domingo, 29 de diciembre de 2024

Reseña de Hilario Barrero: ‘Ashes’. Cuadernos de Humo cuarenta y tres. 2014

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Hilario Barrero, en este regalo en forma de poemas titulado Ashes, nos entrega un compendio de sonetos que exploran con intensidad y lirismo los temas del amor, la vejez, la muerte y la memoria. Desde la cita inicial de Emily Dickinson —“Ashes denotes that fire was”— se establece un marco reflexivo sobre la fugacidad de la vida y la huella indeleble que deja el paso del tiempo, pero, sobre todo, que quedan los restos de la hoguera del amor.

El primer bloque de poemas (del I al V) ofrece una meditación sobre los sentidos y su conexión con el deseo y la experiencia humana. En estos versos, Hilario Barrero combina una visión descarnada de la vejez con un canto a los placeres del presente. La afirmación sobre la vejez y el contraste con la esperanza en los versos del primer poema: “Ser viejo es una guerra, es un saqueo. /…/ Pero en este momento que disfruto / de tu aliento, gocemos en la espera / y pensemos: «la muerte se equivoca»” (I). Contrasta con la esperanza contenida, encapsulando una tensión entre la decadencia física y la resistencia del espíritu. Asimismo, el poeta encuentra en el amor y el deseo una fuerza vital: “Es el silencio un animal herido / que da voz al amor” (II). Estos versos revelan una sensibilidad hacia lo efímero y un anhelo de trascendencia a través de la conexión con el otro.

La pasión física también se convierte en un tema central, como se observa en los poemas III  (“Otras bocas comienzan la aventura, / la noche abre sus labios, hace frío / y yo tengo la suerte de tenerte”) y IV (“Ser parte del perfume en tus axilas, / que sea el santo y seña la saliva / y pueda oler tu cuerpo como un perro”), donde el cuerpo y sus sensaciones son exaltados con un lenguaje visceral. La imagen del perfume en las axilas o el acto de oler “como un perro” enfatizan una aproximación terrenal y primitiva, salvaje, al amor, alejándose de la idealización romántica. Hilario Barrero logra así un equilibrio entre lo sublime y lo carnal, resaltando la dualidad inherente al deseo humano: “sin que tú lo supieses yo anotaba / los avances que hacía por la vida. / Esperando la tierra prometida / con la lengua y los labios avanzaba” (V).

En la segunda sección del cuaderno (del IV al II), titulada apropiadamente fâo corta a vida, el tono se oscurece al abordar la inminencia de la muerte y su relación con el amor. Las imágenes de “siento en la espalda el soplo de la vida, / el barro de la noche en su mirada, / un brochazo de sombra iluminada, / cerrada cicatriz, abriendo herida” (IV) evocan la paradoja de la vida: una lucha constante entre el dolor y la belleza. La muerte, personificada como una presencia amenazante  (“Sigue la noche al acabar la fiesta /…/ Nos queda sobre todo agazapada, / la mirada acechante y encendida / de los salobres ojos de la muerte”, III)” se convierte en un recordatorio constante de la fragilidad de la existencia. Sin embargo, Barrero no presenta este memento mori con resignación, sino como un impulso para valorar el presente: “Donde vive el amor la muerte abrasa /…/ En ocasiones fuimos obligados / a tomarnos la vida como un juego / sin saber que el amor nos quemaría” (II).

El último soneto del libro actúa como una suerte de epílogo, retomando la pregunta implícita de “Where have the flowers gone?” de Pete Seeger, un eco melancólico sobre la pérdida y el paso del tiempo. La imagen de “un fuego frío” que entra por la ventana encapsula la contradicción entre la calidez del recuerdo y la frialdad de la ausencia. El cierre del poema, “sentimos que el final está llegando”, deja al lector en un estado de introspección, invitándolo a reflexionar sobre su propia mortalidad: “La nieve se apodera de la casa / y entra por la ventana un fuego frío / que nos deja temblando. / y sin saber muy bien lo que nos pasa / sentimos que el final está llegando”.

