domingo, 9 de octubre de 2016

Técnicas de curación



Querámoslo o no, la vida está plagada de problemas, de conflictos, de enfrentamientos. A veces, es verdad, lo sensato es dejar pasar el tiempo. La tristeza que se recoge en una tarde de otoño no necesita más que un sueño reparador para comenzar una semana cargado de energía. Los nervios ante una resolución no tienen más que el tiempo como medicina. Otras veces, en cambio, el conflicto se va enquistando y se hace imprescindible tomar medidas.
Demasiadas veces preferimos decir las cosas a la cara, con honestidad brutal –que suele tener más de brutalidad que de honestidad–, pensando que nos van a escuchar, y, directamente, se van a caer del guindo. La sanación por medio de la palabra, y si hay unos llantitos, mejor. Eso es que escuece, como cuando se echa agua oxigenada en una herida. Si no duele, no se cura.
El tipo de respuesta va a depender de tantos factores que sería imposible repasarlos todos. Hay estanterías reservadas en las grandes librerías para recetarios sobre cómo cocinar conflictos. Muchos aparecen en los medios con sus métodos peculiares para afrontar estos desafíos. En general, me temo, no solemos contar con ayuda profesional, tampoco nos fiamos de los expertos, o, al menos, interpretamos a nuestra manera lo que suponemos que nos han recomendado.
La manera que tenemos de aprender los comportamientos sociales me temo que es mucho más informal, más heredera de nuestros entornos familiares y de nuestros iguales… hasta que llegó la televisión. Creo que no podemos hacernos la idea aproximada de hasta qué punto se convierten en nuestros iguales los personajes de la pequeña pantalla. Se hacen tan cotidianos que parece que los conocemos personalmente, identificamos al actor con el personaje a pesar de que no somos los espectadores ingenuos de los años 50. De la televisión aprendemos cómo vestirnos, cómo hablarle a los otros, a no fumar o cómo gestionar las relaciones en el trabajo o con los hijos.
A veces, las decisiones de lo que aparece en pantalla son meramente producto de las necesidades de escenificación del medio. Por ejemplo, la manera que en la que se sientan a la mesa para que todos puedan aparecer a la vez en el mismo plano, en lugar de sentarse en corro, que dejaría a algunos actores dando la espalda a la cámara, condiciona la disposición del escenario. Lo curioso es que, a veces, esas decisiones acaban por influir y ser imitadas por la audiencia. En las series, especialmente las que duran 25 minutos, exigen una resolución de los conflictos en poco tiempo, teniendo una estructura de presentación, nudo y desenlace especialmente rígida. Hay muchas otras en esta segunda era dorada de la televisión que permiten planteamientos más elaborados y técnicas narrativas más complejas.
Creo que podemos distinguir dos tipos de resoluciones de problemas, las que se basan en un proceso lento de cambio, con pequeños avances y algunos retrocesos; y los que pretenden un cambio radical en muy poco tiempo, que abogan más bien por una catarsis. Los primeros tienen un desarrollo levemente espectacular, sólo se aprecian los cambios cuando se echa la vista atrás y se es consciente, como cuando se miran fotografías del pasado, que ya no somos los mismos, y que hemos cambiado de color y de forma de pelo, de cintura y de viveza en los ojos. Desde el punto de vista de la narración televisiva, son muy poco atractivos, son más propios de cambios de equipo de guionistas a lo largo de varias temporadas. Son también poco satisfactorios, porque no parece que se haya cambiado, ni que se hayan solucionado los enfrentamientos, sino que más bien se han enquistado y nos hemos acostumbrado a llevarlos con nosotros.
En cambio, la catarsis es más provechosa a primera vista. Más lucida, más emocionante. No sé si el imaginario del psicoanálisis habrá tenido que ver –ya José Luis Pardo me avisó que tengo una imagen un poco paródica de los psicoanalistas–, pero qué bonito es percibir las lágrimas y la toma de conciencia en vivo. Notar cómo los sentimientos afloran y se desbordan, cómo salen a la luz los conflictos latentes, las envidias reprimidas, los deseos ocultos. Y después, una vez puesto sobre el tapete lo que era el núcleo de la discusión, todo trascurre en paz y tranquilidad, ya no hay necesidad de volver sobre el tema, no hay nuevos reproches, no hay ningún escollo que empañe la tranquila sucesión de los días. Un prodigio de la naturaleza. Llantos, abrazos, perdones, fin. ¿Qué más se puede pedir?
No sólo es atractivo este modelo porque se puede desarrollar en una obra de teatro o en un episodio de media hora, es que cualquiera podría aclarar su destino simplemente provocando un trauma controlado en una reunión familiar, en un bar con amigos, en la habitación de un adolescente. El despertar de la conciencia de los actores, por sí mismo, pondría en marcha los mecanismos que tenderían a la disposición a arreglar las cosas. Puede ser duro escuchar los reproches, pero hay amor de por medio y un golpe en la mesa coloca las cosas en su sitio. Arreglar los asuntos como se sintonizaban los televisores antiguos, con un porrazo bien dado.
No dudo que quizás haya ocasiones en la que decir descarnadamente las cosas a la cara sea el paso necesario y suficiente para solucionar una disputa. En cambio, probablemente, si la cuestión reside en hábitos y en actitudes, es poco esperanzador que se mantenga el cambio con el tiempo. Las estrategias dedicadas a buscar la catarsis no es que sean fáciles, pero sí tienen la ventaja de que son directas y rápidas. Casi como una sentencia de un tribunal.
El problema es que una sentencia, un montón de pañuelos mojados y unos abrazos no suele acabar con años de comportamientos egocéntricos, con hábitos de clase o con complejos internos. Quizás sirvan como recordatorio de que estamos ahí, juntos, pendientes unos de otros, y que hacemos más daño del que queremos reconocer, pero difícilmente podamos contentarnos con escenas de Quién teme a Virginia Woolf por muy intensas que sean.
Los cambios en las personas son mucho más lentos, requieren de concesiones y de perdón, de a aceptar mutuos compromisos para que, a la larga, se reinstaure una paz, que será frágil y momentánea, porque volverán a surgir otros motivos para enconarse. Curarse y curar las relaciones es un arte demasiado complejo. Ojalá supiera yo algo de ese tema.

2 comentarios:

  1. Pues yo creo que por saber, nos das algunas claves.
    Muy entretenido, ameno y aleccionador artículo. Me ha encantado.

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  2. Gracias, Rosa, tu amabilidad siempre por delante.

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