domingo, 24 de enero de 2016

Fat is the new black



Quizás pueda ser acusado de defender una lucha por motivos personales. En el fondo todas las luchas sociales tienen algo de personal y todo lo personal es político. De las luchas por el reconocimiento del siglo XX hemos aprendido una lección que olvidamos a menudo aplicarla a otros frentes. La lucha por los derechos civiles de los años 60 no pretendía convertir a los afroamericanos en WASP, blancos anglosajones, sino que ambos tuvieran acceso a los mismos derechos. El feminismo y el movimiento LGBT suelen tener también en su base, no el traspaso de una categoría a otra, ni que se ignore la diferencia, sino que esta no suponga un menosprecio. Es obvio que no podemos cambiar de etnia ni de sexo a voluntad, o al menos fácilmente. Ahora bien, en la lucha contra la pobreza se proponen estrategias para salir de ella, para dejar de ser pobre, conseguir un mejor trabajo, llegar a la clase media. Pero seguirán existiendo trabajos mal pagados y existiendo pobreza. Lo interesante sería quizás lograr una vida digna para todos, independientemente de su extracción social.
La obesidad es una forma de pobreza.
Algunas razones me hacen aceptar esa afirmación. En primer lugar la discriminación generalizada que sufrimos las personas con sobrepeso. No fabrican ropa adecuada, lo que resulta sorprendente porque se supone que todas las empresas quieren vender lo máximo posible y por eso adaptan sus productos al consumidor. En el caso de la moda son las empresas las que obligan al consumidor a transformarse para poder comprar. Algo inaudito.
La belleza es una forma de capital. El aspecto físico que se impone a los candidatos a un puesto de trabajo, ya sea cara al público o no, a los políticos (se ha visto en esta campaña de una manera evidente en el debate de pie y sin tribuna), a los presentadores… Salir de la pobreza de la imagen impone la dieta y la liposucción. No es la primera vez que se descalifica a una política por obesa. Hay una presión increíble para que las embarazadas después del parto se queden delgadas en tiempo récord. Para dar una imagen de triunfador y líder hay que llevarse más tiempo en el gimnasio que leyendo. Es el capital estético. Nos resume José Luis Moreno Pestaña, experto entre otras muchas cosas en los llamados fat studies, que la gordura empobrece, porque se ceba en los prejuicios de clase y género, afecta más a pobres y a mujeres. Los obesos debemos soportar acosos que otros enfermos (asmáticos o diabéticos) no sufren.
Somos considerados incapaces, bien por falta de conocimientos de una vida “sana”, bien por falta de voluntad y flojera. Se está proponiendo en algunos foros neocon que paguemos más en sanidad por el uso más frecuente que haremos, dado que nuestro modo de vida es más susceptible de enfermar. Las compañías de seguros ya lo hacen. Se invoca la buena salud para incitar los prejuicios estéticos hacia la gordura.
En muchísimas ocasiones noto como se nos trata con condescendencia, nos miran con el cuidado con el que se riñe a los hijos ajenos. Estás un poco más gordito, has cogido peso, ¿no has pensado en hacer ejercicio? Deberías controlar lo que comes, y no picar tanto… Todos se ven en el derecho, incluso con el deber, de aconsejarte. ¿Se imaginan si se dijera lo mismo a alguien que tuviera problemas con cualquier materia académica? A mí no se me dan bien las matemáticas, ¡pues deberías hacer más ejercicios!
La obesidad también se relaciona con las clases más bajas. Pobres, no saben comprar, se dejan llevar por sus apetitos y se atiborran de comida basura, precocinados, fritos, conservantes, colorantes… nada de productos ecológicos. En el fondo subyace el mismo razonamiento. No son capaces de salir de la pobreza por falta de espíritu, falta de fuerza de voluntad, de iniciativa y prefieren ir subsistiendo, yendo a lo fácil. A todo esto hay que sumar la diferencia brutal de precio entre los productos “sanos”, orgánicos, y la comida con grasas saturadas, con conservantes... Comer sano puede salir muy caro. Un ejemplo más de que la libertad de elección está condicionada por la clase social.
La definición de obesidad es un ejemplo claro del biopoder que Foucault sacó a la palestra. El Estado se preocupa de la salud de los ciudadanos y es una forma más de control, prohibiendo, regulando, incentivando, etiquetando… Desde la misma definición de obesidad, el proceso es algo más que turbio. El famoso Índice de Masa Corporal está lleno de elementos cuestionables. Por ejemplo, los sexos están sin diferenciar, así como la edad. También se constata que se ha bajado el límite hasta el punto de considerar que casi la mitad de la población de los Estados Unidos tiene sobrepeso.