Uno de los mayores logros de Ashes es su capacidad para equilibrar lo universal y lo íntimo. Aunque los temas que aborda —el amor y la muerte, el deseo y el paso del tiempo— son comunes a la poesía, Barrero los aborda desde una perspectiva profundamente personal, con especial hincapié en sus últimas obras, y con un dominio técnico que enriquece cada verso. La forma del soneto, con su estructura rigurosa, sirve como un contrapunto a la emocionalidad cruda de los temas tratados, creando una tensión que potencia el impacto de los poemas, tan caro a los poetas del Siglo de Oro, que tuvieron tan presente el amor y la muerte. La riqueza de las imágenes y la profundidad de las reflexiones compensan con creces cualquier rigidez percibida.

Ashes es una joya que, como las cenizas de su título, sugiere tanto el vestigio de algo consumido como la posibilidad de renacimiento. Hilario Barrero nos ofrece un testimonio poético que invita a celebrar la vida en toda su complejidad, desde el gozo del deseo hasta la aceptación de la pérdida. Es un libro que resuena no solo por lo que dice, sino por lo que deja entrever: un fuego que, aunque apagado, sigue ardiendo en la memoria. Una ofrenda de amor.

 

 

miércoles, 25 de diciembre de 2024

Reseña de ‘Los poetas no son gente de fiar’, Revista microscópica de poesía. Número 8. Liliputienses

 



Fiel reflejo del espíritu de la editorial radicada en Isla de San Borondón, este número 8 recoge un interesante muestrario de poesía nacional e iberoamericana que comparten una visión muy poco encorsetada de lo que puede ser la poesía.

Andréi Vásquez (Oaxaca, México, 1982), cofundador del colectivo KFGC, por comenzar por algún poeta, sentencia “Las personas que desaparecen de tu vida se convierten en dibujos de osos” (de Paleta de hielo). Contamos también desde el Caribe con Damaris Puñales Alpízar (Matanzas, Cuba, 1971) hace un ejercicio de memoria: “A todos les escribí también / algún verso / y a todos olvidé / ­–incluso al segundo marido / a quien nunca conocí” (de No vine a hacerme la inocente). Cayre Alfaro Fonseca (Lima, Perú, 1987): “Este poema es una consigna. / La consigna es escribir una carta. / Escribir una carta es tan difícil como amar. / Escribir una carta es más difícil que amar” (de Quince minutos de receso).

La selección que viene desde Argentina es numerosa y muy potente. Horacio Fiebelkorn (La Plata, Argentina, 1958)  reflexiona con tristeza, “Aquel pantalón que compré / tiempo atrás de conocerla a ella / sobrevive al que ella misma me regaló /…/ Quiero creer que no estoy tan gastado” (de Poemas contra un ventilador). Gustavo Yuste (Buenos Aires, 1992) recupera de La felicidad no es un lugar, el poema máximo: “Si los amigos son esa familia / que uno elige tener, / los enemigos también deberían ser / una elección y no un inevitable. /…/ A ellos también los cuento / con los dedos de una mano, / la misma que uso para disparar”. También se incluye a Tamara Grosso (Buenos Aires, 1991): “Quisiera haberme hecho / un tatuaje de adolescente / del que ahora me arrepienta. /…/ Llevar el error / marcado en el cuerpo”). Patricia González López (Capital Federal, Argentina, 1986) es lapidaria: “Déjenme estar triste, / es lo que mejor / me sale” (de Otro caso de inseguridad). Completan la selección austral, cele aichino (Córdoba, Argentina, 1983), de su recientísimo La certeza del postre: “tampoco fui buena para las cuentas nunca / pero bien que podías contar conmigo”; Aixa Rava (Tierra de Fuego, Argentina, 1982) se revela: “Me mostraron la sumisión / me dijeron que fuera dócil, /…/ Mi forma repite otra forma. / Me desconozco” (de Godai) y Micaela Szyniak (Buenos Aires, 1993): “Me siento una figura plana / llena de recuerdos como puntos / que no puedo unir bien” (de Último año juntas).

