lunes, 21 de mayo de 2018

El chalecito



Parece mentira el revuelo que se ha formado tras la noticia de que los líderes de Podemos, Irene Montero y Pablo Iglesias, hayan comprado un chalet por unos cien millones de las antiguas pesetas. Todo perfectamente legal, con hipoteca a treinta años y préstamos de los familiares. Ninguna sombra de corrupción ni de chanchullo. Sin embargo ha motivado que gente que jamás se interesa por la política, opine. Y con más energía que contra los corruptos.
Por la boca muere el pez, dicen. Y tienen razón. Qué bueno esto de Twitter para recordar las palabras de Pablo Iglesias, que, proféticamente coinciden en la cifra. Cuando estaba en auge, este líder acusó de pirómano económico a un ministro de economía que se comprara un ático de 600.000 €. Ahora, ¿qué? ¿Ya no es casta comprarse una casa de estas características?
Sería ridículo –es ridículo– criticar a alguien por comprar con su dinero –y el del banco– una casa que puede costearse siguiendo los propios criterios de los que en la formación morada hacen gala. Así lo han explicado, entre los dos pueden pagar, con tres veces el salario mínimo que cobran, los gastos de una hipoteca gigantesca. Es ridículo que nos moleste una tontería. Y así nos va a la izquierda, de puristas, que ponemos el grito en el cielo cuando uno de los nuestros adopta los modales del contrario. Y es ridículo porque el problema no es que Irene y Pablo se compren una mansión, el objetivo es acabar con la desigualdad y la corrupción en el país.
También es para que se caiga la cara de vergüenza de quienes los defienden a capa y espada, los de donde dije digo, digo diego. Estos tics recuerdan a los de los portavoces de esos partidos convencionales que, estoicamente unos y cínicamente la mayoría, aguantan uno tras otro los desmanes de los de su grupo.
Creo que es de justicia criticar una medida personal de unos líderes, aunque sea legal la hipoteca y todo, porque Podemos enarboló la bandera de la identidad “nosotros” frente a ellos. Y, utilizando su mismo discurso, es muy difícil lograr identificarse desde Galapagar con los que no pueden ni permitirse entrar en un banco para una hipoteca. Si ese era un obstáculo para gobernar, también lo debería seguir siendo. Y si no, no deberían haber usado la demagogia. No creo, sin embargo, que la izquierda deba vivir como franciscanos, sin riquezas. Los comunistas no defienden el reparto de los bienes entre los pobres sino la prohibición de la propiedad privada de los medios de producción. Quien lo aconsejó fue Jesús al joven rico. Y apostilló que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos.
Me indigna la falta de coherencia política de Pablo Iglesias, pero también me subleva la falta de indignación de los católicos con los líderes que presiden procesiones y que no hacen nada por cumplir con sus creencias, salvo hablar de un ángel de la guarda, poner obstáculos al matrimonio gay –que no sé qué parte de la doctrina cristiana especifica la homofobia–, y dar facilidades a los colegios confesionales católicos y la asignatura de religión. ¿De qué sirve dar religión en los colegios, si luego los muy católicos ministros gastan dinero público como si no les doliera? ¿Dónde están los valores de caridad cristiana para parar los desahucios? Y si seguimos así, no paramos.
También me indignan las voces críticas contra la izquierda puntillosa. Los que miran por encima del hombro a quienes protestan ahora contra la falta de coherencia de Iglesias y Montero. Si la izquierda hiciéramos lo que los otros partidos, de cerrar filas y tapar las incoherencias de los líderes, seríamos como los otros partidos. Y para ese viaje, no necesitamos alforjas.
Si resulta que los progresistas se comportan como los líderes-de-toda-la-vida, merecen la misma crítica, furibunda si es necesaria, que usamos contra los izquierdistas de pacotilla. Sí, me parece mal que compren una casa de cien millones, aunque sé que un alquiler en el centro de Madrid les va a costar poco menos que lo que pagarán de mensualidad en la hipoteca. No porque no sea legal, con su dinero pueden hacer lo que quieran, sino porque demuestran que los discursos que pronunciaron eran discursos vacíos. Por supuesto que me indigna muchísimo más la labor del gobierno en cuanto a la gestión de la crisis, y el robo que se les permite a los bancos y a las eléctricas, y la reforma laboral y la falta de compromiso con la igualdad real entre hombres y mujeres… y muchísimas cosas que son más cruciales en un país.
Ahora bien, ¿y si resulta que, en realidad, los conservadores tienen razón? ¿y si es justo y necesario buscar una casa lo más impresionante que puedas pagar, empeñándote hasta las cejas con la hipoteca? ¿y si hay que buscar colegios de pago para que le den una educación distinguida a nuestros hijos, con los idiomas y los contactos necesarios para desarrollar una buena carrera en el futuro? Lo mismo es cuestión natural. Sin embargo, en mi fuero interno hay algo que me dice que esa trayectoria, la que busca salir tú del agujero y dejar el agujero detrás, no es justa. Que no es problema de que uno se compre una casa enorme, que el problema es que haya muchísimas personas sin casa y unas pocas con muchísimo dinero como para hipotecar al resto del país a su servicio. El problema es la pobreza y la desigualdad generada por un sistema viciado. Ese es el objetivo para lograr una sociedad más justa. Al menos, para mí.
Para ese viaje ya iré yo comprobando qué acciones, que organizaciones o partidos pueden estar en sintonía. Y cuando los hechos –más que las palabras– me indiquen que no van en mi dirección, sintiéndolo mucho, decepcionado otra vez, cambiaré mi voto. Ojalá todos los ciudadanos honestos tuvieran el coraje suficiente para desengañarse y atreverse a dejar de votar a quienes les defrauden en las instituciones. Así, a lo mejor, simplemente por mantener su puesto en el parlamento o en el ayuntamiento, terminen por hacer lo que la ciudadanía exige y necesita.

1 comentario: