domingo, 31 de enero de 2021

El derecho a decidir

He estado más o menos atento a las reacciones ante la aprobación de la Ley Orgánica de regulación de la eutanasia. Creo que poco podría yo añadir a la defensa de esta ley que no hayan dicho y mejor otros. Sin embargo, me siguen sorprendiendo las críticas que recibe. No voy a entrar en lo fácil, en la falta de coherencia de quienes celebran la muerte y critican que uno pueda decidir la suya propia, como los que abanderan la libertad y luego se muestran contrarios a que uno pueda tener la libertad para decidir su punto final. Esta es una ley muy conservadora y garantista, como no podría ser de otra forma. Todavía queda mucho por regular para mantener los llamados “derechos de salida”.

Para empezar y, aunque parezca increíble, hay que recordar que la eutanasia no es obligatoria. Que no se hace por motivos miserables de ahorrarse unas pensiones. Hay que ser mezquino para argumentar ese tipo de razonamientos. Si alguien tuviera una creencia contraria a decidir sobre su propia muerte, está en su derecho de sufrir lo que estime oportuno, de solicitar cuidados paliativos o no. Nadie obliga a nadie a acogerse a esta posibilidad, como el divorcio, por ejemplo, o el matrimonio homosexual. Si no quieres, no lo hagas, pero estamos otras personas que sí queremos tener esa opción y para nosotros está una ley que puede acoger a cualquiera, incluso a católicos que en trances tan difíciles decidan acabar con su sufrimiento.

Otra cuestión que creía innecesario recalcar es que no todas las muertes son iguales, no todas tienen la misma dignidad. Todas las personas tenemos la misma dignidad y derechos, pero no todos gozamos o sufrimos de las mismas situaciones vitales. Cabe preguntarse, como hacen quienes se muestran indignados (literalmente dicen perder dignidad) con esta legislación, qué es una muerte no digna. El articulado de la norma lo especifica: un mal incurable, que implique sufrimiento según unas circunstancias y bajo la atenta mirada de varios profesionales independientes entre sí. Una muerte dulce en el sueño sin sobresaltos no es lo mismo que un sufrimiento atroz de una enfermedad irreversible y degenerativa. Y siempre, como decimos, es una opción individual.

Como en muchas ocasiones nadie discute sobre la necesidad de la justicia, entendiéndola, por ejemplo, como dar a cada uno lo suyo. El problema es definir que es “lo suyo”. Para algunos integristas será la vida, la medicina y seguirán estando en su derecho de que así sea, para otros será aceptar su decisión consciente y madurada de salir de este mundo. Hay alguna hipocresía, como la que se le achaca a la madre Teresa de Calcuta, de reivindicar el sufrimiento para los demás, y, sin embargo, pedir todo el catálogo de cuidados paliativos. O pensar que los cuidados paliativos aceleran el final de la vida, así que no es necesario recurrir a la ayuda a la eutanasia.

Se puede pensar que no es bueno que se ayude a quitar la vida a nadie, pero eso es discutible, y de hecho se ha discutido mucho antes de que se aprobara la ley. Lo que es un despropósito es tachar al Estado de abuso de poder. El soberano antiguo, decía el filósofo Michel Foucault, tenía el poder sobre la vida y la muerte de sus súbditos, dejaba vivir o hacía morir. Los modernos Estados soberanos prefieren hacer vivir. Él le llamaba biopoder a los intentos del Poder por cuidarnos, como obligarnos al cinturón de seguridad o a vacunarnos. Tomando el antiguo soberano o el nuevo, esta ley acaba con el monopolio sobre el control de la muerte, que pasa al ciudadano. ¿Dónde está el abuso de poder del Estado?

Todo el mundo está en su derecho a pensar que el Estado es un sanguinario que pretende “aligerar el erario público” a base de ayudar a morir a los pensionistas. Podemos situarnos en el escenario de la película Cuando el futuro nos alcance (Soylent Green) en la que los ciudadanos se ven conminados a decidir no ser una carga para la sociedad, como hacían supuestamente los ancianos inuit. Sin embargo esta no es una ley que pida el Estado, sino que ha sido un largo trecho de luchas y reivindicaciones por parte de quienes necesitaban esa ayuda y el Estado les obligaba a vivir en miserables condiciones. ¿Qué es más absolutista, obligar a vivir o permitir que uno decida?

Los parlamentarios no han usurpado el papel de Dios, al contrario, era el Estado quien decidía en lugar de Dios. Ahora somos los ciudadanos quienes libremente podemos solicitarlo y el Estado articula los mecanismos para evitar abusos. Es un paso más para dignificar la vida humana. Una elección. La libertad es elección y estamos, como decía Sartre, condenados a elegir siempre. Estando incapacitados para buscar la propia muerte, pero también cuando podemos estamparnos con el coche en una pared. No me deja de sorprender que califiquen de Estado totalitario al que deja descansar sobre los individuos las decisiones trascendentales de la vida. Entienden la libertad como aquello que el Estado te obliga a hacer, en lugar de considerarla como aquello que hacemos, lo obligue a hacer el Estado o no.

Quienes practican la medicina podrán tener sus ideas, pero no deberían estar por encima de la libertad del paciente. El recurso al argumento nazi es demasiado tópico para tenerlo en cuenta. No se trata de eliminar al Otro, sino de decidir que la vida de uno no debe seguir en esas desgraciadísimas circunstancias.

