jueves, 29 de junio de 2017

Reseña de Emily Dickinson: “La esperanza es una cosa con alas”. Ravenswood Books Editorial, 2017. Edición, traducción e ilustraciones de Hilario Barrero


«Emily Dickinson. La esperanza es una cosa con alas». Edición Hilario Barrero. Ravenswood Books Editorial, 2017da asdEsta no es una selección convencional de la poesía de Emily Dickinson puesto que recopila solo poemas cortos. Es sabida la afición de Hilario Barrero por este tipo de poesía breve en lengua inglesa que recogió en la preciosa edición de Lengua de Madera (Isla de Siltolá, 2011). Poeta, diarista, traductor, profesor emérito por la CUNY, edita con sumo cuidado los Cuadernos de Humo.

También se encarga de realizar el prólogo y de ilustrar, con su particular y reconocible estilo, la edición. Estos dibujos encajan perfectamente aun cuando no todos estén realizadas ex profeso y son, sin duda, otro de los atractivos del volumen. Además de las dificultades esenciales de traspasar de una lengua a otra para, en palabras de Umberto Eco, “decir casi lo mismo”, la poesía de Emily Dickinson, tiene sus peculiaridades, su particular sintaxis, puntuación y ortografía, sus “errores” de los que hablan algunos críticos. Y por supuesto, el desafío de hacer brillar en una lengua extraña las pequeñas gemas en las que no se puede permitir ni una sílaba que desentone. A Hilario Barrero le gustan los poemas cortos, aparentemente descriptivos, no los moralizantes o filosóficos con términos abstractos, sino los que saben llegar a esas honduras mediante la aparente simplicidad del detalle, del paisaje, del momento: “Sollozar es algo tan pequeño, / suspirar algo tan breve; / y, sin embargo, por cosas de ese tamaño / hombres y mujeres morimos” (189)

No ha querido el editor entrar en las polémicas que rodean la obra de la poeta estadounidense, sus relaciones con el mundo literario, familiar o afectivo, su aislamiento buscado, sus amores prohibidos, o su relación con la religión. Ha preferido que las palabras abran ese mundo porque, como recoge en el prólogo, Emily Dickinson también sabía que “No hay fragata como un libro / para llevarnos a tierras lejanas, / ni corceles como una página / de saltarina poesía” (1263). También ha preferido dejar el orden numérico de los poemas antes que agruparlos temáticamente, según la edición de Thomas H Johnson.

La labor de traducción de Hilario Barrero prefiere, con elegancia, dejar lo más cercano posible el término original, para que brille con luz propia el talento poético, antes que forzar la lengua para camuflar un falso eco en el otro idioma. Antes que fingir que habla un escritor castellano contemporáneo, permitir que la sensibilidad de esta poeta americana del siglo XIX sea quien tome la palabra. El aura de los poemas debe quedar lo más intacta posible, sin falsas actualizaciones o modismos.

El mundo de Emily Dickinson incluye los fenómenos meteorológicos, los detalles de la flor y la fauna del paisaje, los afectos y los eventos se trasladan, aunque de manera oblicua en su poesía. La biografía se traduce en su poética. Temas como el amor, la moral, el sexo, las emociones, la esperanza, la vida, la muerte, la belleza. Uno de los temas que subyacen es ese deseo de escapar, las múltiples referencias a las alas, para volar de la prisión a la que hace referencia Hilario Barrero en el Prólogo. “Nunca oigo la palabra “escape” / sin que se me acelere la sangre, / sin una repentina expectativa, / sin una disposición al vuelo. / / Nunca oigo de anchas prisiones / derruidas por soldados, / pero tiro infantilmente de los barrotes / sólo para volver a fracasar” (77). Teme Emily Dickinson no ser digna del amor, teme a la muerte, al dolor: “¡Los cirujanos han de ser muy cuidadosos / cuando empuñan un bisturí! / ¡Debajo de sus finas incisiones / se revuelve el culpable; la vida!” (108). Exibe su necesidad de ocultarse: “No soy nadie. ¿Quién eres tú?” (288), “Mozo de Atenas, sé fiel / a ti mismo / y el Misterio, / todo lo demás es perjuicio” (1768). O, brillantemente, nos aconseja: “Di la verdad pero dila oblicuamente. / El éxito radica en el circunloquio / … / La verdad debe deslumbrar poco a poco / o todo el mundo quedaría ciego.” (1129). Teme asimismo a la noche (347):

Todas las cartas que pueda escribir
no son tan hermosas como esto:
sílabas de terciopelo,
oraciones de felpa,
profundidades de rubí, intactas,
labio escondido para ti.
Juega con él como si fueras un colibrí
y bebieras de mí” (334)

Otra de las preocupaciones básicas para la poeta de Amhers es el tiempo: “Dicen que el tiempo alivia, el tiempo nunca alivia; / un sufrimiento real se fortalece, / como los tendones, con la edad. / El tiempo es una prueba de las dificultades, / pero no una cura. / Si se probara que lo era, también se probaría / que no había enfermedad” (686); más allá del tópico del carpe diem: “El tiempo demasiado feliz se evapora / y no deja residuos, / es la angustia la que no tiene una sola pluma / ni demasiado peso para volar” (1774).

