domingo, 30 de enero de 2022

Cacho carne

El rockero Meat Loaf nos ha dejado en estos días. Cacho carne le solían llamar en la radio en los 80. Se había ganado el respeto de las radios comerciales y de los seguidores. Parecía un ejemplo de aquello de que los viejos rockeros nunca mueren, y eso que su envergadura, lo sé bien, dicen que es propensa a padecer ciertas enfermedades de fatales consecuencias. Por eso suelen aconsejar las autoridades sanitarias que se cuide la dieta.

Tirando de ese hilo no podemos dejar de acordarnos del debate público tan interesante, perdón, interesado a cuenta del consumo de carne. Otra vez, con el ala en los cristales, un bulo llamarán. Este tiene más miga, porque no se trata de la desvergüenza de recomendar una cosa a través de la Consejería de Sanidad de la Junta de Andalucía (PP) y atacar por la misma cuando lo dice un comunista de Unidas Podemos. En este caso, nuestro simpático ministro Garzón ha vertido en un periódico extranjero, de los de calidad informativa intachable, unas declaraciones que, sin tergiversar tienen poco tacto, y manipuladas, entonces ya ni te digo.

Un político, y más los que tienen la diana entre ceja y ceja, debe ser exquisitamente cuidadoso en las declaraciones. No defiendo que se maquille la verdad, ni que se oculten datos, sino que psicológicamente no es lo mismo decir que la carne de macrogranjas es de peor calidad (aunque sea cierto), que defender que la carne proveniente de explotaciones extensivas es muchísimo mejor (que es informacionalmente igual de correcto). Todos, incluidos los peperos sabemos que las macrogranjas son perjudiciales para el medio ambiente y que un cerdo criado en dehesa es mejor carne. Pero no conviene darle cuartos al pregonero y facilitar armas al adversario. Y el Psoe se lo ha puesto en bandeja al no defender al ministro, por mucho que hubiera podido hacerlo mejor.

Ese fue el primer plato. El segundo fue el momento en el que los articulistas fueron a profundizar en el tema. Por ejemplo, acusando al ministro de dar consejos y no de actuar, que un ministerio no está para recomendaciones, sino para sacar decretos. Como si la Dirección General de Tráfico no las hiciera, por ejemplo. O el ministro de economía, el de hacienda y el gobernador del banco de España no se encomendaran a los planes de pensiones privados.

Y también sacaron la conclusión de que las macrogranjas son necesarias para la democratización de la carne, algo, indudablemente deseable. De igual forma podríamos decir que la ropa low cost es defendible, aunque emplee a niños en el tercer mundo o pague sueldos de miseria, porque todos tenemos derecho a democratizar la moda. O abogar por el turismo de borrachera, en lugar del de calidad, porque todos tenemos derecho a visitar Barcelona o Benidorm. Muy pocas veces he escuchado o leído a un articulista o tertuliano aceptar que si todos tenemos derecho a visitar otros rincones del planeta, hay que convivir con el turismo masivo, el que trae los pisos de alquiler turístico, la saturación de hoteles y resorts, la ocupación de lugares protegidos… Como mucho se dice, en plena tradición liberal-empresarista, que ofrece puestos de trabajo. Es decir, la mira puesta en la riqueza que supuestamente crea y no en los beneficios para el turista, casi siempre ridiculizado con su indumentaria y costumbres.

A pesar de las protestas y las manifestaciones encabezadas por PP, Vox y Ciudadanos, los ganaderos son, por otra parte, los grandes perjudicados de estas macroexplotaciones. Les hacen una competencia inasumible y, proporcionalmente, aportan menos población al interior de la España rural. Así terminan reconociéndolo en alguna intervención, aunque su talante no sea precisamente, afín a la izquierda. Es el desarrollo del capitalismo entendiendo la actividad agraria como industria alimentaria.

Luego están las protestas de los ecologistas, por ende de toda la izquierda. En el imaginario más común la derecha ha conseguido identificar en un magma al progre-ecologista-vegano-anticapitalista-regañón y  aguafiestas. No hace falta demasiado esfuerzo para que, sin decir explícitamente nada, todos entiendan que Garzón está en contra de la carne (y las chuches, y los pasteles, y el queso), porque es un comelechugas, que no ha pisado el campo sino que lo tiene idealizado como un turista más de ciudad, un pijoprogre, la izquierda caviar. Un poco más de tragaderas requiere aceptar que los defensores de lo público, en realidad, están en contra de toda ganancia y quieren arruinar a todo lo privado. En suma, tenemos un sector de la población nada desdeñable que no es capaz de ver los problemas que acarrean estas explotaciones intensivas de gran tamaño –porque las hay más manejables, intensivas, estabuladas, pero sostenibles– hasta que se las quieren colocar en su pueblo. Se sumarían ahora todos los más reflexivos que aceptan como mal menor que no todo puede ser filete de kobe, como no todo puede ser Haute Couture.

