domingo, 28 de noviembre de 2021

Reseña de Marina Centeno: ‘Vitrales de la naturaleza’. Edición independiente. 2021

VITRALES DE LA NATURALEZA


Desde Yucatán, Marina Centeno nos presenta un objeto delicado que cuida tanto el continente como el contenido. El diseño y elaboración es obra de Rubén Estrella González. Devota de la naturaleza y de la décima aquí aparece con el espíritu de un haiku, observación de la naturaleza salpicada de un detalle del cambio de estación, del paso del tiempo: “Mostrando el extraordinario / poder de las estaciones / que cambia por emociones / el lugar del escenario”.

Con unos márgenes muy precisos, la poeta yucateca elabora las imágenes como quien se dispone a armar una vidriera, contemplando la naturaleza que pretende describir y trasladándola con la potencia del color y del plomo: “y surge como asesino / el verso que la describe”. Pequeños instantes son retratados y componen una secuencia de colores a tra´ves de los cuales advertimos el paso del tiempo y la belleza que encierra en cada ciclo: “Y la inminente caída de las hojas que se vierten / a tiempo que se convierten / en libertad revestida”. La contemplación y la sensación trascienden como sutiles connotaciones en los poemas de Vitrales.

El sol pone sus colores

sobre la tierra mojada

que se agrieta ilusionada

para exhalar los vapores

que surgen de los calores

que llegan con el verano

para saber que es en vano

la humedad que la estremece

y con ternura le mece

en las aguas del desgano

Como en las aspiraciones de un poeta romano que ansía volver a la naturaleza y a su huerto huyendo de la vorágine de las relaciones sociales de la Ciudad, Marina Centeno pasea entre las plantas y comprueba que la primavera las dota de crecimiento: “Dureza con que resiste / el flujo de los embates / con que crecen los tomates / y brotan verdes lechugas / porque las finas orugas / se abre a los combates”. No solo se recrea en las plantas de gran tradición lírica, sin llegar al prosaísmo o a la celebración de unas Odas elementales, puede dedicar los versos a los tomates, convencionalmente poco líricos.

Alza la vista y sitúa el movimiento de los pájaros como movimiento del tiempo: “Por eso pasan de largo / los pájaros por la tarde / mientras que el cielo que arde / permanecer en su letargo / entre lo duro y amargo / que da el vaho de la muerte”. Se mantiene el pulso lírico a través de imágenes que contrapesan la mera descripción, huyendo de lo que llama “el movimiento errático / del poema burocrático / con que algunos se dirigen”. La construcción de un poema es, o debe ser, algo más que la mera solución de un problema matemático, por mucho que éste suponga una alegría: “De la rima es un motivo / por un gozo que asemeja / a la vida por compleja / y a la muerte por segura / porque en esta desventura / hay de todo en la bandeja”. Los elementos sensoriales y directamente sensuales han poblado la labor poética de la autora.

La naturaleza es uno de los elementos fundamentales en la poesía de Marina Centeno, entre sus paisajes preferidos siempre ha estado el mar (Instantes de marea es un libro específicamente dedicado a él). Otros elementos han sido la desolación y el derrumbe, el óxido como resultado, paradójicamente hermoso, del paso del tiempo. La construcción de este pequeño poemario ha supuesto el trabajo constante a lo largo de los años sobre este tema. Atrás quedaron poemas que compartían etiqueta y espíritu. Un afán que podemos aprender de la propia naturaleza: “O remedias la encomienda / con la estación que se enciende / en las llamas del paisaje / que el lenguaje trabaje / de la forma que pretenda”.

Este es un pequeño detalle poético con que contrarrestar la desolación que describía en Intersticios, volumen centrado en el drama de la pandemia y que se basaba en procedimientos más oníricos, más surrealistas. La potencia poética de las imágenes sigue siendo importante, pero la visión, afortunadamente, es más amable.

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Reseña de Pablo Fidalgo Lareo: ‘El perro en la puerta de la casa’. Ed. Liliputienses. 2021

Pablo Fidalgo Lareo: El perro en la puerta de la casa


Después del celebrado Qualcosa nascerà da noi, llega este poemario que toma como referencia la figura de Ulises a través de su perro Argos. En cierta forma se armoniza la faceta dramática del autor si consideramos una especie de monólogo frente al público que asiste a las consideraciones del protagonista, que funciona, además como un símbolo de la situación, paradójicamente, humana: “Nos habían dicho en una isla / había una jaula pensada para nosotros. /…/ Al final de este viaje / podremos hablar de las ausencias / sin entristecer a nadie” (El dialecto de las islas).

