha hecho añicos el sublime momento, con la advertencia de que ya no recibes visitas los muertos de su cementerio” (Buiksloterdijk). Se canta la pérdida hasta de la razón: “salvo algún loco poeta que aquí acude a buscar sentido a la existencia” (El cementerio de Buiksloot). Y se transmite una sensación de desamparo y tristeza: “Difícilmente podía haber tenido con mis huesos / en otra triste habitación que no fuera esta en la que escribo” (Fatum).

Con el título prestado de La canción de Juan Perro, Negra flor sirve de bisagra, casi de anticipo al cambio de registro de la segunda parte del poemario: “que yo permitiré que me beses como sólo tú has podido besarme /…/ He buscado flores y todas eran artificiales, de morgues y camposantos; / al fin noche, sobre un nicho encontré una negra flor, encerrada en un ataúd”.

Solo los amantes sobreviven recoge los poemas ya publicados en Atonaal, que se acompañan de otros que dejan intuir una felicidad que se infiltra entre los cuerpos sin dejar el romanticismo que sin duda contienen los cementerios y el recuerdo de la muerte: “Te fuiste a la cama y pasé con el coche junto al cementerio y los cipreses / me hicieron recordar a Ava Gadner en La condesa descalza / e imaginé que cuando te volviese a ver te diría que esperaba que este no fuera el fin del mundo, que ahora no nos lo merecíamos” (La condesa descalza).

En la poesía de Antonio Cruz, y en estos poemas de manera más clara, se crea una atmósfera contemplativa: “No entiendo cómo puedo amarte así y seguir estando cuerdo” (Cuerda oscura); “siempre fuimos los únicos seres de nuestra creación /…/ acaso no existes, quizás te he inventado yo” (Ostracismo). En ocasiones podríamos decir que tiende a crear películas que, más allá del argumento narrativo de la anécdota, invitan a la reflexión y a la contemplación (“Debéis estar recluido en un psiquiátrico con vistas al mar”, La creación). Son escenas  pausadas y llenas de momentos que transmiten el silencio para sumergirse en una burbuja: “porque somos dos modernos vintage y dos absurdos románticos / fuera de la belleza absoluta y la perfección que eres tú, e imposible sobrevivir” (Nosferatu una noche de primavera); “pues hay ocasiones que ni aquí parece que existan los milagros, / y ni que tan siquiera Dios haya sido alguna vez español” (Las botas blancas). Sin duda, poemas del romanticismo más intenso. Recordemos que los amantes de Jarmush son esencialmente vampiros.

Paralelamente, podríamos decir que son pocos elementos en cada poema, no llega a ser minimalismo, pero sí que le gusta jugar con momentos concretos, sin divagaciones, apuntes escuetos del paisaje, del momento, de las descripciones, dejando en elipsis parte de lo que se intenta transmitir: “pues asumo con resignación que solo puedo explicarte teológicamente” (Epifanía); “solo la belleza puede abrir lo que permanece cerrado eternamente, / y con tu ojo negro y una simple mirada me descifraste” (Teológicamente).En esta segunda parte, más que la soledad que poblaba poemarios anteriores, surge la complejidad de las relaciones, las inseguridades y el gozo: “cuando hago que Amsterdam te admire sin ropa” (Déjà vu… tú).

Antonio Cruz tiene un estilo distintivo –incluso visual, como vemos en sus publicaciones en Ravenswood Books–, con composiciones cuidadosamente elaboradas, uso muy creativo de las imágenes y la creación de unas atmósferas que tanto deben al clima neerlandés: “hasta que la débil luz del día primo / nos convierta en dos espectros enfermizos” (La balada de la sirena y el marinero); “traduciendo la inscripción ausente de esta lápida imagina: “no hay nada más bello que lo que te excede de salvaje, / nada más fino que el coral de tu piel, con el que yo trafico en sueños” (Coral). El poeta nos ofrece un libro intimista que explora la condición humana, el paso del tiempo, las ausencias, la búsqueda de significado, y, afortunadamente la conexión afectiva: “Este amor es como la parte emergida de un iceberg” (Ley de la gravedad); “imaginado otros mundos y desconociendo entonces / que yo vendría un siglo después a la saeta / del murmullo que dejó olvidado tu pasado” (Estatua de piedra). Gozamos de esa mezcla de poesía y música, de referencias cinematográficas y artísticas diversas, aunque sea Jim Jarmush el privilegiado en esta ocasión.

