domingo, 4 de agosto de 2024

Reseña de ‘El escondite inglés. Antología bilingüe de poesía en inglés’. Vol. III. Traducción y selección de Hilario Barrero. Libros del aire. 2024

 El escondite inglés. Antología bilingüe de poesía en inglés de Hilario Barrero


Tercera entrega de esta muy personal antología de poesía en inglés tras Lengua de Madera, A quien pueda interesar. Según el propio Hilario Barrero se han seleccionado poemas que “le iluminaban el día”, que parecían “tirar de él, que le abrasaban el alma”. Ha primado “más el poema que el poeta”. Tenemos un amplio abanico desde George Herbert (1593–1633) (“¿Quién canta tus alabanzas? Solo un pañuelo o un guante / calientan vuestras manos, y las hacen escribir sobre el amor”) hasta Dana Goia (1950–) (“Bendito sea el amor que descubrimos al perderlo”). El buen gusto predomina por encima de las filias del antólogo. Hay autores muy queridos que tienen la misma representación que otros más alejados de sus afinidades poéticas. Esta, más que una reseña al uso, es un repaso. En el prólogo hay un repaso más analítico de los autores y autoras.

Lo mejor para apreciar una antología es perderse en ella, saltar de un autor a otro, espigar versos. Disfrutar con Andrew Marwell (1621–1678): “Mi amor es de tan singular cuna / como corresponde a algo extraño y sublime”; Coleridge (1772.1834): “Piedad por los elogios y perdón por la fama / pidió y empezó en Cristo. Haz tú lo mismo”: Lord Byron (1788–1824): “y el corazón debe hacer pausa para respirar / y el mismo amor debe tener descanso”; R.W. Emerson (1803–1882): “Si yo no puedo llevar bosques a la espalda / tú no puedes partir una nuez”. Puede uno sorprenderse con R.L. Stevenson: “Tú también, madre, lees mis poemas /…/ y tal vez puedas escuchar de nuevo / el roce de piececitos en el suelo”; Edgar Lee Masters (1868–1950): “Luz, solo luz que convierte en un mundo de juguete a todo lo que está debajo”; Walter De La Mare (1873–1956): “Lenta, silenciosa, ahora la luna / vaga por la noche en sus zapatos plateados” o Any Lowel (1874–1925): “Tanta alma abierta para mi bienvenida /…/ puede despertar al mundo adormilada, / y derramar en él la belleza que has engendrado”; Edward Thomas (1878–1917): “Los cerezos se doblan y pierden sus hojas /…/ sus pétalos esparcidos por la hierba como para una boda / esta mañana temprana de mayo cuando no hay nadie para casarse”.

Por mucho que uno conozca a los autores, siempre viene bien repasar poemas como Wallace Stevens (1879–1955): “Tiene que estar vivo, aprender el habla del lugar. / Tiene que dar cara a los hombres de su tiempo y conocer / a las mujeres de su tiempo/…/ Tiene que pensar en la guerra…” (De la poesía moderna). Contrastar el casi olvidado Vachel Lindsay (1879–1931): “No es sabio olvidar / pero como ese es mi destino / lleno mi alma de vino escondido” frente al reivindicado incluso por el cine independiente, William Carlos Williams: “Creo que nunca llegaré a ver / un poema tan bello como un árbol”; o Hilda Doolite, H. D. p. (1886–1961).

En la antología continúan, por orden estrictamente cronológico e independientemente del continente Marianne Moore (1897–1972): “el sentimiento más profundo siempre se revela en silencio”; T.S. Eliot (1888–1965): “Las pardas olas de niebla me arrojan / torcidos rostros desde el fondo de la calle”; Archibald Macleish  (1892–1982): “La sangre de Guernica, Badajoz, Almería, / no se respondió a la sangre”. Los criterios amplios de Hilario Barrero aúnan a Reznikoff (1894–1976): “No canto / por las victorias / no tengo ninguna / sino  por la cotidiana luz de sol” con Robert Graves (1895–1985): “No te envié joyas de bisutería /…./ Oculta tu orgullo, acéptalas con negligencia, / pero, desnuda en el sofá, llévalas para mí”; Malcom Cowley (1898–1989): Cuando lo habíamos gastado todo excepto el amor”.

Otros poetas elegidos ya del siglo XX son Allen Tate  (1899–1979); Louis Zukofsky (1904–1973): “Miserable Catulo, deja de hacer el tonto”; Kenneth Rexroth (1905–1982): (En la Guarda de Rima–Gaspara Stampa); W.H. Auden  (1907–1973): “te amaré hasta que el océano / esté doblado y colgado a secar”; Langston Hughes (1901–1967): “El rostro / fresco y apacible del río / me pidió un beso” (Nota suicida); Katheleen Rain (1903–2003): “Estás cambiando / dijo la muerte a la doncella, tu podrido rostro / tú memoria, tu belleza”; Theodore Roethke (18989–1963):”Para saber que es realmente una silla, / a veces tienes que sentarte en ella”.