Las circunstancias de la pandemia dan otro argumento tramposo. No es una ley que se haya sacado con premura, es algo que se lleva discutiendo en la sociedad desde hace décadas y que casos como el de Ramón Sampedro y la película que Amenábar le dedicó pusieron en el candelero. Ahora ha sido el momento, pero debió ser mucho antes.

Un asesinato no es matar a una persona con premeditación. Esa definición podría corresponder a una guerra. Y es el propio individuo quien la solicita. El dolor no engrandece, el sufrimiento no hace digna una acción o una vida. La dignidad es algo más, y puede ser diferente para diferentes personas. Ahora se ha dado un paso más en la dirección de que cada persona pueda decidir sobre su vida.

miércoles, 27 de enero de 2021

Reseña Victoria Cóccaro: ‘El mar’. Ediciones Liliputienses. 2020

Poeta, investigadora y traductora. Lleva publicados El plan (2009), Hotel (2011 y 2013), Eléctricos de sombras (2016), El mar (primera edición de 2018) y Decir (2020). La poesía de Victoria Cóccaro tiene a partir de una experiencia sensible no necesariamente virtual sobre la que organizar la palabra poética. Dice al principio, “Escribir es intentar llegar a tiempo al montaje”. La dimensión experiencial corre pareja a la especificidad del tiempo y la memoria en el sentido de modificación, creación y borrado. En el largo poema El mar que inicia la serie encontramos esta reflexión: “El mar se mueve parecido a pensamiento /…/ Escribir es borrar /…/ Una vida duerme / y la experiencia de dolor / no es la de esa vida / que duerme / porque esa vida ya no tiene nombre para ti /…/ escribir es a lo sumo esperar / ver el parecido / entre un cerebro y la copa de un árbol /…/ los nombres como piedras los edificios /…/ El dolor es una capa gelatinosa que nos separa / de ese cuerpo / que duerme / despacio / ¿escuchas?”.

Comienza con un poema muy largo y complejo, con elementos un tanto oníricos para luego pasar a otras composiciones más ajustadas, de longitud variable en las que los equívocos del lenguaje contribuyen a acentuar el carácter descriptivo y reflexivo: “y si vas para ahí te hacen de agua / un metal refleja una forma / que todavía no existe / una esfinge de sal / en una fábrica por derrumbarse” (Esta es esta en este planeta en este momento). Puede aprovechar las posibilidades gráficas, como en los caligramas básicos de Muchas cerraduras viejas.

La capacidad visual arrastra la memoria tanto como ofrece opciones abiertas y radicales: “días atrás tenía / una imagen de lo que se venía / mitad amor / mitad caballo / una visión / de casa que miden igual a otras cosas” (Concéntrate en el presente). La comparación de dichas imágenes causa, más que desasosiego, la incertidumbre de la duda, elemento fundamental para la poesía de Victoria Cóccaro: “Marinero o equilibrista / el mismo gesto uno lanza / para arriba otro despliega / por abajo y permanece” (La red del pescador).

Otro de los elementos es el uso del juego, tanto los caprichos fonéticos de las palabras como las asociaciones elementales: “si entre la endogamia de goma / la goma endomingada / la doma engomada / de los conferencistas / hubiese habido agujeros / o millones de huevos / como túneles de topo / para escapar o al menos / una gruta o aunque sea / un puente que nos haga / recorrer la novedad / pero no hay” (Un campo); “acá Laura señala la contradicción / la luna a las siete de la tarde / por el vidrio del taxi hasta Aeroparque /…/ en el taxi de regreso / se escuchó la palabra cor / te y la palabra fa / ca la palabra aguje/ ro y la palabra alamabra / do” (Ayer en Aeroparque). Para describir el argumento del poema se recurre al catálogo de los sentidos, el sonido, la cualidad táctil, los olores, más que el recurso al razonamiento o a la narración: “pero plásticos / no sé si dejarán ese mismo olor a hierro / que es a sangre también” (Un lugar donde estar).

Es interesante también la atención que se dedica a la actividad poética, escritura y disfrute a la vez: “la pausa entre las estrofas / del que canta en la radio / por cadena nacional / detiene la mañana en mí” (La dificultad). También a la actividad cotidiana que esconde una vida interior como en un bosque del que solo conociéramos los árboles de su linde: “camuflados los paisajes / móviles del correntino / en verdad oficinista / voz grave deprimido / fardo surrealista / podrían camuflarse / verde negro llameante” (Paisaje móviles).

Hay un elemento de choque, de combate en alguno de los versos: “mujeres a la conducción de trenes / decía una pancarta /…/ adentro del vagón entraba / la manifestación entera / mujeres a la conducción de trenes mujeres / enteras en la manifestación” (Mujeres a la conducción de trenes). Y pesa una añoranza de pasados simples, de experiencias concretas sin dejar de mantener un espacio abierto al misterio: “Hay una carta de tarot sobre la playa / y agarrarla es elegirla de este gran mazo que es el mar” (El fin). La relación del pasado con la propia identidad siempre resulta problemática para quien pretende abrir con sinceridad su realidad: “muchas veces una tarda hasta llegar / hasta donde ya estaba hace tiempo / es un avión antes de despegar sin entrar / en la pantalla del radar ahí está /…/ El pasado es tu amigo de visita a las 5 de la tarde / después de haber estudiado en la cocina el espesor del aluminio” (El río).

