miércoles, 6 de abril de 2022

Reseña de Greta Solís: ‘Desgarros’. TerraIgnota. 2020

Desgarros : Solís, Greta: Amazon.es: Libros


Este es el primer poemario de Greta Solís y cuenta con el prólogo de Fernando Nobalbos Sánchez. Nos vamos a encontrar una colección de poemas que van describiendo una opción vital, a veces muy íntima y personal, en ocasiones, plural, casi generacional, en la que las propias contradicciones son asumidas con valentía: “Rayando la locura, amarrada a malos vicios” (Locura). O, en el caso de Pobre muchacha, es la descripción de un personaje: “Si en tu mano estuviera romperías la camisa, / bailarías un fandango, y saltarías, saltarías… / Charcos, mares, océanos”. La dialéctica que se establece con ese Tú tan presente al que recordar, añorar o enfrentarse: “En su sonrisa se ve el fondo del juego / y es la dueña de la tiza” (Linda).

Uno de los temas principales de los poemas es el amor, el deseo inicial, los avatares de la convivencia e incluso los duros finales: “Inercia en los silentes ojos, sin sueños, creados…” (Camisela). Encontramos elementos líricos que engarzan los poemas sin que se pueda entrever un ordenamiento narrativo. Van saltando los sentimientos de soledad (“Que de tus ausencias y tu soledad, epitafio de luna en tus pupilas, / caleidoscopios de un único solar…, ya / se encargó la bruma”, Sacrificio), a la alegría (“Pero sobre todo canta, / Canta victoria sobre mi locura, / contra mi sed y de mi hambre”, La canción). Hay poemas que recrean los inicios, la etapa del enamoramiento en la que el deseo va de la mano de la inexperiencia y el desconocimiento del otro:“¿Por qué me pides un beso? / ¿Por qué me pides entrega en fascículos de mi alma? / ¿Por qué quieres robarme y me quieres vencida?” (El beso); “¿Por qué el erotismo de tus cuadros? / Mercurio, te tomo líquido ante mí” (La entrega). Y también se reflejan los momentos más agrios, las consecuencias de un amor que maltrata, que abandona y que sufre: “Ahí donde la ven, / se enajenó de sí misma, / para gozarse en el paladar del verso, / para alimentarse del sexo de su propia esencia, / para dejar de sentir aquello que la amordazaba… // la nada” (La bruja); “Te vas en cada suspiro malgastado / en los bancos del parque / y los columpios del olvido” (Esperanza);“Agua, / vino derramado en la penumbra / del viento que te habita” (Delirio). Esta dualidad  se entiende mejor en estos versos de un poema precisamente titulado Amor: “Amor, te beatifico. / Eres Santa Pasión. Santa Entrega. / Todopoderoso y esclavista sentimiento”.

Pero, a pesar del desengaño, hay esperanza en los versos de Greta Solís, existe una ilusión entre los desgarros: “Y entre comas, y puntos y aparte, / le metemos algún paréntesis. / para dar sentido a la frase / y que haga menos daño” (La mala comunicación). Entre los versos encontramos una ayuda, un remedio, una defensa: “Ella, usando de escudo la vida” (Ella y él); “Alza los ojos y pide un cuchillo. / NO lo quiere en su carne, / No lo pide en su pecho, / no busca hacer sangre, // –corta mis hilos– la pide” (Los hilos). Incluso tiene la lucidez de comprender cómo todo tiene un zona tenebrosa, un peligro que acecha por mucho que las intenciones vayan en serio: “Te ofrecí un caldito caliente / de esos de restañar heridas y cerrar resfriados, / y al asirlo te quemaste las manos sin piel” (La melancolía). Y por mucho que el paso del tiempo pueda ayudar a la comprensión, a la intimidad mutua: “Solo cepilla su pelo, con la erótica de la que se entregaron y la incomodidad del que lo presencia” (Amor viejo).

