jueves, 18 de diciembre de 2014

Francisca Moya Pérez: "Las soledades son horas"


Hay que saludar como una buena noticia la publicación de esta que es la segunda novela de Francisca Moya Pérez. Si en la primera, Perdón por el tiempo (Alhulia, 2009) se apuntaba con firmeza una narradora de grandes cualidades poéticas, en esta segunda, Las soledades son horas (united p.c., 2013) se confirma una escritora de una importante fuerza lírica y expresiva.
Francisca Moya Pérez (Linares, Jaén) se licenció en Filología Hispánica por la Universidad de Granada. Después de desempeñar diversos oficios temporales, actualmente trabaja como profesora de secundaria.
La estructura de Las soledades son horas juega precisamente con esos los conceptos de este título de tantas resonancias místicas (San Juan de la Cruz y luego, Juan Ramón). Por un lado, el leitmotiv de la soledad de unos personajes que van deambulando por paisajes humanos y relaciones, crisis y tragedias. Por otro lado, el tiempo como eje vertebrador de la narración. Francisca Moya consigue encajar con maestría la urdimbre entre el tiempo personal, íntimo y el tiempo universal, del calendario y los relojes. El capítulo 15, titulado precisamente “07/07/2007” lo ejemplifica con claridad. Es el treinta cumpleaños de Luis que coincide con una fecha especial para el calendario convencional.
Una de las herramientas con las que se consigue esta doble incardinación es el recurso a la prensa, las “nadacrónicas”. Estos son toques de realidad que anclan la acción en un tiempo concreto, de la actualidad, del mismo modo que la sitúan en un futuro tan real como el de una ciencia ficción clásica.
Los personajes tenían en la primera novela, además de un certero retrato psicológico, una carga simbólica y poética. En esta segunda novela, los protagonistas -femeninos- parecen adquirir definitivamente un carácter de símbolo que se reflejaría en su propio nombre. Peligro, Júbilo, Cádiz… Este es uno de los grandes aciertos de la autora, que juega precisamente con la creación de estas expectativas para presentar, sin embargo, unos personajes femeninos muy perfilados en el aspecto humano y para nada estereotipos simplificados con un concepto.
Los personajes masculinos, atormentados, vapuleados, muestran, en contraste con las mujeres, una falta de decisión. Son arrastrados por las circunstancias, por las pasiones, mientras que son las mujeres, Júbilo o Peligro, Cádiz o Micaela las que actúan con firmeza. Incluso los animales domésticos, perros o inseparables tienen su personalidad y su participación en la acción.
Calificar la escritura de Francisca Moya Pérez de prosa poética nos puede llevar al equívoco. Son pequeñas historias donde lo cotidiano es relatado desde un lenguaje tan lírico que contrasta con la dureza de los padecimientos de los personajes. Es una novela dura, muy dura, ya inmersa en un contexto de crisis, no sólo económica, también emocional, psicológica, total. No habla un Platero pequeño, peludo y suave, sino unos personajes que deambulan en un mundo de desánimo, depresión, de carencias, de desamor y de muerte. Escenarios cotidianos que sirven de telón para una serie de dramas personales. No es la dureza de Jesús Carrasco (Intemperie) o de Rafael Chirbes (En la orilla), más cercana al tremendismo. Aquí el drama y la tragedia no necesitan un paisaje de páramo para hacer sentir su impacto. Temas de fondo, la depresión económica o la violencia machista aparecen mostrados con inteligencia y sensibilidad fuera de los tópicos y panfletos.
De especial brillantez son las interrupciones de la autora en la narración, encajando una cesura más que poética en momentos clave. El capítulo 11, “Conclusiones infantiles” es quizás el mejor ejemplo. Con el mismo aliento poético están los conceptos que Francisca Moya nos regala, las “nadacrónicas”, o la “semipresencia”.
Los paisajes, las casas, los lugares son también herramientas para sintonizar los estados de ánimo de los personajes: el piso de las chicas, la ciudad de Córdoba, la prisión, la casa heredada... Y como también es marca de la casa, una sutil ironía aliña el relato. No se puede evitar la sonrisa pensando la recolocación de los profesores como agentes antidisturbios.
Nos hemos encontrado con una novela de madurez de una autora de la que estamos impacientes por recibir nuevas entregas. “Amores fingidos son veneno” concluimos con la novela. Amores fingidos, decepción, soledad, muerte, pérdida... para unos personajes para los que difícilmente encontraremos una cura a pesar de la esperanza. ¿Quién no pediría en el herbolario una dosis de lágrimas para cuando somos incapaces de llorar? Las soledades son horas, no sólo un espacio sin nadie más, son un tiempo que atravesamos todos. Las soledades son horas, y son unos personajes y una voz que difícilmente olvidaremos.

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