Sin embargo, al conformismo puede darse otra vuelta de tuerca. ¿Cómo compatibilizar una cosa y la otra, el respeto al medio ambiente, la calidad de los animales y la alimentación asequible? Quizás reduciendo el consumo de carne por habitante, que es lo primero que dijo Garzón. Porque si eliminar las macro explotaciones cárnicas podría significar un desabastecimiento relativo, se podría compensar con una disminución de la demanda que equilibrara los precios con la oferta y permitiera a explotaciones más modestas, intensivas o extensivas, sobrevivir e, incluso, mantener vivas y pobladas las zonas rurales.

Lo que fastidia, en el fondo es que el ministro tenía razón. Pero que, con vistas a la exportación, no conviene recordar a los compradores que es de mala calidad y de mala conciencia, por mucho que tengan todos los controles sanitarios. Preferimos engañar y engañarnos con unas mentiras piadosas que no remuevan nuestras conciencias. Un problema de marketing o de comunicación. Quizás el problema de Garzón es no haber dicho la palabra mágica, que se trata de carne low cost.

viernes, 28 de enero de 2022

Reseña de Alicia Louzao: ‘Babilonia Dream’. BajAmar, 2021

 Babilonia dream - Colores


Nos acercamos aquí al nuevo trabajo de Alicia Louzado después de Manual para la comprensión del insomnio (El transbordador, 2019), El circo volador (Versátiles, 2020) y Los niños que no querían ir a la escuela (Liliputienses, 2021). El estilo, lleno de efectos surrealistas, directo y duro en el contenido y en la forma nos lleva al exilio, pero no fuera de la tierra prometida, sino dentro de la propia realidad, esa por la que nos arrastramos diariamente. Babilonia no está lejos, vivimos en Babilonia: “El primer habitante que se perdió en Babilonia llevaba un mapa en el cuello como un cristal en el ojo / el mapa desenvolvía las venas de las ciudades y del habitante que no veía”. Nos propone Alicia Louzao una deriva por esta ciudad en la que los mapas son inservibles, a pesar de encontrarlos insistentemente: Usted está aquí: “Los fantasmas viven en parques y en las iglesias. Los pueblan como palomitas dentro de su cuenco de cristal” (Usted está aquí. Hall Place Gardens). El estilo es rabiosamente contemporáneo, marcas, difuso, rizomático, a partir de píldoras o disparos, un fresco impresionista que, como Alicia en las ciudades de Louis Malle y música de Miles Davis, nos acompaña en el desconcierto: “Los días raros comienzan con ancianos clavados en un banco / observando con rabia sus propios pies, / y a los músicos que caminan cansados hacia el parque de las acacias /…/ Yo lo sabía la Maga” (La ciudad y los días raros).

Los personajes a través de los cuales vemos la ciudad están tomados de dos relatos muy significativamente generacionales. El primero proviene de El club de la lucha, esa mujer que necesita la atención de los grupos de autoayuda como una adicción. En El paseo de Marla antes del desayuno, leemos: “Marla dice: / Supiste invocar las cosas bellas. / Sin embargo, / ahora con el viento en la cara y los mosquitos en el pelo, como balas que estallan en un diminuto estómago que contiene la invisibilidad de la materia, / no consigues que lleguemos al punto exacto de las luces azules, / allí donde mana la leche y la miel del Starbucks” (Marla siempre cruza Babilonia). La rabia disfraza a un personaje vulnerable que ha ansía la orientación de sus iguales, por eso se aboga por Quemad el mapa. El desconcierto que gobierna todo Babilonia Dream se puebla de actores y personajes de ficción porque quizás sean la manera que tenemos de entendernos y encontrarnos con nosotros mismos: “No es necesario el bautizo con tres dedos para reconocer el personaje. / Para mirarlo a la cara. / Para invitarlo a una hamburguesa en un plato con patatas o llevarlo al agua hasta que se arruguen por completo. /Colin Firth lo sabe. / Y Marla duerme cansada mientras se oyen las campanas rompiendo el cielo. Las campanas y el documental sobre Jane Austen. /Un día raro” (Marla duerme y Colin Firth). Podríamos sin duda hablar de una visión posmoderna, en la que la alta y la baja cultura se unen, con distancia irónica, para demostrar que los grandes relatos han quedado obsoletos y solo los recordamos como eslóganes y frases para un collage que los reinterprete: “aparta de mí este cáliz de nata en el vaso de leche” (Usted está aquí. Inserte un euro para el mirador).

