domingo, 31 de mayo de 2020

Cuando las barbas del vecino veas cortar


Dicen muchos que nuestro gobierno ha gestionado esta pandemia de manera terrible. Insistiendo en que lo terrible no es la pandemia sino el gobierno. Una de las muchas pruebas que aportan es que no se tomaran medidas cuando Italia ya tenía declarada la enfermedad y se veía el peligro de contagio. Sin embargo, eso no fue tan claro. Jugadores de fútbol de uno y otro país se enfrentaron lo que me hace desconfiar de las medidas que hubiera tomado el país trasalpino.
Ahora ya no hay remedio. Ha sido todo una sangría en la que no tienen nada que ver las políticas sobre sanidad. Unos miran hacia Alemania y su bajísima cifra de contagiados y muertos y sentencian la obligatoriedad de los tests masivos. Otros se fijan en Grecia, que, con mayores sacrificios en la crisis del 2009 han conseguido parar la pandemia razonablemente bien. Unos envidian a Suecia por su “confinamiento inteligente”, apelando a la responsabilidad de la población. No comparan, en cambio, el número de UCIs y respiradores por habitante o la gestión descentralizada del país germano.
Las compras de material sanitario han sido un completo desastre, marcas sin homologar, productos defectuosos, calidades muy deficientes… Es culpa de un gobierno inútil que no ha querido hacer las cosas bien. Al contrario de los países vecinos que también han sufrido estos desengaños. En cambio, no hemos tenido que hacer frente a los intentos por parte de la administración Trump de comprar nuestras investigaciones para una vacuna. Los americanos han preferido presionar a Alemania. Seguramente sin motivo.
Pasan las semanas y la situación va empeorando. Se cierran fronteras, se decreta el confinamiento pero no los cruces de acusaciones, que se recrudecen. Al cabo del tiempo un sector de la población está cansado de la cuarentena y exige libertad. Uno se pregunta qué se entiende por libertad y para qué la querrán. Todo parece indicar que la queja proviene de la fase en la que el barrio que inicia las protestas está. Es decir, como la Comunidad de Madrid no pasa a la fase 1, el gobierno es un liberticida. Quiere ahogar a la economía por voluntad consciente, con el único fin de implantar un régimen al estilo chavista.
Los argumentos esgrimidos, además de las banderas, también fijan su mirada en los países vecinos que comienzan a retomar la actividad económica y social, abren las empresas, se reanudan las clases. En Francia los corredores pueden hacer uso ilimitado del espacio. En Italia se va a permitir la llegada de turistas sin cuarentena. Y, en cambio, Gran Bretaña excluye a España como destino turístico preferente, y sí, por ejemplo, a Portugal o Grecia. Igual tiene que ver con el número de contagios que tiene España, porque Italia, también muy castigada por la pandemia, tampoco está entre esos destinos preferentes
Es evidente que la crisis económica que se avecina va a ser brutal y continuada y que, cuanto antes se reabra la actividad, menos severas van a ser las consecuencias. Así lo entendió el Reino Unido o Suecia, que apostaron por la inmunidad de rebaño y asumieron que los costes en vidas humanas serían compensados. Boris Johnson topó de bruces con el coronavirus y cambió de estrategia, alcanzando unos datos realmente nefastos en cuanto a número de contagiados y muertos. Suecia, sin llegar a los extremos del Reino Unido, probablemente por la dispersión de la población, también ha demostrado su error. Ha superado a sus vecinos nórdicos en número de contagios y fallecidos y, sin embargo, también ha visto como su economía se contrae. Por poner un ejemplo, Volvo sufre las consecuencias de la contracción del mercado. Pueden seguir con su producción, pero nadie en el resto del mundo las compra. Es un ejemplo trágico de la interconexión de la economía mundo.
Todos los que ahora se muestran adivinos con la magnitud de la pandemia no lo advirtieron antes, cuando supuestamente tenía remedio. Así lo prueban las hemerotecas. Pero ahora, supuestamente escarmentados, deberían ser más cautos en pedir rapidez para la desescalada. En los países de nuestro entorno, Italia, Alemania, Francia, Bélgica, Dinamarca… incluso fuera de nuestro entorno, como Corea del Sur, están comprobando que relajar las condiciones del confinamiento, abrir escuelas y negocios, gimnasios y terrazas implica un inmediato aumento en el número de contagios.
En España, además, tendríamos que hacer frente a un repunte con el sistema sanitario muy tocado. Con los trabajadores y trabajadoras exhaustos, con un más que posible shock post-traumático tras las situaciones tan graves que han tenido que soportar. Y no es que se hayan mejorado las condiciones o los abastecimientos, es que ciertas comunidades están despidiendo a estos trabajadores o les están mermando el sueldo en las pagas extra. Ya no es cuestión de ideología política. Es de vergüenza torera.
Una vuelta atrás en las condiciones del confinamiento, psicológicamente, sería devastadora, pero económicamente sería definitiva. No estamos preparados para responder a las necesidades básicas de muchas familias que tienen que recurrir a la caridad de emergencia. El gobierno aprueba una tímida renta mínima universal. Sin embargo, muchos no miran a los países vecinos para comprobar su funcionamiento. No conocen cómo se ha desarrollado en Islandia, no quieren mirar, no a los ojos de la miseria, ni siquiera a los vecinos capitalistas que han tenido que recurrir a medidas similares. Porque si no se puede vivir porque uno ha muerto o porque no se tiene ni lo necesario para comer al día, ¿cómo se van a llenar los hoteles, las terrazas, todos los negocios de los emprendedores?
El argumento de que teníamos que haber mirado a nuestros vecinos para responder con prontitud a la pandemia, después de dos meses y medio de confinamiento, tampoco parece que sea una lección aprendida. Mejor buscamos argumentos en el entorno como quien busca piedras para lanzarlas al enemigo, que, por lo visto no es la covid19, ni siquiera la crisis económica, el enemigo es el gobierno de coalición.

