domingo, 23 de noviembre de 2014

Nanografías



Es de sobra conocido el Elogio de la mujer pequeña con el que el Arcipreste de Hita parecía hacer un homenaje a las mujeres de escasa estatura. Hagamos ahora un elogio de todas esas pequeñas cosas que se están encogiendo a pasos agigantados.
Será el signo de estos tiempos inciertos de velocidad y desconcentración, pero cada vez se ven más ejemplos de extrema cortedad. Los mensajes se reducen, se eliminan letras innecesarias, signos de puntuación, acentos. Incluso las interjecciones se quedan en nada. Se destilan emociones en caritas amarillas. Ya no nos acordamos siquiera de las cartas escritas en varias cuartillas de papel.
Estas nanografías tienen la estructura de los eslóganes. Directos, concisos, recordables –a veces memorables–. Los mircorrelatos, por ejemplo, cada vez son más ínfimos. No en calidad, me refiero a número de palabras. Hay también ejemplos de micropoesía, que en un par de certeros versos son capaces de condensar…, bueno, a veces no. La publicidad son pequeñas películas, los cortos están de moda.
También, ¿cómo no? tenemos ejemplos de filosofía en pequeñas píldoras. Esas frases de Paulo Coelho, o pseudo Coelhos, esas que se repitan porque “te hacen pensar”. Imágenes de Gandhi, de Grouxo Marx, de Einstein, sobre todo de Einstein. Por supuesto nadie comprobamos la veracidad de estas citas, porque… nos han hecho pensar.
Por supuesto tenemos micro-raciones a la hora de comer. No, no estoy hablando de las tapas y los pinchos. Son las micro-comidas servidas por los chefs para muchas estrellas y pocos michelines. El único consuelo que me queda es que, como son para gente de posibles, las cobran a precio de platino. ¡Con su pan se lo coman! Ay, no, pan no.
Incluso sospechamos ahora que el universo no se está expandiendo, se está contrayendo, como nuestros sueldos.
Echémosle directamente la culpa al Twitter, que te exige reducir tus mensajes a 140 caracteres. Se habla mucho de la pérdida de intimidad y privacidad que propician las herramientas de las redes sociales. Pero esta condensación de mensajes tiene también un tiento sociológico.
En los tiempos pretéritos había una comunicación breve, lo llamábamos telegramas. Y dejábamos claro su excepcionalidad. Se usaba en ocasiones importantes, cada palabra contaba –y costaba–, su lenguaje estaba altamente formalizado, la puntuación se hacía explícita. PUNTO.
El filósofo Paul Virilio ya nos había advertido de que esta era la era de la velocidad, la vitesse. Y en cierto modo todo nos incita a consumir rápido. Comida rápida, viajes rápidos, polvos rápidos y rápidos lodos. Una consecuencia lógica de estas velocidades debía sin duda venir de la reducción de las raciones. Cambian las modas, se reducen las estaciones como se reduce la capacidad de concentración. Rápida digestión para que rápidamente se despierte el hambre de nuevos consumos. Los matrimonios no duran siempre. Los te quiero por siempre tienen fecha de caducidad. Las eternidades duran apenas una noche. Las amistades se vuelven pasajeras, pero tenemos el consuelo de mantenerlas ahí, en el Facebook.
Podemos ponernos apocalípticos y profetizar el fin de la civilización occidental por pérdida de capacidad de concentración y de capacidad de pensamiento profundo. A mí mismo me está costando escribir esto, la mente se va a otra parte. Los programas de televisión se trocean como los anuncios para poder ser mejor digeridos por la audiencia. Se está convirtiendo en la lucha contra la concentración perdida.
No quisiera ser milenarista, sino más bien reflexionar sobre este fenómeno. ¿Cuál sería la radiografía de estas nanografías? ¿A qué se debe su auge? La nanotecnología parecía el futuro, todo más pequeño, menos es más. Los móviles iban encogiéndose para mayor comodidad del usuario. Y de repente empiezan a crecer de nuevo, las pantallas ocupan al completo el terminal para permitir la reproducción de vídeos, televisión o películas. Salvo las pantallas, de móvil o de televisión, todo lo demás encoge. No creo que sea cuestión de la tecnología, por mucho que Latour pretenda hacer sociología de los actantes no humanos. Pienso que al revés. No es el éxito de Twitter quien reduce las expresiones, sino que la tendencia a la condensación es la que hace triunfar a Twitter.
Quizás sea simplemente la aceleración de la vida contemporánea que nos aturrulla, como decía Simmel. Ante tanto estímulo debemos seleccionar y quedarnos con pequeños bocados de realidad. ¿Cómo sigue aquel amigo? Una fotografía, una frase en una red social y ya sabemos. ¿De qué va ese libro sobre el Capital de Piketti? Te lo paso en una presentación. Debemos manejar cantidades crecientes de información para vivir en este siglo. Horarios de autobuses, precios, direcciones, actividades… ¿Cómo vamos a poder digerir una novela, un libro de poemas, un volumen de autoayuda? En dos palabras, im-posible.
Somos incapaces de mantener todo en la memoria, para eso aumentamos la capacidad de nuestros dispositivos, megas, gigas, teras, en lugar de aumentar la nuestra propia.
Creo, también, que no sólo es una cuestión de negatividad, también hay un impulso tremendamente creativo en esta condensación. Hay momentos brillantísimos de humor en poquísimas palabras. Una de las grandezas del pop consistió y consiste en expresar sentimientos muy universales a través de elementos muy reducidos. Iconografía comercial, tres acordes, vocabulario muy reducido. Y nos seguimos emocionando con joyitas de tres minutos de música escritas hace ya más de medio siglo.
Esta hiperactividad tiene sus defensores, quienes, en un alarde de positividad, propugnan que la multitarea ayuda a hacer más activo al cerebro. Espero que no sea así, y que no consigan colonizar nuestro cerebro para aumentar su productividad. Hay quien es capaz de reducir las filosofías más enjundiosas, las teorías económicas más complejas, a series de tweets. Se escriben novelas epistolares a través de emails. Podemos tomarlo como un hecho social en sí mismo o puede ser un síntoma de una tendencia más general de la sociedad, ser coherente con otros imaginarios o mecanismos sociales, económicos, psicológicos más amplios: La duración de los electrodomésticos, de los afectos, de los contratos.
Poder conectar con el gusto de otros a través de un juego de palabras, de un relato mínimo, de un atardecer y dos frases es impresionante. Y desde luego, hay nanografías para todos los gustos y niveles, desde el más ñoño y pueril, hasta aforismos de alto nivel (¡hey, Nietzsche!). Estos micromensajes están pensados para llamar la atención.
Me llama la atención precisamente esta expresión. La atención es llamada, como si algo fuera de mí me obligara a centrar mi mirada en algo ajeno. Después, si acaso, le presto atención. Ahora soy yo el que pone de su parte. A partir de cierto momento para mantener la atención se requiere del concurso de la voluntad. La presto. Por cierto, los anglosajones no prestan atención, ellos la pagan. They pay attention. Se ve que son más formales, se pueden permitir pagar con ella. Yo, cuando presto atención querría que me la devolvieran, porque luego debo prestarla a otras cosas. En este juego de prestar y devolver, con tan exiguo capital, sólo podemos aspirar a píldoras pequeñas. Dos folios, como los que estoy exigiendo yo ahora, pueden ser demasiado. Así que, reduzcamos el pensamiento a la mínima expresión.
La atención es lo único que se está prestando en este país, porque, evidentemente, de los préstamos bancarios, nanai.

No hay comentarios:

Publicar un comentario