Tengo que reconocer que no soy muy patriota, a menudo no me
siento identificado con lo que se supone que es ser español. Ni me gusta la
feria, ni los carnavales, ni la paella y me siento más cercano a las series
extranjeras (francesas, americanas, inglesas) que a las españolas. No quiero
decir que me avergüence necesariamente de las cosas de esta nación. Hay cosas
que admiro de este país y cosas que admiro en otros, pero en estos dos últimos
años tengo que decir que no me gusta nada el país en el que vivo.
No lo digo por la gente, hay personas muy valiosas que están
aflorando durante la crisis, lo digo por la labor del gobierno. Y eso que
Zapatero no es santo de mi devoción, la política económica que llevó a cabo no
se diferencia gran cosa de las grandes líneas que están guiando el actual
ministerio de economía. En el fondo están trazadas por Europa.
Pero ahora, si echamos la vista atrás, la exhibición de
atrocidades es impresionante: amnistía fiscal, reforma del IRPF y aumento del
IVA, la desvergonzada reforma de la ley de costas, la ominosa ley Wert, las
declaraciones en contra de los sindicatos, los recortes en sanidad, la ley de
tasas judiciales que nos deja en la indefensión, la propuesta de ley de
seguridad ciudadana, el desmontaje de la dependencia, las privatizaciones, la
política de inmigración y de emigración, la impunidad de la corrupción (el
único condenado por Gürtel es el juez), la bajada sistemática y organizada de
las pensiones… cada una de ellas merece un análisis exhaustivo, pero voy a comenzar
por la cuestión del aborto.
La propuesta de Gallardón es impresentable. Si realmente
está tan preocupado por los derechos por los no-natos, no ha tenido mucha
prisa. Se ha presentado el proyecto a los dos años y no hace más que trasladar
al papel las exigencias de la jerarquía de la Iglesia católica. No tiene en
cuenta los buenos resultados de la ley de plazos, de hecho, han desaparecido
los datos de la web del ministerio. Es una ley hipócrita porque en caso de
problemas para la mujer, parece que no es un asesinato, como recuerdan en sus
consignas. Es hipócrita porque las mujeres que tengan recursos irán a cualquier
otro país europeo. Es hipócrita porque incluso los dirigentes del Partido
Popular, sugieren que existe una rendija legal para que las mujeres sigan
abortando siempre que mientan y busquen un facultativo que les falsifiquen
problemas mentales.Y etcétera.
Dar por sentado que existe vida humana desde el momento de
la concepción es discutible y discutido. Imponer a los demás que la vida es
sagrada es confundir una verdad íntima con una normativa que debe legislar para
todos. Los defensores de una ley del aborto, de plazos, o aborto libre incluso,
no imponen el aborto obligatorio. El proyecto de Gallardón sí impone el
nacimiento obligatorio.
Gallardón está jugando con una imagen de progresista, de
liberal y un fondo integrista católico. Trata a las mujeres como menores de
edad que necesitan el asesoramiento de dos especialistas para tomar una
decisión que, para muchos, les corresponde sólo a ellas. El sufrimiento de
estos fetos y de sus familias puede ser terrible, y con la desvergüenza de
recortar el programa de dependencia, poca caridad cristiana muestran.
En esta decisión subyace una paradoja, una defensa por parte
del Partido Popular de la libertad de la persona, de empresa frente a las
“imposiciones” de sindicatos o de ideologías; conviviendo con una concepción
muy tradicional de las costumbres (esa mantilla) y especialmente del papel de
la mujer en la vida pública, social y política. ¿Qué modelo de Estado tiene el
Partido Popular?
Es evidente que tienen un rechazo rayando en la paranoia del
Estado del Bienestar, y no se puede uno quitar la sospecha de que no es sólo
una salmodia retórica ni un núcleo ideológico, hay dinero de por medio. El
desmantelamiento y la desacreditación de lo público y lo común está programado
para enriquecer a unas empresas, que además, están sospechosamente unidas al
Partido, como se puede intuir en los llamados “papeles de Bárcenas”. ¿Y Por qué
tiene el gobierno que interceder en Panamá entre una empresa privada y su
gobierno? ¿Estos son los liberales?
El partido de Rajoy se apunta a la modernidad tecnológica,
es adalid de la formación en idiomas, defendiendo una postura prácticamente
xenófoba ante los que vienen como fuerza de trabajo, y lamentablemente servil
con los extranjeros que vienen a invertir. Son capaces de cambiar las leyes
para que no se impute a sus inversores de China. Poseen un patriotismo
francamente curioso.
Cuando Rajoy dice, “mientras sea yo presidente no habrá
desmembramiento de España” habla como el dueño del país. La identificación de
España con su España es asumida como asumieron que las víctimas de ETA son las
del Partido Popular. Esa patrimonialización es más propia de señoritos y
cortijos que de un país democrático. Pero al controlar todos los resortes del
poder (Congreso y Senado, Poder Judicial, comunidades autónomas, fiscales y
medios de comunicación) actúan con una impunidad total y siempre apelando a la
mayoría absoluta de un pueblo que les votó con un programa electoral que no
cumplen.
Lo único que han cumplido es precisamente la ley del aborto,
y otras como la reincorporación de la religión como una asignatura a la altura
de las matemáticas, la economía o el inglés. Son aquellas decisiones que contentan
a su electorado más fundamentalista al que calla por las posibles protestas por
los casos de corrupción y la política ante ETA. La mujer es un ser al que hay
que proteger, los valores cristianos son los que deben regir la vida del país,
como lo hace en los españoles sanos de espíritu, los del sentido común.
En realidad, Rajoy, Gallardón y los suyos tienen como modelo
de estado a Arabia Saudita, un estado patrimonial en el que el desarrollo
económico y tecnológico es compatible con una moralidad tradicional estricta,
que desplaza a la mujer del espacio público y político; con una mano de obra lo
más barata posible, en condiciones de casi esclavitud, si es extranjera, mejor,
mientras que van ofreciendo a los suyos las rentas conseguidas por el Estado,
aspirando a crear un clientelismo fiel que les asegure mayorías absolutas
elección tras elección.