Debo reconocer que mis conocimientos son limitados, apenas si estoy familiarizado con poetas como Elisabeth Bishop (1911–1979): “El arte de pudor no es difícil de dominar” o Dylan Thomas (1914–1953): “Ni para el hombre orgulloso, alejado de la encolerizada luna, escribo / en estas páginas de espuma”. Otros sin embargo, son nuevos para mí, como William Stafford (1914–1993): “Alguna vez, cuando el río esté helado, pregúntame / los errores que he cometido. Pregúntame si / lo que h hecho con mi vida…” o la faceta lírica de Roald Dahl (1916–1990). Siguen Howard Nemerov (1920–1991): “Uno de ellos debe velar mientras el otro muerte”; Richard Wilbur (1921–12017): “porque la gloria se halla donde quiere la leyenda”.

No pueden faltar estandartes como Jack Kerouac (1922–1969): “En mi botiquín / la mosca de invierno / ha muerto de vieja”; Philip Larkin (1922–1985): “Tu mamá y tu papa te joden. / Tal vez sin intención, pero lo hacen. / Te llenan con faltas que tenían / y añaden algunas extra, solo para ti”; Alan Dugan (1923–2002);  Louis Simpson (1929–2012): (American Poetry): “Lo que sea bebe tener / un estómago que pueda digerir / goma, carbón uranio, lunes y poemas”; Donald Justice (1929–2004); Gerard Stern (1925–2022).

El estilo de traducción de Hilario Barrero prima la claridad, asumiendo el cambio de idioma y su musicalidad. No hay artificios, ni licencias, el traduttore intenta ser lo menos traditore. Una labor de relojero realizada con pasión y entrega a lo largo de los años. Disfrutamos así de los versos de Robert Bly (1926–2021): “Cuando tomas las manos de alguien a quien amas, / ves que son jaulas delicadas”; Arobert Creely (1926–2005); James Wright (1927–1980); Galway Kinnel (1927–2014); W.S. Merwin (1927–2019) su poema Para el aniversario de mi muerte es especialmente conmovedor, como la obra de Donald Hall (1928–2018) o Adrianne Rich (1929–2012): “La historia de nuestras vidas se vuelve nuestra vida”.

Van sucediéndose las nuevas generaciones con Linda Pastor (1932–2023); Mark Strand (1934–2014): (El final); Jean Valentine  (1934–2020); John Wienner  (1934–2029): Quita este deseo / del hombre a quien amo”; Mary Oliver (1939–2019): “Cada estanque con sus lirios llameantes / es una corazón escuchada y respondida / espléndidamente, / cada mañana, / te hayas atrevido a ser feliz o no, / te hayas atrevido a rezar o no” y he podido retomar mi poema preferido Los usos del dolor. Los grandes Charles Simic (1938–1988); Raymond Carver (1938–1988): “tanta belleza que por un minuto / la muerte y la ambición, incluso el amor / no tienen cabida en esto”; Stephen Dunn (1939–2021); Seamus Heaney (1939–2013).

Autores que nacieron durante la Guerra Mundial: Bill Knott (1940–2014): “Voy a dormir. Cruzo las manos sobre el pecho. / Pondrás mis manos de esta manera. / Parecerá que estoy volando hacia mí mismo”; Tom Clark (1941–2018); Billy Collins (1941–): “Digo que deje caer un ratón dentro de un poema / y observa cómo intenta salir”; Henry Taylor  (1942–); Sharon Odds (1942–) (Primer día de acción de gracias); Hugo Williams (1942–) y la premio nobel Louise Glück (1943–2023): “Hace tiempo que fui herida, viví/ para vengarme yo misma / de mi padre, no / por lo que él era / sino por lo que yo fui: desde el principio del tiempo, / en la infancia, creó / que el dolor quería decir / que yo no era amada. / Quería decir que yo amaba”.

Acaba con una nutrida representación de poetas más contemporáneos, algunos desgraciadamente fallecidos de forma temprana como James Rate (1943–2015) o Eavan Boland (1944–2020): “Cuando un hombre sabe que otro hombre / lo está buscando / no se oculta”. Y otros más que permanecen: Paul Muldoon (1951–); Rita Dove (1952–): Si no puedes ser libre, sé un misterio); Colm Tóibín (1955–); Henri Cok (1956–): Entonces vi mis propias pupilas marrones flotando / como huevos aferrados a una planta aromática, / sin costura y claros, en un rostro vacío como un estanque”; Diane Seuss (1956–).

Hay razones de sobra para seguirles la pista a estos autores de penúltimas hornadas como el magnífico Martin Espada (1957–): “Por la noche, / con mi mujer / sentada a la cama, / me doy la vuelta / para quitarme el cinto / y que ella no vea / a su padre / quitándose el suyo”; Carl Philips (1959–); Julia Kasdorf (1962–): “Aprendí de mi madre cómo amar / lo vivo…/…/ como un médico, aprendí a creer / de los sufrimientos de los otros mi propia utilidad…”. Y, como petición, cruzo los dedos para una siguiente recopilación de poetas más jóvenes, de prometedoras trayectorias en lengua inglesa. Hago mías, mientras tanto, las palabras del penúltimo autor recopilado, Jericho Brown (1976–): “Algunos tipos se engañan a sí mismos para creer”.

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