“… En la foto,

detenida, no se sabe quién o qué

hace la fuerza. Cajas chinas

de escenografía y personajes: son tan dependientes uno al otro

es imposible que se mezclen en toda posición” (El río)

miércoles, 20 de enero de 2021

Reseña de Mónica Doña: “Mundo fantasma”. Fundación Huerta de san Antonio. Col. Juancaballos de poesía. 2020.

Mundo Fantasma - Fundación Huerta de san Antonio

Bajo el atento magisterio de Juan Carlos Rodríguez, Mónica Doña repasa el mundo de las sombras después de su memorable ¿Quién teme a Thelma y Louse? con quien comparte una voz poética que deja su impronta a pesar del cambio de registro y de matices en los temas. Mónica Doña tiene la sabiduría poética de narrar, de contar una historia, de desentrañar el argumento oculto en la poesía, en un cubierto, en un paisaje. Esta cualidad le abre la posibilidad de posar su foco en diferentes escenarios, jugar con diferentes voces y aunar coherentemente en el poemario una sensación predominante. En este caso, sin abandonar el compromiso social y personal, la mirada íntima es más evidente, pasa un poco más a primer plano, el yo femenino singular, que, por otra parte, es un yo que puede englobar cada singularidad de cada lector y cada lectora. La poesía lee como propios los versos ajenos.

Mundo fantasma está dividido en distintos capítulos, en diferentes estancias donde se agrupan por tono y tema los poemas. El primero, titulado genéricamente, El mal tiempo, compone a partir del desasosiego de los contratiempos atmosféricos, una introducción calmada e intensa: “Amigo: / No sabes el trabajo / que me cuesta / arreglar el jardín /…/ Cuánto deseo, amigo, / arañarte la espalda / y deshojar de nuevo / el árbol que en verano / nos dio la sombre justa /…/ el invierno, el olvido, y a lo lejos / los árboles desnudos / sin nosotros” (Octubre). Más que una crónica, la poeta hace un repaso vital de estos jardines de invierno como cantaba Henri Salvador: “En el país del frío /…/ y de regreso a casa / nos dábamos un beso / con los labios muy fríos / antes de desearnos / buenas noches amor / hasta mañana noche. // En el país del frío / nunca he vivido nadie” (Clima extremo). La patinadora, por ejemplo, se emparenta con la vendedora de fósforos de Andersen mientras que Mimetismo parte de un preciso y precioso detalle de una gota de agua.

“Sientes que ha de venir

una mano piadosa o asesina

que prenda el fuego.

 

Sientes que debe arder la casa ardida

para salir corriendo

porque te quemas viva” (Templo de Vesta)

La segunda escena, Palabras cansadas (quizás homenaje a la vista cansada de García Montero) remite a la sensación vital, no de hastío, sino de lucha continua, de Sísifo cotidiano, del emprendimiento perpetuo. Se alterna una clara vocación del plural y el singular: “Por alcanzar tu mano / atravesó el deshielo” (Héroe); “Se cansaron mis alas de simular ser libres /…/ ¿Tanto cuesta / encontrar una jaula a la medida?” (Libertad); “Acaso te inventaron para que no dijese / que la vida dolía” (Alma); “Hoy las palomas han perdido oficio” (Paz); “Y tendría que irme / porque no he conseguido / dejar de ser un mito en tu oscuro deseo” (Del amor). En estos versos la libertad, la huida de la repetición eterna puede referirse a las cadenas del deseo con tanto vigor como la necesidad de paz, de concordia. Podría decirse que se engarza lo biográfico (real o no, es lo de menos) con lo social (incluso político) de manera que uno refleja lo otro y lo otro puede ser alegoría de lo primero: “Pero quizá el amor / el único posible en compañía, / poco tenga que ver con el conocimiento” (Del amor II).

La siguiente sección se presenta como un carpe diem, y en cada uno de los poemas se intuye la trascendencia del instante, planteamiento tan caro para la llamada poesía de la experiencia. Basquiat en plaza Nueva puede ser un buen ejemplo. O Fin de año: “Alrededor de ti se va instalando / la emoción del silencio. / Puedes estar contento, / ya has triunfado. / El brillo de navaja de tus ojos / atraviesa la noche y nos congrega / cuando al alba te lleven, lo diremos: // Año Nuevo, Vida Nueva”.

Se percibe un desencantos la hora de retomar argumentos que, por ejemplo, la poesía romántica hizo suyos, como el ángel caído o el crepúsculo de los dioses. El mundo (fantasma) se difumina en una niebla espesa en la que de poco sirven los mapas conocidos, más aún si lo que se pretende (o a lo que estamos arrojados) es a errar, al devenir nómada: “Ángeles migratorios /…/ La mar no se detiene, / pesadas olas piden levedad, / suelta la balsa lastre, / la luna blanca en alta mar alumbra / cadáveres flotantes / de ojos negros / y oscura piel oscura” (Balada del ángel caído). Ni las certezas (abominables o no) que provocaban las sombras son ahora perceptibles, han sido sustituidas por otras que, quizás de una manera más líquida, atrapan: “Hay nuevos dioses hoy. /…/ que en sus manos escuálidas esconden / metros deformes y menguantes /…/ Soy mi propio esqueleto que desfila” (Declive del sistema métrico decimal). Un lamento que se escapa: “Es bueno estar a solas / si agotaste la espera” (Help), que es como recordar que una calle sin salida tiene siempre una salida.

