lunes, 15 de junio de 2015

Don’t let me be misunderstood

Si hay algo que detesto en esta vida es que me malinterpreten. Ya bastante tengo con cargar con mis meteduras de pata como para hacerme responsable de lo que no es mío. Ignoro si a los demás también les pasa en la misma medida. Si es difícil acertar de vez en cuando con lo que uno realmente dice o quiere, imagino que interpretar correctamente instrucciones vagas tiene que ser casi imposible. Y más si las instrucciones te las dan miles de votantes.
Según está establecido, en una democracia representativa como la que sufrimos en España, los partidos políticos son los intérpretes de la Voluntad General. Así, con mayúsculas. Ellos plantean los temas que más nos preocupan y proponen las soluciones que más nos convienen, no porque estén dotados de una sabiduría especial, divina, sino porque son intérpretes. Ellos entienden que si tú depositas tu voto en una urna con su carátula y su lista no sólo indica que estás de acuerdo con todas las propuestas que incluyeron en su programa electoral, también que corroboras todas sus críticas a los demás partidos y si, en caso de que haya que cambiar de principios, como decía Groucho Marx, pues se tienen otros.
Así de buenos intérpretes son los partidos políticos.
O, al menos, presumen, porque en la triste realidad nos encontramos con que cada uno de ellos dice que su interpretación es la correcta y los demás son unos herejes embaucadores que nos van a llevar a la ruina.
La verdad es que quiero pensar así, porque la otra opción que se me ocurre es que son los partidos los únicos que saben seguro lo que necesitamos, mucho mejor que nosotros mismos. Como unos padres rígidos ante niños caprichosos y malcriados. Esa opción la veo mucho más propia de una dictadura que de una democracia que considera a cada mayor de edad soberano de sus gustos, preferencias y opciones políticas.
Cuando alguien vota a un partido político raramente estará de acuerdo con el total de las propuestas y con el cien por cien de los líderes. Uno se maneja con cuidado y si cambia la intención de voto de unas elecciones a otras supongo que será porque los susodichos partidos o bien no cumplen lo que prometen, o bien lo que prometen no cumple nuestras necesidades. Y a lo mejor pensamos que otro partido, aunque estemos de acuerdo con la mitad del programa, será más honesto en su cumplimiento.
Y es difícil de decidir, porque en la forma casi todos los partidos dicen lo mismo, que si acabar con el paro, la corrupción, la crisis, los impuestos, la desigualdad…
Más liado aún está resultando poner algo de lógica a los pactos post-electorales. ¿Qué significa que un partido sea el más votado, pero que no tenga mayoría absoluta? Para los implicados el significado de la voluntad popular es que ellos deben gobernar. Se daría entonces la paradoja de que con un 23%, por ejemplo, de los votos, se presenten como los valedores de la representatividad. O dicho de otra forma. Sólo te han votado 23 de cada 100, que ni siquiera son todos los que pueden votar. ¿Es lógico pensar que debes gobernar tú?
El caso contrario también me suscita dudas. El 77% restante se unen para presentar un gobierno de coalición, en números absolutos está claro que la mayoría no quiere al partido del 23%. Vamos a decirlo con letras. El Partido Popular puede ser la lista más votada en comparación a los otros partidos, que sumados superan el 50% de los votos. Podríamos decir con seguridad que la mayoría de los votantes no quieren al PP, pero ¿quieren una coalición? Ahí está el dilema.
En Andalucía, Susana Díaz convocó elecciones anticipadas y se encontró luego con que había perdido más de cien mil votos, ella salió diciendo que había ganado porque los demás partidos no la superaban. Como lista más votada le corresponde proponerse para la investidura, y se enfada si el resto de partidos se lo impide, o impedía hasta ahora. ¿Por qué se enfada? ¿No han querido los andaluces votar a algo diferente? Pues eso debe ser porque no quieren el PSOE. Si lo hubieran querido lo habrían votado. Apoyar a Susana Díaz en la investidura puede ser considerado una traición a los votantes que no quisieron votar al partido socialista.
En la alcaldía de Madrid la lista más votada ha sido la de Esperanza Aguirre, pero Manuela Carmona cuenta con el apoyo del PSOE y se ha investido alcaldesa. Supongo que la explicación se basará en la apreciación de que la mayoría de madrileños no quería al PP y sí a otra cosa. ¿Qué otra cosa, dirán los de derechas? Pues unos el PSOE y otros a Carmena. La mayoría de los madrileños tampoco quería a Carmena, y mucho menos a Carmona.
¡Vaya lío! Y así en Cádiz, Sevilla, Barcelona, Valencia…
Y para complicarlo más tenemos a Ciudadanos que en un lugar apoyan al PSOE y en otros al PP. ¿Cómo habrán hecho para interpretar la voluntad de sus votantes?
No es pregunta baladí, porque se han llevado toda la campaña lanzándose puyas y evidenciando los riesgos de unos y otros. Ahora toca desdecirse y hacerse amigos y resaltar las líneas de acción comunes y las hojas de ruta coincidentes.
En la teoría de juegos se habla a menudo de la segunda mejor opción. Es decir, de preguntar no sólo quién es tu primera preferencia, sino también cuál es la segunda, e incluso cuál sería la última. Ese es en parte el mecanismo de las segundas vueltas. Si no gana tu candidato, ¿a cuál preferirías? Si los partidos que se alían son de izquierdas, podemos sospechar que sus votantes se decantarían más por un candidato de izquierdas, aunque no sea del partido que han votado, antes que triunfe el candidato de la derecha.
Esto conecta con la teoría del voto por asco que alguna vez he referido. Prefiero cualquier cosa antes que vuelva a salir ese que es un corrupto.
En el fondo todo tiene su coartada democrática y su regusto a trampuchería, como dicen en mi pueblo.
Ante la duda, siempre está el recurso de hacer como han hecho precisamente en mi pueblo Izquierda Unida, preguntar a sus bases, votantes y simpatizantes si apoyar o pertenecer al gobierno municipal en coalición con el PSOE, quienes, además, tenían la mayoría relativa por ser la lista más votada.
Podría ser, al menos, un método para que no malinterpretaran mi voto. ¡Con el coraje que me da!

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