No voy a entrar en si la gordura es una algo genético o fruto de nuestras decisiones en la mesa y en la pista de atletismo. Lo primero nos libraría de toda culpa, pero nos condenaría sin remisión al pelotón de los torpes. Lo segundo cuestionaría nuestra voluntad y también acabaríamos en las mazmorras. Estar gordo se convierte en una cuestión moral, de voluntad débil, desorden en las comidas y en los hábitos.
Los programas de comida sana en los centros educativos, por ejemplo, favoreciendo el consumo de frutas chocan, por otra parte, con los servicios de cáterin que tienden a lo cocinado de forma no saludable. Recuerdo una charla contra la anorexia en mi instituto. La impartió alguien proveniente del centro de salud local. Después de insistir en que no hay que obsesionarse con el peso durante tres cuartos de hora, los últimos minutos propone a los alumnos que digan su peso y altura para calcularles el IMC y que no piensen, equivocadamente, que están gordos. Por supuesto, el efecto fue el contrario, y los que tenían un 19 miraban por encima del hombro a los que tenían 20. Los más rellenitos ni lo intentaron.
La correlación entre grasa corporal y enfermedad es también cuestionable. Los nativos de las islas del Pacífico poseen un índice de grasa corporal considerable y no tienen mayores problemas de las enfermedades cardiovasculares que se atribuyen a la gordura. Aun así es vox populi, casi un mantra, que la obesidad trae problemas de corazón, de colesterol, de azúcar. Los antiguos, los que podían comer bien, eran, sin embargo, los que duraban más años. En la actualidad, el sobrepeso correlaciona con la mala salud sólo en las clases altas. En las clases bajas la salud es dañada por otros muchísimos factores, pero es una manera de culpar individualmente. Lo que sí parece probado es que hacer dieta es más dañino que el sobrepeso.
En la sociedad de la imagen ser gordo no ayuda. La presión social hacia un canon estético anoréxico es un fanatismo prácticamente universal y cuenta con múltiples aliados: la televisión, el cine, la moda y, en especial, ese invento del demonio que es el photoshop… Es indudable que ha calado en nosotros mismos. Nos hemos convertido en agentes denunciantes, como los familiares del Santo Oficio, de la obesidad propia y ajena. Ser gordo es un insulto, un insulto muy gordo. Se ridiculiza a cualquier actriz que haya ganado peso, se atacan las adolescentes entre sí cuando no alcanzan esa mínima talla. La tiranía de la talla.
Los gordos somos un grupo marginado. Lo vemos en el cine y la televisión. Somos un estereotipo. Como el Piraña, de Verano Azul, que siempre piensa en comer, simpático y bonachón, aunque algo brutote. El gordo es el primero en ser asesinado, el que protagoniza los chistes y es completamente ridículo verle ligar. Nunca tendrá a la protagonista. Salvo en Amor Ciego, la película de los hermanos Farelly. Jack Black, hipnotizado, sólo verá la belleza interior y se enamorará de una mastodóntica Gwyneth Paltrow porque piensa que tiene el tipo de una supermodelo. En el fondo la película abunda en el tema.
Saltan a la palestra, de vez en cuando, modelos o actrices orgullosas de tener curvas rotundas. Se lanzan titulares contra la gordofobia y se repasan personajes atractivos con sobrepeso orgullosos de tenerlo. Esto no hace sino acrecentar su exotismo. El caso de los llamados fofisanos roza directamente el ridículo.
La cuestión no es que nos ayuden a llevar una vida menos sedentaria, que nos enseñen a comer correctamente, a quedarnos con hambre, a que el endocrino nos certifique que lo nuestro es genético y nos mantenga en una dieta perpetua. La cuestión es el respeto a todas las formas del ser humano y no creerse superior a nadie porque a uno le guste el ejercicio y no pueda estar parado.
Ser gordo no es una desgracia. Al menos no debería per se convertirse en una. Es una desgracia esa intransigencia que vemos tan clara en el racismo, incluso en el machismo, pero no en el peso. Mientras “gordo”, “marica”, “lo haces como una niña” sean insultos, la batalla está perdida. Propongo fundar el Frente de Liberación Obeso como forma de lucha contra la discriminación.

