domingo, 19 de octubre de 2014

Simplemente Teresa: de las palabras a las cosas



Hay una costumbre curiosa entre los docentes. No sé muy bien por qué acabamos llamando a los niños por el apellido y a las chicas por el nombre. No sé si es un rasgo machista, o si la diferenciación se debe a que usualmente los nombres de chicos eran más parecidos (Juan y algo, José y algo) y había más variedad entre las niñas (Marías todas, pero Inmaculadas, Auxiliadoras, Rosarios,… ). Podría ser para poner distancia con los chicos, que con las chicas no hace falta, porque no temen la cercanía. Podría ser también por considerar a los niños pequeños hombrecitos y a las chicas todavía como personitas inmaduras a las que hay que proteger. Confieso que no lo sé. Pero el caso que a medida que crecemos seguimos utilizando el apellido para apelar a los varones (Rajoy, Zapatero) y empezamos a escuchar nombres completos para ellas como Ana Botella e incluso sólo por el apellido, Cifuentes (por algo será).
Todo esto viene al caso por el tratamiento que los medios de comunicación, de los periódicos a las tertulias, están haciendo del caso de la auxiliar de enfermería contagiada de ébola. Casi unánimemente se refieren a ella como “Teresa”. Así, a secas. Sin apellido ni profesión. Lo he comprobado. Los misioneros repatriados, los que importaron el virus eran nombrados con nombre y apellidos, Miguel Pajares y Manuel García Viejo. Cuando fallece, muere García Viejo, nunca Manuel ni Miguel.
Todos los implicados tienen apellidos, Ana Mato, Javier Rodríguez, Soraya Sáenz, incluso el marido de Teresa Romero es Javier Limón. ¿A qué viene este tratamiento? Quiero pensar que no se trata de una decisión consciente, de una recomendación enviada desde alguna alta esfera. Quiero pensar que es un resabio inconsciente, pero el caso es que de denigrarla públicamente ha pasado a ser simplemente Teresa, como si fuera una niña a la que cuidamos desde las instituciones. Creo que Teresa Romero merece un respeto como enferma, como trabajadora, como persona, sin familiaridades injustificadas, que resultan algo insultantes.
El caso de la gestión del ébola desde España es miserable se mire como se mire. En primer término, en lugar de enviar equipo material y humano necesario para tratar la epidemia en el origen, nos limitamos a repatriar a dos misioneros infectados. Muchos se han percatado de que otros enfermos españoles en el extranjero no han contado con la misma deferencia. Y hay que tener en cuenta que curar a cada enfermo cuesta unos dos millones de euros, mientras que dedicar esas cantidades a África supondría evitar muchas pérdidas humanas. Aquí y, sobre todo allí.
Porque está claro que un muerto de ébola africano no cuenta, sólo importan los europeos y americanos, y en todo caso, si los africanos llegan a Europa o América, porque comprometen la salud de las personas de primer grado. Importan, por supuesto, también los perros de los europeos.
También es importante recordar que, para evitar con éxito el contagio, no hay nada peor que hacerlo con improvisación y es entonces cuando nos acordamos de los recortes. El Carlos III ha sido desmantelado y no contaba, ni cuenta, con los medios ni el equipo humano preparado para hacer frente a una emergencia de este tipo. Tampoco hay que insistir mucho en la externalización de la sanidad, con servicios de ambulancias privados que aplican antes la máxima del ahorro que el protocolo de seguridad.
Fallos humanos los ha habido. Por ejemplo, el nivel crítico de fiebre no estaba totalmente claro en el protocolo, porque la temperatura oscila si se toma en la axila, con pistola o por mucosas. Seguro que algún despiste más se ha colado, pero hay cosas mucho más graves.
Si los misioneros eran héroes, para más impresión, religiosos, por su lucha contra el ébola, Teresa Romero era una trabajadora chapucera y mentirosa. En lugar de asumir la responsabilidad institucional y dar un margen de tiempo a la investigación, se decidió que el único culpable era la propia enferma. Jiménez Losantos cruzó el límite de lo escandaloso cuando sentenció que en el pecado llevaba la penitencia.