La dialéctica del personaje abunda en varias direcciones, sobre todo las que tienen que ver con la exploración de lo doméstico y el paisaje circundante: “No me iré de  aquí hasta ajustar todas las islas, / todas las formas de vivir rodeado. // Si soy un perro de la calle y la calle está vacía, / si muero de hambre y sed / ¿a quién se lo anunciaré? /…/ Los perros nos enseñan una fidelidad / que nunca deberíamos haber visto” (Los primeros perros). La existencia del hombre, como decían los cínicos, la secta del perro, está salpicada de acontecimientos sobre los que no tenemos control y a los que debemos hacer frente sin alteración. Esa lucha contra el instinto la enuncia este perro que nos habla: “Y el niño que ya no es joven / habita un faro que quieren destruir. / No olvida que encender y apagar una luz / no es exactamente un oficio /…/ Te preguntas cuánto puede una vida / enfriarse y replegarse sin que nadie diga nada” (La infancia en las islas). La perplejidad que vemos en sus ojos es nuestra perplejidad: “Creer que la destrucción lo explica todo  y no explica nada. / Lo que llamas destrucción es solo / un paisaje insuficiente” (Nadar).

Dentro de esta contradicción está la sensación de abandono, de fidelidad unívoca y traicionada: “¿Sabes qué podría salvarme? Alguien que me vigilase sin conciencia. Alguien de quien poder decir es un mundo. Lleva consigo un mundo entero. Alguien de quien poder decir es una fuerza de la naturaleza” (El sueño acumulado); “Lo que amé de ti fue tu poco interés / en saber la verdad sobre mi vida” (Postales). Son lamentos y palabras a media voz entre las que vemos la persistente fidelidad y la confrontación con una realidad que podría haber sido otra a través de los afectos: “Si solo me quedara un verano / quizá no reuniría a nadie, / quizá solo haría como tú, / escribiría postales, / y trataría de ser lo más bello posible” (Postales).

No es la única voz la que oímos. Se van entreverando los pensamientos que podría asumir el autor, o podría ser Ulises, o asumir una voz del coro que nos interpela:

“Si os hablo así de los perros,

si los he convertido en un motivo central de la conversación

es porque los temí durante muchos años

Y ahora que me siguen y comen de mi mano

los perros significan el miedo vencido

/…/

Aunque haya superado todo el miedo a los perros

y a tantas otras cosas,

habrás visto que no estoy reconciliado conmigo mismo,

habrás visto ya que cada cosa que hago,

cada cosa que digo,

cada cosa que soy,

es inaceptable para mí porque estoy lejos de casa,

de cualquier idea de casa” (Valle de Belice)

Pablo Fidalgo puede embarcarse en un poema de grandes dimensiones, además de abrirse la posibilidad de leer como un largo poema. Podríamos calificarlo de diálogo dramático si no resonaran los ecos de una técnica poética que tuvo su momento y su controversia. En los textos de Pablo Fidalgo encontramos las interpelaciones y las respuestas, no solo la voz de la conciencia de los personajes, que cuestionan al Otro y se cuestionan a sí mismos: “Dices que viajas y no es cierto. / Solo te quedas con desconocidos el tiempo que te lo permiten /…/ Tendrías que decidir entre conocer el mundo / y conocer cada agujero de esta isla” (Marettimo).

El escenario, idealizado en el poema, resalta las cualidades que podemos sentir en la experiencia contemporánea de asilamiento, de inmensidad, de vorágine y a la que respondemos convirtiendo nuestro topos en una isla de dimensiones abarcables rodeadas de terra incognita, cuando en lugar de mares, quizás, encontramos barrios de hormigón y ladrillo: “La ciudad entre dos mares, / entre la vida y la muerte. / Su forma de acunarme / es un descenso a los infierno” (Palermo. Cappuccini). Se hace patente la necesidad de encontrar una raíz como punto de partida y de vuelta en el conocimiento del universo y de los demás: “Se tiene una casa en un lugar / para poder habitar las calles de al lado. / Se tiene una casa para salir / y volver de noche / después de haber visto correr / a todos los caballos” (El escondite).

“Estáis ahí, en la casa de enfrente,

para preguntarnos qué ocultamos.

Estamos aquí para hablar, para decidir si ocultamos algo o no.

Si aceptamos o rechazamos

vuestra manera de formular nuestro secreto

/ …/

Siempre hay un modo de amar lo que nace roto, interrumpido,

rodeado de agua por todas partes.

Siempre hay un modo de convencer a todos

de que naciste en una isla,

de que eres una isla” (La habitación prestada).

Argos habla de la necesidad de un hogar, donde el espacio se pueble de afectos y comunicación (“Habrá un sitio donde los perros / no necesitan calmarse. / Habrá un sitio entre las rocas / para ladrar”, El cariño de los perros) frente a la atracción nómada (“¿Qué viaje me ofreces para que no haga aquí / el hogar que pensaba hacer? / ¿Qué hogar me ofreces / para que no parta mañana?”, Avola).