domingo, 17 de enero de 2016

En invernales horas, mirad a Carolina




Hace algunos años que, para mí, la imagen más clara de la conciliación entre vida laboral y familiar se me apareció en un genial cuadro de Gonzalo Bilbao, Las cigarreras. Con un aire a Las hilanderas de Velázquez, el pintor sevillano representa a las trabajadoras de la Fábrica de Tabacos en un ambiente relajado, y aparecen varias mujeres con los niños en brazos mientras trabajan. Eso era en 1915. Por lo visto, cien años más tarde eso mismo provoca escándalo.
Ha sido parte de la comidilla de la apertura de la temporada política. Carolina Bescansa y su bebé en el Congreso de los Diputados. Tormenta mediática y en las redes sociales. Todos hemos opinado en la vida real y en la virtual. Si lo que quería era repercusión, está claro que objetivo conseguido. Por encima de otras llamativas gestas como las rastas y las rastreras criticándolas, de los pasillos y de la constatación de que el hemiciclo no está adaptado y presenta numerosas barreras arquitectónicas.
Está claro que, en estos tiempos inciertos, hay imágenes, gestos que desestabilizan de una manera muy significativa mientras que otros no patean el estómago de la misma forma. Nos parece normal que un diputado esté investigado por tráfico de influencias, que su propio partido, el PP, lo haya expulsado, y sin embargo, siga en su escaño con su inmunidad.
Me parece un poco ingenuo e hipócrita no darse cuenta de que todos los diputados tienen una fachada. Todos enfundaditos en sus trajes, con sus corbatas, ofreciendo la pinta de políticos. Leo que la primera vez que un político laborista procedente de un entorno minero llegó al parlamento británico vestido con su atuendo habitual, la policía de la institución le preguntó si venía a arreglar el tejado.
Las modas han cambiado, los profesores ya no llevamos bata, vestimos más informales. Creo que cada ocasión tiene su atuendo, pero que las modas pasan y empiezan a pasar cuando hay quienes van vestidos de manera inadecuada. Siempre pensé que el “conflicto vasco” se solucionaría cuando los batasunos vistieran con chaqueta. Y ahí los tenemos, de sport, pero chaquetas.
El gesto de Bescansa es, sin duda, controvertido y se han manifestado en contra desde la derecha más conservadora y recalcitrante hasta el feminismo más activo. Es una de esas cosas que disgustan y de las que no hay forma de librarte. Como el típico matón de discoteca, que va buscando bronca y te grita diciendo que te has quedado mirando a su novia. Si dices que no, entonces te amenaza, también gritando, que si es que te parece fea, que estás insultando a su chica. Si no quieres gresca no te queda otra que largarte.
En este caso yo quiero gresca. En pocas palabras, el gesto de Bescansa me ha parecido muy oportuno. Creo que hemos llegado hasta un punto en el que cualquier aparición en la esfera política o pública de la maternidad (diría más, de cualquier signo de que somos seres naturales) se convierte en algo escandaloso. Tenemos una sociedad tan enferma que considera que cuidar de un bebé en el puesto de trabajo está fuera de lugar.
Claro que es un gesto de cara a la galería, que la diputada de Podemos puede costearse una niñera, que la tiene, y que hay una guardería en el Congreso, y que aprovechó la ocasión de ser el inicio de sesiones para que tuviera más alcance mediático. Por eso es un gesto. Si lo hubiera llevado a una sesión rutinaria a hora intempestiva no lo sabría nadie. ¿Significa eso que está haciendo espectáculo? En cierta forma, sí. Pero, ¿es contraproducente o negativo? Creo que no.
Muchas mujeres progresistas han afeado el gesto de Bescana porque parece dar una visión de que son las madres las que se deben ocupar del cuidado de los niños. Estoy de acuerdo en que los padres tenemos que reivindicar el cuidado de nuestros hijos y que la conciliación no es sólo que las mujeres trabajen, sino que los hombres repartan las tareas. Más padres debían aparecer. Pero, tampoco, lo digo por las declaraciones de la protagonista, se trata de que llevar los niños al trabajo sea la única manera, sino que es una opción que hay que ofrecer, para quien quiera vivir su maternidad de esa forma. Leo por las redes sociales grupos de mujeres molestas porque ellas no pueden hacerlo y una diputada tenga el privilegio. Pues precisamente por eso es importante que se empiece a ver normal llevar los niños a los trabajos, para que todos puedan –si quieren–, hacerlo.
En Cine de Barrio han repuesto una película de Lina Morgan, Señora Doctor, en la que hacía de primera mujer médico que llegaba a un pequeño pueblo, mostrando, de una manera algo ridícula y sin entrar en el asunto, las dificultades que tuvieron que pasar muchas mujeres para ejercer profesiones “de hombres”. Son estos los momentos en los que se ponen de manifiesto los prejuicios. Prejuicios de los que ven en Podemos todo lo malo y hagan lo que hagan será nefasto para el país. Prejuicios de los que están en contra del feminismo y la igualdad. Prejuicios de los que están acostumbrados a algo y no ponderan las novedades. Seguramente dentro de unos años podrá ser algo habitual, como está volviendo a pasar con la lactancia materna.
Y, por favor, no recurramos a la demagogia diciendo que hay asuntos más importantes que llevar al niño al curre. Era la primera sesión y era el momento. Hay que reconocerles a los de Podemos su sentido de la oportunidad para los gestos. Como Pablo Iglesias regalando de Felipe VI la serie Juego de Tronos. Que era para salir en la foto. ¡Claro! Seguro que los que les critican estarán verdes de envidia por no habérseles ocurrido. Porque llevar al niño a comentar un partido de fútbol por la radio eso sí que no es para nada populismo, ni utilización de menores con fines electoralistas. Como que ningún político ha hecho gala de su magnífica familia ni ha abrazado niños en campaña para salir en las fotos.
Lo que no creo es que, al final, Carolina Bescansa haya conseguido aumentar los votos para Podemos. Creo que eran conscientes de lo controvertido del acto. Por eso aplaudo la valentía, que seguro les ha granjeado muchas críticas y aun así lo han realizado. Precisamente hay que dar visibilidad a la maternidad, normalizarla en los discursos icónicos. En la era de la imagen se están marcando diferentes estilos de política y muchos políticos y asesores de partidos están tan desorientados como cuando el abuelo le pide al crío pequeño que les encienda el dvd, que ellos no saben. Como todas las estrategias políticas, convertir en un escenario el parlamento tiene sus riesgos. Pero ya lo avisaban desde las calles: que no, que no, que no nos representan.

