lunes, 3 de agosto de 2015

La media naranja



No me considero experto en relaciones humanas, más bien al contrario. Normalmente me siento como un extraterrestre que no llega a comprender bien por qué se realizan determinados rituales y otros, en cambio, son tachados de aberraciones. Quizás la ventaja que pueda tener, si es que tengo alguna, es la del perplejo que se asombra de las cosas más comunes.
Tengo la impresión de que las frases hechas tienen más verdad de lo que parecen, y que demuestran una realidad profunda que se instala en nuestro subconsciente y que se perpetúa mientras que la frase hecha sigue viva. Hoy me inquieta la búsqueda de la media naranja.
Antes de empezar, ¿por qué una media naranja? ¿Por qué no medio plátano? ¿O medio kiwi? Es curiosa la simbología de las frutas. Dicen por ahí que si dejamos la mente en blanco y nos preguntan por el nombre de una fruta, en un altísimo porcentaje respondemos que “pera”. Fue una manzana la causante del pecado de Adán y Eva, aunque se corresponda con el descubrimiento de la moral y tuviera tantas similitudes con la revolución neolítica y el descubrimiento de la agricultura y la ganadería. ¿Por qué, entonces, una media naranja? Lo siento, no acierto a comprender qué tiene que ver encajar como anillo al dedo, como un puzzle con dos partes de una naranja.
En el sueño romántico de las medias naranjas cada ser humano tiene como misión buscar entre sus congéneres la mitad que lo complementa, como en el relato falsamente atribuido a Platón. En el diálogo del Banquete fue el gran Aristófanes quien habló de esos seres de dos cabezas y cuatro piernas y brazos que desafiaron a los dioses y fueron castigados. El caso es que hay una y sólo una media naranja que nos comprenda y complete. Es algo más que el dicho también popular de que cada olla tiene su tapadera. Éste incide en que los gustos son compartidos y que lo que a uno puede disgustarle, a otro puede volverle loco.  La media naranja es más potente.
Si nos preguntan, diremos que el amor puede venir de muchas formas, y que hay matrimonios que eran para toda la vida y que se rompen. Pero que este no es nuestro caso, nosotros sí que hemos encontrado nuestra media naranja, estamos hechos el uno para el otro. Somos reacios a admitir que nuestra vida en pareja está llena de concesiones y luchas, de ajustes y desencuentros. En secreto anhelamos la oportunidad de haber encontrado esa persona que nos complementa y que hace que todo sea completamente fluido. Y a lo mejor es así.
El amor, así en abstracto, puede ser maravilloso. En los aspectos concretos tiene multitud de facetas que hace que la vida merezca la pena. Es capaz de transformarla toda. Dos amantes se miran embelesados y cualquier cosa que uno diga es tratada como palabra sagrada, como un poema sublime que descifrara el universo. Y así es, cada centímetro de piel, cada molécula del aire que se mueve al compás de los andares de la persona amada es el espectáculo más bello que la Victoria de Samotracia. Es cierto, amar es increíble.
La convivencia, dirán los cínicos, es otra cosa. Y también el enamoramiento. Es curioso comprobar, como han hecho muchos sociólogos, que no sólo los usos amorosos cambian con las sociedades, también cambia el concepto de amor y de pasión, incluso del erotismo y la pornografía. Los de clase alta se acaban enamorando de gentes de clase alta, los universitarios de universitarios, el lumpen del lumpen. Y es amor sincero.
Quizás esté equivocado, pero a lo mejor la expresión de la media naranja no es la adecuada, que el amor carnal sea una forma de estar en el mundo, que se aprende la pasión y se perpetúan las rutinas. Pero, ¿cómo no ilusionarse cuando la distingues entre la multitud y te da un vuelco el corazón? ¿Cómo no perdonarle al mundo sus crímenes si entre todos los habitantes de este planeta superpoblado ha permitido que os encontrarais?
La teoría de la media naranja también te hace único. Eres la media naranja de alguien. Es el componente de orgullo narcisista de considerarte deseado, saber que el universo tiene un hueco reservado para ti. La felicidad en gran parte no es tanto lo que tienes, sino la sensación de que estás donde debes estar, la sensación de encajar. Como decía Jonathan Richman, si tú eres mi reina, yo debo de ser el rey.
Pero el amor romántico que todo lo puede y todo lo cura puede convertirse en una trampa. Una trampa mortal, nos advierten. Los asesinatos en el seno de la pareja se cobran al año un trágico récord. El amor lo perdona todo, confía en el otro, y es capaz de superar cualquier obstáculo. Esa es la teoría que permite que seres despreciables puedan aprovecharse y torturar a quienes se supone que tienen que cuidar.
El problema, en realidad, cuando nos consideramos la media naranja de alguien, es que acabemos convirtiéndonos en la materia prima para un exprimidor.

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