lunes, 27 de febrero de 2023

Reseña de Óscar Navarro Gosálbez: ‘Imago’. Boria. 2022


Boria nos ofrece con la segunda entrega de Óscar Navarro para la editorial, el notable Carta astral. También aparecen algunos poemas en antologías como Poetas en el Puente de los Espejos (Eléctrico Romance, 2021, preparada por Esther Abellán Rodes); Escribo porque eso… porque no puedo hablar (2016, antología de poesía LGTBI.  ) o la  Antología de poesía Viejoven (Versátiles, 2020, coordinada por Ana Patricia Moya Rodríguez y Manuel Guerrero Cabrera). Según el prólogo de Ramón Bascuñana, es una “declaración de amor a la poesía”.  Imago hace referencia a una etapa de la evolución de los insectos, este es un canto a la transformación: “En la sombra, / plegada sobre sí misma, / crisálida siquiera, / una luz en promesa”.

Los primeros poemas se centran en el proceso de creación de la “verdad” que, como decía el maestro Machado, también la verdad se inventa. Óscar Navarro lo describe como un proceso de narración: “Después de la verdad / no se encuentra la mentira. // Después de la verdad / comienza el regateo”; “Escribir - decir / es hacer una elección. // Tampoco hay inocencia / en la mirada”. Tienen que ver estos poemas, por otra parte, con la metafísica propia de muchos poemas de Juan Ramón Jiménez y la metafísica: “silencio, / que no quiero derramarme / y no queda”. También en el cuestionamiento del yo: “Donde yo falto / hay un exceso de yo / que nunca es suficiente”.

El universo poético de Imago está poblado de sensaciones, de sonidos (“Por qué no era cada día / música de Boccherini”), de ruidos y sospechas (“un enemigo que acecha / agazapado / al pasar una hoja ya usada / del almanaque”), del tacto (“Como toco la tierra / tomo partido / enemigo del viento”), del sabor y las texturas (“Transitar la garganta / oscura / que va / de tu centro / como un caracol en la e–/pidermis / de un espejo”). Pueblan referencias para que afecten de modo directo a los sentidos, a que nos sumerjamos en esta transformación poética que fija su atención en el propio proceso de escritura: “Flores tumbadas – heridas / del jacarandá, del calor / con que escribo estos versos”. Un cuestionamiento perpetuo para depurar las palabras que aparecen y desaparecen en el verso: “sea lo que sea, a veces / carece de sentido / una bala perdida, / un insulto, / un beso a destiempo / carece de sentido”. Óscar Navarro llega a cuestionarse, como los poetas del silencio, la propia necesidad que el mundo tenga de la escritura, la imperiosa obligación del verso: “Hay días que fuera / mejor un día pasado / cualquiera, / un día a elegir / entre el sumario / de los que huelen / a sábanas limpias”. Entrelaza, precisamente el sonido con la quietud de la palabra escrita: “Callar, / que en las palabras / se está gestando / ya el silencio”.

Hablábamos de la mística oculta de los poetas del silencio, aquí se apela directamente: “Perdí a Dios despierto / y puedo abrir los ojos / Perdí a Dios / pero tengo las manos / para cubrir mi boca, / para reanimar los labios / proponiendo silencio”. Se percibe una sensación de inquietud, de peligro que acecha, de intuición extraña y terrible: “Pues todos los hombres / sostienen el pánico / en la proa de sus labios / y en las uñas / convocadas”; “Me encontrará a solas / entre multitudes – / el miedo es privado”. El aprendizaje del miedo, que diría Paco Ramos, se construye de multitud de pequeñas punzadas: “Del fondo / de esa garganta / donde anidan escorpiones, / del fondo / donde la luz no llega / y no hay luz, / de ahí al fondo / surge una rabia / que busca pájaros / muertos, una rabia / que no entiende que / del fondo de la garganta / debe rugir / el canto solamente”. Es una lucha para desembarazarse, para desentrañarse: “Cuando duerme la libertad, / el miedo / pretende su corona”.

Imago es una preciosa radiografía de las sensaciones que acompañan y traspasan la piel. Una descripción lírica de cómo el mundo exterior nos penetra y cómo, a veces, somos nuestro propio mundo exterior, pues, en ocasiones, somos nuestro más terrible peligro: “Esconderé mis manos / engarfiada, / bajo la camisa / pues no acuna”. Progresa con destellos de ironía, pero también de esperanza: “Todos los domingos llora / vaciando–/te de los restos / de los días. Al siguiente / empezarás de nuevo / y dispondrás el llanto / que te dejará el lunes / renovada”. Óscar Navarro sabe muy bien cómo el paso del tiempo evidencia lo que ya deberíamos saber, que la amenaza está siempre presente:

“Hay piedras

emplumadas.