De la cosecha patria, Luis Sánchez Martín (Cartagena, Murcia, 1978) presenta su lado más combativo, con el poema Formación y orientación laboral, basado en hechos reales: “Ya… Bueno, / en realidad todo esto da igual / aquí se viene a trabajar” (De Pastillas debajo de la lengua). María Marín (Cieza, Murcia, 1991): “No me gusta mover de sitio / los espejos. / Lo que se refleja dentro / tiene también que moverse, /…/ Pero es peor taparlos, / mucho peor” (de su espléndido Lo que se hunde). Fuera de Murcia, Víctor Martín Iglesias (Plasencia, 1985) contribuye con un poema de Proxoneto: “solo soy un cadáver que suplanta / a otro cadáver que huye del destino”. Isaac Páez (Sevilla, 1984), de Brexit: “fuimos los exiliados los vendidos / los zombis invasores de la City / siempre fuera de lugar siempre extranjeros”.

Conviven en esta microscópica revista de poesía varias generaciones, varios continentes y una visión descarnada de la vida. Una edición ilustrada y cuidada con mimo bajo la dirección de Fabio Betancour y el diseño de Paula Garrido.

 

 

domingo, 22 de diciembre de 2024

Reseña de Ana Belén Martín Vázquez: ‘Astillas’. Bartleby Editores. 2024

Astillas (POESIA) : Martín Vázquez, Ana Belén: Amazon.es: Libros

Este es el segundo poemario de Ana Belén Martín Vázquez (Madrid, 1971), Licenciada en Ciencias de la Información y en Filología Hispánica y Máster en Dirección de Marketing. Su primer poemario fue De paso por los días (Bartleby Editores, 2016). Ha colaborado con La República de la Imaginación y La Escombrera (Legados, 2009 y 2011); Voces del Extremo (Amargord, 2014, 2015 y 2016); libros contra la violencia machista; y en las antologías Insumisas. Poesía crítica contemporánea de mujeres (Baile del Sol, 2019); Naturaleza poética (La Imprenta, 2022) y Disidencias (El Sastre de Apollinaire, 2023). Es autora del blog “Recrear palabras” (https://anabmartinvazquez.wordpress.com/blog/).

A partir de una anécdota, de un detalle como es una astilla clavada, la autora presenta la exploración de la vulnerabilidad y la confrontación con el dolor y la muerte. La obra se sumerge en una reflexión profunda sobre la fragilidad de la existencia humana, marcada por cicatrices físicas y emocionales, y por un constante intento de resistencia frente a la oscuridad.    La astilla como metáfora central encapsula la idea de fragmentación y daño. Una astilla es una parte desgajada de algo más grande, pequeña y aparentemente insignificante, pero capaz de causar dolor profundo. Este símbolo también puede sugerir la ruptura de una identidad percibida como completa y el desafío de encontrar sentido en lo fragmentado.

El poemario se divide en cuatro secciones, la primera, Frontera de la Nada, inicia la descripción del desamparo: “Hablas sola / para esquivar las letras de la muerte”; “No hay refugio si desvelas / esta tristeza al acecho”. El texto destaca imágenes poéticas que evocan soledad, pérdida y la relación compleja entre el yo interior y el mundo externo. Las metáforas de heridas, sombras y muerte se entrelazan con una sensación de desarraigo y búsqueda de significado, mientras que el lenguaje repleto de símbolos sugiere una batalla interna por reconciliarse con el dolor y la finitud. Quizás no sea un dolor en abstracto, una descripción de la angustia existencial esencial, sino que tenga que ver con un deseo vital más concreto: “La sangre inesperada / es huella de otra cosa. // El filo de lo cierto. // Memoria turbia / que aguarda”; “A precio de saldo, / tu herida y la deuda / con el propio deseo”.

El uso reiterado de términos como tristeza, grieta, fracaso y muerte configura un espacio poético oscuro, pero no exento de resistencia y deseo de reparación. La lucha contra la desesperanza es un eje central: desde balbuceos y silencios hasta la afirmación de la identidad como "astilla", el poemario busca expresar la tensión entre la destrucción y la creación, la pérdida y la posibilidad de renacer en otro lugar: “antes que cicatriz / fuste rebeldía y su daño // La imperfección carnal, / su manifiesto de límite”. Una oscuridad que, a veces, se siente con la violencia: “Tanta falta de luz / señala un puñal”; “Todo tu cansancio te amortaja. // Tu condena: / escupir palabras” o “avanzas hacia la tierra / sin saber / / del ladrido de los perros”. El paso del tiempo forma parte de la urgencia de esa pesadilla hacia adelante: “Tus horarios se enredan con el relato de las arañas”;  “Ballbuceas palabras / que son pura huida”.