La sensación de abandono siempre remite a un castigo, a una especie de expiación de culpa: “Si tú, como un dios destronado, / dices que algo habré hecho, / algo habré hecho. / Esto soy yo: / una inmensa vocación fuera de lugar (Tríptico de Torre Faro). La resolución suele pasar por la petición en forma de rabia o de oración: “Reza para que alguien haga, / con este amor irrepetible / (y con tantas evidencias) / lo que yo no pude hacer. // Isla, da una buena salida / a los que han navegado más lejos” (Navegaciones). En el proceso se recapitula –el examen de conciencia– a través de la memoria y la confrontación con lo exigido: “Yo entiendo lo que deseas: / saber si he vivido algo nuevo y profundo, / algo que empezó y acabó, / un gran amor, un gran viaje, / o si me sigo dedicando a ti / con nostalgia y tristeza robada” (El escondite); “¿Era esto Sicilia: / el miedo a perder la memoria, / a crecer / sin poder volver atrás?” (Gioiosa Marea).

Cuenta Tom Waits que los perros se huelen porque en un momento dado una lluvia torrencial les arrancó lo que tenían en la entrepierna y ahora lo buscan en los cuartos traseros de los otros perros, por eso tituló a su noveno álbum Rain dogs. Aquí leemos que “Un perro de la calle / es perfecto para conocer las calles” (Una barca). Es el símbolo de la necesidad humana de un hogar y de cuidar a quien quieres y de quien dependes:  “¿Y si todo lo que puedo hacer / es guardar el secreto? // ¿Y si todo lo que puedo hacer por el sur / es callarme?” (La noche. El sol); “Te preguntas qué pasaría / si te llevaras un perro de la calles, / si creerían que te llevas su paisaje, / algo que no es tuyo” (Aprendizaje).

A pesar de estar pivotando sobre un personaje clásico no acumula referencias mitológicas o eruditas concretas, nos encontramos con una poesía altamente emocional y reflexiva. Una poesía que se pregunta “¿Cuánto dura la plenitud / cuando ves el dolor al fondo?” (Un trozo de tierra) y que sabe que “El perro tiene memoria del miedo que me daba / y que podría despertar en cualquier momento, / ni él ni yo damos ya nada por hecho / ni nada por perdido” (El perro a la puerta de la casa). Porque, en realidad, en la dualidad entre el hogar y el impulso nómada está situada la esencia del ser humano:

“Ese eres tú intentando definirte.

Navegando entre dos islas

que son dos identidades,

que son dos perros,

que son dos formas muy diferentes

de llamar al timbre de tu casa

/…/

“Ese eres tú:

el que piensa escribir a todo lo que he perdido,

el que se muestra disponible para dar explicaciones,

el que se confiesa en muchos países, en muchas iglesias,

el que ve la diferencia entre las penitencias

y no las cumple” (Ese eres tú)

Un hermoso libro en el que se habla del desarraigo y del deseo ambivalente de quedarse y partir. Ningún hombre es una isla, pero lo que amanece en este poema es la condición de archipiélago, un conjunto de islas unidas por el mar que las separa[1].

 



[1] Precisa definición que acompañaba a la tristemente desaparecida Revista Archipiélago.

domingo, 21 de noviembre de 2021

¿Fascismo? ¿Qué fascismo?


En un viejo chiste de los 70, creo que había salido del cómic underground, Fat Freddy, el fumador de hierba hippioso, prefería los gatos porque los perros son fascistas. “¿Por qué?” le preguntaba un colega y él respondió, “¿Has visto algún gato policía?”. En aquellos tiempos y hasta hace no tanto, cualquier exceso del Poder, o del poder con minúsculas, era inmediatamente tachado de fascistas. Eran fascistas la policía y el ejército no porque sostuvieran que Franco salvara España del comunismo, sino porque ejercían la violencia del Estado, eran intrínsecamente fascistas. También lo eran las grandes corporaciones o los maestros que mandaban tarea a los pequeños y los suspendían. Creo recordar que hasta las normas de ortografía eran fascistas.

Han cambiado las tornas. Con aquella mentalidad, los antivacunas –mejor, los anticovidvacunas– que salieran a las calles pidiendo libertad, lo harían en contra del fascismo. Se había identificado el poder del Estado con el fascismo. Como estamos viendo, eso ya no es así. Los antivacunas y los negacionistas consideran que el Estado es totalitario si les exige el confinamiento, una mascarilla, un pasaporte covid o una vacuna, pero lo califican de comunista. Muchos de ellos no tienen problema en envolverse en banderas franquistas, incluso nazis, pero es que su libertad está por encima del bien común, que, por definición es totalitario socialcomunista.