Hay hombres

con dientes

en los párpados

–en los páramos.

 

Hay carne

transparente

de decirse

y re–

petirse

y sabes

que yo soy otro”

 

 

martes, 21 de febrero de 2023

Reseña de Zel Cabrera: ‘Una jacaranda en medio del patio’. Paserios / Nueva York Poetry Press. 2020

 Una jacaranda en medio del patio: 2 (Colección Memoria de la fiebre) :  Cabrera, Zel: Amazon.es: Libros


Zel Cabrera publicó la primera edición en México 2018. Está dedicado “Para ellas”, un acto de amor a las mujeres de la familia, las que han representado los momentos más heroicos, las renuncias más duras, los enfrentamientos con la vida y, a menudo, han perdido. Es un homenaje a la memoria, aunque ya nos advierte desde el título de su primera sección, esta puede ser falsa: “Decir que algo en falso o verdadero, / no importa –no demasiado– / lo importante es la intención /…/ Ahora la memoria se reconfigura / al intentar ponerle un orden a las fechas, / a las anécdotas, no fallar en esta narración, / en este cúmulo de datos biográficos, / en esta fotografía familiar” (El nombre del pasado).

Zel Cabrera perfila los personajes a través de pequeños detalles, de anécdotas, de sensaciones, de momentos: “Mi abuela era un postre de grosella, / era fácil amar su generosidad / más allá del dolor o la pobreza /…/ La muerte entiende de adioses, / de despedidas, de pérdidas” (Hilo de costura). Y, si es necesario, se ponen encima de la mesa los insultos que reciben las mujeres que no se ajustan al canon: “Y pobre de ti, zorra, / porque alguien va a querer insultarte, / matarte, / solo por ser mujer” (Puta).

La máquina de coser es uno de esos objetos que disparan la memoria, tan significativa para su abuela: “Con una máquina Singer / mi abuela cosía /…/ Con una máquina de coser Singer / y muchas oraciones, / mi abuela alimentó a cinco hijos / así crio también al muchacho viejo que era mi abuelo”.

El amor no crece en tierra muerta es el apartado donde vamos conociendo algunas de las figuras femeninas evocadas a partir de su condición de viudas: “Mi tía Beni se ha vuelto a rapar el cabello, / como una consigna de vida /…/ A los 27 años tres disparos bastaron / para sepultar el amor, / pero no el amor para siempre, / no el amor por sus hijos” (Benigna Martínez, viuda de Damián). Como recordaba Cernuda, no es el amor el que muere: “Para mi tía, el amor está en el azar, / en ese deporte de arrojar dados y / tentar a la suerte /…/ Desde esas certezas, / mi tía es una mujer libre” (Una mujer de palabra). Las mujeres que forman parte de este retrato coral enfrentan con rabia las injusticia, como la tía Elena: “Mi tía Elena también es viuda /…/ La tía Elena ha regañado a todos, / –a la muerte, al tiempo, / a la debilidad, a Dios / por quitarle al hombre de su vida” (Elena Martínez, viuda de Martínez).

Las relaciones entre la madre y la hija son el territorio en el que se asientan las tradiciones y los roles, es el campo de batalla de la rebeldía: “Mi mamá solía decir que como te ven te tratan, / cuando me miraba con los pantalones rotos / y las blusas cubiertas de pelusa /…/ Durante un año / mamá me miró triste, enojada /…/ Quebrada y celosa, / probé con otras rebeldías que no comprometieran / el lazo irrefutable que nos hacían madre e hija /…/ Mamá volvió a ser mamá” (Rebeldía). Hay mucho amor y mocho conocimiento mutuo en estos versos: “Mi madre dice que mujeres como yo / sin traza para labores hogareñas / nunca encontrarán marido” (Instrucciones maternas).