Los desgarros del título van en este sentido, en el de resaltar todo lo que puede hacer sufrir una relación, por muy cuidada que esté. Si en un caso “Era ella una loca bestia destetada temprano” (Ella), en otras el riesgo está en la amenaza: “Caro dulce, Caro juego. / Caro caro, el precio del miedo” (Mis niños). Y si bien el amor está contemplado en todas sus caras y matices, dentro y fuera de la familia y el sexo, hay, sin duda una voluntad de ironía y de despecho: “Y en esta noche, / el verbo encorsetado / se desprende del corpiño de puta / tan putas conveniencias” (Las apariencias); “Abraro el nervo del lactante, / la erección del amante, / la entrega del condenado. // Mírame tomar carrerilla, / ese cabrón precipitado… /…/ Salivo un mar negro de violencia y convulsiones. / Y me atrevo. Y lo giro” (Atreverse (excitación)). Casi en forma de aforismo, tiene razón cuando señala que “Utopía tiene nombre de señorona”.

A pesar de todo continúa el amor, aunque suceda de unos amantes a otros: “Y sigues picando en barro. / Pero tu sonrisa le gana al sol” (Nochebuena). O pueda refugiarse en la ilusión (“Asolado páramo donde pernoctar / licántropo de pelo ancho y pluma erecta, / rasgando en jirones mi impaciencia / con inanes colmillos apoyados en mi piel”, En mis sueños) o en la nostalgia (“En algún momento, / el amor fue amor, / y se sentó a mi mesa, / y partió la sandía, / escanció el vino / y me señaló con sus largos dedos / reservando habitación para largo / y desayunamos comiéndonos a besos”, Érase una vez el amor).

La autora juega con distintos tonos y ritmos, por diferentes estrofas y verso libre: “Por saber de tu importancia, / barquitos en el estanque de mi pequeño sueño, / rodara calle abajo cuando apareciste” (Aquel día). Alterna poemas que resultan luminosos (“He creído ver su sonrisa / y resalando por su pecho de plumas blancas / la sangre de mis intenciones / los jirones de mis sueños y / la bondad que me habitaba”, Codicia); otros en los que se resalta la incertidumbre (“Y me dejo flotar, / en esa corriente de agua inventada, / en la que pelea lo caliente y lo frío / y la lo frío lleva ventaja”, El mar y el desierto) o la añoranza (“¡Qué ganas de pronunciarte en el calor / de la cocina de hierro”, Mi yo descreído). Pero, sobre todo hay que destacar la mirada ácida, hiriente de algunos momentos: “Caballero, el acero de tu espada, / mira, pintan bastos, / como mi risa cristalina nace de tu empuje, / y tu acero entre mis piernas, / se vuelve endeble, se tambalea” (La dama).

Me gustaría quedarme con la sensación de esperanza, de reconciliación con el amor y con el futuro tras el sufrimiento. Contraponer los momentos más tristes como “Y yo te espero entre enojos cargada / de fruta fresca para tu sed de sangre” (Tirititero) o “Ahora que agacé las orejas y / danzo alocada por un mendrugo de pan duro  y / una mano lánguida en el lomo” (Sortilegio) con ese espíritu indómito del que hace gala: “Si de mí dependiera, // anhelar sería verbo sagrado, / y en lo oblicuo de un nombre, / la mar no tendría ciénagas, / con su rana y beso /…/ Si de mí dependiera, / todos mis silencios gritarían / en las hojas de té que aborrezco, / y hastiada, / volvería a ser lo que era… // silencio” (Silencio). Aunque “olvidemos caminar” (La maraña), siempre haya un motivo para volver a la pasión y el deseo:

“Subo a este atril, amando…

Ven, declamo con tus alas de amapola

el verso encendido en tu lengua,

antes que mi beso beba su aire.

/…/

Ven, ven….

Susúrrame, jazmín encendido y canela” (Jazmín y canela)

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