 

domingo, 21 de abril de 2024

Reseña de Marina Centeno:’Trans/versal”. 2024

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La mexicana Marina Centeno tiene a bien invitarnos de nuevo al poema tras una intensa búsqueda en artes visuales, dibujo y pintura. La misma sensualidad que hace gala en sus dibujos se encuentra entre los versos. Y la misma exigencia formal. Trans/versal está compuesto en octava reales de endecasílabos blancos. La forma siempre es un desafío en la poesía de Marina Centeno, como ha demostrado en sus poemarios basados en las décimas.

Trans/versal insiste de manera contundente en uno de los motivos más interesantes de la poesía de la poeta de Yukatán, y es el deseo, entendido quizás como un reverso entre el Eros y el Thanatos. Si, como dice, “La muerte la tuve a los caprichos”, aprovecha el arte como manera de encarar ese destino: “Sin embargo en el veneno cabe la prudencia y elevamos el dolor hacia la introspectiva con el afán de salir ilesos del poema”. En un momento se define: “Late en mí una mujer prudente / laberinto/sexual y afectiva / que surge desde el término desuso / para la melancolía de sus formas”. Y en esa tesitura aparecen referencias más directamente sexuales: “se hunde en el canal de sus dos piernas / a masturbar recuerdos impolutos”;  “Lo frágil del coito que se atora en los tópicos ilustres. Sin embargo fracasa perezoso con la estrofa del miedo en su forma di/versa” (Querido amor no tan mío).

No es este, sin embargo, un poemario erótico, sino de profundidad en los deseos más enterrados en las entrañas, que pueden ser el sufrimiento o el tedio: “Ya no encuentro pretextos suficientes / al dejarme caer en los sillones / a contemplar los sucesos desde adentro / en un vuelo raudo y sin sentido”; “No tengo más remedio que evadirme”. El discurso se retuerce y sale a la superficie: “Sin embargo le miento cuando digo / que volverán los días de jolgorio / y estaremos de vuelta por la playa”. Una playa tan querida para la autora.

Hace gala de una actitud valiente: “No tengo reproches ni reclamos. / No busco fecha ni pronombres / No tengo prejuicios ni catástrofes / No pongo adjetivos en la espera / No acudo a tus cosas por costumbre / No quepo en tu flácido paisaje / No tiro del hilo de tus labios / No puedo / No admito soluciones”. Es consciente de sí misma, de sus debilidades, de su intenso poder y su bagaje: “La molestia de verse ante el espejo / con sus costras de nube y arrebato /…/ como un porvenir que se interpone / entre los pormenores de la poesía / y el desarrollo de algún capricho”.  No rechaza el dolor, al contrario: “Retrocedo despacio entre la herida / e introduzco los dedos por si acaso”. Lo que no está dispuesta es a retornar al pasado o a las relaciones que hacen daño: “No pretendas volver –si lo pretendes– / aquí el tiempo detuvo su estampida /…/ y en el frágil pasar de la costumbre / que obliga a detener la impertinencia”. Ese momento pasó, y “Ahora somos un par de circunstancias / que se acercan al borde de lo inútil / como sombras que alargan su tortura / en la zanja profunda de la noche”. Como un prófugo, aspira al eterno retorno: “Nada tiene su tregua más que el vicio cuando se trata de re/nacer y re/comenzar partiendo desde el mismo punto” (Pormenores del prófugo).

La poesía de Marina Centeno está trufada de momentos de observación, como en su trabajo  Vitrales. Ahora contemplamos: “En diminutas formas de alebrijes / al estallarse contra los cristales / para hacer una brizna de agua turbia”. De la misma forma que percibe cada elemento del lenguaje como parte de la realidad: “Así suelen morirse las metáforas / entre las garras del presentimiento”. Son precisamente las imágenes las que determinan la contundencia de su poesía: “Es por eso que pongo de manifiesto / la invasión masiva de pirañas / en los tramos de versos que atropellan / la terrible manera con que crean”.

