viernes, 17 de enero de 2014

Gamonal y la musealización de la ciudad



Las protestas ciudadanas en el barrio burgalés de Gamonal suponen un ejemplo para multitud de cuestiones. En el momento en que escribo estas líneas parece ser que se van a paralizar las obras definitivamente después de que en el pleno municipal el Partido Popular hubiera aprobado en solitario su reanudación. Vaya mi enhorabuena al movimiento vecinal que ha conseguido que se escuche la voz de un barrio frente al autismo de los partidos y las instituciones.

No voy a entrar en la vergonzosa actuación de muchos de los medios de comunicación que sólo recalcaban los desórdenes, sólo mostraban a una señora encarándose con otros señores, no explicaban los verdaderos motivos del rechazo al proyecto y sí que daban voz a los políticos y tertulianos que habían encontrado la feliz identificación de las manifestaciones –más o menos violentas- con la kale borroka y el fantasma omnipresente del terrorismo. Hay que defender el Estado de derecho, la mayoría silenciosa está en sus casas,  hay violentos antisistema infiltrados, son de Izquierda Castellana, decían como una salmodia a pesar de que los hechos lo contradecían. Los únicos infiltrados, imagino, serían los de la policía secreta, que suele actuar en estos desórdenes. Y obviaban lo fundamental de la movilización en sus crónicas, noticias y reportajes.

Como digo, esta situación plantea numerosas reflexiones. No voy a ser el primero que incida en el nada democrático divorcio entre los votantes y los partidos. Estos últimos parecen considerar a los primeros como surtidores de combustible a los que no hay que recurrir nada más que cada cuatro años. Se llena el depósito de la mayoría absoluta de legitimidad y ¡a continuar por la autopista de la voluntad general!

Considero que esta es una desastrosa fórmula para la democracia. Una insolente soberbia de la que alcaldes o presidentes hacen gala de manera habitual. Pero, ¿qué hay detrás? Vayamos a la ficción inocente, pensemos por un momento que el equipo de gobierno de Burgos hace con la mejor intención posible el proyecto del bulevar y no hay ningún negocio oculto, ningún maletín de compensación, ninguna plaza de garaje regalada ni favores devueltos.

¿Para qué este bulevar? ¿Qué es un bulevar? Gamonal es una de las arterias de entrada al casco histórico de Burgos, pertenece a uno de esos municipios anexionados a las capitales en su desarrollo durante los años 50. Se ha convertido en el barrio más poblado de la capital. No es un barrio del centro histórico en sentido estricto. El proyecto del bulevar pretendía, en cierta manera, adecentarlo, retirar dos carriles de la vía, aumentar las aceras para una peatonalizar el tránsito y construir un carril bici. Esto equivaldría a eliminar cientos de plazas de aparcamiento. El propósito explícito es mejorar la calidad de vida de los habitantes del barrio. Detengámonos ahí.

Se ha corrido el rumor, que se ha convertido en dogma de fe, que peatonalizar las zonas da mayor calidad de vida y todos los ayuntamientos de España se lanzaron hace años a desterrar los automóviles de los centros históricos. Por la contaminación, por los ruidos, para hacer más accesible la ciudad, para mejorar el comercio… Y se entiende que la catedral de Burgos, como Notre Dame de París se aprecia mejor sin automóviles aparcados a su puerta en una estrecha acera, pero, ¿y el resto?

Granada, por ejemplo, ha restringido severamente el tráfico en el casco histórico. Ya no se sube a la Alhambra por la cuesta de Gomérez ni se puede uno acercar a la librería Estudios en la calle Mesones con el coche. Se nos dice y se nos convence de que esto es por nuestro bien y el de los comercios. Se convierte el centro de la ciudad en unas inmensas galerías comerciales peatonales sin techo (¿qué pensaría Walter Benjamin de esto?). Y no sólo en las grandes ciudades. En mi pueblo, Rota, también se han hecho peatonales muchas de las calles por las que pasaba en coche o con la bicicleta en mi niñez. Por el turismo, me dicen.

Estas navidades intenté llegar con el automóvil al centro de Granada para pasear, hacer un recado y realizar algunas compras, disfrutar de la ciudad. Después de dos horas (de reloj) tuve que dar la vuelta y acabar en casa. El tráfico era demencial y los aparcamientos, privados, por supuesto, saturados. El centro de las ciudades se ha convertido en un barrio chic del que son expulsados sin piedad las clases menos acomodadas. Los pudientes, como se decía antiguamente, en el caso de vivir en las afueras, llegan en taxi, aparcan su Mercedes en su plaza alquilada o su Audi en el aparcamiento de El Corte Inglés sin remordimientos por el gasto que suponen tantas horas de orgía consumista.

Esta perspectiva del urbanismo convierte en las ciudades en objetos de lujo, museos outdoor sólo accesibles a las clases con capital social, intelectual, estratégico… Las clases medias y bajas, llegarán en una odisea de transporte público o pie… Difíciles compras podrán hacer, difícil disfrute de esos bulevares de árboles recortados y grandes aceras. Es mucho más fácil tirar del automóvil y aparcar con dificultad en un centro comercial de las afueras, saturado pero accesible. Los comercios del centro quedan para grandes cadenas (que no pierden clientes porque también están en los complejos comerciales de extrarradio), pero sobre todo, para las boutiques exclusivas que son las que se pueden permitir los abusivos alquileres de locales del centro. Estamos vendiendo nuestros centros históricos y comerciales a los turistas y a las clases altas.

Gamonal se ha rebelado contra esta musealización de su barrio. El barrio es para vivirlo, y no necesita una vía bonita de postal, necesita guarderías, y mejoras en el tránsito, no restringirlo. Necesita plazas de aparcamiento libre, y no obligarse a comprar una en uno privado. Es una manera sutil pero también violenta de expulsar a los menos favorecidos.

Imagino la perplejidad –amén de la contrariedad- de los ediles de Burgos incapaces de comprender como la gente del barrio, la gente sensata y normal de la que siempre hablan, no comparte la bondad de su proyecto. En cambio, el resto de la población de Madrid, de Sevilla, de Barcelona, de Cáceres, Jerez o Zaragoza, de cada pueblo y ciudad sí que comprende perfectamente el rechazo al gasto suntuoso y faraónico de unos alcaldes que tratan sus pueblos como su jardín particular que mostrar a las visitas.

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