El escenario es una urbe, un Madrid onírico en cierta forma poblado por seres que atraviesan la ficción y la pantalla: “Una mano se posó sobre la chica pequeña de cabello pálido que tembló un poco al ver que ese calor no llegaba y que la noche era tormenta furiosa y que los ojos asombrados no se cerraban aunque el cielo picase a los lacrimales y llamase varisma a la puerta. / Tembló la chica pequeña. / Y tembló la ciudad” (Usted está aquí. Contemplación del Holocausto Caníbal). La poética de Alicia Louzao tiene mucho de cinética, la plasticidad del movimiento es el aliento lírico que nos impregna: “Una mochila donde cabía un mundo y unos ojos con un espejo y con unos cuchillos a las pupilas” (Usted está aquí. Línea 3 Metro ligero).

El segundo personaje protagonista es Holden Caufield, otro inadaptado que ansía encontrar alguien quien lo proteja. Habitantes y los happy days lo retrata con una vuelta de tuerca entre irónica y desmitificadora: “Holden Caulfield nunca fue un chico triste. Porque los chicos tristes realmente no quieren salir” (Holden Caulfield dentro de una casita). Holden se pasea también entre los desheredados de una ciudad que aparece en ruinas: “Para ellos en el canto de los condenados / y los escombros que quedan de las culebras que muerden los pies cuando alguien sostiene un vaso que no llega a los labios porque las dietas aprietan demasiado fuerte” (Cántico. Espectáculo al aire libre). La novedad es el tono místico que impregnan las impresiones del protagonista: “Lo que excede es necesario. /…/ Ordena al fabricante, escupe al viento. Perfora lo innecesario. Así, una vez que te libras de esas migas que sobran, los pájaros devorarán las siguientes, Y habrá un 1% menos de pan. / La materia en las escuelas. / Pink Floyd te mando no escuchar. / Pero lo que excede es necesario” (Visita al Carrefour express). De nuevo Alicia Louzao recurre a la ironía y la desacralización como arma para mostrar los descarnado y desesperanzado de la vida de Babilonia: “Y fuimos adultos y como adultos que pagan por su propia seguridad no llamamos para presenciar la destrucción de los imperios” (Lugares Santos en Babilionia). No hay esperanza en esta ciudad: “No se mira nunca atrás porque ya no somos Orfeo y Orfeo está más que muerto. Se fue cuando alguien tuvo la determinación de pulverizar todos los mitos griegos” (Lugares santos en Babilionia).

La omnipresencia del capitalismo se ejemplifica en la omnipresencia de las marcas comerciales (“El niño gordo que hurtaba el dinero que estaba detrás del bote de colacao y compraba la gameboy como quien compra un tesoro a un pirata corrupto”, La casa leche) o las referencias a productos musicales, como Lana del Rey, que se contraponen con la cultura más académica: “Todos los tú lírico-medievales. / Los tú lírico-renacentistas. /Los tú lírico-experimentales” (A qué hora no pasear por la calle). En contraposición, despliega un lirismo brillante, como en Cierre de ciudad: “Es de noche y la fuente no tiene agua. / Es de noche y la niña con los ojos abiertos. / Una mano que se asoma como un demonio educado que sabe que debe pedir permiso”. O ahonda en el misticismo más profundo:

“La puerta de dios nunca está cerrada. Permanece abierta, pero con una cortina. Una cortina de abalorios y cascabeles, un gallo en una jaula y una campana de dos sonidos que anuncia: Han llegado.

/…/

La puerta de dios siempre está abierta. Húmeda. De oro. Una familia que cena, cinco miembros con palabras cosida en la garganta.

Pero los que vieron mienten.

Solo unos pocos la atraviesan” (La lengua y el caos)

No oyes cantar a los muertos es la última sección, una especie de conclusión del viaje, a medio camino entre el rito (“Daría a cuatro cuervos mi brazo para comer. / Que alguien me consiga cuatro cuervos, yo pongo el brazo. /…/ Hoy a las 16:45 se celebrará el sepelio por el brazo de A.”, Destrucción. Brazo come cuervos) y la salida del sueño: “Y llegó la caída dando pequeños saltos. Culebra verde de playa que se asoma por la mirilla. / El rey estaba dormido / Y la caída. / Y el punto sin retorno que dice: / Usted está aquí” (Antes de los escombros dicen que). Un libro onírico que aturde e invita a descubrir lo realmente onírico que tiene el desierto de lo real.

martes, 25 de enero de 2022

Reseña de Lara López: ‘Antología de bolsillo’. Liliputienses. 2021

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Lara López quizás es más conocida por su labor en Radio 3, emisora que dirigió varios años. Cuenta en su haber tres libros: Óxido (2004, segunda edición en 2015), Insectos (2017), Derivas (2019) y ahora, Liliputienses le prepara una Antología de bolsillo en la que se añaden textos inéditos.