Me extraña –y me alegra– que “fascista” siga siendo un insulto, pero me preocupa que tenga el mismo rango que “progre”. Así lo han hecho saber, por ejemplo, los integrantes del dúo gaditano Andy y Lucas al posicionarse con los obreros del metal en sus reivindicaciones. “No somos fachas ni progres”, han tuiteado. Como si fuera igual de malo defender la supremacía de la Raza española, o italiana, la subordinación de los intereses individuales, de grupo o de clase a la suprema realidad de España… que abrazar la ecología, el ingreso mínimo vital, los colectivos LGTBI, o la enseñanza pública.

Hay muchas maneras de ser de izquierdas, algunas de ellas bastante contradictorias, como la del anarquista partidario de la acción directa que lanzaba bombas a la multitud –y, consecuentemente, les privaba de la libertad de vivir–. Se puede vivir cómodamente en un comunismo totalitario y genocida estalinista si asumes una personalidad obediente e inflexible. Pero también hay maneras muy positivas de defender el socialismo, incluso el comunismo. No olvidemos, por ejemplo, la labor del PCE apuntalando la monarquía constitucional en la España de la Transición –nos guste o no lo que resultara–. Defender que el Estado debe, mediante su labor no solo de recaudación de impuestos, redistribuir riqueza para nivelar la desigualdad puede devenir en una dictadura orwelliana, pero también en una sociedad en la que los ricos puedan seguir siendo –asquerosamente– ricos, mientras que se vaya eliminando los miserablemente pobres. Quizás siempre existan ricos y pobres, porque son términos que se definen en contraposición unos de otros, pero no es obligatorio que los ricos sean cada vez más ricos a costa de que los pobres sean cada vez mayor número y más pobres.

Dentro de las posiciones de derechas caben los liberales, los ultraliberales o anarcoliberales, los conservadores, los neoliberales o neoconservadores y también fascistas. Hay muchas formas de ser liberal, alguna ciertamente liberticida para la inmensa mayoría de la población del globo, pero no hay ninguna forma honestamente sana de ser fascista. Aunque construyeran pantanos o casas baratas, la posición social del fascismo fue siempre una manera excluyente, la Patria por encima de todo y quedaban fuera todos los que eren enemigos de la Patria. El objetivo último era el engrandecimiento de la Patria, bélicamente en la mayoría de los casos. Una vacunación fascista sería la que esgrimiese la necesidad de pasar por la aguja para hacer más grande América, o la que utilizara el miedo y la amenaza por ser enemigos de España.

En cambio, lo que estamos viendo en los países de nuestro entorno, es el reclamo del bien común. Nos vacunamos para protegernos individualmente y para que no se saturen los hospitales –de enfermos covid sin vacunar o vacunados, pero también con otras patologías que han tenido que posponerse por la emergencia vírica-. Nos piden que nos vacunemos para proteger a nuestros ancianos o para volver salir a la calle y abrazarnos, para no tener que paralizar nuestra maltrecha economía. Apelamos a la conciencia ética, al bien común. Los ataques a los antivacunas en las redes tienen que ver con una insolidaridad manifiesta. No me vacuno porque estoy en mi derecho. Detrás puede estar una desconfianza hacia el globalismo de los microchips, un rechazo instintivo a hacer lo que los demás porque parecen borregos, una cobardía camuflada que prefiere esperar a ver qué nos sucede a los demás, pobres incautos que nos hemos vacunado. Puede haber, seguramente, miedo a los pinchazos… En ningún caso pueden esgrimir un argumento ético que tenga en cuenta al otro. Su fundamentación es la libertad individual y el enemigo de la libertad no es el fascismo, como en el siglo XX, sino el comunismo.

¿Por qué la dictadura comunista y no la fascista? Porque en el imaginario hacia el comunismo está la creencia de que son buenas intenciones que abocan al desastre. Una buena teoría para la especie equivocada, suelen decir. Me da la impresión de que, de una forma u otra, se admite que las intenciones explícitas pueden ser buenas. Lo que temen es que con esa excusa se oculte el deseo insano de dominar el mundo y de controlarnos a todos. Porque el comunismo es básicamente el control y olvidan el control extremo, incluso estúpido, del fascismo. Así, cómodamente se engloban en ese paraguas las regulaciones al comercio, las cotizaciones y los impuestos, la protección de la salud o de los salarios por negociaciones colectivas, la defensa del medio ambiente y la tolerancia.

