lunes, 10 de agosto de 2015

Cuestión de fe.



La religión, dicen, es una parte fundamental del ser humano. Pero, ¿qué es religión? Podríamos hacer referencia a las grandes organizaciones sacerdotales, a la Iglesia Católica, al Islam o al budismo, con sus creencias bien organizadas y dogmas que se transmiten por una tradición establecida, a veces, con sangre y sufrimiento. A algunos les basta con decir que religión es cualquier ansia trascendente del hombre, sin importar si existen seres sobrehumanos o dioses. Es cuestión de fe.
La fe tiene sus aspectos positivos. Nos lo recuerdan las terapias y los coachings que insisten en que visualizar el objetivo es parte fundamental, quizás la más importante, de conseguirlos. Tener fe en uno mismo es el pilar donde se sostiene la autoestima y una vida plena. La enfermedad, el fracaso, la soledad son causados directamente por esa falta de fe en las posibilidades de uno mismo. Como el champú, porque tú lo vales.
Por otro lado la fe es creer sin ver. Que puede ser muy útil para no tener que ir comprobándolo todo, pero no deja de presentar una cara un poco sombría. ¿Cómo sería el progreso humano si en lugar de la fe no hubiéramos puesto la experimentación? La razón contra la fe, la ciencia contra la religión. Una lucha con demasiados mártires de uno de los lados. Poca fe en la fe tienen los creyentes cuando tuvieron que optar por silenciar a los que atacaban sus creencias.
Me gusta en estos momentos acordarme del gran Juan de Mairena que sentenciaba con una lucidez extraordinaria que los griegos habían sustituido la fe en los mitos por la fe en la razón. Y todavía seguimos viendo, con pesar en mi caso, cómo hay apóstoles de la Ciencia, así, con mayúsculas, que santifican todo lo que parezca venir de un científico de bata blanca. Con la misma fe del carbonero que antiguamente se tenía en los curas de sotana negra. Dice la Ciencia que la leche es buena, o es mala, que el colesterol, que el libre mercado… Si la Ciencia lo dice, lo creemos. Por los siglos de los siglos, amén. Aunque cada muy pocos años se cambie, porque una cosa es el método científico, que es de lo mejorcito que tenemos, y otra cosa que todos los que se dediquen a esos menesteres sean honestos, autónomos y confiables.
La fe del carbonero, comulgar con ruedas de molino, es expresión de la candidez, de la falta de luces del populacho manipulado por hábiles predicadores, no sólo religiosos, también políticos, vendedores, amigos, parientes…
¿Y qué decir de la profesión de fe? No me refiero a salmodiar que sólo dios es dios y Mahoma su profeta, me refiero a que profesión viene de fe. Que te crees tu profesión, ni más ni menos. Tengo que reconocer que a veces me dan miedo los que se creen su profesión con tanta devoción.
Es curiosa la fe. Se me vienen a la memoria muchos relatos, novelas, documentales, películas en los que un hombre se cuestiona la fe propia. Dicen de Unamuno que se veía a sí mismo con un ansia de fe que no le llegaba. Él imaginó a Manuel Bueno, el sacerdote que perdió su fe. Un arquetipo de creyente que no es capaz de mantener su confianza en Él.
La teología católica es espinosa en este asunto. Según dicen los doctores de la Iglesia, la fe es un don de dios, él lo otorga o lo niega. La cuestión de la fe es crucial para poder entrar en el reino de los cielos, pero parece no depender de la voluntad de la persona, sino del capricho divino. ¿Cómo se puede entonces requerir la fe que Él otorga? Dejando de lado la inseguridad y vanidad de un dios que necesita crear seres que vayan a adorarle si y sólo si Él lo permite, castigando, para más inri, a quienes no posean la fe de un niño.
Afortunadamente la mayoría de los creyentes no entran en disquisiciones parecidas. Ellos tienen fe en el Nazareno, en la Divina Pastora, en la estampa de San Josemaría. Me pregunto si esta manera de entender la relación con lo divino estará dentro de la religión o es simple superstición y beatería. No quisiera que se entendieran mis palabras como un ataque a las creencias íntimas de los demás. Que yo sea ateo no implica ningún menosprecio del resto de mis congéneres, sólo menosprecio de dios. Sin embargo esta fe concreta se parece, a mi juicio, demasiado a la que tienen muchos con el Betis, con el Barça o con Curro Romero. La devoción tiene muchos puntos en común con la histeria del fan adolescente con el grupo de moda.
A lo mejor deberíamos, y así lo hacen muchos sociólogos, entender el fútbol como una religión al mismo nivel que las establecidas. Tienen sus sacerdotes, sus templos, sus rituales, sus demonios, sus salmos y un enemigo poderoso que va haciendo tretas para impedir que, aun siendo los mejores, no acumulen todos los trofeos cada año.
En el extremo contrario tenemos las discusiones sobre la falta de fe de los que somos ateos o agnósticos. Algunos creyentes muy convencidos sospechan de la falta de fe. No puede ser, dicen, en algún momento de crisis, de debilidad, seguro que echamos mano de un amuleto, de un rezo, nos acordamos de dios implorando suerte, clemencia, salud… Crucemos los dedos, porque parece que el lecho de muerte es el lugar preferido para estas conversiones de última hora. Josele Santiago, con Los Enemigos, tiene una lapidaria canción sobre este tema: Firmarás, se llamaba, en la que un sacerdote está esperando en el lecho de muerte a que un pobre diablo se arrepienta y vuelva al redil.
Como plan no está mal. Puedes llevar toda una vida disoluta de pecado y vicio mientras que un momentito antes de cruzar al otro lado te acuerdes del santísimo y le dediques una sonrisa pícara y un arrepentimiento sincero. Él lo perdona todo. El problema es que la mayoría de nosotros no sabemos ni el día ni la hora de nuestro deceso. Se nos puede chafar la estrategia.
El caso es que, según parece, no podemos dejar de tener fe en paz. Seguro que hay algo más dentro de nosotros, los ateos, que demuestra un gramito de fe. Y así parecen quedarse tranquilos, como si la ausencia de confianza en dios de unos debilitara la de otros.
Uniendo los dos puntos de este tema, la cuestión de fe es contradictoria. Para los creyentes debe ser total y absoluta. Para los ateos, basta con una mijita. No sé, me parece que es una cuestión de nunca estar satisfecho. O te lo crees o no te lo crees. Cuestión de fe.


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