martes, 2 de enero de 2018

Balance



Es difícil terminar un año y resistir la tentación de hacer balance. Casi tanto como elaborar, si acaso mentalmente, una lista de propósitos para el nuevo año. Necesitamos contar el tiempo, dividirlo en partes comprensibles; aun siendo un continuo, hacerlo separado, distinguiendo sus piezas y otorgando que unas sean más importantes que otras. Un minuto y el siguiente no se diferencian a no ser que sean delante del carrillón. Una intención práctica para hacer manejable y comprensible algo que nos traspasa acaba por convertirse en una fiesta, en una celebración que se repite ritualmente. Y, como todos los rituales, debe tener algo que le dé continuidad a la ceremonia y algo que se vaya transformando.
La necesidad de hacer borrón y cuenta nueva es tan importante como la del orgiástico deseo de jolgorio. Buscamos el amparo de la conciencia, un nuevo bautismo, un comienzo en el que seamos mejores de lo que hemos sido. Un intento –vano, como todos los intentos– de ser mejores personas, de apuntarnos a un gimnasio para perder peso, para mejorar el inglés y para aprender a tocar el ukelele. Una lista mental de agravios que queremos superar, porque, a partir de ahora, no nos va a importar la gente, vamos a ir más a nuestra conformidad, sin tener en cuenta las críticas o las obligaciones impuestas. Una enumeración de aquellos errores que vamos a subsanar, vamos a llamar más a menudo a nuestros seres queridos, no vamos a alterarnos con los que tenemos alrededor, vamos a ser más auténticos. Un renacer, siendo los mismo y diferentes al mismo tiempo.
Por mi parte el año ha sido muy completo, dejé un proyecto y comenzó otro. Los cursos cambian y mis aptitudes son cada vez menores, aunque las consiga tapar con trucos de perro viejo y mucha paciencia. Sueños y aspiraciones se van turnando con desengaños y renuncias. No debería quejarme, aunque el panorama pinte sombrío. Sigo sin haber aprendido a tocar ningún instrumento y embarrado en la lucha contra mis malos hábitos.
Quizás sea una estupidez, porque el cambio de un año a otro no significa nada, o quizás sea el impulso necesario para tomar una determinación. ¿Por qué no en cualquier momento? Este es un buen momento porque es El Momento, el que tiene nombre y apellidos.
Detrás de la parafernalia del final de año, o de los cumpleaños de los números redondos, está la secreta esperanza de una epifanía. Nos parece, como en las películas, más realizable un cambio drástico, un momento de transformación total que el deslizamiento paulatino, un acostumbrarnos a nuevos hábitos de vida, a nuevas emociones que, gota a gota, vayan colmando el vaso de nuestra actitud. Dejar de fumar de golpe nos parece más realizable que ir dejándolo poco a poco.
Las transformaciones en la historia pueden ser de ambos modos. Los hay lentos, muy lentos, como las actitudes ante la muerte o la valoración de la infancia, o extremadamente rápidos, como el uso de las redes sociales o la llegada de la república. Un mundo nace cuando el otro no ha terminado de morir, sin embargo, en nuestra vida preferimos que al cambio de una hoja de calendario ya seamos capaces de transformar nuestra vida, mejorar nuestra personalidad y nuestro ambiente. Por mucho que nos digan los psicólogos que no hay cambios drásticos, preferimos la narrativa de la epifanía. Nos gusta más, es más cinematográfica. Caer en la cuenta y cambiar para siempre. Un momento especial que tornar de golpe el rumbo de nuestra vida es siempre más gratificante que un pequeño desvío en el camino, aunque, a la larga, pueda dar uno la vuelta y volver al principio, o acabar en el extremo opuesto del mundo.
Se acumulan en estas fechas muchos contenidos cargados de sentimientos, y, como nos recuerdan a cada instante, es el momento de pensar en los seres queridos, darles cariño y regalos, A la vez, huir del consumismo y pensar en los demás, en los que no tienen. Sentirse un poco culpable y un poco jaranero. Fiestas contradictorias de salir mucho y con poca ropa a pesar del frío que debería estar haciendo.
Nos gustan los cambios bruscos, saltar de la tranquilidad a la fiesta desenfrenada. Por eso la parafernalia de la nochevieja es un invento que ni pintado. Sin que haya ningún otro elemento más que la arbitrariedad para cambiar de año. Ni siquiera un acontecimiento cósmico, como el equinoccio. Nada de eso, un día cualquiera que termina un mes –que, para colmo lleva el nombre etimológicamente equivocado, porque no es el número diez, sino el doce–, nos vale para propiciar una transformación global de nuestras vidas.
Aunque sepamos que no es cierto y que al día siguiente nos levantaremos igual, como mucho con una sensación de agitación en el estómago y la cabeza algo descentrada. Y si hemos salido de fiesta, aún peor. ¡Qué bien nos lo pasamos, aunque no nos acordemos de nada! Por eso, cada año volvemos a hacer un balance y unos propósitos.
Feliz nuevo año.

1 comentario:

  1. Ante todo Feliz Año.
    Cruda realidad , pero la gente normal necesitamos "esperanza" para afrontar el nuevo año con energía y buenos propósitos. Es la sal de la vida.
    Me a gustado mucho, pero eres duro.
    Gracias, no me canso de leerte.

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