Soledad de los pronombres parte de esta sensación de soledad para volver a la primera persona, que conversa (“Ni yo ni tú ni él / ¿quién entonces?”, La cuarta persona del singular), que recuerda, que recapitula: “Oculta otro dolor tras el crujido / que escucha por la nuca / y sube, sube / nublando la vista. / Es posible que entonces / eche mano de Dios y clame al cielo / que no le quiten nada / todavía” (Ella). La biografía trasciende la experiencia individual por mucho que sea la confesión el modo. Una confesión, por otra parte, que no se hace en voz baja, a veces hay desgarro: “Con las Rimas de Bécquer / en el sagrado fondo del pupitre/ pasó la adolescencia /…/ ¿Y cómo no fallar en matemáticas, / en geografía, en lengua y en amores / si era yo la poesía?” (Gustavo Adolfo y yo); “Yo de pequeña quise ser artista, / artista en general. /…/ Vano intento, / se me fue la memoria y todo el arte” (Conmigo y sin mí); “Lo que ha desinfectado sus pezones / para daros la vida, / para daros la muerte no ha nacido mi muerto / todavía”  (¿Quién es Mónica?). Y, aunque se haya preguntado por la imposibilidad del conocimiento, el poema lo recuerda, lo intenta.

Sobre la mesa recuerda al imprescindible La cuadratura del plato y deja paso al catálogo de lugares de la parte quinta, en los que, cómo no, tiene un rincón privilegiado la costa mediterránea: “A la hora poniente abre los ojos / y empieza a ver el sol que en su agonía / el mar engulle mudo” (Mar de Adra). El peso de la ciudad de la Alhambra está siempre presente en gran parte de la poesía que se escribe en Granada. No podía dejar de impregnar los poemas siendo el escenario imprescindible, pero también como sujeto propio: “Siento un escalofrío y vuelvo a casa / tras haber conocido la nieve en Granada” (La nieve en Granada).

Viajes presentes (“Dentro de Urueña soy una campana”, Atardecer de Urueña), pasados e imaginados completan esta sección que se pasea por la geografía de los Ríos de Europa (El silencio y la música): “Sin barcos de recreo, sin música lejana, / se muere de silencio. / Mientras que por los lagos y los ríos de Europa / van cantando los cisnes”. Sin embargo, en la última, Distopía y paloma, el paisaje se torna sombrío aprovechando elementos narrativos y códigos del cine y la literatura de ciencia ficción (presente y pasada: “Invisibles, las manos / me dejan mutilada. / Pero ya no las quiero. / No quiero manos muertas / apretando el botón equivocado” (Manos). Un ejemplo puede ser la carta a Tesla de La paloma de Tesla o el homenaje a Wollstonecraft y Shelley “Dame la mano, vamos, la lucha continúa” (Mary & Mary), otro, la referencia a Blade Runner en Nexus, el replicante “Mas hoy has vuelto y lleve / sobre mi corazón que anhela / ser de nuevo contigo / una imaginación a cielo abierto”. Ahí se entremezcla la anticipación de la que siempre han gozado los clásicos (de la Antigüedad o del siglo pasado) con el lenguaje y las realidades propias del futuro que se encarna en las estrellas:

“Que siga la caverna,

señora de la NASA y otras élites.

Que siga la conquista del espacio exterior

y que gane quien pueda

Mientras tanto,

yo seguiré intentando

conquistar otro espacio:

la habitación legada por Virginia,

el pequeño escritorio que a veces me permite

poblar la soledad de la página en blanco” (La conquista del espacio)

Un juego de espejos y referencias para describir y envolverse en la compleja realidad (poética, vivencial y social) de unos tiempos confusos y unas edades que prometieron deslumbrarnos y en las que acabaremos cobijándonos en una vela, como los cuadros de La Tour, y que el tiempo nos alcance leyendo versos como los de Mónica Doña.