Del primer libro, Óxido, podemos destacar su atención primorosa a lo muy concreto, primerísimos planos, de secuencias muy depuradas en una prosa mínima, muy expresiva en las imágenes pero sin alardes de recursos literarios: “Abro y cierro las tijeras, muy deprisa, como si estuviera a punto de tomar una decisión”. Podríamos recomponer un film a través de estas viñetas en la que los personajes, como en una película de Godard, expresan los sentimientos a través de pequeñas acciones, de recuerdos, de una heterogénea mezcla de sentidos y paisajes: “Una foto de L. es la que más llama la atención (…). Unos ojos desafiantes y listos que en los peores momentos también saben mirar. L. tiene una sonrisa grande en la que pasan cosas”.

Una suerte de pequeños desamparos en las relaciones personales, en el amor en estos tiempos inciertos: “L. está metido en tu cama. Cuando se quitó los calzoncillos viste que eran de marca. No paraba de sonreír como si estuviera de fiesta. Restregaste tus mejillas contra su barba. Se ha metido en tu cama como si fuera suya. No sabes si eso te gusta”. Una historia de encuentros y desencuentros con un final: “Imagina que te dice que ya no está seguro de quererte. Imagina que te lo dice sin mirarte a los ojos. (…) No puedes reprocharte no haberle dicho que su camisa estaba manchada”. Mientras, en la pantalla vemos citados a Ágata Ruiz de la Prada, Harry Potter, Mapti, y nos vamos acomodando a las rutinas y a cómo el tiempo va tapando las emociones intensas: “Manual de cicatrización de heridas crónicas. Si esto y en silencio se oye un zumbido permanente. Al principio pensé que era el frigorífico.

En cambio, Insectos, se estructura a través de las familias y ya encontramos poemas en verso. Una suerte de entomología sentimental de un mundo de afectos líquidos: “Justo lo que necesitaba. / Una conversación sencilla. / Algo de sexo. / Llámalo amor, pienso”. Aportan los insectos las metáforas adecuadas para clasificar a los seres humanos y las relaciones entre ellos: “Una mujer delgada y nervuda que habla de Violeta Parra. /…/ NO fue un buen comienzo. / Llegaste y te comiste mi alma”; “El hijo que dice que ya no tiene madre / pero sí muchos números de teléfono”. Continúa Lara López con las referencias musicales de todo tipo, de la ópera al blues y el rock de los años 50, el pop orquestal de principios del XXI, autores clásicos y contemporáneos, que escriben ensayos o guiones de series televisivas. convien Jessye Norman, Miles Davis, Dante, Chuck Berry, Blind Willi Johnson, Straus, Sorkin, Didion, Morente, Ruibal, Tindersticks…: “El misterio del bien y del mal, / explicado no por Dante, / sino por aquella serie de televisión / que siempre nos hacía llorar /…/ Dice que estamos vivos de milagro / y nos reímos tontamente durante un buen rato” [Jessye Norman (Blues a Carlos Vilchez)].

Derivas, claramente representan momentos y experiencias más variadas, como el propio título ya nos avanza. Son versos basados en frases cortas, en impresiones, como notas de viaje. Un viaje físico, por otra parte, a través de Grecia y sus islas: “Y el frío que hace. Pandora y sus ideas geniales / a partir de las diez. Y entonces ni jacarandas / ni tilas, / solo estornudos. / Habría que aprender a escoger mejor” (Meltemi). Un viaje salpicado de anécdotas que arrastran hacia distintos lugares, como una deriva: “Antes de salir, los tres hablamos / de Elisabeth Taylor y de Antonio Machado, / pero nadie comenta nada / sobre la pobre civilización minoica” (La Guía).

Por lo que respecta a los inéditos, continúa la exploración del momento fugaz, el instante como motivo para la poesía, como elemento evocador: “Traduzco o teu lengo vermelho / y me parece oler a trementina /…/ Tengo la imagen de tu rostro / (yo también la tuya) / sentada entre esos árboles” (Parroquiana). También como punto de partida que puede surgir en cualquier elemento del clima emocional o puramente atmosférico: “El viento de estos días, qué primavera rara, / tan lluviosa que parece primavera. Ríete, anda /…/ No te vayas, te digo. Deja que me haga a la idea / de no volver a verte en un buen tiempo” (Tiempo circular).

Hay en la poesía de Lara López un punto de desengaño un poco ácido (“el ramo será ceniza y buscará canciones / que serán himnos tu siguiente / cumpleaños”, Cantueso), o quizás irónico, como en el poema dedicado a Álvaro Hernando: “Ya no me llevo bien / con casi nadie. / Y sé por Carver que esto /…/ suena a historia de una vida” (Confesión). En estos últimos, también un deseo de renuncia, de partir, de abandonar lo establecido: “Y huir, huir, huir / mirar hacia delante” (Puerta); “También el horizonte, / nubes de lluvia. La cal / en el suelo. La tormenta” (En el patio). Aunque solo sea para encontrarse a sí misma y volver:

“De puntillas, me asomé al interior del castaño

en el lugar más escondido, altar del tronco hueco.