La familia se amplía hacia la siguiente generación, la de las primas: “Se casaron embarazadas / para guardar las apariencias / la tía Becky, / la tía Miriam, / la tía Delia /…/ Mi familia no sabe que se puede pasar por el pantano, / sin pisar al fango, / porque la belleza sí es algo / que no distingue el piso” (Las primas de mi madre). Muchas adversidades, mucha decepción de la vida, mucha injusticia y mucha resistencia en estas mujeres: “Con los ojos cerrados / –muy cerrados– / mi tía Delia ya no sueña, / duerme sabiendo que su marido / así sueña pero sueña con otras” (Cegueras). Como supo pronto el pensamiento feminista, el matrimonio puede ser una cárcel: “Todas mis primos están solteras / todas menos una, / aquella que no aprendió / que el amor no es una moneda de cambio / y se deja presumir por el marido” (Solteras); “Con ella aprendimos a ver películas de terror / sin tener pesadillas, / aprendimos que los prejuicios / o las miradas inquisitorias / no interrumpirías nuestros juegos, / nuestra vida /…/. Ahora es policía, /…/ lo llaman por su apellido: / Oficial Damián” (Oficial Damián). Son las filtraciones del micropoder que supura el patriarcado. Zel Cabrera está contando las luchas titánicas contra este biopoder.

La gran aportación de este volumen no es solo relatar un catálogo de heroínas a ras de suelo, es darse cuenta de que son una ofrenda, un regalo luminoso y fragante, Una jacaranda en medio del patio, que cobija a la poeta y, en general, a las nuevas generaciones:

“Retrata la memoria

 y volverte a nombrar

–¿quiénes somos?

–¿por qué?

 

pero nombrar no basta

/…/

Yo nombro a las mujeres,

a las tías,

a las viudas,

a las primas,

a mi abuela.

Me nombro,

con su apellido,

con sus historias,

con lo que les duele.

Ellas son el árbol

de esta línea,

hasta aquí la jacaranda crece” (Un lugar propio)

Esta es una poesía que tiene intención de sanar, no solo desde lo personal, es una sanación social. Más allá de la incorporación de textos como el clásico de Virginia Woolf o de los debates dentro del feminismo, lo hermoso de este viaje a la memoria es comprobar cómo Zel Cabrera asume la identidad personal: “En el espejo somos la misma, / somos mujeres posibles, / que habitamos la tierra, / ceñidas como una jacaranda / a sus raíces, / a florecer en primavera” (Como en un espejo).

domingo, 19 de febrero de 2023

Reseña de Miguel Agudo Orozco: ‘Juegos malablares (Siempre parapensares)’. Isla de Siltolá. Aforismos. 2022

 JUEGOS MALABLARES. (SIEMPRE PARAPENSARES). MIGUEL AGUDO OROZCO. Comprar  libro

Miguel Agudo es un artista que domina varios terrenos, la poesía, el aforismo y la poesía visual. Nació en Tarragona y lleva años afincado en Baeza. En poesía disfrutamos de Cuando Herodes la tierra (La isla de Siltolá, 2009), Amorexia (La isla de Siltolá, 2014); como poeta visual, Imágenes en cursiva (Babilonia Asociación Cultural de Valencia, 2015). Este es su tercer libro de aforismos tras los primeros Parapensares (La isla de Siltolá, 2017), Impertérrito pluscuamperfecto (La isla de Siltolá, 2020). Como su propio apelativo anuncia, lo que maravilla de los parapensares no es el artificio verbal, sino la verdad que hay detrás de cada aforismo: “Arte contemporáneo: donde hay una instalación, hay un enchufe”; “Tener razón y llevar razón: la diferencia estriba en el gasto del transporte”.

Los juegos malablares consideran el calambur como una de las bellas artes, léase con atención y sin equivocarse el título. Miguel Agudo demuestra humor, juegos de palabras, sorpresa. Indudablemente exhibe una gran conexión con las greguerías y. El juego no es sino la experimentación de la vida. Los dobles sentidos con las expresiones fosilizadas: “Me gustaría hacer una frase hecha”; “No sabría decir qué es el amor propio, pero ya os digo que me parece que no es ni cariño”; “El hombre es el animal que cae en la trampa una vez hecha la ley”; “Diazepam y circo”; “Yo no llevo la contraria, yo la traigo”; “Los niños a veces se ponen muy insobornables”. Miguel Agudo juega con las expectativas que las frases conocidas nos proponen, altera los sonidos y descubre las verdades que más duelen: “Llegó a fin de mes y volvió”; “El tiempo pasa, pesa, pisa, posa y purga”; “Echarse al monte de Venus”; “El fin justifica los remedios”; “Las apariencias desengañan”; “La ciudad es el conjunto de puertas que le ponemos al campo”; “Darle a me gusta cuando callas porque estás como ausente”.