Da mucho miedo pensar sobre las consecuencias sociales e ideológicas de la pandemia. Han salido a la luz aspectos muy miserables del ser humano y de los gobiernos. Las vacunas han sido arma electoralista, para atacar al gobierno o para que este saque pecho orgulloso de la vacunación masiva. Todos hemos visto a compañeros que desconfían de la vacuna como cualquier Miguel Bosé, y que se las han puesto porque son muy cobardes para negarse. Y, aunque la mayoría ha demostrado un sentido del deber ético y una fe en la ciencia y la tecnología, ha salido a relucir la masa de irracionalismo mágico que resurge. En la era de la alfabetización universal, de la escolarización obligatoria y de poder tener a nuestro alcance todo, TODO el conocimiento de la humanidad, en esa era aparecen terraplanistas, crédulos de charlatanes que desconfían de la ciencia “oficial”. No nos creemos al 99’9% de los científicos porque están a sueldo de las grandes corporaciones globalistas, preferimos hacer caso a ese ínfimo porcentaje de valientes a los que ¿nadie les paga?, ¿nadie les hace un test de personalidad? Médicos, personal sanitario y científicos que tachan de montaje el desastre económico mundial que se nos avecina no son contestados, sino que asumimos su crítica como parte de la libertad de expresión y les damos altavoz en las cadenas de televisión. Y, cuando empresas privadas como You Tube, Facebook o Twitter les corta las cuentas, dicen que es el signo del comunismo globalista.

Apañados estamos.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Reseña de César Rodríguez de Sepúlveda: ‘Noticia del asedio’. Ompress Poetas, 2021

 


César Rodríguez de Sepúlveda se ha cuidado bien de no apresurarse en la publicación y después de Luz del instante (Ompress poetas, 2020) agradecemos la reciente llegada de Noticia del asedio, por mucho que el origen del poemario se relacione con el drama ocasionado por la pandemia. Está dedicado a su padre. Una de las características más sobresalientes del poeta es su incontrovertible dominio técnico que se aplica a poemas muy líricos tanto como a los más narrativos, los más alegóricos y los dedicados al écfrasis. En el fondo, el poeta ha considerado la experiencia de la pandemia y el confinamiento como un argumento que glosar como si se tratara de una cruel obra de arte.

El abordaje de esta temática puede desplegarse rizomáticamente hacia todo el imaginario relacionado con la muerte a lo largo de la historia de la cultura, no faltan las referencias clásicas a las Moiras (“A esta región del sueño, tan remota, / ¿acaban de llegar / o estaban desde siempre, desde el mismo comienzo / del tiempo, / y solo ahora nos está dando velas” o al tópico del Carpe Diem (“Ante todo, rehúye una excesiva proximidad: /…/ No bajemos la guardia. / Andemos por la vida con mil ojos”). A los que se añaden las referencias religiosas: “tu don merecido, / la luz serena que tus ojos dicen” (Martirio de San Sebastián); “no irá usted a creer / que cuando al buen Adán / su creador, imperioso y exigente, / impartía instrucciones / (Creced y multiplicaos, / llenad la tierra y someterla), / no había nadie más escuchando” (El intruso). César Rodríguez de Sepúlveda, gran conocedor de cada uno de estos elementos sabe exprimer las referencias y las connotaciones sin caer en un conceptualismo erudito y frío, al contrario, cada verso se enriquece con las capas de cultura que se van encajando como una obra de relojería.

La trascendencia de los aconteceres sitúa de manera muy clara las emociones que hemos ido sufriendo a lo largo de los días de incertidumbre, utilizando un ojo muy preciso para resaltar los instantes (la luz del instante a la que se refería su primer libro) más significativos de estas nuevas rutinas: “Andar por casa, tropezando con los muebles, / culpándolos de estar / todos los días en el mismo sitio” (Arresto domiciliario); “Salir a avituallarse / por si es largo el asedio /…/ Fuera sigue acechando / el minúsculo ejército / de francotiradores invisibles” (Ángel exterminador); “A las ocho, otra vez, / salgamos a hacer ruido en los balcones, / a aplaudir, a cantar, a celebrar la vida / para espantar –ilusos– a la muerte” (Otra vez); “El sujeto, nosotros. / El verbo, muy pasivo, demasiado. / El complemente agente, este / virus de pesadilla” (Una cuestión de sintaxis).

