domingo, 9 de noviembre de 2014

A vueltas con el Regeneracionismo



El Regeneracionismo fue un movimiento cultural que surgió allá a finales del siglo XIX, cuando el sistema canovista estaba agotado. Cánovas había ideado un complicado engranaje para asegurarse la paz social y la alternancia política en la vuelta de los Borbones en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II, quien tuvo que salir exiliada tras la Gloriosa Revolución iniciada en Cádiz al grito de ¡Viva España con honra!
Con el fin del siglo coincidieron la derrota de la guerra de Cuba, el asesinato de Cánovas, la muerte de Sagasta con un espíritu general de decepción en toda Europa. Una weltanschauung o cosmovisión muy marcada por el pesimismo y la suspicacia, pero a la vez con una voluntad de progreso y avance. Son los tiempos en los que Nietzsche derrumbaba los ídolos y Freud mostraba que nuestros impulsos más oscuros guían secretamente nuestros actos. En España tomamos como ejemplo a Krause, un filósofo alemán, quizás de segunda fila comparado con Hegel, pero muy interesado por la educación.
Joaquín Costa, Francisco Silvela, Macías Picavea, Rafael Altamira o Ángel Ganivet encabezaron esta reflexión que pretendía acabar con la putrefacción de la vida política española. Había que movilizar las “masas neutras”, porque España se había quedado “sin pulso”. Joaquín Costa, quizás el más lúcido de estos pensadores abogaba, por echar siete cerrojos al sepulcro del Cid, abandonar el peso del pasado glorioso y encarar el futuro preocupándose por los problemas más acuciantes, “despensa y escuela”.
Palabras así cuentan casi inmediatamente con nuestra simpatía. Sin embargo, cuando Joaquín Costa solicitaba un “cirujano con mano de hierro” que cortara por lo sano la clase política del que hablaba, no sé, algo hay que no me cuadra. En un alarde de amplitud de miras hay quien vio en Franco ese cirujano. El caudillo sería el último regeneracionista.
Las similitudes entre el reinado de Alfonso XII y este que consagró el régimen del 78 son tantas que no estaría de más hablar de una Segunda Restauración. El bipartidismo entre Liberales y Conservadores es prácticamente idéntico al de PSOE y PP haciendo buena la sentencia de El Gatopardo, “haz que algo cambie para que todo siga igual”. Los acuerdos entre lo que se ha llamado “la casta” para salvaguardar los poderes fácticos y su influencia son idénticos a los del pacto de El Pardo. Cánovas hablaba de la Constitución Histórica de la Monarquía Española con la misma convicción que ahora se nombra la Constitución de 1978 como algo eterno, inmutable, sagrado.
También se repite la apatía frente a la política. Y no es de extrañar, el caciquismo controlaba y distorsionaba la voluntad popular incluso cuando se reestableció el sufragio universal. Apenas votaba el veinte por ciento de una población con graves problemas económicos y sociales. Las estructuras clientelares de esos caciques que repartían favores son  tan parecidas a las corrupciones y corruptelas actuales que lo único que cambia son las barbas de las fotografías, porque a veces vemos repetidos los apellidos.
Los grandes partidos se apuntaron entonces a la regeneración política, ambos, el conservador con Francisco Silvela y el liberal. Entonces también tuvieron un auge los nacionalismos catalán y vasco. Y por supuesto, ninguno de ellos tuvo el más mínimo interés real en cambiar las cosas. Antonio Maura intentó movilizar las masas neutras a través de un cambio en la ley electoral que acabara con el caciquismo. Difícilmente podría lograr un gobierno aupado por caciques acabar con el caciquismo. Y estamos viendo ahora cómo hacen el ridículo más espantoso quienes desde los partidos hegemónicos hablan de acabar con la corrupción y no tomar ninguna decisión al respecto.
Lo que me sorprende es el uso que hacen muchos intelectuales, especialmente desde la izquierda, de la terminología del Regeneracionismo. ¿Qué significa esta palabra? En primer lugar, proviene del ámbito de la medicina. Karl Mannhein ya había advertido cómo los conservadores preferían metáforas orgánicas aplicadas a la política, mientras que los progresistas prefieren las mecánicas (órganos del Estado frente a aparatos del Estado). El término se aplica en contraposición a “corrupción”, y parece adecuado cuando lo que queremos es recuperar algo deseable, el equilibrio biológico de un organismo sano.
Pero, ¿es el régimen del 78 un organismo sano? Parece cada vez más claro que la Transición, la “inmaculada transición”, como decía Albiac, pasó del Franquismo a la Democracia sin romperlo ni mancharlo. Las élites mantienen su poder, controlan los cambios legislativos y continúan imponiendo políticas a los distintos gobiernos en los distintos niveles, municipal, provincial, autonómico y estatal. Podemos disculparlos por las dificultades inherentes a cualquier proceso de cambio radical y por las especiales condiciones de finales de los años 70, pero quizás sea necesario plantearse un cambio mucho más radical. No se trata de sustituir el PP por el PSOE, porque ya sabemos cómo funcionan las alternancias entre Cánovas y Sagasta.
Tampoco habría que movilizar las masas, que ya han mostrado y siguen mostrando su movilización: desde el 15M hasta el aluvión de Mareas que protestan, no sólo contra la corrupción –que también–, sino por los recortes en los derechos básicos y el sistema del bienestar. ¿Es Podemos una alternativa a la retórica de la regeneración? Al menos plantea un desafío a las élites políticas y económicas y su discurso.
El regeneracionismo, que tantas simpatías me había despertado como estudiante, enciende mis suspicacias ante la tentación autoritaria, como la retórica de Miguel Primo de Rivera y su simulacro de partido y elecciones. Él también dijo intentar acabar con la oligarquía y “descuajar el caciquismo” y acabó siendo un mesías dictador, sustituyendo una oligarquía por otra. Reivindicar el regeneracionismo y su retórica en el siglo XXI mucho me temo que nos llevaría al mismo sitio.
Los acuerdos con la Iglesia, como el que permite la inmatriculación de inmuebles, por ejemplo; la ley hipotecaria, las leyes y reglamentos que envían a la cárcel a quien usa una tarjeta que no es propia para comprar pañales mientras que justifican el despilfarro millonario de las black, son alguno de los muchísimos ejemplos de que se necesita algo más que una regeneración. Mucho más que un cirujano de mano de hierro –o de coleta–, que acabe con los miembros corruptos y gangrenados. No hay nada que merezca la pena regenerar. Hay que construir de nuevo. Delenda est Monarchia.

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