viernes, 29 de mayo de 2020

Reseña de ‘Liberoamericanas. 140 poetas contemporáneas’. Liberoamérica. 2018


LIBEROAMERICANAS: 140 POETAS CONTEMPORANEAS | RESIALE CECILIA ...


“Seré mujer, seré muerta” (Lucía Mazzini, Uruguay)

Liberoamérica es una plataforma nacida para “fomentar la difusión de escrituras jóvenes de diferentes partes del mundo y de convertirse en un espacio colectivo en el que voces de toda Latinoamérica, España y Portugal pudieran confluir y compartir sus letras libremente” (p. 7). En este proyecto se incluyen textos en castellano, galego, catalá y esukara procedentes de poetas de Argentina, Bolivia, Brasil, la zona del Caribe y de Centroamérica, Chile, Ecuador, España, México, Paraguay, Perú, Portugal, Uruguay y Venezuela. Algunas de estas autoras, como Thaís Espaillat, ya tienen publicada obra en España. Muchas de ellas, a pesar de su juventud, pueden presumir de tener una trayectoria consolidada.
En términos generales, como no podía ser de otra forma, hay una gran diversidad de enfoques, temáticas y estilos, no se puede, ni creo que sea la intención del volumen, presentar un movimiento estético particular, ni siquiera una forma concreta de entender la poesía para que pudiera hablarse de poesía femenina o poesía femenina iberoamericana. Más allá de la inútil búsqueda de etiquetas simplificadoras, se advierte en gran parte de estos poemas un cuestionamiento de la identidad femenina, en tanto a introspección individual como a catalogación grupal: “Pero todos los rincones están habitados / por la intensidad inagotable de la vida / en esta casa / que es la lucha de la vida contra la muerte / y nosotras somos la muerte” (La casa, Nía Casabella, Argentina). Es, por tanto, la condición de la mujer uno de los ejes principales de esta recopilación: “Llega la noche / y ser mi cuerpo un cántaro voleado / mujer líquida / mujer que corre y se deshace. / Llega la noche / para que los lobos vengan a beber de mí / y me lleven en su boca a la aventura” (Territorio de despojos, Carla Oliveira, Argentina).
Las poetas hablan con multitud de estilos, de voces, de enfoques, unos son más narrativos o combativos, incluso más experimentales: “Si me corto el cabello como quiero / Soy lesbiana / Drogadicta / Marimacho / Reprimida / Sumisa/ Cojuda’ (/Hasthag Única y Diferente/, Lucía Carvahlo, Bolivia); “Nosotras, las cuerdas, las revolucionarias / Las que en el borde del barranco caminamos / A esperar, una detrás de la otra… quién se tira” (Nosotras, Carla Reyes, Bolivia).
La condición femenina, la posible esencia de mujer es presentada como una cuestión problemática, no tanto por la diversidad que implica cualquier colectivo, sino porque su papel social es siempre subalterno, dependiente de la mirada del Otro, especialmente del varón: “disseram que nossa irreductibilidad é osso de um homem / minhas campanheiras foram marcadas na carne / as filhas de Eva equilibram nos tíbios carpos uma lamparina /cheia de sonos e cansaços” (Mulher é água viva, Carla Carbatti, Brasil); “¿Qué me hace mujer? / Quisiera saberlo / Porque yo no sé, / no puedo encontrar / el senema / que defina lo que es ser mujer / Pero de todos modos / YO soy mujer” (Jess Velarde, Bolivia). Recorren los poemas la constancia de que existe un guion previo, un corsé, unas normas muy pautadas para incardinar, no solo los cuerpos, sino la personalidad íntegra de las mujeres: “Todo lo cumplí intachablemente. // Me ocupé de las labores propias / de una señorita, me abstuve / de levantar la voz y desdeñar / las buenas costumbres de tu reino” (Perfecta, Nadia López García, México, dedicado a su madre).
La conexión, la sororidad se plantea tanto a un nivel grupal y sincrónico como con una herencia diacrónica que conecta a las mujeres con las que las precedieron: “Cuando uso el vestido de mi madre, acepto la muerte como obsequio / y veo cómo la gente se hace más pequeña” (Historia de un vestido, Ingrid Bringas, México);  “Dentro de tu útero candado / fantasmas resguardan / al monstruo feto de tus sueños de niña, / tus alas de mariposa / tu proyecto de árbol / reducido a gusanos / que agujerean el momento / a la gran mujer que fuiste” (Ale Oseguera, México); “Justinacha nos maldice / Desde su lugar en la cocina / Donde el gato ronca / Y se liberan los olores / De un banquete de dioses / que Justinacha quiere envenenar / Pero no se atreve” (Agustinacha en la tierra-sal, Gloria Alvitres Aliaga, Perú).