Como en su propia vida, la poética de Emily Dickinson es algo austera, cada pequeño suceso es un símbolo y se hace símbolo de cada suceso, la joya que se escapa entre los dedos. Podemos apreciar una cierta tradición “objetual” dentro de la poesía anglosajona en la que, a partir de un objeto, la esperanza es una “cosa con alas”, prestando atención al detalle, un poco como los bodegones, trasciende su belleza. El “pequeño mundo” donde habita, ese que “puede que pase desapercibido para un hombre rico” (181), dice con cierto aliento naif. A veces parece ser solo un apunte (1034), los animales y las cosas de la naturaleza son más de lo que parecen (1627, 1755): “Yours, Fly” (1030).

Muy importante es el tema de la belleza (1654) y no está exenta de humor, de sonrisa pícara, como Emerson, y de sensualidad (249): “Mi río fluye hacia ti. / Mar azul, ¿me recibirás con placer? / Mi río espera respuesta. / … / Dime, mar, ¡Tómame!” (162). Esta importante carga sensual contrasta con su educación religiosa: “Por encima de la cerca / crecen las fresas /… / Pero si manchara mi delantal / Dios ciertamente me regañaría, / oh, querida, pienso que si él fuera un muchacho / subiría si pudiese” (251). Los problemas de fe, las dudas ocupan bastantes versos de esta antología: “La fe, el experimento de Nuestro Señor” (300), “La pérdida de la fe es peor / que la pérdida de una herencia” (337); “Fe es un buen invento / para caballeros que ven, / pero los microscopios son prudentes / en una emergencia” (185); “Amas al Señor que no puedes ver, / le escribes cada mañana /… / Echas de menos una larga carta / que estarías encantada de recibir / pero es que su casa está sólo a un paso, / y la mía está en el cielo, ¿comprendes?” (487). “Nunca hablé con Dios, / no lo visité en el cielo / pero estoy segura de estar en lo cierto” (1052)

Sorprenden las metáforas del intercambio comercial: 402, 337 sobre el dinero o productos (334), cartas (334, 487)… porque, sobre todo, abundan los elementos de la naturaleza, colibríes, semillas, narcisos... Dickinson habla el lenguaje de la naturaleza, las abejas, el día, son el idioma que usa para transmitir su personalidad poética: “El agua se enseña con la sed” (135). Las imágenes parecen familiares, fácilmente comprensibles, pero siempre hay algo que se escapa en su poesía, lo inasible, lo incognoscible... A menudo encuentra imágenes muy poderosas: “No puedes doblar una inundación / y ponerla en un cajón” (You cannot fold a Flood - / And put it in a Drawer”, 530). Mientras que otras veces juega al escondite: “¡Ah, Tenerife! / ¡Montaña que retrocede!” (666) cuando no ha visitado nunca el Teide. El universo de Dickinson es reducido y profundo, intenso, oscuro y lleno de símbolos que no acertamos del todo a comprender como cuando nos asomamos al abismo. Ahí reside su grandeza.