Desafía a la muerte en este poemario, “tan solo por morir como acertijo”. Rechaza la actitudes antivitales: “Este es un imperio de aguafiestas / un símil compungido en abandono” y abraza la vida con todo el dolor y el gozo: “Hay un proyecto donde lo invisible / se desplaza a lo largo de la causa / por su forma y efecto entre lo simple / tiene aptitud de interno y semejanza / en clara maniobra del acero / ––trotamundo dentro de su vicio –– / para dejar que caiga hasta su hueco / y no tener que arrancarle las raíces”. Termina el poemario con una hermosa declaración que sirve de retrato:

“Soy el error que se volvió presencia

que viste ropas de la incertidumbre

un rostro lúgubre por desasosiego

y comensales para la zozobra

por un instante donde los sermones

vuelven manía todo lo prohibido

como vertedero para los residuos

donde se construye la peyorativa”

 

miércoles, 17 de abril de 2024

Reseña de José María Cumbreño. ‘Los mapas transparentes’. Pretextos poesía. 2023. III Premio de Poesía Antonio Rodero García-Nieto

 Los mapas transparentes: 1834 (Poesía)


“Las palabras son mapas” dice Adrienne Rich en la cita inicial, pero deberíamos recordar aquella viñeta de El Roto que subrayaba, “No importa el color de los mapas, sino quién dibuja los mapas”. Esa es la clave de este último libro del poeta y comandante de Liliputienses, José María Cumbreño, que ha merecido el III Premio de Poesía Antonio Rodero García-Nieto. En el reciente volumen La escala de las cosas, el filósofo Fernando Broncano comienza con una reflexión sobre los mapas y nos recuerda que no son solo aquellos dibujados en papel o disponibles en una pantalla. Los mapas son artilugios materiales y culturales, que definen el espacio en el que vivimos y el que vamos a conquistar.

Irónicamente quizás, José María Cumbreño comienza su libro con la sección titulada Mapa mudo: “Cada mapa tiene su propósito /…/ Recorrer todas las fuentes / y han la misma pregunta en toda ellas. // Soñar a ras de suelo”. Se pregunta por un lado “¿Cómo representar / lo que cambia con el tiempo?” y por otro admite que “El dolor no desaparece / aunque se conozca su causa”. Los mapas son la manera de orientarnos y lidiar con las distancias, algunas de las cuales son ya insalvables: “Nunca más podré llamar a mi padre / por teléfono. / De hecho, ya le han dado su número / a otra persona”.

Como en otras ocasiones, el poeta recurre a una técnica del collage, donde podemos espitar aforismos, pequeños poemas en prosa, reflexiones poéticas que no caben en versos, ironía y dolor. Como dice al principio de la segunda parte, Mapa político, “Los mapas existen / antes que las palabras”. En su manera de amar la poesía, Cumbreño desconfía de las palabras. Algunas nos dirigen la atención (“¿Sabes dónde tienen que mirar?”), otras veces nos remiten a lo incognoscible (“El pasado es un territorio / que nadie puede poseer”) y, a veces, son maneras casi impropias de tener conciencia de la realidad. En esta ocasión, podemos utilizar la imagen del poema: “A veces las distancias se calculaban / contando las paladas de los remos, / la cantidad de esfuerzo / que hacía falta / para llegar a un sitio”.

Los mapas le sirven también como juego metafórico: “Si se aprende a doblar un mapa / correctamente, / al menos durante el tiempo / en que permanezca plegado, / allí será aquí, / algunas vías dejarán / de ejercer de fronteras / y servirán solo / para bañarse / e incluso habrá desiertos / que por fin conozcan el mar”. Porque, como sabemos quienes nos hemos perdido en los atlas cuando niños, “En un mapa, / un espacio en blanco / señala un lugar / que nadie ha visto / o que nadie recuerda”.

Mapa físico es la tercera sección donde se incide en la materialidad de los sentimientos –y los mapas–: “Todos los mapas presuponen / que quien los usa / sabe dónde se encuentra”; “Los ciegos usan mapas en relieve, / prueba / a reconocer con los dedos / la diferencias entre los espejismos / y el desierto”. Y como reflejo de la materialidad, una manera de oprimir y comprimir: “Un país sin fronteras. / Un zoológico sin vallas”. En Mapa de tránsito, se presta atención a la manera de situarnos como homo viator. En el viaje entran en juego muchos presupuestos y emociones que sortean la incertidumbre: “Si se usa una escala muy grande, / se muestran detalladamente / todos los caminos / por los que podremos perdernos. / Si se usa una escala muy pequeña, el miedo deja de verse”. El viajero transforma con su mirada el sitio donde llega: “Las ruinas / son una atracción turística”; “Con frecuencias, los nombres de los lugares / suelen son más interesantes / que los lugares en sí”. Las reflexiones recuerdan mucho a las aportaciones del antropólogo Marc Augé.