Es posible interpretar Astillas como una obra que aborda la infertilidad desde una perspectiva poética y simbólica. Algunos versos y expresiones del texto evocan imágenes y emociones que podrían asociarse con esta temática: “Tú eres estéril. Tanta amenaza del dolor era solo un parpadeo”; “Te duele ser senda estéril, / maullido de gato callejero //…/ Ese es tu secreto ante los otros, / tan al margen de su razón” aluden directamente a la esterilidad, vinculándola con el dolor como una presencia constante pero ambigua. Y “La materia / de tu deseo es arena, / interrupción, / pasado y agua” sugieren una lucha interna con el deseo frustrado, la imposibilidad de crear o generar vida, y la sensación de vacío o falta. El poemario parece explorar la pérdida, el límite y el anhelo de lo inalcanzable. La obra podría ser leída como un viaje introspectivo a través del dolor de no poder cumplir con un deseo profundamente humano, así como la construcción de una identidad resiliente frente a este vacío. Así se comprueba en la segunda parte, El paréntesis de la muerte, en el que el memento mori clarifica la urgencia del tiempo que pasa: “Quién eres tú / para dar pistas a la muerte, / desafiando”; “Persiste la sombra, / penetrante sigilo / repleto de pasado”; “El rumor de la muerte / toma el perfil de la casa. / Las esquinas del día / y todo su silencio”.

La voz poética en Astillas está marcada por una vulnerabilidad íntima y una reflexión desgarradora que no busca consuelo fácil ni respuestas definitivas. En su lugar, construye un discurso que oscila entre el lamento, la resistencia y el deseo de redención: “En cada grieta / el veneno crece / hacia dentro”. Y frente a ese dolor, la confesión dura: “odias la risa del otro. // Ese siniestro contrario / te enfrenta a quién eres. // Un resentimiento // repleto de voces”. Es precisamente el sufrimiento el que marca el “paréntesis”: “El dolor anega / los espacios y las horas, / el rayo de sol / que burla las persianas /…/ Intentas aquietar / la fiereza de la luz / y domar la herida / ante lo oscuro”. El recuerdo de la muerte corre parejo a los recuerdos de la infancia: “Tu infancia es una mueca, / un rumor de fracaso sin paradero”.

La utilización del “tú” refuerza una autoexploración que dialoga consigo misma. El pronombre interpela al sujeto poético desde fuera, fragmentando su identidad y mostrando cómo el dolor de la infertilidad puede desdoblar y alienar al individuo. El tono oscilante entre resignación y desafío da profundidad a los poemas. La voz poética no solo se entrega al dolor, sino que lo confronta. El manejo del tiempo en el poemario es crucial. El pasado, cargado de pérdida y expectativas incumplidas, resuena en el presente como un eco, mientras que el futuro, por su parte, se vislumbra como una trampa.

Entendiendo los versos en el contexto del daño, se constata “La ubicuidad es un fracaso / del tiempo de los afectos”. Adrianne Rich enfatiza en sus obras la necesidad de construir una conciencia colectiva. Este principio también resuena en Astillas, donde el acto de escribir y compartir el dolor individual se convierte en un medio para conectar con otras mujeres y construir una narrativa compartida: “Miraste de frente la agonía /…/ Dejaste atrás el féretro / de tu primera memoria /…/ Te quedas sin coartada / ante el dolor”; “Limpias tu memoria / con aguas de tormenta. // Quisiera que la lluvia te arrase”, que podría leerse como un intento de purificación que trasciende lo personal y busca integrar lo individual en un contexto más amplio.