Hace gala de una puntería exquisita para desdoblar la realidad y hacer surgir gemas, separa con habilidad el barro de la joya: “Los clásicos son libros de hoja perenne”; “Los camposantos están sembrados de pecadores”. Derrocha un tipo de humor del que nos arranca una sonrisa, aunque luego nos deje una desazón profunda: “Guardar silencio es una contradicción sonora”; “Por una carretera recta no se puede circular”; “Besar es un verbo hecho carne”; “Si las personas somos números, imagina cómo se sienten los propios números”.

En el plano estrictamente filosófico espigamos grandes verdades de las que duelen: “Estamos pagando la factura eléctrica del Siglo de las Luces”. Se esconde una teoría del conocimiento: “Hay dos tipos de verdades: las que se descubren y las que se inventan”; “La utopía tiene todo el futuro por detrás”; “Hay quienes confunden el punto de vista con el punto de mira”. Describe con precisión e ironía al sujeto: “El egoísta tiene un sujeto desatado”; “El vudú de las agujas del reloj que sufre quien espera”; “Sé que tengo un precio, pero como no puedo pagarlo, seguiré siendo mi esclavo”; “Tú no eres tú porque tu tú soy yo”.

Señalaba a propósito de su anterior libro Carlos Alcorta, que Miguel Agudo consigue darle al aforismo su acepción más ortodoxa, en el mejor sentido de la palabra, aunque los llamara parapensares. Se destaca la pasión por atacar los convencionalismos y poner de manifiesto aquello que tenemos delante y no somos capaces de ver precisamente porque lo tenemos ya visto. En este afán el autor muestra una desenvoltura fruto de un proceso artesano de depuración y selección implacable. No obstante, siempre con la mayor de las prudencias y una dosis importante de iconoclasia: “No te creas los aforismos. No son dogmas”.

 

jueves, 16 de febrero de 2023

Reseña de Greta Montero Barra: ‘La poesía acabó con nosotras’. Liliputienses. 2022. Soria, Ciudad de poesía

Greta Montero Barra: La poesía acabó con nosotras

Greta Montero Barra nació en Chile. Actualmente es profesora y doctora de Literatura Chilena e Hispanoamericana. Lleva ya publicados Dummies (2013), Balada del señor Cuervo (2016), Un día quemaré sus castillos (2022). Podríamos considerar este nuevo volumen que nos trae Liliputienses como una especie de balance poético a través de las miradas de personajes femeninos, comenzando con los que denomina Los bellos demonios: “Han dicho de mí que soy alta y greñuda / con la fuerza de las bestias del campo / que no tengo voz / que soy una loca violenta y peligrosa /…/ Un día quemaré sus castillos / y derretiré con mis aullidos / todo / los áticos del hombre” (Berta Mason). En esos personajes caben desde Antoniette Cosway, Desdémona, Lauren Bacall, Lilith, Caperucita o la mujer de Lot: “No soy un hombre, le dijo, / soy una sombra / que te habita y te persigue” (La mujer de Lot). Sombras todas ellas de una serie de dramas, de tragedias que visten de forma singular lo que ha sido la condición impuesta: “Yo me reí entonces / porque hay que reírse de las desgracias / como en las películas de Chaplin” (Sus estómagos).

Es importante la revisitación de mitos y de cuentos: “Saltarás, mi vida, con tus alas / de pelo enmarañado / y aterrizarás en mi boca / mi boca sin labios / mi boca húmeda de amor” (Canto de amor del esposo lobo a su esposa Caperucita); “La bruja de la capa roja”, / así nombraron en el pueblo a mi mujer” (La espera del lobo o la era de Caperucita); “Me escribiré de nuevo y no tendré fin” (La bruja Caperucita se interna en el bosque). Porque de esa forma se desvirtúa el mensaje original y se da la vuelta a las estrategias patriarcales poniendo en evidencia las contradicciones y la imposición de un relato único: “Mi abuela Victoria tenía un solo ojo / y no le importaba renguear sus piernas velludas, / porque eso daba terror a los hombres. // Pensaba que tenía dientes en la vagina, / porque no había conocido hombre. / Eso decían los hombres que no la habían conocido” (La bruja del golfo de Arauco).