En cuanto al mapa como metáfora, José María Cumbreño recupera parte de sus recuerdos como forma de análisis donde la materialidad de las palabras juega con los significados en un espejo barroco: “Fui y soy tierno / la misma cantidad de letra: / exactamente / una menos que seré. El optimista lo consideraría como la prueba irrefutable / de que los mapas conducen a algún sitio”. En este sentido,  “Un libro de poesía / es un barco que se acerca / demasiado a la costa”; “Un libro de poesía / es un atlas de naufragios, / un punto sin dimensión, / un cuaderno de desvíos”.

Planisferio es la última parte. En ella se da cuenta de cómo estamos desorientados en estos tiempos inciertos, tanto a nivel personal (“Cuando algunos días / trato de recordar los motivos / por los que sigo caminando, / me siento como si cartografiase/  una llanura / donde ha habido una guerra”) como general (“Orientar viene de oriente. / Así creemos saber / dónde estamos / solo porque el sol sale todos los días / por el mismo sitio”). En cierta forma es una manera de aceptar que “Cada vez menos cosas. / Cada vez dudo más de toda”. Y un mapa es una buena imagen para resumir esta deserción cognitiva vital: “En el fondo, / representar en una superficie plana / un accidente geográfico / es como puntada que las cosas / podrían haber sido de otra manera”; “A esta altura mi vida / se ha vuelto un mapa transparente / en el que no soy capaz de reconocer / ningún lugar / y donde nada está / donde debía estar”;  “Mi sombra tiene la forma de un país / que ya no existe”. Son versos de un poeta lúcido en su perplejidad ante la vida. Pero, recordemos,

“Esto no es literatura

es canibalismo”

domingo, 14 de abril de 2024

Reseña de Felipe Benítez Reyes: ‘El huido. Autorretratos (1985-2021)”. Papeles del náufrago. 2023

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Hay que agradecer a Antonio Lafarque y Aníbal García esta iniciativa, Calcomanías, colección de autorretratos de poetas. En esta ocasión es Felipe Benítez Reyes el protagonista que recoge una antología de poemas (con un inédito) en los que pretende reflejarse. Como un falso amigo lingüístico, el verbo pretender en la lengua de Shakespeare tiene más la connotación de fingir y me pregunto hasta qué punto la poesía de Benítez Reyes no es sino un juego de ficción aun cuando es su propia identidad la que se recoge. En el prólogo, el autor considera que “entre todos los géneros literarios, la poesía es el espacio por antonomasia del yo, por mucho que nos entretenga hablar de máscaras, de la invención de un personaje o de la ficcionalización  del sujeto lírico". Asistimos pues ante la puesta a prueba de esa tensión entre la fidelidad biográfica y el artefacto poético digno de ese nombre. Amén de una tensión entre la vida y el verso: “Tú afanado en un verso que te exprese, / tú entre la oscura luz. // Mientras afuera / la vida se destroza en su esplendor, / inocente y rotunda, y en nada parecido / a ningún ejercicio de elegía” (La diferencia). Un conjunto de espejismos que quizás nos den la verdad de la máscara.

Decía Rilke que la infancia es la verdadera patria del hombre y precisamente es la infancia la protagonista de gran parte de los autorretratos: los momentos de ensoñación ante los atlas de lugares remotos (“Allí estaban marcados con colores vivaces / los países remotos y el lugar que era el tuyo”, Atlas Geográfico Universal, 1972); la añoranza de las novelas de aventuras (“Algunos paisajes de mi infancia han muerto. / Ha muerto Azor, corsario de Malasia, / cuyo nombre temblaba a las bocas de fresa / de las damas del siglo XVIII”, Elegía), el cine como pasaje a la fantasía (Royal Cinema), cualquier pista hacia lo desconocido (“Esos barcos que llegan sigilosos al muelle / tienen algo de símbolo y de fácil metáfora /…/ De niño los miraba inventando unas rutas / por olvidados mares y por tierras de magos”, Apuntes)…  Uno de los poemas se titula precisamente Infancia: “Y en realidad con casi nada tuyo: / tan solo el universo entre las manos. // ¿Dónde estuviste, di? ¿Y tú quién eres?”. Más que una simple nostalgia por un tiempo en el que todo era más sencillo y menos complicado, Benítez Reyes evoca la infancia como un tiempo de inocencia y pureza, de identidad esencial que se pierde con el paso del tiempo. Si se ha servido de recuerdos detallados, de ambientes, de olores, de experiencias, muchas veces están relacionados con la imaginación y las aventuras soñadas.

