domingo, 1 de julio de 2018

Factores de atracción y de expulsión

Las migraciones están ofreciendo ahora mismo un campo de discusión muy interesante que, de paso, ayudan a situar ideológicamente a los participantes. En un extremo tenemos a los abiertamente xenófobos, que se posicionan, de una manera muy firme y a menudo violenta, contra la llegada de inmigrantes, aunque carecen, también de manera habitual, del mismo discurso cuando la situación se refiere a los emigrantes del país que salen a buscarse la vida al extranjero. Los primeros vienen a invadir, a quitar los puestos de trabajo, a imponer su modo de vida y destrozar la esencia de la nación. Los segundos son emprendedores, aventureros que no tienen miedo a buscar un modo de sostener a sus familias. Aportan riqueza a las naciones donde llegan y, sin embargo, mantienen sus tradiciones y el recuerdo vivo de su patria.
            Más sutiles son otros discursos que apelan a la imposibilidad de atender todas las solicitudes de entrada, a la competencia con los trabajadores patrios y la saturación de los servicios sociales. Unas veces se hacen eco de rumores malintencionados, como el aumento de la delincuencia, repitiendo bulos e historias nunca comprobadas de aprovechados de la caridad y las ayudas de la administración.
            Algunos disfrazan estos discursos echando balones fuera y manteniendo una postura que subraya la ayuda directamente en los países de origen. El reverso de esta posición es que las acciones que proponen se centran en el refuerzo de las fronteras, negando el problema mientras no afecte a su nación. Dicen que, habida cuenta de la cantidad de personas en la pobreza que necesitan emigrar, la acogida será siempre tan insuficiente como perjudicial, porque sólo aceptaríamos a los más valientes y a los más preparados, una especie de fuga de cerebros y de emprendedores, que harían mejor en quedarse en sus países de origen intentando solucionar los problemas desde dentro. La hipocresía está en el argumento. Tan mínima es la ayuda que puede aportar la migración como la colaboración internacional en origen. No podemos negar una y no la otra. Sin embargo eso no quiere decir que nos tengamos que quedar cruzados de brazos porque las soluciones sean insuficientes.
            También es propio de esta xenofobia disfrazada esparcir las culpas a todos. a los países de origen, que no hacen nada, a la falta de compromiso de los progresistas, a su postureo a favor de los de fuera. ¿No están tan a favor de los inmigrantes? Pues que los acojan en su casoplón. Estos son los mismos que defienden la religión católica frente a la invasión islámica y que no recuerdan las obras de caridad que debieron aprender en las catequesis a las que nunca fueron. Hipócrita podrá ser el que exige a su gobierno que acepte a los náufragos perdidos en el Mediterráneo mientras que no colabora personalmente, pero más hipócrita es el que dice actuar en nombre de una religión que pregona la hermandad universal y se niega a aceptar a los perdidos en el mar en una balsa. No lo digo yo, lo ha dicho el propio papa Francisco.
Efecto llamada, dicen, aceptar la llegad de un barco cargado de refugiados es incentivar las migraciones masivas en el futuro. Y, para descargar su conciencia, culpan a las mafias de tráfico de seres humanos de enriquecerse con las migraciones. Por supuesto, ante tales creencias, es inútil recordar el número de pateras auxiliadas constantemente en el estrecho. Ya están viniendo, no porque se acoja a los refugiados del Aquarius.
Para analizar las migraciones en la terminología inglesa se utiliza la pareja de conceptos pull / push factors que explicitan los factores que influyen en la decisión de una persona para abandonar su lugar de residencia. Factores de atracción y factores de expulsión podríamos decir. El efecto llamada es un ejemplo de lo que serían pull factors. Que se corra la voz entre los migrantes que en un país la regularización es más sencilla quizás pueda inclinar la balanza un poco, pero son sobre todo las oportunidades laborales las que influyen a la hora de escoger un destino. Quizás no las posibilidades reales, sino las imaginadas. En algunos países de Hispanoamérica se está poniendo en marcha la articulación del concepto de ciudadanía universal, es decir, que  ir eliminando las barreras administrativas. La cuestión se centra, entonces, en descongestionar los lugares fronterizos y redistribuir dentro del territorio a los recién llegados.
Sin embargo, y es lo grave, lo que más pesa en la decisión de emigración no es tanto la llamada, sino los factores que expulsan a la población (push factors). Las guerras, la miseria, las catástrofes naturales, las tiranías… imponen sus condiciones de manera tan dura que muchos –en realidad, porcentualmente pocos en relación a sus poblaciones de origen–, decidan tomar un camino muy largo y peligroso. Los refugiados son el ejemplo más paradigmático. Para que luego les acusen de aprovechados y de falsos migrantes porque llevan ropa de ciertas marcas o teléfonos de último modelo. Huyen de la guerra, no necesariamente son personas sin recursos.
Y las personas sin recursos, ¿son menos humanos para que les neguemos su condición y el acceso a los centros de salud? Aunque los colapsen –que no los colapsan–, ¿no debemos cuidar de sus enfermedades? No porque luego puedan transmitirlas al resto de la población, sino porque es nuestro deber como seres humanos. En su situación de miseria los Estados del llamado primer mundo son responsables de hacerse con sus riquezas, antes y ahora. Y hemos sido responsables de dejarles gobiernos corruptos, como los españoles en Guinea, porque así se garantizaban nuestros negocios.
En realidad sólo les importa no verlos. Que se vayan a otros países, que se queden allí. Y eso que es lo que hacen. La inmensa mayoría permanece en sus lugares de origen o son acogidos por los países vecinos. Los españoles primero, dicen. ¿Por qué los primeros? ¿Somos más humanos por haber nacido catorce kilómetros más al norte? Y si los españoles somos los primeros, entonces, distinguiremos los que tienen una situación social decente, porque los otros intentan vivir sin trabajar, a base de ayudas públicas, como aquel que tenía no-sé-cuántos hijos para cobrar las ayudas y otros mitos del clasismo español. Lo que estos hipócritas reclaman son ayudas para los suyos y desentenderse del resto, recrearse en sus prejuicios para no tener que pensar en su fariseísmo mientras planean sus vacaciones, sus fiestas patronales, las procesiones y las comuniones de sus hijos, no vaya a ser que estas ricas tradiciones se pierdan cuando todos llevemos burka.
La postura que están adoptando en la Unión Europea es vergonzosa, pero la posición del gobierno italiano de Salvini de cerrar los puertos es un acto de terrorismo en toda regla. Prefiere sacrificar a cientos de personas en el mar para, supuestamente, hacer desistir a los “contrabandistas”. Utilizar el miedo al mar para evitar las migraciones, que, como vemos, no tienen que ver tanto con las circunstancias que se van a encontrar en Europa como con las tragedias de las que van huyendo.

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