Greta Montero está reivindicando de manera poética la figura que nunca aparece: “A veces desaparecemos / y solo nos vemos de costado, / a veces, / en los sueños de la madre” (Los cazadores). Reivindica las figuras despreciadas: “En su vergüenza decidió matar a sus hijos / cada noche y alimentar a sus perros. // Y es que Lilith se ha ido / pero no puede dejar de existir. // Lilith está muerta /pero no puede dejar de respirar” (Lilith). Toma la voz de Medea contra la “caballerosidad asfixiante” de Jasón: “Cada cual carga su cruz, / como dicen los cristianos. / Yo cargué la mía a costa de historias inventadas / sobre mis hijos. // Qué puedo decir, / pensión de alimento / régimen de visitas, / en todo lo que quería, / vaya una a saber lo que dicen de mí / en los mares de occidente” (Medea y las motivaciones). También aprovecha las posibilidades de personajes reales en largos poemas que exploran diferentes aristas de personajes complejos y situaciones asfixiantes: “Pienso que el dolor es insoportable, / que debería desmayarme y / no sabes nada más hasta mañana, / cuando estuviera mi madre, / pero no me desmayo, / no me desmayo” (Jane Austen se rompe los dientes).

Esta metodología es especialmente notable en Conversaciones entre hermanas, la segunda parte del poemario, que incluye, por ejemplo, la Conversación casual al caer la tarde entre Emilia y Carlota Brontë: “–La poesía acabó con nosotras, Emilia, / nos llenó de falsa promesas  / y cantos de sirena”; “–te dije que mejor vieras series coreanas, / pero me porfiaste / con teleseries venezolanas y brasileñas: / El rey del ganado, La Potra Zaina / Café con aroma de mujer / y ya ves, / pura poesía del siglo XIX”. O la de María y Elisabeth Brontë conversan a mediodía a las playas de su tierra natal (“Descansar el cuerpo es siempre / la mayor recompensa / cuando estamos muertos”; “¿Qué es lo que vemos, hermano, / cuando se nos cuela el viento / por la hendedora de la puerta? /…/ Yo y el carboncillo en los pliegues / de la piel morena del abuelo. // Tú y la espuma del mar / en los ojos verdes de la abuela”).

En Estrellas muertas son cartas de grandes romances del mundo del cine: la Carta de Loretta Young y Cark Gable (“Lamento los inconvenientes causados por el errático comportamiento de Tom al acusarte así en su estado de Facebook, pero ya no puedo controlarlo”); la de Mickey Rooney a Ava Gadner (“Hola, preciosa, cómo estás, espero haberte dejado loca de amor, estabas muy colorada después de que lo hicimos. Parece que te di muy duro, espero no haberte dejado dolorida”) y la de Frank Sinatra a la misma diva (Frank Sinatra y Ava Gadner: “Me han preguntado cómo me siento después de nuestra última separación. Me siento como un pueblo, soy un pueblo saqueado”) y Vivien Leigh y Laurence Oliver (“Te escribo este mail para felicitarte por tu matrimonio con Joan, estoy seguro que con ella podrás llevar una vida más plena que la que tuviste conmigo”; “Somos un matrimonio de actores, ambos fingimos ser quienes no éramos para adoptarnos y sobrevivir”). Todas ellas ponen de manifiesto una masculinidad herida y una rebeldía incomprendida que, al fin y al cabo, siguen siento sintomáticas.

Las dos últimas secciones de La poesía acabará con nosotras son Remakes. Son confesiones de los temores y las inquietudes vitales, de la manera en la que estar en el mundo: “El terror comencé a sentirlo también en esas tardes” (A la vera del río Marañón); “Un rescate, pensé, ilusamente, / sin saber que seas rastreado, / enrolado por algunos hombres / parecidos a beduinos / y cautivado / por la inexorable tristeza / de los amantes fallidos, / que la historia tras historia / se encaminan hacia su propia destrucción” (Duna). Se hace patente una necesidad de reinicio, de fatalidad que imperiosamente debe ser cortada: “Y yo, / a pesar de la inconveniencia de mis actos, / respiré con alivio sin saber / que teníamos los años contados / para la próxima vida” (Teníamos los años contados, Butterfly). Más evidente, si cabe, en el Interrogatorio al último habitante de la tierra: “La fantasía venía a cualquier momento que lo necesites / en el auto en medio de la autopista, en la ducha, / en el coito mientras penetraba a mi mujer” (Interrogatorio 12 a Kris Kelvin, el último de su especie, / encontrado en el tercer planeta desde el sol); “He pensado toda suerte de cosas, como que era verdad / estoy muerto y he llegado al infierno, estoy pagado pecados /…/ Ser el último de cualquier especie / en el trabajo más aburrido de la historia, / sobre todo si estás bien de salud” (Interrogatorio 3…).

Greta Montero Barra nos sumerge en el universo de voces vapuleadas, heridas, pero sobre todo, invictas, a pesar de que todos los mitos son maneras de conocer el mundo y pueden, deben ser cambiados.