“Y huyo de mi reflejo
porque no sé cómo sanar” (Astrid Soldevilla, Perú)
La problematización de la identidad incluye el sexo como definición y como relación, la orientación sexual y la maternidad: “Hay días / en que quiero fumarte en el borde de las sombras, / preguntarte por el tiempo, / los relojes en reversa. / O por las nubes naranjas donde veo el incendio de tu boca” (Corina Rueda Borrero, Panamá); “Quería escribirte un poema / que empezaba así: / «Qué bueno que existan pastillas / para no parirte un hijo»” (Thaís Espaillat, Santo Domingo). En realidad, pocos poemas de amor: “Entonces no importa / La forma que nos miremos / Por última vez / Sólo viajes / En los recuerdos / Que quedaron en tu mente” (Claroscuro, Gabriela Analía Arcondo Closs, Paraguay).  Relaciones que no siempre tienen un trasfondo de goce y felicidad: “Amor, ya déjalo. / No quiero amenazar mi descomposición / con amor eterno / para bailar la danza macabra / sin percatarme de los gusanos” (Romina Serrano, Uruguay); sino más bien, al contrario, una denuncia de la crueldad que pueden desarrollar: “Me dijo / que jamás sería capaz de cortar mis alas / porque se enamoró de ellas. // Era un hombre de palabras: / Las voló en pedazos / las hizo sal y óxido y mosaico / las comprimió hasta la asfixia / pero nunca se atrevió a un corte” (Paola Assad, Venezuela); “Nadie sabe que es poco hombre / hasta que toca a una mujer / para romperla” (A los hombres no les gustan las mujeres rotas, Oriette D’Angelo, Venezuela);  “En esta muerte circular, sin fin, / en este aura fugitiva de mariposas / atraídas hacia el fuego, / les pese a reyes, esclavos y matriarcas, / tú eres mi diosa, Eloísa, y yo soy tu puta” (Venus, Briande Pineda Melgarejo, México).
Comparten muchas autoras un sentimiento de tristeza, de dolor y de rabia asociados a esa condición: “En el fondo de la noche / permanecen únicamente / la memoria y su inútil eternidad” (América Merino, Chile); “Tengo una cicatriz / me la hicieron con un hacha sobre la espalda y el recuerdo /…/ Todo es una mentira / No tengo cicatrices / sigo siendo herida abierta” (Cicatriz, Alejandra Lerma, Colombia); “Esa tristeza que nos ata de manos y llamamos sacrificio por el amor verdadero” (Un fonema pájaro libera lo heredado cuando abro la jaula de mi pecho…, Sara Motaño Escobar, Ecuador). Desenvolverse en femenino no puede sino dejar secuelas: “Hay una belleza terrible en esos momentos / con aquel hombre y su caja de herramientas / otra metáfora de estos días grises” (Ana Patricia Moya, España). Las editoras quieren honrar la memoria de Daniela Lu Gonzales (1989-2018), que falleció “el 18 de septiembre, al cierre de la edición”, cerrando el volumen con uno de sus poemas que precisamente comienza con  “La furia de estos versos”.
Ello no es óbice para que encontremos momentos de enorme lirismo: “Bailamos in movernos y entre tanto / la luz se deshilacha en la ventana, / recorrre, leve y gris, nuestras siluetas / unidas por la rienda de un latido: / el eco pertinaz de nuestra sangre.” (Madejas, Lola Mascarell, España);  “Te desconcierta descubrir / que a pesar de todo / sigue siendo otoño” (Puede que no te dieras cuenta, Laura Pardo, España); “por la noche se hace más fácil / confundir un espejo con una ventana / que da a la calle” (Rendición, Maite Burgueño, Uruguay); “Moriré entre las rocas, / en una sonoridad profunda, consumida por el mar. / Seré la furia oceánica, / la tempestad de los vientos. / Me agitaré entre las costas / y seré la música / que se extravió entre mis lágrimas” (Moriré entre las rocas, Norma Flores Allende, Paraguay).
“La poesía es un deporte extremo para una mujer que se atreve a atravesar el alambre de los funambulistas con niños en los brazos y años en la melena” (La poesía es un deporte extraño, Sonia San Román, España)