miércoles, 13 de enero de 2021

Reseña de Elisa Díaz Castelo: ‘Principia’. Ediciones Liliputienses. 2020

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Elisa Díaz Castelo nació en Ciudad de México (1986) y fue merecedora del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2020 por El reino de lo no lineal, gozó de becas del FONCA, de la Fundación Para las Letras Mexicanas y de la Fulbright. Este volumen se articula sobre el eje de la física, como los Philosophiæ naturalis principia mathematica de Newton. Quizás no seamos conscientes de la actividad poética que lleva a cabo la ciencia. No solo en tanto a poiesis, a creación de teorías, sino literalmente al uso de metáforas para explicar el mundo. La ciencia solía considerarse el espejo de la naturaleza, ahora, sin embargo, parece cada vez más cierto que la ciencia sirve de metáfora para entender otras realidades. La física como trasunto de las relaciones humanas. En este volumen se entremezclan realidades provenientes de las ciencias naturales con otras pertenecientes a las sociales, como el título de la primera sección, Sobre el sistema del mundo: “En la búsqueda de la forma / se me distrajo el cuerpo. Es eso /…/ Mi columna esboza una pregunta blanca / que no se responden y en esta parábola de hueso /…/ A las doce años se me desdijo el cuerpo, / lo que era tronco quiso ser raíz”; “Creo en la geografía móvil de las sábanas / y en la piel que ocular /.../ Creo en lo que no puedo ver: creo en los exnovios, en los microbios y en los microondas /…/ Creo en la muerte a regañadientes, / solo porque no vuelven los perdidos /…/ Creo, porque hay pruebas / (que nunca llegaré a entender), / en cosas tan improbables e ilógicas / como la existencia de Dios”.

El planteamiento no deja de ser interesante, pero, sobre todo, esta obra de Elisa Díaz Castelo posee una fuerza poética muy densa. En ella no se necesita la excusa de lo novedoso del planteamiento, lo supuestamente original del juego ciencias/letras, para disfrutar de momentos líricos muy intensos: “De la fría excitación de las partículas, de orbitales y átomos, / conozco solo la intemperie en el cuerpo, el borde / del cañón a quemarropa, la batita ridícula / con la abertura delante, y la voz sin diámetro del hombre / que se ha puesto su sotana de plomo, no te muevas /…/ Para prevenir la muerte, para curarla, / habrá que distinguir las calaveras,/ la luz tendrá que nombrar nuestros huesos”. El conocimiento del lenguaje y la terminología científica, por ejemplo en Instrucciones para realizar un experimento otorga, eso sí, un plus en el extrañamiento, en la abrir la posibilidad expresiva del cambio de registro convencional: “Determinar los factores bloque, establece los subgrupos, / Visita el antiguo laboratorio. Determina los factores ruido [tu madre llorando en la regadera, la palabra dolor tiene de ojos, tu madre todo el día en la oscuridad]”.

Hay una innegable conciencia crítica (“No creo en el Apocalipsis, pero ya casi no veo pájaros”, Apocalipsis) como también hay una profunda reflexión filosófica, como en Esto otro que también me habita (y no en el alma o no necesariamente, a partir de un verso de Darío Jaramillo, y ecos de Pessoa y Juan Ramón “Somos ellos: son nosotros. No hay dualismo / ni monismo. Todo parasitario”. Junto a estos campos semánticos ajenos se sitúan poemas con una conmovedora vuelta a los elementos más primigenios de la experiencia sensitiva más allá de elucubraciones científicas: “No olvidaré la melodía empolvada / que cada hora nos sobresaltaba / en la casa de la abuela. El reloj, en la pared, / era una cigarra de bisutería, de aleaciones. /…/ Por ello aprendí que el paso del tiempo / es una cuestión fúnebre y cada hora / es digna de despedida y añoranza” (La cuarta dimensión). El paso del tiempo, el deterioro y, tras todo ello, la muerte, impregna los finales para estos Principia: “Mapeamos tu mente con nuestra sangre profunda / como una astilla caliente /…/ Y me prometiste no morir. Vivir / es prometer no morir. / Todo el tiempo cumplirás la ruptura de nuestras promesas” (Acta de defunción).

“Lo que ha sido se es. El verbo se rompe como un vaso de vidrio repleto de agua hirviente

/…/

Es imposible hablar del espacio sin incurrir en errores (gramaticales)” (Primogénita)

La segunda parte, Sobre el movimiento de los cuerpos profundiza en el movimiento vital, en el paso del tiempo, marcando con precisión, en algunos poemas, el momento exacto: “… Era agosto: / un nudo de luz, una moneda de cobre / en la escalinata de piedra, en la fuente //La primera premisa es el espacio, sus tres dimensiones / perseveran: el suéter rojo que olvidó un día, / el salón, vacío en los veranos, el edificio / extenso y huesudo bajo el sol / como el cadáver de un animal /…/ Quiero romper de estas dos dimensiones / la tercera, frotar una con otra hasta que ardan, / solo eso: revestir cierta tarde de ceniza, / someterle a sus sombras, / darle la vuelta al tiempo” (Geometría descriptiva); “Esta es la vida media. Con los siglos / hasta los elementos cambian: / se pierde por parte: se vuelven otros / más comunes, más estables. Casi todos / terminan convertidos en plomo” (Vida media).

Los elementos sobre los que pivotan son los cuerpos, no geométricos ni siderales, son los rodeados de piel, qus sufren y disfrutan, “Y luego no hubo nada más que la ausencia de nuestros cuerpos juntos” (Eclipse); “En algún sitio de mi cuerpo, / se engendró una nueva oscuridad, un hemisferio de pérdida bajo la piel /…/ Y la ridícula tristeza, / como si el planeta hubiera de hecho desaparecido, / erosionado, hundido en su apogeo de sombra, / cerrado sobre sí mismo / como un camino que ya nadie recorre” (Apogeo de sombras). Son, por supuesto, cuerpos que dependen unos de otros, que orbitan juntos, que forman sistemas de gravitación: “Tal vez nadie puede existir por completo. Casi nunca. Solo entre dos mitades de las fuerzas, su único flotante dependiendo. Equilibrio simple, general, lugar libre de vértigo” (Puntos de Lagrange).