Da la impresión de que todos los medios de la derecha se decidieron a atacarla de manera brutal. Después de la respuesta popular, siguieron haciéndolo. Sólo después de comprobar que había otra manera de tratarla, la de EEUU que pidieron disculpas y les salió bien, entonces cambiaron la estrategia.
Sin embargo, las comparecencias de la ministra y de la vicepresidenta han considerado que su misión, que la crisis del ébola es curar a Teresa Romero. Obviando que el caso comenzó mucho antes, cuando se decidió repatriar a los misioneros sin los medios ni la organización necesarios.
Ahí podemos pararnos otra vez en las palabras. Me parece muy curioso que la terminología usada para abordar el tema sea de carácter militar: luchar contra el ébola. Entonces la táctica se convierte en evidente. Es normal que se envíen soldados a Sierra Leona y Liberia (que luego descansarán aquí al ladito, en Rota, que por supuesto tampoco tiene ni protocolo, ni medios, ni hospital de referencia). Es normal que se apliquen tácticas de “trochas”, intentando evitar el movimiento de la población. Las trochas fueron la táctica que el general Weyler usó en la Guerra de Cuba, consistía en dividir el territorio en “trochas” incomunicadas entre sí, y pacificar una a una (eso se traducía en encarcelamientos masivos, y toda clase de atrocidades).
Lo único que queremos es que no pasen a nuestros aeropuertos y somos capaces de pagar todo el precio del mundo. Que además será inútil. Nos da igual que mueran decenas de miles de personas mientras que sean africanos pobres.
Resulta también curioso que ahora se utilice vocabulario militar para una enfermedad cuando fue vocabulario de enfermedad el que se utilizó para abordar la crisis. Había países que se contagiaban de otros, subía la prima de riesgo como la fiebre que acompaña al ébola. Se recomendaban sangrías y amputaciones.
En ambos casos está claro que se utilizan metáforas, pero de una realidad trasnochada. No se curan las enfermedades con amputaciones ni sangrías, sino con antibióticos y vigilancia. No se tratan las epidemias aislando a los sanos, sino tratando a los enfermos. No se llevan soldados a una emergencia como si se tratara de una guerra. Ellos no son el enemigo, el enemigo es la pobreza y las condiciones que facilitan que una enfermedad vírica contagiosa se expanda y colapse todo un sistema sanitario, que era insuficiente a todas luces.
No voy a entrar en las conspiranoias que culpan a las farmacéuticas de inocular a propósito el ébola, ni aprovechar el momento para hacer caja. Pero sí que hay que depurar responsabilidades políticas. No somos todos culpables, o al menos, no todos en la misma medida. La enfermedad tiene su propio ritmo, pero las condiciones sociales ayudan a extenderla o previenen su extensión.
Mandar médicos, personal sanitario, informado, preparado, dotado con las medidas y medicinas, hacer hospitales. Evitar el sufrimiento innecesario. Se gastan más dinero en trajes ahora, en acondicionar los hospitales del primer mundo, que hubiera sido más fácil, barato y menos cruel haber atajado la epidemia en sus inicios. Porque, además de evitar las muertes de inocentes, de paso nos libraremos los demás y comenzaremos un mundo mucho más justo.

martes, 14 de octubre de 2014

El tamaño de la tribu



La actualidad trabaja tan deprisa que es difícil poner orden en las ideas que uno acaba por tener sobre los temas. Me parece formidable la capacidad de los tertulianos de pontificar con tantísima convicción sobre tantísimos asuntos. Yo soy más lento en las digestiones. Y cuando acabo por aclararme sobre un aspecto de la realidad, aparecen miles de problemas mucho más urgentes. Por esto y por otras razones más personales acabo ahora reflexionando sobre el proceso alrededor de la independencia de Cataluña, o de Escocia.