martes, 26 de mayo de 2020

Reseña de Antonio Manilla: ‘La última luz de Roma’. Cuadernos de Humo Veintinueve. 2020


La última luz de Roma, de Antonio Manilla – El Cuaderno


“Jamás fuimos más fuertes que cuando estuvimos a punto de ser vencidos”

El leonés Antonio Manilla lleva publicados 8 libros de poesía. Su labor periodística ha sido merecedora de varios reconocimientos. Escribió la biografía del magnate hispano-mexicano Antonio Fernández (Un empresario modelo) y la serie de historias biográficas Mentes maravillosas. Ha publicado ensayo (Ciberadaptados), novela (Todos hablan, 2020) y literatura infantil y juvenil. Coordina la poesía de la revista digital Epicuro y mantiene una columna semanal en el Diario de León.
                El título de esta entrega es claramente deudor de Kavafis: “No fue necesario esperar la avenida de los bárbaros porque los bárbaros estaban entre nosotros, esperando la ocasión de desvelarse” (No, nunca, jamás). El gran medievalista Robert Fossier en la introducción a la Historia de Europa en la Edad Media, recordaba que no había grandes diferencias entre el espíritu violento de romanos y bárbaros: “Solo nosotros, de entre todas las civilizaciones devastadas, podemos decir que conocíamos las caras de los bárbaros. // Pobre honor de haber sido vecinos, hermanos o amantes de aquel que iba a derrotarnos” (No, nunca, jamás).
                Metafóricamente, el bárbaro que llevamos dentro, como sociedad y como persona es el protagonista de esta colección de textos en prosa y verso. Las referencias históricas reales, como las de Valente el emperador sirven para encuadrar poemas, digamos históricos. El testamento de Marco Aurelio, como todas las introducciones, son textos más expositivos que poéticos, sin dejar el estilo elegante y conciso de Manilla. Advierte, en este caso, que este filósofo fue el primero en admitir bárbaros como colonos y como federados: “De los hombres, / hay algo que sabemos: /saben fingir en la derrota, / pero no se someten ni aceptan el olvido” (El testamento de Marco Aurelio).
“Bajo esta tierra duermen sin descanso
un sueño de leones
hombres que imaginaron el mundo en sus extremos” (Confines)
Valente, Estilicón, aquel incomprendido general que Honorio destituyó y ejecutó, logrando que sus tropas engrosaran los ejércitos de Alarico quien saqueó Roma en el 410. Poemas más rigurosamente históricos, como una mise en scène (Enemigo Público), mientras que otros encajan más en la alegoría. Zenón, general que pudo heredar el Imperio reunificado murió misteriosamente. Roma “Permanece en su sitio, / más yo no soy el mismo” (Espero despertar en un rincón de Isauria); Julio Nepote: “Me sostiene la inercia del pasado. // Soy esa altiva ruina / que un día y otro hacen frente a los vientos / y una tarde se desmoronan al paso de los pájaros, / vencida por el aire de su vuelo” (Altiva ruina).
                Este valiente volumen, rigurosamente histórico y profundamente poético se sirve ilustrado por los dibujos de Hilario Barrero.