Las alargadas hojas ocre junto al musgo.

Las rapaces hicieron crepitar el manto del cariño.

Y volví otra vez a casa, casi en calma, en silencio” (Paseo)

 

 

domingo, 23 de enero de 2022

Quien tiene pase, pasa


Ahora que parece que disminuye el peligro de la sexta ola, la del ómicron, pasan a la reserva las medidas más duras, aquellas que tienen que ver con las restricciones a los ciudadanos. Hubiera sido bonito que las medidas más enérgicas hubieran sido contratar más personal médico, para atención primaria, para rastreo, para las UCIs, o incluso para gestionar la burocracia de las bajas laborales. Esperemos que también baje el nivel de agresividad entre los ciudadanos.

Los debates, que para eso son rentables los medios, ponen sobre la mesa posturas enfrentadas, cada uno con sus razones y, demasiado habitualmente, en una especie de diálogo de besugos. Cada cual se explica y parece que la postura contraria es totalmente irracional, sin motivo justificado. A un paso de decir que se toman para fastidiar, por el solo hecho de demostrar superioridad en el poder. Es cierto que las medidas se toman en un momento determinado, y, como dice una poeta amiga, con los conocimientos que se tienen. Es la mejor que se podía establecer, aunque luego nos demos cuenta de que eran inútiles, insuficientes, o que la situación ha cambiado tanto que hay que retomarlas y reformularlas.

Por ejemplo, los confinamientos de alumnado en los colegios e institutos. Según parece, si un alumno ha dado positivo en covid, sus contactos estrechos, por ejemplo, su compañera de al lado o el de detrás, no tienen el mismo trato. Si la compañera está vacunada, no hace cuarentena, y el de atrás, si no se ha inyectado la vacuna, entonces sí. ¿Por qué? Gestión de riesgos. La enfermedad en los sujetos vacunados es menos grave y por eso podemos permitirnos arriesgarnos a que continúen yendo a clase. Más que nada porque la educación presencial es preferible, amén de toda la complicación que supone para las familias atender a un infante y tener que ir al puesto de trabajo. Quizás lo ideal fuera confinar preventivamente a todos los que comparten aula, pero el desastre podría aumentar exponencialmente, así que asumimos el riesgo menor.

Igual pasa con las cafeterías y el ocio nocturno cuando exigen el llamado pasaporte covid. Hace un par de semanas, entre mis contactos de las redes sociales, se planteó, además de manera muy agria. Se está hablando de apartheid y, por supuesto, no tardan los nazis en aparecer en escena.

El razonamiento, tal como lo veo, es similar. Lo ideal sería cerrar la restauración, porque es un núcleo de posibles contagios. Mucha cercanía y sin  mascarilla, hablando, comiendo y bebiendo. Para evitar la ruina de los establecimientos y el colapso económico, se habilitan las terrazas, y para aumentar el aforo, se permite a cierto número de personas que puedan consumir en el interior. ¿Cómo minimizamos el riesgo? Pues dejando entrar sólo a quienes tengan el certificado de vacunación. Es preferible que entren unos pocos a tener cerrada la cafetería.

Un dueño de una de estas cafeterías, ante el conflicto que le supone lidiar con el mal humor y las protestas de sus clientes, decide colgar el cartel de cerrar el interior a todos, vacunados y no vacunados. Quien lo colgaba en la red lo hacía orgulloso de que se hubiera vuelto a la sensatez. La sensatez de perder a todos los clientes dentro del local. Enhorabuena.

Uno de los problemas jurídicos que se plantea, según estos clientes incomodados, es la falta de legitimidad para limitar el acceso, pues atentaría contra la no discriminación que ampara la Constitución y los Derechos Humanos. Me temo que es un uso torticero de esa igualdad. Hay muchísimos ejemplos en los que se limita el acceso a ciertos servicios por causas diversas. Veamos, la edad para derechos políticos, beber alcohol o conducir. Y nos parece lógico. Igual que nos parece sensato que las embarazadas no pasen a una sala de espera donde puede llegar la radiación.

Los niños no pueden sentarse en el asiento delantero hasta cumplir cierta edad, pero resulta que deben medir más de 1’5 metros. Hay atracciones en las que no se puede subir si no se alcanza una altura mínima o se sobrepasa un peso máximo. Como los ascensores. No podemos llegar a ciertos países sin estar vacunados contra ciertas enfermedades.

También se pone el grito en el cielo cuestionando la autoridad para comprobar la identidad del portador del certificado. Como si no nos pidieran identificación para entrar en el avión, en un tren o en un autobús. Más identificación si uno hace uso de descuentos por familia numerosa o de condición joven o tarjeta dorada…

Pues si dejamos de lado el uso electoral de las críticas a las medidas, podemos encontrar cierta lógica, por mucho que nos fastidie la mascarilla, el acordarse de llevar identificación y certificado.