Continúa en la segunda parte el recurso a la terminología científica que simboliza más allá de la belleza de las fórmulas científicas, que dan cuenta de la complejidad de la existencia humana: “¿Dónde termina / lo habitable? /…/ Tan pronto acaba la zona habitable. / Los rituales que no compartes: / la amiga que no se lava las manos, / el hombre que no podía dormir / sin calcetines /…/ Mientras tanto el otro / se desplaza fuera de la zona habitable / lleno de su muerte, esa / que nunca no cocerás / ni te tocará llorar” (Zona habitable). Mención merece el recurso a la actividad científica, a la investigación, a disertación, al uso de los sentidos y los experimentos como trasuntos de las relaciones humanas, en las que andamos como científicos perdidos en su primer día de laboratorio, “porque casi nada es visible” (Materia oscura). Es la vista el sentido privilegiado de la ciencia, todo lo comprobable lo es porque puede ser visto (no oído, no palpado, no saboreado), y lo invisible debe transformarse en longitudes de onda percibibles por el ojo en gráficas o en tablas, “La primera vez que me miraste de ese modo, / tratando de descifran el acertijo de mi cuerpo, / mi sangre se espesó de pronto, fui piel, / plenamente, a mediodía” (Disertación sobre el origen de la vista); “Con mis ausentes, no / los muertos, los que viven / aunque no los veas/…/ Y pensando que esta que soy ahora no es la misma / no anda por ahí llamándose farsante, / recordando a la otra y olvidando / mis lunas, uno a uno, estrella que se alejan, cuya luz ya no alcanza”.

Quizás la descripción del poemario pueda parecer excesivamente fría por las continuas referencias a lo que en el imaginario es distante y sin emociones. Elisa Díaz Castelo en esta ocasión derrocha emoción, contenida en unos recipientes de laboratorio, pero bullendo y transformándose: “El universo es una alberca / vacía donde los niños juegan /…/ El universo es eso, / un lugar sin lugar, sitio a medida, / tumba de agua, de años luz, / apalabrada en sus vértices” (Alberca vacía). Y, en ocasiones, dolorosamente explícitos en su tragedia: “En el sueño tenía un lunar en el ovario, me lo decía mi madre en un susurro. Un cuerpo que era mío me había crecido adentro. Es el niño que no tuve, me dije” (Mapa de cuerpos invisibles).

 

miércoles, 6 de enero de 2021

Reseña de Melisa Papillo: ‘Paisaje con agua en movimiento’. Ediciones Liliputienses. 2020

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Docente y librera, Melisa Papillo nació en Buenos Aires, 1984.Publicó en 2012 La mecánica de los días (Simulcoop. Argentina) y la primera edición de Paisajes con agua en movimiento (La carretilla Roja, Argentina, 2020). El punto de partida para los poemas es visual, “Como no puedo viajar / miro documentales”. Y efectivamente, cada poema se acompaña de una referencia de documental. Al final del volumen se añade un código QR “para visitar el Atlas en movimiento y descargar los cartogramas realizados por Ximena Puppo y Melisa Papillo”. En principio puede parecer arriesgado tomar como referencia concreta un elemento ajeno por completo al lector, porque  las imágenes parecen ser algo más que una excusa:“¿Qué poema mira el perezoso / desde la rama inclinada? / sonríe desde lo alto, ya vio hace tiempo / lo que tenía que ver” (Reposa en la jungla). En ocasiones, el documental es un símbolo de la situación humana: “¿Con qué sueñan / los buscadores de lugares? // Empiezo de nuevo, / ¿con qué estado de ánimo / se cruza un océano?” (Lo que queda). En otras ocasiones, el interés precisamente es el hecho de que emita el documental: “No soy la única planta de mi especie. / La mesera cambia de canal. / Ahora un partido de fútbol sintoniza la mañana. / Huracán va arriba, la o” (El viaje de la tortuga).

                A medida que avanza el poemario, Melisa Papillo se adentra más en una poesía menos anclada a los referentes, más reflexiva: “No hay don de la palabra. / Los miro mientras se ríen de las palomas, / de lo que dice la locutora, / de lo fácil que es ahí que los quieran” (Algunas obsesiones); “La belleza del paisaje acá / son bolsas negras picadas / por aves que no cantan, gritan, en cada vuelo/ ‘Vecino, esto es para siempre, / venimos de a montones a quedarnos’ ”.

                Se parecía un progresivo protagonismo de la primera persona: “Tenemos nuestra banda sonora, / ¿Qué más queremos en este conurbano? / Pusimos palmeras, hicimos un barrio tropical / húmedo y sucio. / Las cotorras habitan completamente la tarde”; en especial del yo que observa y se pregunta, que mira y se imagina, proyecta, ansía y desea: “Me apropio de un lugar tranquilo /…/ Después tomo /una copa del mejor vino / en la mejor terraza de Santa Mónica / y ahí por fin / puedo responder / ¿qué me mueve en esta vida?”; “Con las manos hago un gesto de cámara, un click / para capturar lo que es un día de amor: / una foto que se llame ‘en esta vida amé así?”; “Son las cinco y cuarenta de la madrugada / no sé nada de mí. / Es la hora en que secretamente / caminamos sin mapa. / Hay en el cielo colores nuevos. / No sé nada sobre mí” (Puerperio en Caseros); “Tengo treinta y tres años / y estoy tratando de dominar el volante. / Constantemente. Dejo y retomo. /…/ Debe ser más complejo que como lo explico. / Debe ser más perturbador de cómo lo entiendo. / …/ Me encantaría ser de esas personas / que siguen orientadas cuando giran el mapa”.