No es demasiado aventurado relacionar los usos poéticos de Noticia del asedio con Antonio Machado o Blas de Otero, utilizando mesuradamente lo cotidiano con lo lírico. Introduce términos no convencionalmente poéticos, demasiado modernos para caber en una lírica al uso: “A las 4:50 de esta noche / ya será primavera. / En el valle del Jerte / ahora estarán floreciendo los cerezos, / no informados de virus ni de muertes; / aunque este año, dicen en la web, / habrá solo cerezas virtuales” (Martirio de San Sebastián, 2). Y es el juego de extrañamiento entre dos constelaciones de referencias, las cultas grecolatinas y cristiana (“No sabes, desgraciado, hasta qué punto / te atañe la desdicha, no sospechas / que al buscar sus raíces hallarás / tu propio corazón infestado de muerte”, Edipo recibe a los suplicantes) y las de la cultura popular (“pero el observador, mientras circula, / provisto de agobiante mascarilla, / no deja de advertir / en este florear cierta ironía”, Muerte entre las flores) lo que confiere un renovado aire de compromiso poético que no desdeña el uso de la ironía y el humor para conjurar los peligros y las tragedias: “Nos mata. No sabemos si siguiendo / un programa preciso, / o según sus caprichos, / como una indeseable lotería. /…/ Le damos muchos nombres: / dios / azar / coronavirus” (Argumentum Virologicum).

En ocasiones puede presentar su faceta más épica (“Sacude la cabeza / Caronte: / tan colmada de boca, teme / que algunos sin remedio / irá a parar al fondo de la Estigia”, Temores del barquero); “Ved aquí la ciudad tras la batalla, / como un milagro, intacta, / sin huellas de dolor ni de agonía, / sin rastros de los cuerpos que con sus / impuras secreciones y sus ayes / ensuciaban el aire /…/ Ved aquí tan perfecta / labor de artesanía, / el trabajo impecable de la muerte” (Paisaje sin figuras). Y en otras puede hacer un exquisito ejercicio barroco(San Jorge y el Dragón).

“Lo que es seguro conociendo nuestro

incurable optimismo (e insaciable

avidez) es que después de la

victoria no sabremos

comprender todavía

que no ha habido

ninguna

victoria”

(Después de la victoria)

No quisiera dar la impresión fría al recrearme en las figuras formales de un poeta grande que domina a la perfección el oficio (no hay más que recrearse con el manejo del encabalgamiento). Son versos llenos de humanidad, de sensibilidad ante el dolor y el sufrimiento en el que uno somos todos, en tiempos inhóspitos, momentos nunca vividos, con una carga de desconsuelo que nos atenaza:

 “… Nos ignora

el tiempo: nada somos

en las estancias de su inmensidad.

Huéspedes clandestinos en un extraño palacio,

que, con su señorial indiferencia,

no atiende a nuestros juegos diminutos,

bástenos su calor, bástenos

los contados instantes de gracia,  el

imprevisto regalo

del azar:

esta tibia mañana

de abril,

para intentar fundar una esperanza” (Mañana sin mañana).

 

jueves, 11 de noviembre de 2021

Reseña de Julieta Marchant: ‘En el lugar de la mano el ímpetu de un río’. Liliputienses. 2021

Julieta Marchant: En el lugar de la mano el ímpetu de un río


“La página / la unidad unánime de un cuerpo”

Julieta Marchant nació en Santiago de Chile. Su obra poética se compone de El nacimiento de la hebra (Edícola, 2015), traducido parcialmente al inglés; Reclaman el derecho a decirlo todo (Pez Espiral, 2017), traducido al portugués y la primera edición de este En el lugar de la mano el ímpetu de un río (Bisturí 10, 2020). Es codirectora de Cuadro de Tiza y Bisturí 10. Liliputienses acerca al público español este delicado artefacto poético que nace de la pugna entre el referente de la realidad y la capacidad del lenguaje para poder expresarlo. Es precisamente la lucha la que otorga al volumen la cualidad poética que lo hace interesante, una reflexión donde la belleza metapoética no debe despistarnos sobre el contenido, duro a veces sobre el que giran las palabras. Se trata de un largo poema, de alguna forma un lamento ante la muerte.

Como Julieta Marchant afirma en las primeras páginas, en cierta forma, se trata de: “Lanzarse y, en el espacio entre la orilla y el agua, perder el aliento. Nada es un tiempo al que la letra no accede. Golpea un rostro el lenguaje y ya no es posible restaurar. Las palabras no restituyen”. Por el contrario tenemos lo corporal, lo que pensamos con la piel y las entrañas: “Los cuerpos se quejan de los cuerpos / cuando la mano empuña / y no sabe la palabra que pueda encallar. / Los animales se quejan de los cuerpos / aprenden a defenderse”. Y debe ser la palabra la que unifique y supere la experiencia, pero, “Mirar el lenguaje de cerca y pensar que la cercanía es suficiente”, porque “Un cuerpo necesita ser abrazado porque es un cuerpo, con la presión se apacigua”.