Por supuesto, esto solo puede valer para quienes son conscientes de que la pandemia existe y el riesgo se tiene, aquellos que, por alguna razón se niegan a vacunarse por una causa más sensata que pensar que Soros, Gates o el grafeno pretenden dominarnos. Lo más probable, me temo, es que solo afecte a los ya convencidos.

Como todo.

 

viernes, 21 de enero de 2022

Reseña de Hilario Barrero: ‘Tiempo y deseo. Poesía 1971-2021’. Libros del Aire. Serie Mayor

 HILARIO BARRERO | Casa del Libro


“No le pongas color que así es tu vida” (Negativo)

José Luis García Martín, quien ya organizó la antología Educación Nocturna (Renacimiento), se encarga del prólogo donde exige a un poeta “que tenga voz personal, que trace un autorretrato en el que podamos reconocernos, que nuestra visión del mundo enriquezca vuestra visión del mundo”. Así, aunque los escenarios, los rostros y los momentos no sean precisamente los nuestros, podremos en la voz de Hilario Barrero recorrer la vida con un protagonista esencial, el deseo. El tiempo es solo el momento donde éste se sitúa, la marca que señala el recuerdo, el recorrido que hace el protagonista. Esta es casi su poesía completa hasta el momento, aunque bien sabemos de la pulcritud con la que Hilario Barrero va desbrozando los cuadernos y cajones, apartando y destilando con especial severidad sus propios poemas.

Por edad podría pertenecer a la generación entre Gimferrer y Eloy Sánchez Rosillo, pero su estancia en Nueva York y precisamente esta reticencia suya a publicar, han sido la causante de que solo hayamos podido disfrutarlo en formato libro en tres ocasiones, In tempore belli (1999), Libro de familia (2011) y Educación nocturna (2017), amén de algunas plaquettes en Cuadernos de Humo. Lo hemos seguido como diarista y como traductor, destacando Lengua de madera como proyecto de abarcar una representación de la poesía en lengua inglesa a lo largo de los siglos.

Decíamos que el tiempo y el deseo son los “protagonistas” absolutos, deseos eróticos, el gozo de la juventud, el ultraje de la vejez, estética simbolista, elegías, metafísica y anécdotas,  y Nueva York como escenario principal. A su Toledo natal le acaba también de dedicar un hermoso libro también publicado en este año de pandemias, Adiós, Toledo (Newcastle, 2021).

El primer volumen publicado que aparece en esta recopilación es In tempore belli, con poemas escritos entre 1971 y 1999 y merecedor del premio Gastón Baquero del año 1998. Entre los poemas se va descubriendo que se habla del dulce combate del amor: “Fui arrojado desde la cima de tu cuerpo / hasta los pies del tempo, donde llegué / ya condenado” (Ofrenda); “Todos ignorarán mi miedo de perderte, / de esta incesante lucha por poseer tu espacio, / ser dueño de tu boca, perro fiel de tu tumba, / propietario del bosque de tu pecho / y depender de ti, esclavo de tu aliento” (Cors e cor). Otros, como Oficio de tinieblas muestran la hibridación de sexo, religión y muerte: “Sabes que eres mi tierra y mi mortaja, / poseer un aliento de almohada / donde dormir por siempre y a tu lado / es todo lo que pido y necesito” (Easter Sunday en Green Wood). Gocemos, de todas las maneras, de la sensual propuesta de estos poemas de amor y deseo: “Todavía se aman a pesar de la playa” (Playa);  “En el ábside oscuro de la noche / se aposenta la abeja de septiembre / y clava su punción, furtivamente, en la rosa dorada del verano” (Aliento).

La irrupción del sida marcó profundamente una generación que aspiraba al amor liberado de convencionalismos y de tradiciones. De esta tragedia Hilario Barrero se ha hecho eco tanto en sus diarios como en su poesía: “La bestia no se cansa de minar nuestro duelo / y ya no queda mármol para más epitafios” (Recinto) “Todo lo que la vida tan generosamente / le entregó, la muerte se lo roba avariciosa /…/ “Recogiendo la casa, abriendo los armarios / y rompiendo secretos, aparecen, envueltos / en un polvo de tiempo y paño oscuro…” (Elegía).

