domingo, 6 de abril de 2014

La “cultura del esfuerzo.”


En estos días inciertos se ha renovado el clásico tópico “la juventud está pervertida” por otro nostálgico que nos advierte que se ha perdido la “cultura del esfuerzo”. Se repite tanto que mis sentidos arácnidos se disparan y me pongo inmediatamente a sospechar que hay gato encerrado. Me pasa lo mismo con la diferencia entre igualdad y equidad, pero eso es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.
¿Qué significa una cultura del esfuerzo? Así, a bote pronto, tiene un regusto religioso que no logro identificar bien. Por un lado parece que tiene un aroma afrutado, como de purgatorio, en el que tenemos que pasar por una serie de penalidades para conseguir redimir el pecado original. Un pecado original que en nuestro caso tiene que ver con la vagancia y la comodidad, entendidas como una imperdonable mácula. No es exactamente la pereza –grandioso pecado capital-, pero se le emparenta.
Por otro lado, se aprecia un resabio a roble puritano, a esa manera tan americana de entender la vida como una carrera hacia un triunfo. La búsqueda de la felicidad, suelen decir, pero acaba por consistir en una acumulación incesante de riqueza, influencia y poder. Un reconocimiento en vida, donde todas las mujeres te deseen y todos los hombres te envidien.
“Cultura del esfuerzo” para el trabajo, para los estudios, para mantener la línea, para conservar un matrimonio, para sacar al país de la crisis.
Entonces, ¿a qué viene eso de la “cultura”?, ¿quién la propone? Pues ahora mismo pienso en dos tipos de personas. Los empresarios como aquel que se ha hecho rico gracias a una cadena de supermercados que rima con “prima donna” y los encargados de rehacer las leyes educativas del partido en el gobierno –que esto se parece más a Penélope que a un desarrollo democrático.
Por lo que me toca estoy más sensible a los asesores pedagógicos que siempre me dan miedo. Con la mala conciencia, además, que siempre tiene uno que se dedica al sistema educativo como parte de los Aparatos Ideológicos del Estado. El término “cultura del esfuerzo” –que tomo el esfuerzo de poner siempre entre comillas-, empezó a ponerse de moda para contrarrestar la mala influencia de la LOGSE, que, asústense, permitía a los alumnos pasar de curso con todas las asignaturas suspensas. No voy a entrar aquí a discutir si la educación comprensiva o el constructivismo tienen razón de ser, sólo recordar que Japón tiene también promoción automática en la que todos los alumnos pasan de curso y tienen un sistema educativo más que eficiente, que aunque parezca lógico a los japoneses, es más bien un misterio. La “cultura del esfuerzo” se resumía en poner un límite al número de asignaturas que un alumno podía suspender y pasar de curso, pero entraba en contradicción con el hecho de que sólo se permitía, con la nueva ley, una repetición por curso…
Además, esta nueva mentalidad se supone que premiaba los mejores resultados de los alumnos que “se esfuerzan”: becas, plazas en la universidad, bachillerato de la excelencia… Así se ponía freno a esa mediocridad del sistema educativo que igualaba siempre por abajo. El caso es que los resultados cantan –y cantan un himno religioso-: los mejores resulta que son alumnos de clase social acomodada con alguna excepción, y los centros privados –y también algunos concertados-, los que más eficientemente consiguen ese “esfuerzo” de los alumnos. Y como no quiero dedicar todo a la educación, ¿qué más añadir?
Cuando los empresarios hablan de la cultura del esfuerzo resuenan en nuestro interior los malos tiempos de la posguerra (que no la hemos vivido muchos, pero flotaba en el ambiente de nuestra niñez), de la privación, de la resignación y la conformidad. Ahora son los tiempos del yogur y las natillas en la nevera, de los videojuegos en la consola y los malos resultados en PISA. 
Los empresarios se quejan de poca implicación en la empresa, de poco esmero en el desarrollo de las tareas, de dejadez, de falta de voluntad, de absentismo, de desinterés. ¿Y qué pretenden con las condiciones laborales que imponen? ¿Pretenden identificación con una empresa siendo fijos discontinuos? Eso no lo consiguen los equipos de fútbol ni con primas millonarias. ¿Quieren esmero en un puesto de trabajo en el que apenas se lleva uno un mes o dos? Un artesano de los antiguos necesitaba toda una vida para dominar una tarea. ¿Aspiran a la total entrega a base de bajar sueldos y exigir horas extras? Sigamos su ejemplo cuando venden una empresa si los beneficios no cumplen sus altísimas expectativas.
Que los empresarios se llevan las veinticuatro horas del día y los siete días a la semana pensando en la empresa es lógico, es suya. Y no olvidemos que pueden disfrutar de unas merecidísimas vacaciones con todo el lujo del mundo en cualquier parte del mundo. ¡Como todo el mundo! Pues resulta que no.
Muchos estamos orgullosos de haber conseguido lo que tenemos por nuestro esfuerzo, pero no olvidemos agradecer siempre la escurridiza mano de la suerte, de las circunstancias, de la ocasión. No hagamos pedagogía de ello. Ojo, no estoy diciendo que no haya que esforzarse en la vida, ni que las cosas valiosas no se alcancen sin un esfuerzo. Lo que me escama es hacer de ese peaje una cultura. Como ya he reflejado alguna vez no creo en el espíritu olímpico del  "más rápido, más alto, más fuerte". Creo que debemos entrenarnos muchas veces porque en ocasiones la vida es tan puñetera que no alcanzamos lo que queremos en el instante que lo queremos. Aprendemos a ser pacientes, a invertir tiempo, trabajo, inteligencia para lograr objetivos a largo plazo. Pero creo que de eso no hay que hacer un estilo de vida deseable. Es como si para evitar la salmonelosis nos acostumbráramos a comer productos en mal estado cada día en cada plato.
Tristemente, la mejor forma de lograr los frutos del esfuerzo es poseerlos de antemano. Parece como si sólo adelgazan los que nacieron delgados, sólo lograran buenas posiciones sociales los que nacieron en buenas familias, sólo puntúan alto en los tests los que no los necesitan para conseguir un buen puesto en un buffet. La única forma de hacerse rico es nacer rico. Así se da la paradoja de que sean éstos los que pidan el esfuerzo de otros. Un esfuerzo que beneficia más a los primeros que a los segundos. No deja de ser curioso que pidan esa “cultura del esfuerzo” aquellos que no han necesitado ninguno.

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