lunes, 19 de junio de 2017

Como cometas sin hilo



La vida es un asunto extremadamente complejo para poderlo tratar con toda la sutileza que sus detalles requieren. Tenemos que basarnos en intuiciones, lidiar con informaciones parciales e incompletas, utilizar la experiencia y confiar en identificar bien los contextos para poder aplicar los remedios que antes nos han funcionado. En el fondo es lo que hacemos los sociólogos, tratar de encajar la realidad en unos conceptos, dinámicas que puedan ser comparables entre sí, que aporten algo de luz, que expliquen. No tiene mucho sentido describir una a una las células del cuerpo durante la digestión. Imposible enterarnos de algo si los biólogos no asumieran la tarea de organizar, nunca mejor dicho, el sistema digestivo y simplificar la narrativa del bolo alimenticio desde la boca hasta las células.
                Esta labor, desde luego, no está exenta de problemas. Hay que tener cuidado con lo que decidimos ignorar, con aquellos elementos que enturbian el cuadro. Resaltar la figura sobre el fondo nos puede inducir a error. Al final, no hemos avanzado mucho desde que Platón nos enseñara que el verdadero mundo real es el de las Ideas, aunque ahora las llamemos conceptos científicos.
                Se dice, con razón, que los árboles nos impiden ver el bosque. Los actos individuales, con sus peculiaridades y su trasfondo biográficos, aparecen como la única forma de describir fielmente la realidad. Es el llamado individualismo metodológico. Los grupos no existen, solo las personas individuales. No existe la sociedad, solo las células. Este grupo de personas, a las que me gustaría imaginar bienintencionadas, aborrecen de cualquier rasgo que huela a social. No soportan las novelas en las que la ciudad sea protagonista, donde los individuos pertenezcan a un grupo o simbolicen una determinada posición social. Lo interesante, lo realista, según ellos, es sumergirse en la psique individual de las personas, la particularidad, ver sus motivaciones y sus actos como decisiones conscientes o no, pero que solo a ellos conciernen.
                A los individualistas metodológicos se les crispan los nervios cuando alguien habla de violencia estructural, de condiciones materiales de la existencia, cuando se ponen de relieve las injusticias de partida que afectan a unos colectivos y no a otros. “Ya están estos eludiendo la responsabilidad individual. Para ellos nunca la culpa es suya, siempre es del otro”. Estas personas se sienten, por lo general, muy satisfechas de lo que han logrado en la vida y cualquier cuestionamiento de las diferencias en el punto de partida parecen tomarlo como algo personal, como un demérito a sus logros. “Yo no estoy aquí porque mi padre fuera catedrático, yo he logrado mi plaza por mis propios méritos”. Olvidando todo el capital cultural y social, incluso el económico, que les avalaba en su cursus honorum.
                Como es natural, el sistema capitalista, con su imaginario de premios y castigos en la escala social les parece el modelo natural para el ser humano, aunque haya tardado milenios en instaurarse. Es un mundo en el que los más capaces consiguen el éxito y el resto debemos pagar nuestra desidia con posiciones subalternas. La libertad de elección es lo que tiene.
                Por otro lado, están aquellos que se aferran a ser considerados parte de un colectivo, que entienden la historia como un relato en el que los protagonistas no son personas, sino grupos, naciones, clases sociales, minorías. Su mundo es el de los estereotipos. A menudo sin matices, solo ven configuraciones oscuras y conspiraciones de intereses, una especie de sociedad secreta que maneja el mundo a su antojo. A pesar de dotar al “pueblo” de entidad personal, lo zarandean en manos de los poderosos. La sociedad se convierte en una cárcel que no deja respirar a los oprimidos. Las estructuras mandan. Poco aprenden de la calle cuando vemos que cualquier norma, por rígida que sea, es asaltada de mil formas por la creatividad de los individuos. A estos se les han perdido los árboles en el bosque.
                Lo peor es la falta de matices, considerar que alguien se va a comportar de una determinada manera por ser de una clase social, de un grupo marginado, por su género… sin tener en cuenta que cada persona es un mundo en sí mismo y que sufrimos múltiples tensiones que nos hacen tomar distintos caminos. Las cartas las reparte la estructura, pero hay quienes saben jugar, quienes hacen trampa, quienes fallan o quienes tiran las cartas por el aire.
                No podemos olvidar que el mundo social es un engranaje muy poderoso y que, queramos o no, el sitio donde nacimos, la familia que nos acoge y nos da un nombre, nos da también un apellido y nos hace heredar, no las notas del colegio, pero sí las clases particulares, la casa donde habitamos, los amigos que tenemos y los horizontes donde nos movemos. A veces, nos ponen orejeras para mirar solo en una dirección. No podemos olvidar la clase donde nacimos, que condiciona con quiénes nos juntamos y a quienes amamos incluso.
                Foucault siempre me transmitió la sensación de opresión, que el poder es omnipresente y que luchar contra él es formar parte de su juego. La sociedad puede ser esa jaula de hierro. Deleuze nos recordó que siempre quedarán los esquizos para darle la vuelta al calcetín o para decir que es un muñeco para títeres. Hay múltiples opciones, hay múltiples opresiones y caminos vallados que nos empujan. Siempre nos queda un resquicio para respirar, para olvidarnos de las restricciones. Un poco de locura para ser libres. Nuestra propia experiencia vital nos invita a pensar que, a veces, no somos más que cometas sin hilo.