miércoles, 29 de mayo de 2024

Reseña de Carmen Bretones: ‘La memoria compartida’. Algaida. 2023

La memoria compartida - Literaria Algaida

Finalista en el Premio Fernando Lara en 2022, esta es la primera novela de la almeriense Carmen Bretones tras los Once relatos de mujeres de hoy (Ediciones En Huida, 2014). En su faceta académica está especializada en literatura femenina post-victoriana, James Joyce y su herencia narrativa. Su tesis doctoral versó sobre La new woman y el espacio en la narrativa del fin de siècle, dirigida por María Luisa Venegas. Actualmente trabaja como profesora de secundaria.

Cuando Robert Bale finalmente murió, una fría mañana de enero, Nora ya no contemplaba ninguna posibilidad que no fuera abandonar su pueblo natal y marcharse a la capital. Vendió la casa y las pertenencias, como le había indicado su padre. Escribió a las direcciones de los contactos que le había recomendado, un par de editores, una escuela de primaria y una casa de huéspedes, cuya dueña era la viuda de un antiguo compañero de juventud. Finalmente, retiró el dinero del banco que tenía en una cartilla a su nombre y dejó atrás para siempre el que hasta entonces había sido su hogar. Sus primeros días en Londres fueron difíciles e intensos. Para cualquier chica de su edad que nunca había salido de una pequeña aldea rural aquel traslado había resultado devastador. Para Nora solo fue desconcertante. Había muchas cosas nuevas que aprender, cómo desplazarse por una gran urbe, cómo orientarse, cómo buscarse la vida, cómo vestir, cómo actuar.

El talento narrativo estaba ya muy presente en los relatos de mujeres, así como una notable habilidad para el diálogo. Es también una cualidad el adoptar de manera programática la perspectiva femenina. Esta novela es la historia de tres mujeres y sus peripecias vitales se van imbricando desde la profesora española, la escritora inglesa que se traslada a Londres para convertirse en esa “nueva mujer” del siglo XIX y un personaje de esta, que es la esposa de un terrateniente perteneciente a la aristocracia inglesa que tiene que subsistir en un ambiente de clase acomodada pero asfixiante en la campiña. A diferencia de los relatos, Carmen Bretones opta por un relato unitario en el que el compromiso no se demuestra en una carga ideológica explícita, sino en la ejemplificación de la situación estructural que se hace patente en la narración. La memoria compartida hace, pues, referencia a la manera en la que las tres participan de una experiencias como mujeres a lo largo de diferentes escenarios y épocas. En cierta forma, es un compromiso todavía vigente, más que en la ficción, en las realidades de las mujeres. Precisamente el nombre de la escritora, Nora, hace resonar los ecos de Casa de Muñecas –paradójicamente escrita por un varón–.

Bueno a pesar de que mis antepasados no tuvieron ocasión de difundir todos estos documentos públicamente, sí que fueron muy escrupulosos a la hora de preservar los recuerdos y los escritos que heredaron de sus padres. Ellos estaban convencidos de que en algún momento su antecesora lograría el reconocimiento que merecía, a pesar de su olvido histórico, de ahí su empeño por guardarlo todo. En ese archivador, por ejemplo, podrás encontrar decenas de cartas que la propia Bale escribió y recibió de amigos, editores, críticos…

La contemporaneidad de Gloria (¿homenaje a Gloria Fuertes?), que marcha a Inglaterra para terminar su tesis doctoral, consiste tanto en la cercanía temporal de su acción argumental como en las cualidades que comparte con Nora y Grace. Carmen Bretones acierta a dibujar tres escenarios, bien documentados, en los que se muestran las desigualdades sociales de género y que sirven, además, para hacer comprender mejor los micro-mecanismos ligados a la cotidianeidad en los que la estructura de esas desigualdades funcionan. Las tres, por su parte, toman un papel activo contra estas desigualdades, cada una en su contexto.