martes, 12 de enero de 2016

Los reyes son los padres (sobre las tradiciones)


En estos tiempos inciertos las fechas señaladas por la tradición ofrecen una seguridad propia de otras épocas. Parece como si necesitáramos el apoyo de una regularidad en los ciclos vitales para sentirnos cómodos, para identificarnos personalmente y como grupo. Quizás por eso los cambios en las tradiciones suponen tanto desconcierto e intranquilidad.

La navidad es una de esas fechas tan propias para los ritos. Unos ritos que se van superponiendo, que se apropian de significado, que, en suma, son una amalgama de materiales que, como los grandes ríos, entremezclan elementos antiquísimos y barnices muy modernos. Para empezar el origen del riachuelo de la navidad está en las fiestas saturnales romanas, y éstas, a su vez, del manantial del solsticio de invierno. La noche más larga siempre es un motivo propicio para magias y celebraciones. No es de extrañar que ocupara un lugar importante en el imaginario festivo de los pueblos desde la antigüedad. Tampoco es de extrañar que la Iglesia se lo apropiara, transformando todo lo transformable, traicionando su propia evidencia para hacer cristiana una fiesta, a todas luces, pagana. Muy raro me ha parecido que los pastorcillos durmieran al raso con el fresquito de las noches invernales.

Tampoco se libra la hegemonía cristiana de sus propias contradicciones. Superponiendo en el tiempo acontecimientos, condensando y estirando los eventos para ocupar dos semanas alrededor del cambio de año. La fiesta de la Epifanía, representada por los Reyes Magos, es quizás un ejemplo muy llamativo de sincretismo. Sabemos de sobra que en los evangelios no se habla de reyes, sino de magos, y se ha querido ver en ellos a unos astrólogos en pos de una estrella. Si provenían de Oriente debieron ponerse en camino bastante antes del nacimiento del niño, pero lo extraño es que ninguno de ellos haya tenido aspecto de oriental, ni árabe, ni indio, ni chino, ni vietnamita. Muy rara la brújula que utilizaron, o muy chapucero el apaño para dar la significación de un cristianismo abierto a todas las razas.  A los alumnos les sorprende sobremanera que, en las representaciones medievales de los Reyes Magos, no aparezca Baltasar como hombre de color. Tengo que aclarar que la costumbre se impuso tiempo después.

