lunes, 8 de junio de 2015

Tecnofobia





La tecnología asusta. La usamos, nos acostumbramos y acabamos por añorarla cuando se estropea. Parece mentira que pudiéramos vivir sin un móvil. Sin embargo seguimos teniendo reparo, ¿nos dañarán las ondas, sus radiaciones serán cancerígenas, acabarán los jóvenes por engancharse a su uso? Las redes sociales nada más que traen peligros y riesgos para los niños. Seguramente todo será cierto y a todo nos terminaremos por acostumbrar.
La tecnofobia es más agresiva en ciertos temas sensibles, hablamos de células madres, de biotecnología, de terapias génicas y lo único que alcanzamos a imaginar es un mundo dominado por robots, mutaciones y seres superinteligentes. El imaginario de los héroes de Marvel ha actualizado el mito griego recontextualizandolo en un ambiente de laboratorio. Dejemos a parte la sensación de que todas estas narraciones sobre la difícil integración del diferente y centrémonos en los dilemas éticos que suscitan.
Antes de entrar en las técnicas concretas, la discusión ética se centra en dos debates básicos, las terapias y los mejoramientos. Entiendo que las terapias comprenderían todas aquellas actuaciones destinadas a paliar situaciones de desventaja, como un brazo robótico ayudaría a sustituir un miembro perdido. Desde la selección de embriones para evitar la transmisión de enfermedades hereditarias hasta implantes que nos convertirían en cyborgs. La intención parece buena y sensata, y el acento podríamos ponerlo en discutir qué técnicas son viables y cuáles podrían atentar contra la dignidad humana. Es una cuestión polémica.
Más allá, por encima, sobrevuela la asunción de qué sería una minusvalía, un problema médico que justificara el uso de la biotecnología. Ser tímido puede ser una forma de personalidad o podría catalogarse como patología, ¿quién y con qué criterios decidiría? Esta cuestión nos lleva al segundo planteamiento, las técnicas destinadas a la mejora del ser humano. Mejoras físicas, sensoriales, intelectuales... En realidad muchas de las mediaciones que hacemos habitualmente ya han supuesto una mejora para nuestro funcionamiento. En cierta manera el uso de medios de transporte, lentes o la escritura han mejorado nuestras capacidades naturales y ensanchado el horizonte de lo que podemos hacer y lo que no. La diferencia está en que con la biotecnología literalmente se in-corporarían, es decir, se harían cuerpo.
Esta polémica ya la han sostenido muchos filósofos, médicos, políticos... Baste recordar la de Habermas y Sloterdijk a cuenta del zoo humano. Y ha sido motivo de atención de gran número de películas entre las que me gusta recordar Gattaca. Los argumentos son variados, y quisiera fijar mi atención en quiénes son los que están en contra. Normalmente son lobbies muy conservadores los que presionan en Washington para que se prohíban todas estas técnicas de investigación y cualquier tipo de terapia. Lo tenemos asumido, GW Bush, amparándose en una visión religiosa muy conservadora vetó todos estos avances. Él decía defender la dignidad de la persona en una postura no gradualista, se es persona o no se es persona. El momento de la fecundación lo marca. A partir de ahí la vida es sagrada, menos para los enemigos de América, pero no entremos en este tipo de contradicciones internas.
El dopaje se define como un método ilegal para la mejora del rendimiento, mientras que el entrenamiento es la manera legal de conseguirlo. A principios de siglo, los deportistas, auténticos gentlemen, se tomaban una copita de reconstituyente para tonificar los músculos y se consideraba antideportivo practicar y entrenarse. Ahora es todo lo contrario. Los tiempos cambian, pero en todos se consideran ciertas prácticas como trampas mientras que se alientan otras.
En el imaginario liberal las diferencias sociales se deben a las diferencias individuales en talento o esfuerzo. Unos consiguen la meta en la vida, triunfan en los negocios y se enriquecen, mientras que los menos dotados y los flojos, los débiles de espíritu se condenan al infierno de la pobreza.
Quizás sea por negación al cambio por lo que los conservadores sean reacios a aceptar las modificaciones tecnobiológicas, como reniegan de los aparatos electrónicos, la música moderna y los tejidos sintéticos.
Pero también es posible que influya no sólo una cuestión de preferencias arbitrarias, también puede caber la duda de si estos grupos sociales bien situados, que se suelen corresponder con los ambientes más conservadores, vean amenazado, si no su supremacía, sí al menos la legitimación de su posición superior. Ellos pretenden que se acepte que dominan las grandes corporaciones por su superiores cualidades en la dirección de sus vidas y sus negocios, y por eso alegan satisfechos los casos de intrépidos emprendedores, self-made-men, que han partido del arroyo y han triunfado en Wall Street.
Creo, y cada vez estoy más inclinado a pensar que las diferencias individuales no afectan sólo a las cualidades físicas, de fortaleza muscular, de inteligencia cognitiva, también que la capacidad de esforzarse depende de condiciones de partida. Fortaleza de carácter heredada, como se hereda la fortaleza en los bíceps. No cabría culpa ni mérito si no depende de la moralidad propia sino de la dotación para la moralidad.
Sin embargo, las clases superiores cuentan con numerosos mecanismos de rechazo a la movilidad social, desde el lenguaje a los blasones culturales, los contactos, los clubs de caballeros y las fraternidades en la universidad. No basta con tener dinero para ser rico, como sabemos por las muchísimas películas que explotan el capital humorístico de la ramplonería y el mal gusto de las clases bajas cuando tienen a su alcance grandes sumas de dinero.
Si todos pudiéramos beneficiarnos de las mejoras que los avances biotecnológicos están por descubrir todos podríamos alcanzar ese estado de excelencia del que ellos gozan. No habría razones para justificar su superioridad. ¿Es eso lo que temen?
Lo peor es que eso tampoco desbancaría a las clases privilegiada. Está comprobado que el acceso a las tecnologías, tristemente, estará reservado a quienes pudieran costear los tratamientos. La brecha digital, es decir, la diferencia de acceso a las nuevas tecnologías separa una vez más el primer mundo del tercero. Cualquiera con un ordenador y talento puede desarrollar una app que le haga rico, pero sólo se tiene el acceso a los ordenadores y a la preparación en ciertos lugares del planeta.
La imaginación creadora ha sospechado la aparición de distopías, de mundos crueles e inhumanos que separan en estamentos a los trabajadores, a los intelectuales y a los dirigentes y se justifican gracias a una ideología que explica de manera clara y convincente las razones inapelables del reparto de bienes y prebendas en este mundo.
Con estos argumentos está uno más tentado de poner al alcance de todos todo lo que pudiera mejorarnos como personas, y no sólo unas gafas progresivas que tanto necesito. En realidad, con lo que habría que acabar es con el reparto injusto de bienes, oportunidades, información...

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