Entonces su cabeza se inundó con la imagen de su amante, con su cuerpo, con su penetrante mirada, con su deliciosa sonrisa, con su ardor… En ese instante desaparecieron los problemas familiares, las dudas y el arrepentimiento. En su pensamiento ya no había más espacio para nada ni nadie. Y así, con el espíritu recompuesto y presa de la emoción, se aproximó de nuevo a la mesa, se sentó y regresó al portátil. Sin volver a revisar el texto escrito agarró el ratón, lo arrastró y pulsó con el botón izquierdo el icono que aparecía debajo y después se levantó de la mesa para dirigirse a la cama. Quería volver a contemplar el dibujo del rostro de Nora Bale y eso hizo durante unos segundos.

Por lo que respecta al estilo, la autora consigue la efectividad narrativa lidiando con tres historias que deben complementarse. Lo más lírico tiene que ver con la nostalgia, con el papel de los recuerdos, personales, íntimos… En cierta manera los fantasmas del pasado –y la ficción– hacen presente su herencia. Así, con la eficiencia argumental y la superposición de planos se especifican en las diferentes escenas, no tanto como puntos vitales de no retorno, más bien son ejemplificaciones elocuentes, de las personalidades, de los ambientes, de la lucha, de lo cotidiano. Un inteligente tapiz en forma de novela de lectura ágil y poso sereno.

En alguna ocasión él le había contado acerca de sus escarceos amorosos. Ella nunca le preguntaba, en realidad, ni siquiera se sentía cómoda escuchando según qué cosas. Él, consciente de ello, rehuía detallar en exceso, pero no podía evitar compartir con su amiga muchas de sus antiguas aventuras. ¡No en vano era la única persona con la que podía hablar de sus intimidades!

Los grandes temas, los desafíos existenciales, el amor, la nostalgia, la identidad, la solidaridad y el sentido de pertenencia van apareciendo en la forma de una búsqueda interior que une a los personajes, un poco como “creadoras” la una de la otra, Gloria de Nora y, por supuesto, Nora de Grace. Esta creación sirve un poco como redención, en la forma en la que la propia novela sirve como emblema de lucha de Carmen Bretones, “creadora” de esta saga, sin simplificaciones, con la complejidad exigente de los tiempos que corren desde el pasado al futuro.

Los artículos de Nora se convirtieron desde el inicio en su plataforma de opinión al mundo. En ellos fue plasmando, semana tras semanas, sus ideas acerca de la necesidad de regular las libertades de la mujer, como el derecho al voto, la incorporación al mundo laboral o la legalización del divorcio. Fue precisamente una publicación acerca de este tema la que logró que abandonara el anonimato más absoluto y alcanzara cierta popularidad. Aquel artículo en el que se defendía la legitimidad de poder declarar un matrimonio nulo no solo por razones de maltrato sino  por el simple deseo de alguno de los cónyuges fue uno de los más polémicos en toda la historia del London Herald. Tras su difusión, cientos de cartas inundaron la redacción, hasta tal punto, que el periódico tuvo que comunicar a sus lectores la imposibilidad de responder a todas ellas.

domingo, 26 de mayo de 2024

Reseña de Micaela Szyniak: ‘Último año juntas’. Liliputienses. 2023

 ÚLTIMO AÑO JUNTAS (libro del 2023). Escrito por MICAELA SZYNIAK. ISBN  9788412770056 | La Vanguardia


Nació Micaela Szyniak en Buenos aires y lleva publicados Último año juntas (2023), Tamara (2020), Contrato precario (2019), Escribo pidiendo ayuda (2019), Mi cuerpo es un tributo (2018), Hago señas de irme (2015). Este Último año juntas es una crónica retrospectiva, poemas narrativos del fin de una relación trufada de recuerdos. La protagonista desea una recapitulación, un balance, un ajuste de cuentas: “A veces solo quiero / que el tema esté cerrado, como los / antepasados que se van / uniendo en vez de bifurcarse”.

No deja de preguntarse por el momento, o los momentos, en los que la relación se fue distanciando: “ese auto repleto de tensión, debería / haber explotado en ese viaje, debería haber producido / al menos un incendio, sus manos / sosteniendo / el volante como si luchase / con una criatura poderosa, al lado yo / comentando sobre locales cerrados”. Analiza con el bisturí cada instante, cada reacción: “En cambio, enojada, como si cerraras / la frontera que te vuelve una persona no dijiste que maternar / era una decisión personal y que yo me ponía en mí / en el centro de todo, incluso a tu deseo de ser madre. / Entonces entendí que no íbamos a armar una familia”.