Mandato de sombras, penúltima parte, insiste en la idea de obligación que forma parte de las causas del sufrimiento: “La apariencia serena del abismo / te crece dentro”; “El desprecio de los otros / te crea una grieta / sumidero de raíces”. Una causa que viene del exterior: “Unas manos intentan que regreses. // Toda la piel / puede ser insuficiente”. Por eso, frente a la culpa, la inocencia: “Eres astilla. // Madera inocente, / ficción redonda que hiere”. Rechazo a las imposiciones, “Pasar de largo de tu destino”; “Ignoras que escribe / el pájaro de ti”. En la dialéctica, la emoción traspasa hacia dentro: “Ninguna respuesta / exenta de miedo”; “Este fracaso mudo / te ha resonado / en lo más hondo”. Como resume en el verso: “Temes / no estar a la altura / de tanta primavera”, insiste en la infertilidad como símbolo, una sensación de ineficacia y transitoriedad, asociada a la imposibilidad de que algo duradero o vital surja de uno mismo: “Tu voz no pregunta / por lo próximo. / Deseas oír que es reparable”; “Solo la muerte conoce / tus pasos // y el lugar donde duelen”. Como en metáforas anteriores, como la arena donde no se puede habitar o echar raíces, el transcurrir del tiempo insiste en el dolor: “Son el tiempo robado de la excusa, / el ruido que asusta al cachorro, / el sobresalto / de la promesa quebrantada”; “El tiempo es una trampa, / eficaz duda viscosa / donde mueres cada día”. Y sobre todo, “Resuena la maldición / de un calendario helado”. El poemario articula el dolor no solo en términos de carencia, sino también como una herida activa: “Pides perdón / a la luz que te alumbra”. El paso a la madurez como una pérdida, una desilusión, un cambio radical del sistema de referencia.

Por último, siguiendo esta línea de interpretación, Nido de tristeza continúa en ese ámbito simbólico. La corporeidad es fundamental en la simbología de Astillas. El cuerpo como territorio de lucha aparece herido, alienado y en conflicto consigo mismo: “Tu piel es derrota. Su daño te delata”. Estas imágenes subrayan la infertilidad como una experiencia que habita y redefine al cuerpo, alejándolo de su potencial simbólico de creación y fecundidad: “Tu piel es derrota. / Su daño te delata. // Albergó lo secreto / de la especia, / nanas y lactancia. // Hoy es un espejo / donde mirar el miedo”. La referencia al cuerpo como un territorio desmembrado o fragmentado, “Sangras. // Tu cuerpo / te espera fuera de ti, / desmembrado, / sin sentido” podría representar la desconexión emocional y física que algunas personas experimentan en relación con la infertilidad, aunque, en este caso, abarque más la esterilidad del esfuerzo cotidiano. El peso de lo social y cultural, que, como decimos, conecta con Adrianne Rich se encuentra enredada en las expectativas sociales y familiares, como sugieren algunos poemas: “Preguntas por tu deber / desde la rabia de la ventaja”; “La costumbre y la casa / te deshacen”; “El clan te desgarra. // Perteneciste / para ser objeto de dolor”. Aquí, la presión de cumplir con roles tradicionales — como ser madre, crear una familia— aparece como una carga, un mandato que define y limita la identidad. Debe también interpretarse como una resistencia contra estas expectativas y una reivindicación de la imperfección: “se equivocaron las voces / tan bien intencionadas. / Es siempre en círculo, / hasta la grieta y el laberinto”. Y, sobre todo, cuando es contundente: “Quemaste la historia / de tu nombre”.

A pesar de la oscuridad, el poemario no abandona del todo la esperanza. Algunos versos, como “Un tú desvanecido / empieza a construirse // en otro sitio”, parecen sugerir la posibilidad de una transformación. Lejos de ser solo una tragedia, se convierte en un punto de partida para reconstruir la identidad y hallar otras formas de trascendencia. La frase “Ni flor seca ni trino / serán consuelo” indica la tensión entre la aceptación y el anhelo de solución.

Astillas no se limita a hablar del dolor como una realidad física, sino que también la utiliza como un espejo de experiencias humanas universales: el dolor de los límites, la confrontación con las expectativas y la resiliencia ante la pérdida. Este enfoque convierte al poemario en una obra profundamente personal, pero a la vez abierta a resonancias colectivas. El tratamiento simbólico y la construcción de la voz poética son esenciales para transmitir la experiencia de la infertilidad de una manera que va más allá de lo literal, integrándola en un marco universal de dolor, resistencia y transformación.