Tampoco tienen origen religioso las cabalgatas, sino militar. Los paseos religiosos son las procesiones; la fiesta, la algarabía es más un desfile de victoria.

Así que, teniendo en cuenta todas las tergiversaciones de las fiestas navideñas, es muy sorprendente el revuelo mediático que han tenido los cambios en ciertas ciudades españolas. Son, como todos sabemos, excusas de la derecha para atacar a los partidos del ámbito de Podemos. No hay más vuelta de hoja. Pero el caso es que esta clarísima intención política se utiliza porque se sabe, o se supone, que va a tener audiencia. Es decir, que se sospecha que mucha gente va a ponerse de su lado diciendo, es verdad, es verdad. Y ahí voy yo.

Situemos los cambios en su contexto. Las tradiciones, nos recuerda Sloterdijk, no son meramente un rito que se repite, sino que, al contrario, toleran un cierto grado de cambio. El cambio y la transformación de las tradiciones forman parte de su esencia. Las cenas de navidad son casi las mismas: quizás se cambien las fechas, los menús, siempre las vestimentas... Es la receta de mi bisabuela, pero yo le he añadido una pizquita de comino.

No conviene tampoco rasgarnos las vestiduras. Cambiar el itinerario de una cabalgata, procesión o desfile es siempre enfrentarse a una facción de cofrades, asociaciones, poderes fácticos. Y ahí está la clave, en los poderes fácticos, muy poco democráticos, que se arrogan en estandartes del sentir común. Ellos son el recto camino, la sensatez, el siempre se ha hecho así... aunque se haya cambiado el manto de la Virgen, o se haya sustituido el tractor del Ambrosio por un modelo menos agrícola. Hay cambios que se aceptan, como que las carrozas tengan personajes distintos, o que aparezcan las novedades televisivas en forma de muñecos animados. Otras, parece que ofenden.

El hecho de cambiar por cambiar no debe ser motivo alguno de queja. Ni cambiarlo todo debe ser una obligación. La cuestión es ver qué cambios son más pertinentes, y cuáles son las resistencias y por qué. Por ejemplo, el hecho de tener reinas en vez de reyes ha sido una de las incongruencias de las críticas. En muchos lugares son mujeres las que ocupan el disfraz de Rey Mago, incluso aparecen reinas. Por ejemplo, el papa Francisco ha hecho uso de ellas.

Muy ridícula es la acusación contra los trajes de los reyes. Ridícula y significativa de una gran estrechez de mente, con una imagen de rey propia de los estereotipos de base absolutista. Como si el único rey fuera el que se viste como Luis XIV, versión Disney. Que un niño se pueda sentir defraudado por que el rey no viste como este canon dice mucho de lo poco imaginativo que son los niños en realidad y mucho de unos padres poco flexibles.

También es muy significativo el ataque furibundo a las reinas del ayuntamiento de Valencia. Furibundo y machista, atacando el aspecto de la mujer como mujer que no se ajusta a un canon muy ridículo de belleza, esbelta, delgada, joven... No hay ni que entrar en si es algo de la República o laico, son cambios que se introducen. También se cambió la cabalgata cuando se mecanizó con tractores, cada año se rehacen las carrozas, se intenta poner música acorde con los tiempos… Creo que no han criticado las músicas por desconocimiento, porque seguro que no son las “tradicionales”.

Los niños no sufren con estas cosas más que con la cutrez de los disfraces de Bob Esponja de las cabalgatas. Son los padres los que toman a los niños como excusas para defender su propia tradición mental. Es muy difícil en esta sociedad mediática la lucha cultural sin el escenario de la imagen. Por eso son tan importantes.

Lo desestabilizador de esta actualización de las tradiciones no es que hayan querido suprimir la navidad, como muchos quieren ver, sino que se haya logrado dotarla de un contenido más ecuménico, más cercano a la realidad de un mundo globalizado, donde todos somos emigrantes, donde se puede disfrutar sin utilizar animales. Por eso la acusan de étnica. Y es paradójico, porque precisamente la Epifanía es celebrar lo diferente.

Que no te ha gustado la cabalgata, estás en tu derecho a discrepar, de decir que ha sido un churro, que te gusta con más glamour... Pero como si habláramos de la ceremonia de los Goya: cuestión de gusto. Dotar la crítica de contenido político es hacer política. Y es legítimo también, pero es otra cosa. Y dice más del que la hace que del criticado.

