lunes, 18 de diciembre de 2017

Extraños modos de vida



Una de las grandes aportaciones del filósofo francés Pierre Hadot es recordarnos que la filosofía antigua no pretendía conformar lo que ahora llamaríamos un sistema filosófico, monolítico, a prueba de contradicciones, riguroso y coherente –eso de lo que siempre ha carecido tradicionalmente, salvo raras excepciones, España–. La filosofía clásica era, sobre todo, un modo de vida. Las doctrinas, esto es especialmente claro en las escuelas filosóficas helenísticas, estaban diseñadas para servir de ejemplo. Por eso en ellas abundan las contradicciones, e incluso los sinsentidos. Normalmente constituyen notas y admoniciones que un discípulo –aun los que son discípulos de sí mismos– necesitan escuchar. Un buen maestro es, no el que mejor desarrolla las explicaciones, ni siquiera el más innovador, sino el que ofrece a sus alumnos lo que ellos necesitan en ese momento. En la historia del cine abundan esos profesores que, al principio son incomprendidos o incapaces ellos mismos de comprender –como Sidney Poitier en Rebelión en las aulas– la realidad de las necesidades de sus alumnos, pero que, al final, caen en la cuenta de que, quizás los métodos no hayan sido agradables, o hayan resultado chocantes, o incluso que rocen lo legal o lo correcto, pero eran lo que necesitaban en ese momento de sus vidas. Y esto vale para Edward James Olmos –Lecciones inolvidables–, Jane Fonda –Cartas a Iris– o para Pat Morita –el señor Miyagi de Karate kid–.
                Incluso hay quien sostiene que la Santa Biblia no es sino un manual de instrucciones inmenso, lleno de ejemplos, historias con moraleja y metáforas morales, además de un recuento interminable de normas, catálogo casi infinito de leyes que a menudo se contradicen.
                Por otra parte, no dejan de repetir que ser poeta es más que un oficio, que diría Cesare Pavese. Que no se trata únicamente de dominar la prosodia, de contar sílabas, buscar rimas y encajar sonetos. Ser poeta es, como el filósofo, un estado mental de alerta permanente, hacia lo cotidiano y hacia lo extraordinario. La mirada del poeta es el inicio de la página en blanco, aunque nunca debamos olvidar que la poesía se escribe con palabras, y no sólo con ideas. La vigilia del poeta metido en trance debe ser agotadora. Y por eso, quizás, tengan tanta fama de lunáticos, de seres especiales, a menudo aquejados de males psicosomáticos en la versión delirante del mito romántico. Más prosaicos, los hay que prefieren acompañarse de un librito de notas –Moleskine a ser posible– donde ir apuntando las metáforas, las imágenes, las ideas a las que luego rondar en la soledad del folio en blanco. Los más modernos se han pasado al bloc de notas de su smartphone, o al contestador de su teléfono cuando van en automóvil y no pueden soltar las manos del volante.
                La imaginación del poeta se parece muchísimo a la que recomendaba Charles Wright Mills. Estar siempre atentos a lo cotidiano, porque lo evidente es lo que más fácilmente escapa a los ojos del investigador, como la famosa carta robada de E. A. Poe que el sagaz Arsenio Lupin supo descubrir encima de la mesa, a la vista de todos. El poeta debe mirar con otros ojos, entrenarse en ver imágenes expresivas que nadie haya utilizado. Luego, aprendiendo el oficio, dotarlas de coherencia, de un ritmo, de una calidad en las palabras que utilizamos. El sociólogo tampoco desconecta, pero su lenguaje debe someterse a ser más terreno, con menos vuelos, más sencillo. No conviene abusar de la jerga de la profesión, pero sí, de vez en cuando, soltar alguno de los muchos conceptos fetiche y adornar con una cita. Igual que los poetas.
                Y en esas estamos, viviendo la filosofía como un estilo de vida, la poesía como otra manera de estar en el mundo, siendo sociólogo atento las 24 horas del día –porque las ideas tienen la malísima costumbre de aparecer a su antojo y no respetan sueño ni madrugadas–. Parezco un pluriempleado que necesita media docena de mini-jobs para apenas llegar a fin de mes. Es el signo de los tiempos. Y sin cobrar casi de ellos, sólo esta profesión de media jornada aguantando adolescentes e intentando fútilmente transmitirles unos conocimientos y el entusiasmo hacia ellos. Al contrario, uno invierte dinero, tiempo, sacrifica el descanso para poder seguir en el trabajo, para no ser despedido. Es lo que pronostican los que saben de esto de la economía. Jubilaciones tardías con pensiones empequeñecidos, que nos obligarán a completar con salarios miserables.
Mientras tanto, la cuestión es no acabar como en la canción de Stevie Wonder, siendo amantes a tiempo parcial, unos meros part-time lovers. Y por ahí sí que no paso. En estas lides quiero dedicación exclusiva.

1 comentario:

  1. Si haces tú trabajo tan bien como escribes, esos alumnos son unos privilegiados. El trabajo de escritor lo bordas, el de poeta también. Me he topado con tu libro...interesante.
    No dejes de escribir, ni filosofar....a alguien le gusta tu trabajo y le hace bien.

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