A pesar de haber vivido tanto tiempo y haber dedicado gran parte de su labor a estudiar y traducir poesía anglosajona, no ha habido un contagio de su manera de entender la poesía, sus recursos o su melodía. Sin embargo, los contactos con la poesía de Walt Whitman son evidentes en algunos momentos: “Bellísimos, desnudos, arrogantes, proclamando la fuerza de su sexo / marchan Quinta Avenida hacia la vida” (Carrozas, Junio 25 1999). También en su siguiente poemario publicado, Libro de familia (2001-2011), como en Retrato de un joven desconocido o “En la gloriosa mañana de domingo / (la avenida con rojos tulipanes / y en las fachadas una luz de Hopper), / un muchacho, apoyado en la esquina de la casa con un cerezo en flor” (Seventh Avenue Corner Berkeley Street), muy Whitman. Una celebración de la vida y la belleza, del sexo y del instante (“La mirada del joven es lo único vivo en el museo”, Inventario en el Museo Diocesano), por mucho que luego llegue la mañana y la añoranza: “Mejor hubiera sido haber perdido el tren” (Retraso); “Nada perdurará y tú lo sabes. / Ni siquiera este amor” (Predadores). Empezamos a percibir muchísima presencia de Toledo, después será nostalgia. Nostalgia del ubi sunt en Dust o el recuerdo de su vecina, La brigadista) a la que conocemos de los diarios.. Dos poemas hacen un recuento más explícito, son Autorretrato (“Han pasado mil noches y han muerto cien veranos, / ya no quedan amigos, pero queda Florencia”) y Bleistiffe höchster Qualitàt (“Lo más difícil en el trozo de mi vida ha sido / que la sombra parezca verdadera, / no una mancha adherida / al boceto de lo que fue mi infancia”).

José Luis García Martín se ocupó de editar Educación nocturna (1971-2020) donde vemos más presente la sombra del deterioro todavía inmerso en la vorágine del amor y el ardor: “El caos desbordado en la ciudad / que celebrando muerte, la destruye” (I). Son poemas donde la sombra es la que realmente da volumen al deseo, el peligro, la fugacidad de las noches: “Y con la oscuridad la pregunta / que no tiene respuesta: / ¿Ha sido siempre la sombra tan pesada? / Noche clara del cuerpo” (VI). Hilario Barrero sitúa los encuentros como historias, contadas con certeza, transmitiendo en cada detalle el ardor de esa batalla: “Con rapidez, al levantarse, / arropaba la cama / para que no muriera / la presencia del cuerpo / que le abrazó en la noche” (Rescoldo). Encontramos momentos muy intensos, de una pasión de expresión casi barroca: “Otros llamaron amor a lo que es fuego” (VII). Fuego, cenizas son los términos preferidos para describirla. Imaginemos un trasunto del éxtasis de Bernini: “Desnudo e indefenso, lentamente / te clavas las agujas con ríos de veneno / que te ahogan los ojos /…/ corren buenas noticas: la fiera amotinada / ha sido amordazada por ahora” (Saqueo); “Verte desnudo es recordar / que también tuve un cuerpo / como el tuyo envidiado /…/ Enciéndelo antes que se calcine / ahora que eres dueño de las noches” (Consejo): “Amarrado al árbol de la noche oscura / tu cuerpo no soporta una saeta más” (Nihil). En estos poemas encontramos sexo pero no sordidez, no son las historias de amores que arrastran a la perdición, aunque persista la identificación del sexo y la muerte (Inventario).

La expresión de la nostalgia se enhebra desde el paisaje a lo personal, del pasado hacia el futuro que se presiente: “Te miras en la fotografía que tu madre guardaba / y no te reconoces. En ella otros te buscarán mañana” (Retrato incompleto). Confiesa el poeta: “dejé el diario sostenido en clave / por la escritura de tu voz tan clara, / abandoné a mi madre y mis hermanos / por la paternidad de tu sonrisa, / vine a tierra extraña por seguirte / donde traté a la muerte cara a cara, / envejecí y se oxidó mi cuerpo / que tanto amaron y desearon otros” (Brasa). El descubrimiento de la sexualidad ocupa varios poemas como Estreno, Viril o Sentencia: “Por primera vez en los ojos del niño / florece una navaja que le ciega / el prohibido pronombre del deseo” (Perfume). Pero es quizás la mirada del profesor que recuerda esos inicios la que más conmueve en su célebre poema, Subjuntivo: “Y tener que explicar de nuevo el subjuntivo. /…/ Pero hoy tienen prisa, como la tuve yo, / por salir a la noche, por disfrutar la vida, / por conocer el rostro de la muerte”.

La ciudad de Nueva York es el escenario imprescindible para muchas de las historias que se atisban en los poemas, como la de los turistas: “Vuelven a sus ciudades con la imagen perfecta: / la muerte retardada en blanco y negro, / una delgada lágrima de polvo en su mirada / y el orgullo imborrable de ser americanos” (Turistas buscan el World Trade Center). También las de los desfiles de Halloween en Brooklyn, que tanto recuerdan a la canción de Lou Reed. El paso del tiempo y el sida fueron erosionando, dando otra forma a la cartografía de la pasión: “Todo lo que perdimos, y fue mucho, lo lloramos” (Sitiados). Elocuentemente, sentencia: “Morir es responder a preguntas vacías / en la primera noche sin respuesta” (La última mirada).