Se describen momentos de gran intensidad (“En nuestro primer encuentro sexual / yo tenía veinte años, creo que todavía / no sabía ninguna cosa sobre mi cuerpo / ni entendía mi emoción, que era un río oscuro /…/ Yo creí / que no iba a dejarla nunca, y que ella / a mí tampoco,  ese había sido nuestro pacto”). Y, seguidamente, momentos de tristeza: “me devolvió el llamado, dijo: «sentí que estabas en otra así que lo mejor / fue irme». Pero quién se va si estás a otra”. Es precisamente este sentimiento el que predomina, no solo por el resultado, sino en la propia historia de amor: “creo que la soledad fue nuestro territorio, / ¿qué podríamos fundar en él?”; “… dijo: «parecemos / dos tipos de otra edad intentando arreglar algo» / y siguió: «somos jóvenes y hermosas y podemos / estar con quien queramos». / Ahí nos vi: dos personas que hacían siglos / volvían la una con la otra, aferradas, como a un / anhelo”. Más lúcidamente, confiesa: “creo que, sencillamente, no existía solución, / que algunas cosas no pueden, no pudimos, no podían arreglarse”.

 Sin que tengan en absoluto que ver, hay cierto parecido a Modern Love de George Meredith, novela en verso en la que se desmenuza el final de una relación y se convive con los despojos. Así, ciento cincuenta años más tarde, Micaela Szjniak consigue ensamblar las pequeñas piezas que dan sentido al fin, describe las personalidades, los pequeños gestos, las ambiciones y los desencuentros: “esa relación tan tuya con las cosas / como si la toalla, los zapatos, tu pendrive fueran / lo que teníais de verdad, lo que iba a / quedarse con vos después de mí”; “Al final es así: fuimos una pareja / hay sabores que nos unen”.

Al estar narrada desde el final, la conclusión es la aceptación: “Ahora queda / entre nosotras como después / del viento, lo quieto”. Se rememoran momentos de calidez casi nerudiana: “En noches como esa yo podría haberme ido, / pero en cambio me quedé, / a dormir abrazándola, encrestada a su clavícula”. Y, junto a ellos, otros de destrucción: “… Quizá ahí estuvo / nuestro problema, el punto / en que en verdad nos separamos: / yo ya no quise salir a almorzar, / me llené de trabajo, dejé de querer / tomar alcohol al mediodía”. Este es un proceso de vueltas atrás y avances, de desapego y de ilusiones fingidas: “volvimos a ser nos, después / volvimos a separarnos porque en realidad ya nos habíamos separado / y quizás lo que siguió, los dos / años que seguimos juntas, / fue un tiempo extra”.

Más que un proceso de duelo con sus distintas fases, Último año juntas es un diario escrito a retazos con un análisis reflexivo doliente: “mi ex y yo / estábamos unidas, estábamos atadas, no sé cuándo empezamos a separarnos / ni cómo fue que terminó, porque la lloré, como una nena”. Y que termina sin resolverse, casi en puntos suspensivos: “… este odio / años de evitar la escusa: verla / llegar con otra, verla llegar. Me alejo / de lo que más conozco, me alejo de ella”. Una poesía confesional que afronta con valentía lo duro de una ruptura y el más duro recuerdo de lo que fue.

miércoles, 22 de mayo de 2024

Reseña de Andrea Aguirre: ‘La cicatriz y la huella’. BajAmar. 2023

 LA CICATRIZ Y LA HUELLA


Nació Andrea Aguirre en Buenos aires. En su obra destacamos El ciclo lunar de los paréntesis (2012), La infancia suicida de Verónica Qué (2013), El mapa de la existencia (2015) y Mujer frente al caos (2017) y también las antologías Voces del extremo y Liberoamericanas (2019) entre otras. Participa en la Asociación Genialogías para la difusión de poesía escrita por mujeres. El prólogo de Raquel Vázquez y citas de Tanizaki, Valente y Piedad Bonnett nos sitúan en un universo hondo lirismo y comprensión sobre el dolor y el paso del tiempo.