Reconozco que no soy ajeno al debate nacionalista. Pienso que una administración descentralizada parece una solución aceptable. La cuestión es el espíritu de nación, de pueblo, de un nosotros frente a un ellos. También tengo que reconocer que me costó trabajo encajar el nacionalismo dentro de unas líneas básicas de tendencias políticas para explicar en clase a alumnos de instituto. Desde la transición parece que el nacionalismo cuenta con el beneplácito de un sector progre, por lo que parecería que el nacionalismo es patrimonio de la izquierda. Pero los partidos básicos del nacionalismo (por ejemplo, PNV o CiU) han sido de un conservadurismo claro. También estaban por ahí otros como el PSA, Esquerra o la llamada izquierda abertzale y cierta tradición leninista que entroncaba con el derecho de las nacionalidades. Para terminar de embrollar la cuestión teníamos a un sector de la derecha que proclama a boca llena que los pueblos no son sujetos de derecho, sólo las personas –físicas o jurídicas, para liarla más. Y muchos de estos movimientos abogan por superar la distinción izquierda/derecha. Recordemos a Cambó cuando se preguntaba, “¿monarquía? ¿república? ¡Cataluña!”. Si, por decirlo grosso modo, la derecha hace hincapié en la libertad y la izquierda en la igualdad, ¿de qué pie cojean los nacionalistas? ¿Quién sale beneficiado del nacionalismo?
Dejando momentáneamente a un lado la cuestión emocional, hay que reconocer que abrir la brecha catalanes/españoles hace obviar una mucho más esencial, la brecha de clase. Cuando se hace explícito el balance fiscal, algunos catalanes se enfurecen porque su tierra aporta más de lo que recibe. Dejando aparte la imposibilidad ontológica de que todos los territorios recibieran más de lo que aportasen –eso sólo sucede en las aulas de bachillerato, donde todos los alumnos dicen estar por encima de la media-; digo, dejando aparte esto, si Cataluña aporta más al PIB no es por capricho, sino porque ahí viven las más grandes fortunas, o al menos, la renta media más alta. Por decir algo. Me pregunto algunas veces si un obrero de una planta de automóviles de Sabadell es muy diferente de su primo que quedó en Extremadura, si nos iguala más la condición socioeconómica que la lingüística. En demasiadas ocasiones tengo la impresión de que la cháchara nacionalista quiere, entre otras cosas, servir a varios amos, y uno de ellos es la burguesía de negocios más o menos declarados, que la utiliza para distraer las solidaridades de clase. El enemigo es el jornalero andaluz que chupa del bote y no el ilustre, aunque ya no tan honorable, que patrocina desde su banca los negocios de los grandes industriales y para colmo recibe herencias insospechadas y tendentes al olvido.
La diferencia entre el nacionalismo españolista, como le llaman, y el periférico, como también le llaman, sería simplemente de distancia social al resorte del poder. Si tienes contactos con Madrid y te solucionan los problemas del ministerio, no te pide el cuerpo ser catalanista. Si sólo llega tu agenda a Barcelona, te envuelves en la senyera. Sí, lo sé, soy de un simplismo que asusto.
De todas formas muy necio habría que ser para negar el sentimiento auténtico de pertenencia a una nación. Ese no-sé-qué que nos hace vibrar cuando gana tu selección, ves tu bandera estando fuera de tu patria, se te eriza la piel con el himno. Luis Castro Nogueira insistía en los factores bio-psico-sociales que permiten ese tipo de comunión mística que pasa del yo al nosotros. No podemos achacarlo todo a una falsa conciencia, a un engaño colectivo, a una manipulación de masas. No todo son movimientos sociales, nos enseñó. Obviamente debe existir un mecanismo genético para hacernos susceptibles a esa tendencia. Las leyes de la imitación fueron ya intuidas por el gran sociólogo Gabriel Tarde y han sido aplicadas a este y otros muchos contextos por el equipo de los hermanos Castro Nogueira y Miguel Ángel Toro. Evolutivamente los seres humanos adquirimos ventaja a través del aprendizaje assessor (de aconsejar), que nos hace susceptibles de recibir como recompensa la aprobación o reprobación de nuestros semejantes. Así formamos burbujas de sinneontes (los que respiran juntos), respirando el mismo aire, a veces viciado, a veces gas de la risa, a veces explosivo.
La cuestión aquí es analizar, ya que tenemos claro que nuestro cableado neuronal lo acepta, cómo se desarrollan estos movimientos de solidaridad e identificación intra-grupales. Debería ser importante señalar que estos movimientos surgen en un momento histórico determinado y cómo la dialéctica entre el Estado-nación sirve tanto para unificar como para disgregar a partir de referencias un tanto casuales a diferentes elementos que sirven de identificación. En algunos casos será la lengua, en otros, la religión, en otros, parece como si fueran probando hasta que dan con un elemento que ilusiona a los lugareños. El resentimiento también suele aparecer aparejado con un orgullo a veces soberbio sobre el terruño.