Y es que es obvio. Los reyes no son de verdad, son los padres. Los únicos reyes de verdad son los que pretenden fingir una actualización al ritmo de los tiempos. Los que se casan con periodistas o modelos, los que se visten de diario y se pasean entre las multitudes.

lunes, 4 de enero de 2016

Gente con clase II



Es curioso que se vaya desvaneciendo la idea de clase social cuando precisamente están aumentando la distancia entre ambas. Hasta la llegada de la “revolución conservadora” de Thatcher y Reagan los niveles de desigualdad, lentamente, habían ido descendiendo. Después de las políticas liberales de los Chicago Boys y, especialmente, en la última gran crisis, los ricos se han hecho más ricos y los pobres, más pobres. Sin embargo, la conciencia de clase ha desparecido.
Las diferencias de clase afectan a todos los niveles de capital, el económico, el cultural, el simbólico, incluso el estético. No en vano son la beautiful people que puede recurrir a inyecciones de botox las veces que se requiera, a los retoques para desafiar la vejez, las liposucciones para encarnar esa eterna juventud que les abre puertas, giratorias o no. Por eso sabemos que la riqueza, la formación, los contactos, la belleza física son, en cierta forma, capitales que se transfieren entre sí. La riqueza posibilita la educación, ofrece los contactos, que a su vez proveen de puestos de trabajo bien pagados para poder costear las operaciones, and so on
¿Qué factores han participado en esta disolución del concepto de clase social? Como en tantos casos, se trata de las sinergias entre varias dinámicas, hasta cierto punto independientes entre sí. Se me ocurren varios:
Por un lado está la trampa genética, es decir, la fe en que los talentos están desigualmente repartidos y una sociedad justa consiste en recompensar desigualmente atendiendo a dichos talentos. No es la clase social la que te da la riqueza por herencia, es tu capacidad para liderar un grupo empresarial. Es la genética también la que te coloca como conservador en política, emprendedor en la actividad económica, liberal en las costumbres o revolucionario.
La aparición de las democracias representativas occidentales trajo consigo la transformación de los partidos políticos de clase en partidos de masas, que procuran atraer cuantos más votantes, mejor. Por eso tienen que diluir las diferencias de clase, todos tienen las mismas aspiraciones, aunque estén en clara contradicción, a todos hay que contentar, a cada votante de cada barrio, de cada ocupación, de cada situación social.
Distintas ideologías políticas fuera del tradicional eje izquierda-derecha hacen hincapié en objetivos comunes, como el ecologismo, o en melancólicos recuerdos, como el nacionalismo. El Manifiesto Comunista clamaba por la unión de los obreros de mundo, porque nos parecemos más a nuestros iguales allende de las fronteras que a los de nuestra nación, pero de barrios más pijos. El triunfo del rap, permítaseme aventurar, tiene tanto que ver con la publicidad como con la identificación de clase.
La filosofía que decretó el fin de los grandes relatos no hizo sino sacralizar la derrota de uno de ellos, la liberación del hombre de la esclavitud. Una renuncia de grandes teorías, de grandes luchas por una política de partisanos, en plan guerrilla, con objetivos más alcanzables, renunciando a las necesidades de clase. Es más probable, sin embargo, que se terminen los problemas de atentados ecológicos con el fin de las clases sociales que mediante legislación en países de libre mercado.
No podemos olvidar los medios de comunicación, que unifican modos de vida. Defender unos colores en los deportes distrae, ya lo decía Santiago Bernabeu. Aunque siempre habrá clases. Lo vemos en los anuncios, dirigidos a clases bajas, a medias. Las clases altas no necesitan anuncios para saber qué deben comprar.
El desprestigio académico hacia lo marxista después de la caída de los regímenes del Este termina de poner la puntilla. El comunismo no funciona, se ha comprobado. Hablan como si el capitalismo funcionara y los excluidos a nivel global no fueran la famélica legión. Hace veinte años, un compañero de estudios ya me recomendaba seguir usando las herramientas marxistas de análisis pero cambiando su nomenclatura para disimular. En lugar de modo de producción, utilizar sistema de organización de la economía, por ejemplo. Pero, ¿cómo no utilizar el utillaje clásico? Es como renunciar a la ley de la gravedad para resolver problemas de planos inclinados porque Einstein postulara la curvatura del espacio-tiempo.
En la película Sospechosos Habituales (Bryan Singer, 1995), Roger Verbal King (Kevin Spacey) lo decía sabiamente: “La mejor treta que pudo idearse el Diablo fue la de hacerle creer al mundo que no existía.”