A veces podríamos decir que el poeta utiliza la promiscuidad como biografía, lo que hace a Carlos Alcorta en el epílogo preguntarse “hasta qué punto HB nos muestra en sus poemas una imagen deliberadamente infiel de sí mismo”. El autor recuerda que “Fue difícil ser joven y estar enamorado, / abandonar la casa y al limpiar los cajones / descubrir los secretos más hondos del amigo / que acaba de ser incinerado” (Sitiados) o se queja de que “La soledad, como un perro rabioso, le mordía el corazón” (Mudanza II). Sin embargo, nos quedamos con un hermoso remate del poema Final: “Seremos un olvido. / Solo uno”.

Blending (2017) llegó desde el taller que mantiene en Brooklyn y recoge algunos poemas de inspiración barroca, tanto en lo sensual (“En el jardín del convento, / vacío en apariencia, abandonado, / un chorro de sangre hirviendo / salta sobre la tapia de cal pura / y rompe la clausura de la rosa”, Cartujos) como en lo conceptual: “¿De qué materia está hecho este amor / que helado abrasa y ardiente hiela?” (Aquella noche). Una honda amargura se filtra en algunas escenas que percibimos en varias capas, con diferentes lecturas, desde la más fotográfica a la más simbólica: “¿Jacinta, qué sabes de esos niños que esperaron / jugando en el recreo que llegaran sus padres?” (En la esquina de Chambers, Septiembre 2001). Hilario Barrero mantiene, en toda su poesía, el raro arte de equilibrar la expresividad y la contención, a través de la selección de escenas que sirven de argumento a los poemas, a través de la depuración de adjetivos, presentes solo cuando su relevancia los hace imprescindibles, sugiriendo, cuidando detenidamente cada acento de cada verso.

Los inéditos que se ofrece en esta compilación llevan por título Oporto del 71 (2000-2020). En ellos el recuerdo de la pasión, traducida al fuego, a carbones, a humo, la pasión que abrasa y deja las cenizas de fueron prisión de un Dios desvanecido (“Te dejó un catecismo de espejos imprecisos / donde se reflejaba Dios desvanecido”, Olores): “Antes de lo que piensas estos besos de brasas / se llenarán de lenta ociosidad y será barro / la luminosa arquitectura de su saliva florecida” (Sparnish, 207);“¡qué torpes le parecen sus caricias, / qué vulgares sus manos le parecen, / qué fríos son sus labios y sus bocas” (Oporto del 71). La nostalgia del fuego perdido, de los paisajes que se mantienen en la memoria, de la aventura son el punto central de los últimos poemas, recogidos bajo el elocuente título de Primer invierno en Brooklyn (2019-2021). Un balance, una mirada atrás de agradecimiento a la tierra en la que el poeta aterriza hace ya tanto tiempo: “Cuando entendiste lo que bread, mother y love significaban / era tarde para juzgar tu exilio: / el pan se había secado, tu madre se había muerto / y el amor se había ido” (II). La conciencia de la vejez, del tiempo que se va consumiendo, del deterioro aparecen repetidamente en los poemas: “Un bisturí de luz y sombre / apuñalaba de tizne que crecía / en la espina dorsal de una paloma” (A la manera de W. S,. mirando unos libros); “Envejecer… es hacerse invisible cada día un poco más: se difumina la luz en la mirada y se espesa la sombra que pone plomo en tus pasos” (Tanteo). Rotundamente afirma “La vejez se la ha llevado todo” (Tres poemas portugueses).

Sin embargo, que el dolor esté es señal de que la vida sigue ardiendo, por mucho que “Este invierno está siendo muy difícil / con tanta nieve oscura en los cajones, / mientras el frío quema largas noches de amor” (IV). Las arrebatadoras mareas de la pulsión continúan: “¡cómo le gustaría llevárselo a la cama, / leerte algún poema y que la  folle como dicen que follan las tías liberadas / y como dicen que el maestro de joven follada a sus amantes” (En una biblioteca municipal de barrio). Hilario Barrero consigue armonizar en un todo coherente la realidad y el deseo, la memoria y la realidad, la nostalgia y el presentimiento del futuro. Quizás sea su esencia entre dos tierras lo que otorga a su poesía, no el desarraigo de tener un paraíso perdido, sino la certeza de disfrutar de dos patrias en las que la vida se desarrolla. Como colofón, un hermosísimo poema que resume el momento vital que, como señalaba García Martín en el prólogo, a todos nos identifica y nos retrata:

 “Se aprende al entender que la muerte

es algo más que un verso de Pavese,

cuando el brillo de tus ojos

se convierte en la reseca piel de la memoria,

lo entiendo después de la última noche de desnudar tu cuerpo” (De senectute)