lunes, 10 de abril de 2017

La paradoja del articulista de Schrödinger



Como los aficionados a la física y los fans de The Big Bang Theory saben, el gato de Schrödinger es un experimento mental utilizado para explicar la mecánica cuántica. Un gato está en una caja y, por un complejo mecanismo que activa un veneno, puede estar vivo o muerto. Para la física, el gato está a la vez en los dos estados, hasta que se abre la caja y entonces se comprueba si está vivo o muerto. Es algo que sobrepasa cualquier lógica convencional, no se puede estar a la vez coleando y tieso, pero eso es lo que propone la mecánica cuántica.
Algunos articulistas tienen la sobresaliente cualidad de estar en contra de algo con lo que se suponen que deben estar de acuerdo. Son capaces, como muchos políticos, de criticar una cuestión argumentando matices inverosímiles para no dar la razón al contrincante. Es propio de las cámaras representativas nacionales, regionales, incluso en las locales, que todos los grupos políticos acuerden una condena y, para no quedar en el mismo bando que sus rivales, los portavoces deben dar prolijas explicaciones a los medios, que sólo convencen, por cierto, a los suyos. Así, el Partido Popular es capaz de negarse a un homenaje a las Brigadas Internacionales o defender, a través de su negativa a participar, al franquismo. De igual forma se esquivan los documentos que condenan a según qué terrorismo porque eso los pondría en el mismo saco que los derechones. Consiguen estar en desacuerdo pensando lo mismo.
                Es verdaderamente un arte que se debería reconocer académicamente el talento que muestran estos periodistas, escritores o tertulianos, para sacar punta a cualquier cosa. Es muy socorrido el decir que no es el momento, o que hay problemas más importantes, o que no son las formas. De esta manera evitan pronunciarse a favor o en contra de la moción. Cambiar de nombre a una calle en homenaje a la División Azul. Pues que es un gasto inútil, que estamos encerrados en la Guerra Civil y hay que pasar página… Aunque luego aplaudan la decisión del Partido Popular de llevar a los tribunales la cuestión. Entonces no hay problema en los gastos, ni las referencias al pasado, ni es cuestión baladí…
                Desde el punto de vista de un político, es una estrategia casi perfecta. Si el contrincante accede a su propuesta, ellos han ganado, y si se niega, entonces, ante toda la opinión pública, acaban siendo denigrados por negarse a algo que era de común acuerdo. Puedo llegar a comprender que se utilice en política, entendiéndola como la más baja competición partidista, sin embargo, me gustaría pensar que los que escriben artículos o dan su opinión en los medios están fuera de ese juego estratégico degradado. Que no sacan réditos de los votos.
                Creo que más que ramalazos del franquismo, ciertos escritores conservadores, son muy reacios a darle la razón a la izquierda. E insisten en identificarlos con los estalinistas, o maoístas, jemeres rojos, totalitarios genocidas. Así se ha conseguido que la etiqueta de izquierdas tenga tan mala fama como la tenía la derecha a mediados de los ochenta, hasta que Aznar refundó y centró a los populares.
                Es una señal más de que la Transición no fue una solución perfecta, no se aclararon los asuntos de fondo y ahora, cuando ya se ha olvidado lo más penoso de la dictadura, podamos recuperar nombres y actitudes que darían vergüenza hace veinte años. Incluso todavía ahora, por eso tienen que ponerse tiquismiquis y argumentar niñerías para negarse a reconocer que alguien tuvo que ver con la represión de los autollamados “nacionales”.
                Nos hemos acostumbrados al ellos y nosotros y no somos capaces de crear acuerdos. Nos remitimos al mantra de un consenso que sólo significa una maximalista pretensión de que los demás se unan a nuestro modo de ver las cosas. “Ellos se niegan al consenso”, que quiere decir, son incapaces de tener el mismo sentido común que tengo yo. En una democracia no se puede arrollar a los que no tienen nuestras ideas, y las grandes y pequeñas cuestiones deben ser algo más que el botín de una guerra que son las elecciones. Ganar no debe dar derecho a imponerte hasta que los otros te derroten en las urnas. No es una cuestión de tolerancia. La tolerancia, según algunos, es la infinita paciencia que deben tener los demás con nosotros. En cambio, nosotros estamos en nuestro derecho, incluso en la obligación de mantener tercamente nuestros argumentos. Flaco favor es entender la tolerancia de esta forma. Hay que tolerar que otras personas tengan ideas distintas, incluso contrarias, pero, como decía el filósofo Gustavo Bueno, hay que tratarlas con respeto y discutir sus razonamientos. Lo contrario sería condescendencia. Respeto a las personas, pero no a todas las ideas. Y, por supuesto, no todas las maneras son las adecuadas para discutir.
                Es inevitable que la Historia se vaya reescribiendo. Lo sé porque los debates historiográficos fueron los que me otorgaron la plaza de profesor en las oposiciones. Por eso mismo debemos contribuir todos a la discusión. Y si los partidos se encierran en posturas y acciones caciquiles, al menos lo que opinamos deberíamos ser capaces de dar la razón a los que no piensen como nosotros, puntualizando lo que debamos cuando lo esencial sea importante. De esta forma nos ahorraremos el bochorno de estar a favor y en contra a la vez, como el gato de Schrödinger.

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