domingo, 24 de mayo de 2020

¿Por qué no me gustan las banderas?



Llevo unos días un poco raro después de algunas intervenciones en las redes. Y no solo estoy yo, veo que el ambiente se está tensando. Y no me gusta. Así que voy a intentar ser más personal en mis reflexiones. Como siempre, tratando de hilar los pensamientos propios y darle un poco de coherencia. Voy a procurar, supongo que con poco éxito, no entrar en la arena política para explicar por qué no me gustan nada las banderas.
Tiene que ver, en parte, con mi manera de concebir a las personas como seres complejos y contradictorios en sí mismos. Y aunque parezcamos más simples que el mecanismo de un chupete, siempre aparecen zonas de indefinición, de oscuridad en personas luminosas o de bondad en personas agrias. No es que piense que todos somos buenos y malos a la vez, sino que más bien tenemos muchas caras, muchas aristas y eso creo que es bueno. Evidentemente, si una sola persona contiene multitudes, como decía Walt Whitman, imagínense un país entero
Más aún, me resulta muy complicado asumir que mi personalidad, mis gustos o mis ideas políticas puedan caber en unas siglas determinadas o en una ideología concreta[1]. Resulta que mis opiniones, mis gustos y mi personalidad tienden hacia la izquierda, pero no se identifican casi nunca con nadie en concreto. Ni siquiera encuentro un filósofo de cabecera con el que no disienta de manera radical, es decir, de la raíz.
Mi experiencia personal me dice que las banderas patrias suelen llevar aparejadas un tipo de ideología concreta. Es curioso, porque no tendría por qué ser así. Que uno se sienta patriota no le tiene que llevar inexorablemente a despreciar a los homosexuales, por ejemplo. Claro que no es así. A priori. Sin embargo, a posteriori, lamentablemente compruebo que ondear orgulloso la bandera rojigualda concluye en un debate sobre la sanidad hacia los inmigrantes, la crítica feroz a los progres, la extrema sensibilidad hacia los que aportan el capital a las empresas. Ya digo que no es un tratado político, nada implica que llevar una bandera española te haga intransigente con las políticas sociales. Pero sucede. Lo penoso es que sucede. Repito que intento bordear los asuntos meramente políticos y hablo desde mi experiencia personal.
Las causas seguro que son muy complejas, pero hay una que pesa muchísimo. Casi cuarenta años de peso. La decisión del bando sublevado de denominarse “nacionales”  y adoptar la bandera monárquica fue bastante paradójica en su momento. No se tenía claro qué se iba a instaurar después del 18 de julio, y mucho menos ser una monarquía sin rey. Lo que sí parece que fue un acierto fue considerarse “nacionales”. Quizás fuera para posicionarse contra los internacionalistas (aquellos del “obreros del mundo, uníos”), pero sospecho que tuvo más que ver con asociar a los enemigos de los sublevados con una antiespaña, de suerte que todos los que no apoyaban a Franco, Queipo o Mola eran antiespañoles. A sueldo de Moscú, para más señas. Y así se ha repetido desde entonces. Los enemigos del régimen son los enemigos de España. Esta asociación explicaría hasta cierto punto que la izquierda, e incluso parte de la derecha no franquista, se resistiera a utilizar el vocablo “España” y prefiriera “este país”.
Las manifestaciones de esta semana se han llenado de banderas. Me da igual que se hayan mostrado algunas con el águila de San Juan o carlistas (que ya hay que ser obcecado para llevar una bandera que sabes que irrita si tanto dices que eres constitucionalista y demócrata). El caso es que portar esas banderas tiene el mismo objetivo, demostrar que los que no comparten sus ideas no son españoles, no merecen ser españoles. Envolverse en la bandera es una metonimia para utilizar una retórica patriotera en la que las llamadas a la unión son siempre para derrocar a otro. No son llamadas a la unión con el gobierno de España, son para pedir un gobierno de concentración nacional en el que no esté el gobierno actual de España.
