domingo, 13 de junio de 2021

Pedagogías (I)


Tengo la sensación, en estos tiempos inciertos, de que andamos un poco desconcertados ante los desafíos. Llevo algunos años dedicados a la enseñanza y me echo a temblar cada vez que se intenta solucionar cualquier problema social recurriendo a la educación. No es porque no crea que la educación no forma parte de una solución, sino porque, normalmente, eso implica recurrir a la hiperactividad arbitraria. Se trata de hacer, lo que sea, cualquier actividad, con tal, un poco de rellenar el expediente, un poco de calmar la conciencia. Creo que lo sensato sería investigar o, al menos, revisar las investigaciones sobre cómo se aborda esa cuestión desde la educación formal. (Porque esa es otra, parece que sólo sabemos educar en la institución formal de la escuela, cuando sabemos de sobra que educamos en las familias, a través de los medios de comunicación, de las leyes… )

Concienciar parece la panacea. Concienciemos sobre el medio ambiente, sobre la necesidad de leer, o sobre la violencia machista. Parece que con eso hemos logrado el objetivo. Mucho me temo que no es así. Sabemos desde hace mucho de los efectos perjudiciales del tabaco y, ni a nivel individual ni grupal hacemos demasiado por cambiar. Porque no se trata de un asunto de conciencia, sino de hábitos, de drogadicción y de intereses comerciales.

No deja de ser curioso que estados más o menos totalitarios se hayan esforzado denodadamente por transmitir sus ideologías, y que hayan tenido poco éxito. Al menos eso dicen. Por ejemplo, de la educación franquista surgieron los grandes líderes de la Transición y la democracia. O el fracaso de la ideología comunista que ha desaparecido tras la caída de la URSS, incluso entre sus nostálgicos. Sin embargo, esta afirmación está errada. En primer lugar porque hay mucho sustrato que ha sobrevivido. Por ejemplo, en España se habla del franquismo sociológico que ha perdurado muchos años después de la muerte del dictador. El “no se meta en política”, el recurso al paternalismo estatal –que no es en absoluto el Estado del Bienestar– o, sin ir más lejos, el revival franquista que estamos sufriendo en los últimos años. Lo que nos enseña este fracaso es que no todos los métodos para controlar, educar o manipular una sociedad son efectivos. O, al menos, no para todas las personas. De la misma forma que hay entrenadores de fútbol que ganan ligas con jugadores de la misma o parecida destreza, debemos concluir que hay métodos más eficientes que otros para lograr unos objetivos. Las manualidades para salvar el planeta quizás no sean la estrategia más relevante.

Un elemento fundamental para el éxito de la educación de una sociedad es que haya cierta sintonía entre lo que se pretende enseñar y los valores y prácticas propios. Como bien saben los publicistas de las grandes corporaciones, no debe utilizarse el mismo marketing para un pueblo del Medio Oeste que para Oriente Medio, para Brasil que para Dinamarca. Hay que adaptar los mensajes a los productos y también a los ecosistemas. Si, por ejemplo, todo lo americano goza de prestigio, una estrategia de éxito asociaría la hamburguesa con el estilo de vida americano. Y, si, por el contrario, lo yanqui es despreciado, a lo mejor habría que insistir en otros valores como el sabor, la facilidad o imágenes familiares. En realidad los medios no siempre están determinados por los productos. Depende el uso que se les dé. Se puede perfectamente vender como libertad de elección un menú estandarizado. La prueba de que esto funciona está en que ese tipo de campañas cuestan una inversión considerable y que efectivamente consiguen mejoras en las ventas.

Desgraciadamente estamos consternados con la avalancha de asesinatos machistas.  Y sorprendidos de la deriva que ha tenido una serie como la dedicada a Rocío Carrasco. O acostumbrados a las trifulcas indignadas sobre el uso de lenguaje inclusivo. No sé hasta qué punto todos los elementos están imbricados o si esto tiene que ver con el auge de un revanchismo viril encarnado en los valores de algunas formaciones políticas. El caso es que uno empieza a tener dudas sobre cómo hay que atender el machismo de la sociedad.

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