Otro de los elementos característicos de su poesía es la minuciosa reflexión filosófica sobre el paso del tiempo y la identidad: “hoy que amaso con sombras / la corrupción del tiempo y que en el viento / adivino la voz de la memoria” (Una voz en la memoria); “Recuérdate en el tiempo y no te duelas” (Remember When You Were Young); “Cuando me opongo a hablar de mí conmigo, / oigo el hondo vacío del pasado” (Inventario del insomne). Después de inventar e inventarse, de reivindicar regiones fingidas, desdoblarse en decenas de poetas decadentes, ¿qué queda detrás de lo que está velado?: “Mírate allá en el tiempo, / que no es nada. // Mírate allá en el aire, en lo que eres” (Escrito en la arena); “El pasado eres tú donde no estás” (Paréntesis). Un cuestionamiento anticipado del devenir sin sentido: “Hay algo en la vida, lo sé, / que se parece al sueño recurrente de un astrólogo ciego / o al vendedor de pájaros que teme / que su mercancía eche a volar de pronto y lo arruine” (Nostalgia del poeta surrealista de mis 16 años).

No es óbice para que en Confidencias  recree a lo Gil de Biedma una vida de noctámbulo y algo canalla: “Como todos los jóvenes, yo también he buscado / esa luz inquietante que brilla en la aventura. / Como todos los jóvenes he arrastrado mis sueños / por el fango celeste de la vida nocturna. /…/ Todo cansa y aburre…” (Confidencias). Y que también admita el engaño de la noche: “Te engañaron los libros con respecto a la noche. / Tú buscabas su brillo y su desgarro /…/ Y añoras su reflejo sin embargo” (La noche artificial). A pesar de cualquier ironía, en Trío de ases lo resume: “Tres cosas temes: / la noche, / el sufrimiento y la memoria”.

La identidad como lo desconocido subyace en los poemas donde la influencia de Borges, o del barroco, o de Juan Ramón, es más visible. Poemas como El intruso; “No eres / ese que eres. No eres tú, / en tus derivas. El espejo adelanta, / como algunos relojes, y se produce / un efecto discordante de anticipación: / la imagen que presagia la final, la venidera /…/ Tu tiempo contra ti. Tú desde el tiempo” (Aprendizaje del espejo); “¿De quién vas a vivir en tu espejismo?” (Vértice); “Conforta este saber misericorde: / ser también lo que nunca sabrás de ser, // y arrastrar por el mundo ese fantasma” (Dos). En la poesía de Benítez Reyes uno nunca sabe si la identidad es lo que define o es el Otro, el extraño: “tu convivencia contigo mismo, / es el más extraño ––para ti–– / de todos los personajes que pueblan el reino imaginario en que has sucedido (La vida no sería más que oropel y hojarasca).

En Felipe Benítez Reyes hay una nostalgia de lo no vivido: “En tantísimos años visitaste / lugares en que nunca estuviste ni estarás” (En ningún sitio). Junto a la idea de infancia como la esencia, está su identificación con el paraíso, los años y sus paisajes, la playa, el cine… Por eso es más doliente verse tras el paso del tiempo cuando recrimina “Quemaste el paraíso para ver cómo ardía” (Las identidades). El tono elegíaco ante lo perdido tiñe de melancolía bastantes autorretratos seleccionados: “Yo he sido el timonel de un barco hundido” (Alocución del navegante). Es el paso del tiempo quien define a base de borrar: “Ya no es tuyo ni el tiempo que robaste” (La nueva edad); “Todo lo perderé salvo el recuerdo / de los días aquellos luminosos / en que la vida aprisionaba con firmeza / la flor caudal y humana / de una ambigua emoción inexpresable / que cada cual concibe / como felicidad” (Elegía).

No está toda la poesía de Felipe Benítez Reyes, hay muchísimos matices, temas, procedimientos que quedan fuera de esta pequeña selección, pero sí que está todo Felipe Benítez Reyes en estos poemas, desde la melodía del poema, el tinte de las emociones, el tono de la ejecución, la brillantez de los cierres…

 “Otro año, mi vida. Y nosotros buscando

la llave que nos cierre la llave del pasado

para estar en el tiempo,

que nunca es el ayer sino el enigma,

que nunca es regresar sino perderse” (Cumpleaños)