 

miércoles, 18 de diciembre de 2024

Reseña de Gloria Alvitres: ‘Canción y vuelo de Santosa’. Alastor Editores. Col. Fuera de los confines. 2021

CANCIÓN Y VUELO DE SANTOSA | GLORIA ALVITRES ALIAGA – Librería La Rebelde


Canción y vuelo de Santosa es el primer libro de poesía de Gloria Alvitres (Lima, 1992), bachiller en Periodismo, comunicadora social, escritora y poeta. Poemas suyos han sido publicados en la antología de poetas mujeres de la revista Ínsula Barataria (Lima, 2017) y en la antología Liberoamericanas: 140 poetas contemporáneas (Liberoamérica, 2018). Ha sido coordinadora de la Feria Alternativa del Libro ANTIFIL. Sus trabajos periodísticos versan sobre temas de memoria, ambiente, feminismo. La ilustración de la cubierta es obra de la artista Lucero Huamani. Está reciente su último poemario, Presagio y sedición de la orquídea madre.

El debut poético de Gloria Alvitres es un compendio íntimo y visceral que explora los temas de la memoria, el feminismo y el linaje a través de un lenguaje lírico cargado de simbolismo. Es una estupenda introducción a una voz fresca y audaz en la poesía contemporánea peruana, que se distingue por su capacidad de articular el dolor, la resistencia y el legado con una profundidad conmovedora.

Desde el primer poema, Alvitres teje un universo en el que el vínculo con la naturaleza y las figuras femeninas de su genealogía adquieren un protagonismo central, especialmente en la primera sección, Sonqollay: “Nadie puede imitar / a una niña que retuerce las venas a los eucaliptos” (Preámbulo); “Abuela eucalipto, / sacrificó su piel / para llevarse en su regazo / las lágrimas de Papá lindo / el cielo / el de arriba / que se regocija congelado en sus nietos” (Canción). Encontramos un homenaje poético a la abuela, al eucalipto, y a la “mamita laguna”, quienes representan pilares espirituales y simbólicos: “Al pie de una tumba, / no hay razones para pedir que estés sobria. /…/ Y las veces que te vas solo un rato / nos queda ese dolor intermitente” (La viejita nos mira desde alguna altura) El poema Rezo para una laguna ejemplifica esta relación al mezclar una conexión terrenal y mística: ““mamita laguna, tú y yo somos hermanas de azar. // Me has reconocido como nieta. / Una niña que quiere morir en tus aguas. / Aunque las verdaderas poetas / como Alfonsina Storni mueren en el mar”. Esta comunión con la naturaleza se entrelaza con una reflexión sobre la identidad femenina y su resistencia frente a las adversidades, evocando figuras como Alfonsina Storni para subrayar la continuidad entre generaciones de mujeres resilientes. Del mismo modo, abarca la potencia metafórica de las palabras: “Un dibujo y una sílaba / no representan un gorrión, / pero suenan como un ave a imitan sus plumas” (Letra imposible).

La segunda parte, El primer lugar, quizás sea más narrativa: “Voy a matar a mi padre, le dije a Atilio Quispe / –¿Y dónde lo vas a encontrar?” (Versión mítica del padre). La obra también aborda las complejas relaciones familiares desde un enfoque confesional. Alvitres disecciona el vínculo con el padre y la madre desde perspectivas profundamente emocionales y críticas. La expresión terrible, “Mato a mi padre para no verme en sus ojos. Me evito la fatiga de ser yo o tratar de ser el otro que me mira desde el espejo” (El padre en prosa) refleja una confrontación con las herencias patriarcales, mientras que “En la frente de mi madre hay versos / con forma de caracol” (Caracoles para mi madre) celebra el poder creador y transformador de la figura materna. Estas imágenes encarnan el conflicto y la reconciliación inherentes al linaje familiar, quizás entendido desde una manera simbólica y arcana, conectada a la interpretación psicoanalítica: “Quién podría condenarte si eras solo una proyección, una suspensión de esperanza” (José lejos del pesebre).