La primera parte lleva el propio título del volumen y entra de lleno en el tema del sufrimiento: “Queda dolor, pero no duele / del modo en que antes punzaba los nervios /…/ Donde queda dolor, no existe vacío”. Una especie de anticipo del poemario está en estos versos: “Estamos hechos de huellas y cicatrices / Huellas que dejan las semillas, que dejan los amigos / que deja el amor, el arte, las letras /…/ Quizá esto explique el vano empeño / que tenemos, casi siempre, los humanos, / en querer permanecen”. El deseo, el dolor y el paso del tiempo son los que dan lugar a las cicatrices, huella y memoria, no solo del sufrimiento, también de la sanación: “Aprendí poco a poco a descoser / sus tramposas telas de araña en la memoria”. Aunque sea el olvido la curación más segura: “Perdonad mi rencor, pero hoy venero / el abrazo mortal del olvido”.

Como Walt Whitman, Andrea Aguirre sostiene: “Defiendo mi derecho a la contradicción”. Así puede citar “por las huellas de mis hijos, / que nunca nacieron, pero existen”. Asumimos que los versos tienen que contener la potencia de la emoción transportada en sonidos, y deberíamos poder, a través de ellos, poner en orden con el paso del tiempo: “La huella / es sendero y es señal /…/ La cicatriz / es pertinaz y no duele / pero la vemos y nos revive / los antiguos dolores /…/ Quizá deberíamos amar también / la cicatriz”.

La segunda sección, El instante (im)impreciso del lenguaje, ahonda en esta dirección, poder relacionar el sufrimiento con el verso y no hay mejor guía que Ch. Maillard. Si ya traducir a lenguaje lo que sabemos identificar tiene sus peligros, más aún cuando ni siquiera tenemos palabras para identificarnos: “Y seguiré sin comprender estos enigmas, / mi propia naturaleza, / los flujos persistentes de mi cuerpo / sumido en su brevedad”. Además del riesgo que supone conocernos y que los demás nos conozcan: “Lo prohibido es mostrarnos lo que somos /…/ Lo normal es no decir y desdecirnos /…/ Soy o no soy / la duda / hecha carne”. También como Maillard, pero sin la experimentación de ésta, Andrea Aguirre no olvida que existe el recurso al silencio: “Tal vez nos redime el silencio, / el único eco posible de este cosmos hilvanando / por todo sus nexos vacíos”. Aunque, como sentencia, pueda tener sus peligros: “El lenguaje me niega / con su silencio terrible”.

El estilo de Andrea Aguirre se mueve en la profundidad a través de un lenguaje cuidado y preciso, casi minimalista, con referencias concretas dentro de los conceptos abstractos. Diario inacabado del fin del mundo es algo más filosófico y cuestiona la existencia, la naturaleza y el sentido del sufrimiento: “Nuestro origen de salvaje sin repaso perpetúa / las crueldades impuras”; “Alzamos la voz muy silencios / por no soportarnos la conciencia”; “Perseguimos lo fugaz como si fuéramos ángeles / desterrados en busca de un refugio secreto”. Sin duda una exploración de lo espiritual y lo trascendental:  “Sinceramente / te importa más bien poco / si el fin del mundo / es mañana /…/ eres vacío”; “saberse / siendo humanidad / y a la vez sino”. La voz poética se va hilvanando entre lo más abstracto y lo más íntimo: “Veréis a través de los ojos del mundo. // Escribiréis por fin sobre mí”. Llega a advertencia de la cicatriz que todavía duele: “Por favor, / no camines a través de mis cimientos. / Existo en perpetuo riesgo de derribo”.

Por último, Memoria de la raíz se centra en lo más personal, por ejemplo: “Mi abuela y mi madre guardan consigo / todos los secretos de los hombres, / aquellos que fueron incapaces / de alumbrar las estrellas con sus bocas hercúleas”. La curación de la herida, la cicatriz seca otorga sabiduría y serenidad: “Así debería ser siempre / la vida: / un puro contemplar este vaivén del agua, / esta caricia de lo inmenso”. Y, por último, el remedio que puede ser también el veneno, el pharmakon: “Y nada más puedo pedir / que reposar en tu mirada tan inmensa”. Este intenso poemario confirma que el dolor es señal de vida:

“He vivido al amparo de un amor verdadero.

