domingo, 27 de septiembre de 2020

Atacar lo indefendible

Parece que llevo una racha en la que me pide el cuerpo elogiar lo que no tiene elogio, la rutina, los mediocres… Dos veces esta semana me he tropezado con conversaciones en las redes sociales en las que se utilizaba el reguetón como sinónimo de mal gusto (bien es verdad que una de las veces, Víctor Lenore, lo decía irónicamente). Este género musical se ha convertido en la diana fácil para descalificar los peores valores de esta sociedad de comienzos de siglo. Es repetitivo, sus letras son misóginas y llenas de violencia y sexo. Algo incontestable, como la televisión basura. Pero, como la televisión basura, siempre existe la opción de cambiar de canal o de medio, apagar el aparato y buscar múltiples opciones.

El reguetón arrastra un sambenito que ya es vox populi y personalmente no me gusta, me cansa. Pero también me cansa si escucho mucho reggae, o incluso mucho blues. No digamos ya sevillanas o rumbitas. El problema es que no encuentro argumentos para atacar el reguetón que no se puedan aplicar a otras muchas músicas que gozan de un mayor prestigio. Por ejemplo, lo repetitivo del ritmo. La mayor parte del rock de los años 50 partía de los mismos ritmos. Bo Diddley, por su cuenta, puso en marcha el suyo propio, que machaconamente repitió en muchísimas composiciones. La Motown tiene un ritmillo muy característico y reconocible que asociamos a las Supremes. Denostar un estilo porque tiene siempre el mismo ritmo es tan pobre como abominar de las bulerías porque siempre se marca el mismo compás.

Se acusa a los artistas de reguetón que no “tocan” ningún instrumento. Precisamente en la Motown tenían una banda de estudio, los Funk Brothers que tocaba en todas las sesiones de grabación, o los MG’s para Atlantic. Además, precisamente ambas compañías funcionaban como una factoría, con la misma filosofía de cualquier fábrica de automóviles en Detroit. Es la misma acusación que se hace a la música disco o al house y resulta que todos acabaron haciendo música disco. Incluso Junior con Rocío Dúrcal. No puedo reprochar al reguetón que sean un invento de productores si he disfrutado de Phil Spector o de Video Killed the Radio Star, un invento del productor Trevor Horn.

El machismo y la misoginia están más que presentes en la música popular. Desde la copla, todas esas historias de mujeres despreciadas o despechadas, hasta las rumbas o músicas más aceptables. Lo curioso es comprobar que se puede acusar al reguetón de machismo y, a la vez, acusar a las feministas de censoras descocadas. Durante algunos años Loquillo dejó de interpretar La mataré, la típica historia de lo que antes se denominaba crimen pasional. Los Ronaldos hicieron en su primer disco lo que podría ser considerado una apología de la violencia de género y la violación. Es un himno del rock la versión que Jimi Hendrix hizo de Hey Joe, un tipo que había asesinado a su mujer y huía a México. Y entonces estábamos en la época hippie. Quiero recordar una vieja canción de rock, de los Teen Tops, que también estaba en el repertorio de Miguel Ríos, Popotitos:

Mi amor entero es de mi novia Popotitos.

Sus piernas son como un par de carricitos.

Y cuando a las fiestas la llevo a bailar

sus piernas flacas se parecen quebrar.

Popotitos no es un primor

pero baila que da pavor.

A mi Popotitos yo le di mi amor

Desde el punto de vista estilístico y también desde el fondo de lo que implica la letra no es muy distinto del éxito de Don Omar, Gasolina. Mucho me temo que el reguetón sufre una serie de prejuicios que derivan de su origen centro y sudamericano, de clases populares y de intenciones poco intelectuales. El reguetón es para bailar, para gozar el cuerpo, no es algo intelectual. Es el baile de los barrios bajos, como también lo fue el tango en sus inicios, una danza de muy mal gusto, propia de cuchilleros y prostitutas, de los bajos fondos. Sin embargo, con el tiempo, se estilizó, se mejoraron sus letras y tenemos grandísimos ejemplos de literatura en sus canciones. Pronto comenzarán, porque ya han comenzado, pienso en Residente y en Calle13, a tomarse en serio las capacidades líricas del ta-cum-ta-cum.

Letras tontísimas y repetitivas las tenemos desde hace muchísimo tiempo. Cuando nació el rock, que ahora es algo respetable, porque, además, tiene la obligación de ofrecer algo más, los locutores serios ridiculizaban las letras leyéndolas como poemas tradicionales, Pensemos en el clásico Be-Bop-A-Lula:

Bueno, be-bop-a-Lula, ella es mi chica.

Be-bop-a-Lula no me refiero a tal vez

Be-bop-a-Lula ella sea mi chica,

Be-bop-a-Lula no me refiero a tal vez

Be-bop-a-Lula ella es mi muñeca.

Shakespeare puro, como el reguetón. Manuel Alejandro tiene algunas de las letras más subidas de tono de la canción melódica y, por supuesto que llegó el escándalo, como con las interpretaciones de María Jiménez. Con todo no se desprestigiaba a un tipo de canción. Y sin acercarnos a los mensajes punkarras de finales de los 70 y principios de los 80. Serge Gainsburg y Je T’Aime… Moi Non Plus. Todo muy degenerado, como las alusiones a la cocaína de Cole Porter que cantaba Frank Sinatra, Ella Fitzgerald o The Jungle Brothers. Sensualidad y provocación en la bossa nova, también en la rumba aflamencada del sonido Caño Roto… Incluso Antonio Machín, con el aspecto de antiguo, pedía dos amores. Demasiados contraejemplos para quedarse sin argumentos para denostar un estilo que todo el mundo asume como despreciable, símbolo de la decadencia de este siglo.

En cambio, sí podemos buscar algunos valores, como el que sea un estilo fuera del dominio anglosajón, o que existan algunas letras que no representen el machismo clásico, como Felices los cuatro de Maluma quien opta por aprovechar la situación en lugar de portarse como el macho vengador de su honor manchado. O tibiamente feministas, al menos de fachada, como C Tangana o el denostado Bad Bunny  con Yo perreo sola. Hay mucho de prejuicio contra el estilo, prejuicios raciales porque se asocian a unas determinadas comunidades de Iberoamérica y el Caribe, que en Europa son inmigrantes. Prejuicios morales contra el baile, más aún si está lejos de cualquier mensaje y simplemente celebra la diversión y la carnalidad. Uno se queda sin argumentos para la crítica, o por lo menos, sin argumentos que no pudieran servir para apartar otras muchas músicas y estilos.

                Pero, repito, no me gusta el reguetón.

 

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