Me sigue pareciendo notable que se vaya creando una solidaridad entre los hombres a partir del amor a un territorio, cómo los paisajes van creando paisanos y acaban por crear un país. Y sorprende cuán rápidamente se pasa de hacer algo por amor a la patria (dulce et decorum est pro patria mori, decían antiguamente) a hacerlo por mor del que dirige a la patria. El nacionalismo requiere grandes dosis de heroísmo y de mártires. No podemos, pues, considerar el nacionalismo como un simple delirio –aunque gozoso a veces–, porque además, detrás del delirio se esconde la razón –de Estado, para más señas–.
También es común al nacionalismo simplificar la propia definición de uno mismo, singularizarte en un solo aspecto de tu vida, el que hace referencia a dónde has nacido. Yo vivo en el lugar donde nací, porque además nací en mi casa, pero me siento más identificado con músicas de miles de kilómetros (REM cantando “Stand in the place where you are…”), me emociono con historias lejanas (Rayuela, por ejemplo), o escritas en otras lenguas (Madame Bovary me viene a la cabeza no sé por qué). Admiro el cine iraní, y lo digo sin querer parecer un hipster y para nada me llama el terruño para disfrutar de la mayoría de las sevillanas. Me dicen que hablo un andaluz cerrado, porque no puedo hablar de otra forma (y eso que me he sacado un B2 en inglés). No me avergüenzo de algo de lo que no soy responsable, pero tampoco puedo sacar pecho de orgullo porque en mi pueblo nacieran dos excelentes poetas. Quizás me sienta un extranjero en todos lados.
En realidad, lo que hacemos es crear nuestra propia tribu, o aprovechar las que ya existen. Unos la definen por su lengua, por sus paisajes, por su rh, otros, simplemente, hacemos nuestra tribu más grande.

domingo, 5 de octubre de 2014

Del olvido, la información, el espectáculo y la ocultación



Investigando cuáles son las herramientas de las que se valen los seres humanos en sus humanas debilidades para ocultar y mantener en secreto sus pequeños o grandes tropiezos, ansias, pecados, o redundantes debilidades, tropecé asimismo con una variedad importante. Un secreto no es, como podría pensarse apresuradamente, algo que no se puede decir. Si esa imposibilidad fuera cierta, no habría secretos, ni averiguaciones, ni espías, ni programas del corazón. La ignorancia o la sabiduría. Ahora bien, si pudiendo, más aún, debiendo decir, callamos, entonces sí que nos encontramos con un secreto.
Un secreto tampoco consiste sólo en el silencio. Ni siquiera en un silencio compartido, o un murmullo ajeno. Un secreto puede andar a pie limpio en el bar y embarrarse hasta las cejas en la declaración de hacienda. No todo lo que callamos es secreto, los olvidos, mal que le pese al sabueso vienés de Freud, a veces son simplemente olvidos, menudencias, intrascendencias, cotidianidades sepultadas con otras menudencias, intrascendencias y cotidianidades.
Mentiras y secreto se contraponen en la geométrica mente de Greimas. En su hermosísimo mecanismo de relojería, mentira es lo que parece ser pero no es, mientras que el secreto es lo que es, aunque no lo parezca, precisamente porque no lo parece. Ay, Algirdas Julius Greimas, ¡cuantísimas veces hacemos que no parezca una cosa porque parece ser lo que no es! ¡Cuantísimos secretos se salvan por la mentira oportuna! Encubrimientos, embozos, ocultamientos, máscaras, maquillajes, camuflajes colaboran en el éxito de ocultar un secreto precisamente porque muestran. No es el desvelamiento sino la conciencia de que hay un velo que desvelar. Revelar un secreto es abrir el velo a un confidente para volverlo a cubrir rápidamente con un trapo acaso tenue.