                Asistimos a una descripción del yo interior a partir de la exterioridad de los documentales para pasar a la exterioridad del comportamiento de la poeta: “Las piedras que traigo de los viajes / suelen tener formas preciadas. /…/ No dicen nada de donde estuve, son una parte del cuerpo que fui / en ese lugar” (Paisajes con agua en movimiento)

“En el interior de una roca hay vida.

/…/

Ahora mismo me siento así

llevo una piedra

de la suerte, talismán pesado,

dentro del cuerpo

/…/

 aunque sé

no voy a poder llevar siempre conmigo.

Pero sí tengo el poder

de dejarle este talismán al río

/…/

Piedra que toco ahora

redonda fuerte,

no te pido nada

y me tapo la boca para no hacerlo

 /…/

Te dejo suave para que las olas te choquen,

la sal te acompañe.

Yo me llevo tu peso

Cambiante

tu imagen inventada por meses,

tu fuerza un ritmo conjunto

lo guardo”

A pesar del predominio de la subjetividad, pueden alternarse argumentos y descripciones, al par que una reflexión, que una crítica se solape entre los versos, una queja de la situación humana, tan especular, tan tendente al simulacro: “Cuando logran el fondo perfecto / sacan una selfie para no perder / de vista nunca lo que les acaban de revelar”. No significa que peque de prosaísmo, al contrario, es un poemario que está cargado de sentimiento, quizás contenido, y también de una mirada lírica hacia el mundo que podemos alcanzar con la mirada, directamente o a través de la pantalla:

“Como se lanzan una a una las piedras

 al borde

de un lago, recorro

el mapa de la vida.

No es una tarea difícil, sino meticulosa

desarmar y armar recorridos solo

para entender los pasos dados”

viernes, 1 de enero de 2021

Reseña de Mónica Manrique de Lara: “Devoción de las olas”. Isla Negra Editores / Crátera Editora. 2020

Devoción de las olas, de Mónica Manrique de Lara – Culturamas

Siempre es muy grato asomarse a una opera prima. Mónica Manrique de Lara es licenciada en Traducción e Interpretación y ejerce como profesora de secundaria. Junto con otras cinco escritoras publicó El cuerpo de las flores (Ediciones escondidas, 2019), un volumen de poemas y relatos. Lo que tenemos delante es un consistente debut con unos ejes temáticos y un vocabulario definidos. Conviven en este paisaje una serie de elementos, la orilla, las olas, por supuesto, las corrientes, el río, el barro y el lodo por un lado, y el sendero y sus paisajes por otro. Pueblan el litoral pescadores y caminantes, amantes y amados.

El primer bloque, El sendero, abre contundentemente el poemario, “en la orilla que me borra, soy la huella, / pescador, caminante, sirena” (Prólogo). En él se encuentran poemas de emoción contenida, de imágenes en las que el  acercamiento, la piel y los sentidos cobran un  relieve lírico. Podemos mirar al horizonte sintiendo la brevedad de la vida (“hacia el mar nada muere del todo”, Sol del Alba); podemos meditar asombrados por las imágenes que nos descubren a nosotros mismos, (“Somos un hondo crepúsculo de nieve, / una arritmia prendida de luz, / un desembarco de barro en el cielo”, Vertical de la aurora). Sentimos delirios y mareas, que diría Rosario Troncoso. Asoman homenajes a Cernuda: “allá tan lejos, donde habita tu llanto, / horadarán tus lágrimas la roca / para llevar el corazón a quien te aguarda” (Túmulo abandonado), y un gusto por la manera en la que Pedro Salinas o Pablo Neruda utilizaban los pinceles sencillos de las imágenes para su poesía amorosa: “Como un prisma de mil caras / este cuerpo transparente es mi refugio /…/ a este cuerpo lo traspasa el sonido / y la luz que me atraviesa los costados / como un río sin principio ni destino / que se desborda por las lindes de la noche” (Testimonio); “ahora la herida de mi lengua te proclama, / amor mío, torso desnudo de lluvia y silencio, / gira la luz para mí con tus labios, / en el momento de hacernos invictos” (Limítrofe de aire y camino). Un recuerdo al García Montero de Diario Cómplice: “soy un disparo del Tú sobre el Nosotros, / sin embargo, si existes, yo existo” (Vine a ti).

Soy, eres, sendero son el leit motiv sonoro y conceptual del Deseo: “hay un caudal de sol ensimismado en la materia / cuando la noche encarcela sus formas” (Confesión de los cuerpos); “Mis sombra es una senda revelada / de mi cuerpo por el sol, / mi sombra es el Deseo / porque el Otro también es oscuro / y también es sendero” (Desvelo mi tronco). La orilla, el espacio liminar entre el mar y la arena, el agua y la tierra, un ser y otro ser, las olas como culmen de esa acometida: “ya no hay abrigo sobre esta piel desnuda ante las olas” (Limítrofe de agua y de piedra). No se refiere únicamente a la piel y lo carnal, esa zona de confluencia nos trae nuestro propio relato (“a ratos vienen las gaviotas a contarme / que lo eterno es el globo de un niño”, Solsticio) y nuestros propios anhelos (“no desear siquiera el viento de la espiga / y aferrarse a una tierra de orilla”, Pequeña sonata del sueño”).