“El océano se quema y el bosque es un humedal. Y entonces las palabras: corazón en vez de alma, alma en vez de espíritu, espíritu en vez de aliento. Aliento, soplo, bufido, grito, clamor, súplica, rezo, queja, exigencia. El corazón se vuelve una exigencia en el lenguaje. Las palabras conducen a más palabras”

Además de la dialéctica entre la necesidad de las palabras y la experiencia vital, asistimos a una sucesión de temas tras los que se esconden las angustias del ser humano: “Tuvo la fantasía de desaparecer. Deja sus cosas y las curvaturas que le corresponden, cerrar la puerta de la casa, mira la casa desde una distancia, distanciarse de la lejanía”. Más que una experiencia –en el sentido filosófico– individual, toma la voz de lo que de común tenemos los humanos: “Tomamos aire y desconocemos los caminos que sigue el aire para hinchar un pulmón. Hablamos y desconocemos los trayectos que hilvanan las sílabas para componer un sentido. Amputamos el lenguaje para escribir”. Y, de nuevo, vuelta a las palabras como pensamiento: “Con la prótesis que es el pensamiento / o con las palabras”. Una desconfianza planea en el cuestionamiento del lenguaje como forma de conocimiento: “En el lugar de la pierna, la palabra pierna. Oyó el sonido de la sierra aun cuando la sierra ya no estaba allí. Se quedó en el instante preciso en que el metal calaba el hueso (…). Entonces, se afana en el dolor que siente en la pierna mutilada y golpea la prótesis para aliviarse”. Básicamente insiste Julieta Marchant en la vida propia –y secreta– de las palabras: “Escribo pensando en las palabras pero son justamente las palabras animales que toman distancia”:

“Las palabras: escisión, ruptura, desgarro, grieta, fisura, surco, excavación, fosa, vacío, desierto. En la llanura de la piel un bisturí rasga la carne que se recuerda carne porque enferma”

El nexo de unión entre las palabras y la realidad ciertamente es el cuerpo: “Cuando un cuerpo sufre una hemorragia de golpe y la succión no es suficiente, los cirujanos apartan los instrumentales y con las manos sacan la sangre para despejar los órganos (…). Puso el cuerpo envuelto en una sábana y devolvió la tierra a la tierra”. Desde la experiencia, que los psicólogos llaman embodied mind o mente incorporada – corporeizada–: “Desconocemos si el movimiento / es del cielo a la tierra / o de la tierra a la fosa. / Si se trata de caída o de inmersión”; “En el área de un cuerpo, el volumen de alegría que decidió replegarse. Una viga, una habitación, una medida. El cuerpo se tensa”. O también, en nuestros recuerdos, la memoria que nos identifica: “Ante el recuerdo de alguien que ha muerto / de qué debiéramos defendernos / de qué estímulo o pulsión”. Una imagen sobresaliente es la que utiliza la poeta para describir el proceso de acumulación de recuerdos, más que una sucesión de capas, una sucesión de ausencias: “Cavamos fosas para cubrir fosas. Tapamos con tierra cada objeto y cada cuerpo que cesa”

 “Quietud.

Los órganos reposan, un corazón aguarda, el pulmón se hincha y vacía. En la mesa quirúrgica descansa un cuerpo que abandona un curso de sangre que forma un charco en el suelo –al curso de agua dulce vuelve–“

Freud distinguía entre el proceso de la pintura, que acumula pinceladas y colores, del proceso de la escultura, que retira material para hacer aflorar la forma. En este sentido Julieta Marchant describe el proceso de las palabras: “Cavan fosas / en el preciso instante / en que no deseas cavar / tapamos con las manos / con palabras”. Luego, inmediatamente a cada núcleo temático, a cada argumento de referencia, se contrapone el cuerpo que lo experimenta y sufre: “A pesar de cualquier deseo / el cuerpo se desfonda”, “Ardió por frío y se volvió ceniza / Inmediatez en su minúscula naturaleza”. Entre la realidad y lo que podemos interpretar y transmitir, “Entre el mundo y yo se arrebata el tabique hecho de lenguaje. Una prótesis: bisagra que reúne y aparta a la vez”. No se puede resumir de una manera más poéticamente clara.

Y, aunque, “Cada cuerpo se obstina en su propia sobrevivencia. De eso están compuestos: de una íntima porfía”, la única salida, como señalaba Michel Foucault al final de su Historia de la sexualidad, solo quedan el cuerpo y los placeres:

“Cuerpos se quedan y reposan en el sueño o en pantanos. Cuerpos cuelgan de vigas y se hunden aunque anhelen flotar. Cuerpos que ocuparán el volumen de una fosa. Hinchados, de ceniza, pequeños oscurecen. Desnudos cubiertos con tierra se ovillan. Soportan frágiles. Inundan. Se apartan y agonizan, se buscan entre sí. Cuerpos abiertos de la garganta al vientre. Se amoratan, son cauterizados, rebasan. Cuerpos estables se aferran y pretenden. Desde el interior equilibran. Cuerpos fulgurantes. Cicatrizan o se elevan. Cuerpos hábiles como ríos embisten. Ensayan una vida.”

