lunes, 16 de abril de 2018

Perderse en la belleza



Se suele decir que sobre gustos no hay nada escrito. Creo que no puede haber sentencia más equivocada, hay una rama de la filosofía que se ocupa precisamente de ello, la estética. Supongo que puedo aportar poca cosa a una cuestión que lleva ocupando la mente de eminencias teóricas y de extrema sensibilidad. Lo que me llama la atención es la fascinación que produce, la reacción que provoca lo bello en las personas. Aunque haya quienes vean bellísimo lo que para otros es simple aberración, quienes disfruten de la naturaleza y quienes se extasían con manchas de color medio desdibujadas y recomiendan a Cy Twombly. El caso es que cualquiera que sea el objeto, se produce en la persona un sentimiento tan profundo que se siente arrastrado a ello. Supongo que a algo así se refería Platón.
                Nos apasiona la simetría y nos embelesa lo asimétrico, las arrugas, los pequeños defectos, cualquier detalle. La rotundidad de un desarrollo geométrico, la proporción áurea, la sucesión de Fibonacci… ¿por qué nos subyuga tanto la regularidad? Un sentimiento estético muy poderoso que nos regala un bienestar sereno de la misma forma que nos arrebata la pasión. La belleza, sea cual sea su clave, nos mueve.
                La belleza desestabiliza, despierta los sentidos y dispara el deseo. Emociona hasta el dolor. No todas las bellezas, no todos los momentos, no a todas las personas. El impulso hacia la belleza es tan poderoso que da origen al pecado más radical. El ángel más bello, Lucifer, es quien encabeza la rebelión contra Dios. Y es la belleza el símbolo del pecado de lujuria, que consistentemente se conectó con el pecado original. Siempre he admirado la perspicacia de la patrística cristiana para desentrañar la psique humana, el deseo y la concupiscencia. Mucho antes de tener una teoría científica de la mente.
                Por la belleza viejos avaros dejan sus fortunas. Por la belleza, los caballeros cruzan a caballo los peligrosos terrenos habitados por dragones. Quizás sea sólo una metáfora y lo de los viejos sólo la reminiscencia de una líbido caducada, pero el mundo es capaz de comprender que los encantos de una joven belleza sean capaces de hacer enloquecer a cualquiera. Incluso lo disculpan. No es el amor a la persona, que muchas veces es desconocida, o es una persona agria, tenaz y desagradable. ¿Cómo puedo odiar algo tan sexi? se preguntaba Julio de la Rosa.
                Y no tiene nada que ver –solo– con una predisposición genética relacionada con el apareamiento entre individuos sanos con buena descendencia. La belleza toca más profundo, y con mayor variedad de estímulos. La música tiene la bendita cualidad de mover el corazón tan rápido como los pies, nos transporta instantáneamente, nos recrea en la nostalgia, nos contagia, y, sin embargo, el disfrute llega tras un laborioso trabajo de atención, incluso de análisis. La belleza de un rostro puede dejarnos sin habla, como decían algunas tribus de indios del noroeste, mientras para paladear algunos clásicos literarios sea necesario un entrenamiento largo y constante. Y no se disfruta menos por ello. A veces, es precisamente el camino lo que te da el regalo de la belleza.
                Desde el punto de vista de la eficiencia biológica, perseguir la belleza es un desperdicio de recursos. En lugar de cazar ponerse a componer una sinfonía es, cuando menos, una pérdida de tiempo. Y esa fue, un poco, la imagen del artista romántico, tísico, endeble, que deja de comer y de beber porque se debe a su arte. Al Arte.
                Como somos conscientes de ello también hay quienes deciden dedicarse a la belleza, a mejorarse ante el espejo hasta el dolor si hace falta. Quizás estén errados en el modelo que eligen como meta, pero es difícil rebatirles el deseo de belleza. Sólo nos cabe descalificarlos por insustanciales, porque su aspiración es superficial comparada con preocupaciones más hondas sobre la justicia, la bondad del mundo, o la belleza del gran Arte. Quizás sea su narcisismo lo que nos molesta, porque demasiado a menudo sabemos que esa es una estrategia ganadora. Nos lo recuerdan los coaches y los preparadores para entrevistas de trabajo, una buena impresión cuenta y se contrata antes a los guapos que a los feos, aunque el trabajo no tenga nada que ver con dar la cara al público.
                Tiene la estética una correlación ética, el sentimiento excelso de belleza nos abruma con la sensación de que el mundo es perfecto. Y, a la vez, la belleza sublime también nos deja a un paso del abismo y sabemos en nuestro interior que la atracción es tan grande que debe ser pecado. Muchas veces lo es. (Y, a menudo, vemos la belleza precisamente porque es pecado.).
                El gran poeta Julio Herranz nos recomendaba buscar la belleza, porque existe. Marchemos, como decía otro gran poeta, Ángel García López, a la polar de la belleza.

2 comentarios:

  1. Rotundamente maravilloso, sinceramente son tuyas las palabras siempre exactas, correctas, del todo acertadas para el tema que eliges en tus artículos. Precisamente, sobre la belleza se podría decir tanto, o podríamos, y en muchos casos, quedarnos mudos, pero se produce en nuestro interior una revolución tal que llega a evocarnos el instante en el que gracias a Stendhal, se dio nombre al síndrome que seguro que todos hemos sufrido (afortunadamente) alguna vez. MIL GRACIAS por este maravilloso artículo.

    ResponderEliminar
  2. Gracias a ti, querida Rosa. Con tus palabras siempre das ánimos. Quedo mudo entonces por la belleza.

    ResponderEliminar