La relación con el lenguaje en la esfera cotidiana da pie a reflexionar sobre las diferencias entre dos maneras de entender el mundo, lo masculino (“Santosa criticaba a los hombres / que no podían entregar sus secretos / a una mujer / pero tampoco al viento”, Un acuerdo roto) y lo femenino: “Vivo una enfermedad en secreto. / Lo ha detectado la madre / con ruda y olores del jardín” (Descubrimiento de Agustina) o “Al final Santosa tomó la piel de una hija. / Se arrugó hasta hacerse un guindón /…/ Todos vuelven al viento de la tierra” (Agustina la hija).

La tercera parte, Una habitación atemporal, se erige como una meditación sobre la identidad y la corporalidad femenina: “Soy mi madre convertida en fuego” (Declaración de inicio de semana). En poemas como Las hijas del destierro  (“Nosotras las hijas del caos / jurábamos que la revolución nos salvaría /…/ Las hijas del destierro vivimos / un romanticismo comprado / somos otro cuerpo que nos posee / Sin prisa /…/ se van nuestras culpas / desvistiéndonos, / y nos limpiamos con la sangre / de nuestros antepasados”, Las hijas del destierro) y Útero demencial, Alvitres expone con crudeza las tensiones entre el cuerpo y la herencia cultural: “Mi útero se parece a la madre, / una trinidad sin afecto, / un portal de creación / uno sin Dios”. Este cuestionamiento de la maternidad tradicional y de las expectativas impuestas por la sociedad patriarcal se complementa con una reivindicación de la autonomía emocional y creativa de las mujeres: “Hemos encontrado consuelo entre nosotros / mirándonos las manos, / o llorando por nuestras confesiones, / y guarda, en tu pelo, / un campo magnético donde habitamos los dos” (Para las mujeres que me acompañan).

El libro también es notable por su capacidad de entrelazar lo personal con lo universal. En Simone y Santosa, Alvitres imagina un diálogo entre su protagonista, Santosa, y Simone de Beauvoir, reflejando una convergencia entre las experiencias locales y las ideas feministas globales. La presencia de figuras literarias y filosóficas otorga al poemario una dimensión intelectual que no disminuye su intensidad emocional: “La mujer rota tiene bordado en el ombligo la figura de una libélula, símbolo del conocimiento o un simple artefacto ornamental. Saca de las costuras de su cuerpo una niña. Un cuerpo remendado, unido con alfileres. Un ser pequeño y miserable, hecho de enfermedad y tempestad” (La mujer rota); “Santosa Munive de Junín, / Simone de Beauvoir de Paris, / se han encontrado esta noche /…/ Simone le ha dado a Santosa un libro oscuro y pesado / que no es una bíblica ni alaba a Dios, / eso que le dijeron de inclinarse a rezar, es todo falso” (Simone y Santosa). Y, como expresión de esa intensidad emocional, los versos: “Las emociones me brotan, / no se puede escribir en ese estado” (Las palabras se confunden).

El estilo de Gloria Alvitres se caracteriza por su economía expresiva y su capacidad para crear imágenes vívidas que resuenan con el lector. Cada palabra parece cuidadosamente escogida para evocar emociones complejas y texturas sensoriales. Con técnicas parecidas a lo onírico o al realismo mágico, la autora se adentra en las luchas por ser mujer, en un mundo atravesado por la memoria y la lucha, la poesía y el sueño, la muerte y la trasformación: “La madre me entregó a Dios, / un ángel blanco parecido a Leonardo DiCaprio / que leía versos de Mallarmé” (Un día dejé la Iglesia); “Cómo odio la posibilidad de morir de noche / cuaderno no quedan palabras, / solo este cuerpo” (Reflectante ante el abismo).

Alvitres demuestra una habilidad excepcional para fusionar lo autobiográfico con lo colectivo, creando una obra que no solo conmueve, sino que también invita a la introspección y al diálogo: “Santosa vive inquieta en mis sueños, / sigo pensando en una genealogía que no existe, / una mancha familiar en la punta de la lengua” (Confesión tardía). Con este libro, Gloria Alvitres se posiciona como una voz prometedora gracias a su capacidad para explorar el dolor, la identidad y la resistencia con una honestidad inquebrantable. Es un recordatorio de que la poesía sigue siendo un espacio vital para la transformación y la resistencia.