Nos hemos encontrado exhaustos tras la inmersión en un libro bellísimo de poemas que desde las entrañas cuestionan las trampas del lenguaje y lo supera. Una experiencia durísima que parte del inmenso dolor tras el encuentro de un cuerpo en el río.

domingo, 7 de noviembre de 2021

¿Quién te ha dicho a ti que quiero que consumas sano por mí?


El ministro Garzón ha anunciado en esta semana su propuesta de limitar la publicidad de productos infantiles poco sanos. La derecha, por supuesto, ha corrido a atiborrarse de dónuts, chocolates y bollería. Supongo que se verán a sí mismos como seres pusilánimes, incapaces de resistir la falta de publicidad para consumir aquello que tanto les gusta y que tan poco favor les hace a su salud. Son como niños, que necesitan una guía, y si ésta les falta, se rebelan como malcriados. Eso sí, con orgullo, como el de nuestro admirado expresidente que no solo consume todo el vino que se le antoja sino que luce orgulloso unos abdominales de envidia.

Ya pasó con la carne. Pregonar contra el consumo excesivo de carne, si lo hace nuestro querido ministro, es un escándalo que motiva al no menos querido presidente de gobierno a saltar a la palestra mediática en defensa del chuletón. En cambio, si lo recomiendan las serias y formales administraciones andaluzas, gobernadas con mano recta pero amable por el Partido Popular en comandita con Ciudadanos, entonces es una recomendación saludable. No en vano nuestro consejero de Salud es médico.

Uno podría preguntarse por qué no ha salido tan apuesto ministro a regular el recibo de la electricidad. Por lo visto es de otro negociado. Eso no quita para que nos aclaremos qué ha sucedido para que suba la enormidad que sufrimos. Quizás tenga que ver con el restablecimiento de la actividad humana e industrial tras la pandemia, en la que las grandes productoras de electricidad tuvieron que bajar algo los precios, pero aguantaron el chaparrón dignamente. Ley de la oferta y la demanda. Si aumenta la demanda, suben los precios. Pero si baja, entonces resistimos como podemos los precios. A fin de cuentas, el sistema nos lo permite.

El sistema, al parecer, es similar en los países de nuestro entorno. Y, efectivamente, también ha subido el precio del kilovatio/hora. Hay, empero, factores que nos diferencian, o debe de haberlos, porque nuestra nación sufre una mayor subida de precios. Quizás se deba a que cobramos en la factura asuntos que no son propios de tal, sino de asiento en otro presupuesto. Verbigracia, los costes de las renovables.

No termino de comprender cómo va a hacer eso subir una factura si siempre los hemos cobrado, y no aumenta proporcionalmente a nada. La diferencia debe estar en otro lado. Quizás, digo, quizás, se deba a que nuestra manera de facturar permite a las compañías aumentar los precios, con los llamados beneficios caídos del suelo. Así que, más que suprimir impuestos o peajes, habrá que regular los beneficios extraordinarios que no se deban al aumento del costo de producción. Aunque eso parezca, a los ojos de los economistas con coquetas gafas de pasta de colores, ir contra el mercado.

No debería ser un problema para un ministro comunista.

Pero no me extraña que Garzón esté por prohibir la publicidad de este tipo de productos. Entre otras cosas por el tipo de publicidad que se hace. Básicamente, los productos industriales de bollería se dividen en dos grandes grupos, los anfetamínicos y los psicodélicos. Los primeros dan tanta energía, si no más que una raya de coca bien pura. Hace que los tiernos infantes salten, jueguen, corran, se tiren por barrancos o salven ballenas con fuerza sobrehumana.

De siempre había tenido a la Fanta como una bebida para niños pequeños, pero si atiende a los anuncios, con adolescentes sin problemas de pasta, es la bebida energética más adecuada para los deporte de aventura y riesgo.

Los psicodélicos, cuando menos, desatan su imaginación, ven dinosaurios donde no existen o comprueban cómo copos de maíz se vuelven soeces mientras saltan sobre un tazón de leche o destrozan otros juguetes. Los batidos pueden hacer ambas cosas, dan energía como una anfeta y despiertan las puertas de la percepción.

A fin de cuentas solo está regulando la publicidad en horario infantil y dirigido a los menores. Suponemos que los mayores somos lo bastante adultos como para no caer en el consumo indiscriminado de doritos, bollicaos o chococrispies. Y todo porque no hemos sido lo bastante adultos como para negarnos a conceder los caprichos de bollería industrial a nuestros vástagos.