Las Manos es el título del segundo bloque donde fija la atención, quizás en mayor medida, en los personajes del paisaje de costa. A partir de este momento confluyen nuevos argumentos, sin apartar la sensibilidad ni la introspección: “La gravedad es un aroma / que la caída se vuelve hacia dentro” (Nacimiento); “voy siendo espejo y, más tarde, espejismo” (Travesía del anhelo). Existe entre los versos de Mónica Manrique de Lara una indagación hacia el deseo, hacia la necesidad, hacia el amor: “Qué batallas perdida esta sed” (Meditación de las olas); “Todo esto era amor en las manos” (Quiromancia para un pescador); “Pero el viento es espejo del mar, / y ese mar es camino del cielo, / ¿ves cómo vuelan esos peces hacia el fondo?” (Retorno del deseo); “¿Qué puedo hacer por llegar hasta ti / siendo yo el cauce desnudo y tú el agua / de nube tersada en el cielo?” (Los abrazos); “¿Por qué dices que el vuelo es anhelo, / si este círculo del aire es alimento / si queda luz sobre la tierra en la semilla / y el agua siempre se despierta a ser rocío?” (Pensamiento en el cielo). Como Benedetti, en el mejor de los sentidos, embadurnado de existencialismo: “soy el temblor embalsamado de la tierra / que aún sostiene una leve existencia, / mucho más y más lejos de aquí, / de esta obediencia de cantares silenciados, / hay racimos de soles y lunas para cada anhelo” (Revelación de soles y lunas para cada anhelo). Y, de nuevo, Neruda en las marinas: “Tu mar y mi naufragio” (Entrega contra la roca).

Mayor introspección, quizás algo más sombrío es la última sección, El fondo del agua. Aparecen las sensaciones de pérdida (“el lodo quiere ser como la lluvia / y acaricia la duna hacia el llanto / y desnuda su lecho”, Ensoñación de las olas); de desengaño (“una mañana nos perdimos en el bosque, / creí que me agarrabas y era el viento”, Mudez de la sirena); de imposibilidad (“Eres un astro en el rescoldo / de lo eterno / y yo no sé cómo ser humo / de tu tallo”, Riachuelo de la lluvia); de ausencia (“tu ausencia es agua turbia, llueven insectos en mi cuerpo y vas cayendo sobre el lago que no está, / cuando regreses seré el firmamento, / largo laúd de presente continuo”, De ausencia);“he de cerrar los ojos, no habrá tiempo, / no habrá verbo, ni duda, ni espacio, / el centinela ha quedado dormido”, Cielo alzado). Un sentido de inevitabilidad (“Mientras la pulcritud de la pared / me llama signo / y yo a ella la llamo destino”, Sistema circulatorio de las olas), de roca contra la ola que diría Bécquer, son los argumentos de una madurez, de recapitulación sentimental: “Como fuego de rocío sobre el hielo / mi cuerpo se hace flor / con el recuerdo” (Punto de rocío); “El viento vino al agua y levantó / su cordillera de desiertos, / ¿era esto mostrarse el amor?” (Nocturno de silencio). Son momentos de aceptación y, hasta cierto punto de nostalgia: “lleva en mí todos los rostros del amor / y moriré pronunciando tu nombre” (Despedida del mar); “quizá la vida sea estar adherida” (Ascender del barro). Una opción personal de odisea, es decir, de tomar el camino, bien sea de alejamiento o de vuelta, alzándose o hundiéndose: “Soy la gaviota que vuelve hacia el fondo” (Círculo de agua); “Las manos en el mar son un camino / con su arboleda tañida de sol / y su sal de naufragio” (Sirena).

“Cuando tú duermes, tras la ventana de sangre y camino,

tiendo mi alimento al azahar de las mareas

porque tus manos son un sueño que no alcanzo,

cuando tú duermes yo abro los ojos,

me traslado por la luz de tu alimento

como un nuevo planeta en el cuerpo más alto del cielo,

para esperar siempre una aurora en nuestros ojos,

cuando despiertas, yo sigo en tu sueño”(El sol y la luna)

Lázaro es un personaje, como el pescador, recurrente en estos poemas. Podría haber sido un fénix, podría recordarse que las olas, a fuerza de venir consecutivas, parecen una misma ola repetida, podría, como hace la voz del poeta, confrontar los elementos, la luz, el agua, el reflejo: “Tú fuiste el río y yo su reflejo” (El pozo). Se cierra este poemario con el recuerdo del júbilo que será también promesa de cómo el recuerdo marca el futuro abierto: “se lubrica con la luz mientras gozamos / nuestro amor como elipse de viento, / desde los pájaros revueltos / al manso arrullo de los sueños desahuciados. / No habrá necesidad de más destino” (Sobre el lecho del fruto).