Es difícil identificarse con una bandera que se utiliza para enfrentarse a otros países en las competiciones deportivas. Es difícil identificarse con una bandera que se utiliza para reivindicar la españolidad de unas regiones en las que una gran parte de la población la cuestiona (igual que sería difícil identificarse las banderas que reclaman la independencia de unos territorios como rechazo). Es difícil identificarse con una bandera que acompaña a voces contra la igualdad de la mujer, contra los derechos del colectivo LGTBI+, contra los derechos de quienes vienen a trabajar a este país, que desconfían de quienes enseñamos a sus hijos en los contenidos marcados por la ley, que pretenden eliminar las ayudas del Estado a los más desfavorecidos mientras que reclaman subvenciones, legislación y gasto para que sus empresas (en sentido amplio de empresas) les enriquezcan aunque sus trabajadores vayan cada vez más cayendo en la miseria, quienes no creen en la gestión de lo público y glorifican lo militar…
Para enfrentarse a esta asociación tan caprichosa pero arbitraria, muchos desde la izquierda piden reapropiarse de la bandera y de la patria. Que se asocie España con la protección a los desfavorecidos, que se asocie la bandera de todos a todos. Y para ello utilizarla en todas las ocasiones en las que se pueda. Que sea la bandera de España la que ondee en las mareas por la educación y la sanidad, por un medio ambiente limpio y un trabajo digno. Insisten en apelar a la patria en estos menesteres.
Sin embargo, si al final utilizamos la bandera como un significante vacío, que sirve tanto a los que portan cacerolas con cucharas de alpaca, los que abominan del gobierno socialcomunista bolivariano que mantiene el estado de alarma para hundir a España por el propio placer de hacerlo; y también para los que denodadamente luchan por los trabajadores y trabajadoras, para la sanidad pública y una universidad de calidad; digo si sirve a unos y a otros, entonces no sirve para nada. Si al final los que defendemos ideas progresistas nos comportamos con el mismo infantilismo de los portabanderas en sus pulseras y camisas, para ese viaje no necesito alforjas. Que se queden con la bandera y la disfruten.
Sabía que al final entraría en política. Pero esto es una opción personal de alguien incómodo con las banderas y que, para mayor vergüenza, no se siente orgulloso del país en el que ha nacido. Porque nacer en un pueblecito de la provincia de Cádiz no es ningún mérito. Compartir distrito postal con dos premios nacionales de literatura no me hace escribir ni medio bien. Mi acento no refleja de mí nada excepto que me crie en el bajo Guadalquivir y viví en Granada cuando estudiaba. Todos los logros de los grandes generales que expulsaron a Napoleón o fueron derrotados por los ingleses, los emperadores que nacieron en la Bética y los que derrotaron al imperio azteca no me dicen nada. Ni para avergonzarme ni para vanagloriarme. Desarraigado de esta forma, desquiciado en mis ideas, ¿para qué voy a querer una bandera?


[1] Creo que todas las ideologías tienen que ser analizadas, primero teniendo en cuenta a quiénes hablan. No es lo mismo partir de que el Hombre es malo por naturaleza que pensar que es la sociedad quien lo corrompe (ambas majaderías peligrosas). Hay que analizar cuidadosamente cuáles son los objetivos finales, porque todos los programas prometen un final feliz, pero difieren sensiblemente en qué consiste la felicidad. Y, por último, pero no menos importante, comprobar cómo se llevan a la práctica esas ideas. Por ejemplo, no basta con saber que alguien se declara cristiano, que piense que todos somos hijos de dios, que el cielo es el lugar donde todos vamos a disfrutar de la contemplación de Dios, si luego resulta que pretende llevar a la hoguera a todos los que disentimos de que dios exista.