 

Decidme,

honestamente,

¿cuántos podrán decir lo mismo?”

 

domingo, 19 de mayo de 2024

Reseña de Mario Obrero, Aula literaria de La Laboral. Plaquette, 2023

 


Es casi un deber comenzar resaltando la insultante juventud de Mario Obrero, quien se ha dado a conocer a un público más amplio gracias a su excelente participación en el programa de televisión española, Un país para leerlo. Más allá de circunstancias anecdóticas, la personalidad de Mario Obrero es arrolladora, un amor hacia las palabras, los lenguajes, reivindicando la riqueza idiomática nacional, mezclando, como otros asumen el mundo anglosajón, el catalán, el euskera o el galego: “non crean vostedes que o poema delira porque ten frio”. Es un amor por la palabra más que por los discursos y así vemos una sorpresa en cada verso: “te llamas poeta o perro o amigo y deambulas haciendo jirones de tela con  conoces la amistad de los espejos y la lluvia sobre las estatuas”; “toda pureza no es pez ni tan siquiera túnel toda pureza es cangrejo bobo en las ruinas de la pérdida”.

El poeta analiza, explora, sugiere con cada hilo del tejido del texto. Una reflexión vital y a la vez metalingüística: “mi tiempo es la lúcida presencia de lo extinguido”; “mi tiempo es sonido y resonancia de lluviosas nieves”. La imaginación poética es, a menudo, onírica, heredera de las enseñanzas de Ullán, Juan Carlos Mestre o Gamoneda, en la que importa más la lógica metafórica sensorial e intuitiva que la lógica gramatical: “amantes del triste y de las que bajo el adobe de la historia dan de mamar a los loros”; “viene el agua hirviendo sobre las carreteras viene y va friega la luna sus nogales friega el pequeño ratón zarza la mujer que si no se moja sus ojos de gato recién parido” (Tiempos mágicos).

Hace gala de un compromiso muy intenso también con la historia como un patrimonio y como una reivindicación, más evidente en los temas de la memoria histórica: “tu país siquiera está en el canto de un pájaro no en las acequias del alfabeto ni en la cifra del alcantarillado tu país apenas está en la paradoja de los huesos”; “mi país llena de banderas las vidrieras de costa en las fosas comunes no hay murciélagos pero sí noche”. Mario Obrero se siente y así nos hace sentir, parte de un tapiz con el resto de la tradición, por eso no extraña cuando intercala citas de Luz Pichel, Lorca, Guadalupe Grande, Teresa Wilma, Francisca Aguirre, V Holens. Un compromiso cívico desde la propia escritura.

Decimos que el amor a la palabra es superior al discurso por sus técnicas de extrañamiento, por las sorpresas verbales, por los cambios de registros (“kebab de la melancolía falafel petrarquista y la nave industrial de los epítetos”) y por la ausencia de puntuación (“de aquella los militares tiraban croisants y cara de paisaje tu risa en las segadas peñas solo el hombre es tan hombre donde el pozo la caspa y la uva perdida lapiceros en el tabaco de la marquesa”). Sin embargo todo ello no enturbia la comprensión intuitiva, más evidente cuando es el autor quien se recita.

Son, en suma, poemas, algunas veces poemas-río, con gran intensidad emocional, con momentos de sorprendente habilidad lírica: “retrato feliz de las victorias”;  “sábado de circo donde las niñas van a lamer la baba de los caracoles”. Con una sabiduría incipiente, pues, como señala en uno de los poemas, “llegué muy joven a un mundo que era muy viejo”. Pocos años todavía y ya sabe que “mi tierra aplaude a los hombres esmeralda que se posan a hacer alfombras”. Como en el goce de la pintura abstracta, con los colores básicos de un Rothko  o la intensidad de Kandinsky, así nos podemos acercar, y este cuadernillo es un ejemplo muy oportuno, a la poesía de Mario Obrero: “la poesía las verdes y ácidas ciruelas / como burros corriendo torpes sobre los dedos de Django Reinhardt”.