Y ¡cuán satisfechos nos quedamos cuando las altas instancias de investigación convocan una rueda de prensa para hacer público un secreto! Hemos detenido un peligroso grupo terrorista, hemos descubierto el funcionamiento de la célula cancerosa, hemos averiguado las veleidades íntimas de un cantante. El secreto convertido en espectáculo, lo que debe estar oculto sale a la luz y brilla con neones de Broadway.
Hay quien, con toda la tranquilidad del mundo le contesta a la santa esposa cuando ésta le urge a referir sus andanzas nocturnas, que sí, que ha estado con otras hembras fermosas haciendo gala de proverbial y acrobática destreza sexual. Entonces, la santa, que además de santa, quizás esa es la causa de su santidad, es ingenua y confiada, le mira con condescendencia, anda, pasa, pasa para dentro que ya te castigarán las náuseas el estómago, la sequedad la boca y la garganta, y los latidos del corazón sentidos y amplificados en las sienes. Y el caso es que era verdad verdadera que la noche de autos, en el suyo propio efectuó complicadas maniobras en el aparcamiento subterráneo con mujer conocida, a partir de entonces, en el sentido bíblico.
Decir la verdad puede ser eficaz manera de ocultarla. Y decir muchas verdades, ciertamente, contribuye. La pereza, la falta de atención, el apabullamiento informativo sin duda actúan en sinergia para elaborar una densa urdimbre en la que perderse y cubrir de olvido, encubrir con olvido. Estrategia esta no al alcance de todos los bolsillos, pues requiere controlar canales y sobre todo, tener qué contar. La mancha de mora con otra verde se quita cobra en este contexto dimensión distinta. Mancha de escándalo con escándalo verde, recién recogido, de la huerta a la mesa, se quita.
Esta semana tenemos los escándalos de los usuarios de tarjetas, negras para más señas, que ni tributan ni tienen límite. Usadas por sujetos cuyos sueldos solucionarían varios años de más de uno. De cualquier tamaño, y formación. Del PP, del PSOE, de IU, sindicatos y patronal. Unos muchos, otros muchísimo, indignantes todos. Pero terminan por ir ocultando los de la semana pasada. Aquella fueron estrellas la familia Pujol, que aunque resuenan, ya no alcanzan la misma intensidad informativa.
El rigor informativo no es más que el rigor mortis de la noticia. Una vez pasada la edición de la noche no hay noticia, y se acumulan en la Dead Letter Office, como las cartas sin destinatario. La actualidad informativa se nutre de destapes, pero en pocas ocasiones terminamos de saber cómo terminan, si en la cama con un si te he visto no me acuerdo, o si la película acaba en boda. Como en las comedias románticas, las decisiones judiciales son rupturas a mitad de metraje. Condenados hoy, pero quién sabe si mañana estarán absueltos o pasado mañana, indultados. La táctica da resultado cuando las denuncias se acumulan hasta tapar nuestro horizonte.
¿Quién se acuerda ya de Urdangarín y Torres? ¿Se habla de su majestad el rey Juan Carlos? Los problemas de Fabra son meras brumas en el mar. Apenas recordamos los escándalos de las preferentes, pero Afinsa y Forum Filatélico han pasado en el monte del olvido. Bárcenas es casi historia, como lo son las sospechas relacionadas con los cónyuges de Cospedal o de Ana Mato. La operación Pokémon es cuestión de hemeroteca, como las barbaridades de la CAM o de Caixa Cataluña. Los EREs en Andalucía hacen olvidar Mercasevilla y el caso Malaya es asunto de Cine de Barrio.
Poner los ejemplos casi es cuestión de archivo, no se encuentran en la memoria de trabajo de los que andamos preocupados en los quehaceres cotidianos y vamos del corazón a nuestros asuntos. Y cuando un secreto pasa al olvido, deja de ser secreto. Un secreto te exige una cierta conciencia, un cierto trabajo para ocultar, o al menos, para no dejar en evidencia lo que procuras que continúe velado. Un olvido no necesita nada más.
Los escándalos se vuelven secretos por publicidad, por audiencia, por saturación, porque no paran de aparecer nuevos. En estos tiempos en los que no tenemos que acordarnos ni siquiera de los números de teléfono, los escándalos y los escandalosos se olvidan de una semana para otra. Es tan corta la indignación y tan largo el olvido…