miércoles, 3 de julio de 2024

Reseña de María Marín: ‘Lo que se hunde’. Ed. Liliputienses. 2024

 María Marín: Lo que se hunde


Lo que se hunde es el tercer poemario de María Marín tras El desafortunado intento (Boria, 2018) y Mover de sitio los espejos (Colectivo Iletrados, 2022). A partir de un núcleo temático, se agrupa una cautivadora colección de poemas, a veces muy sutiles, otras veces más conversacionales para explorar los rincones más íntimos, más oscuros. Ahonda, nunca mejor dicho, en las emociones y las experiencias vitales menos luminosas, en cierta manera: “si yo cierro ahora estos ojos, // pararé el mundo en este instante, / y se enmarcará el fotograma para / siempre y desde entonces y // no habrá nada más que esta imagen / que solo ve estos ojos / que ahora cierro”. Así da comienzo este poemario.

Desde este primer poema, María Marín establece un tono emocionalmente resonante que se mantiene a lo largo de todo el libro. Sus versos, llenos de imágenes vívidas y sentimientos auténticos, nos invitan a una reflexión profunda sobre la naturaleza de la pérdida y la búsqueda constante de significado. Dividido en tres partes, Nivel del mar, Inmersión y El fondo gradúa la emoción por la profundidad.

A la primera parte pertenecen estos versos iniciales: “Nadar en el agua / quedar suspendidos en ella, / es lo más parecido / que tendremos nunca / a parar el tiempo, / lo más parecido / que tendremos nunca / a volar. // Aunque el agua sea negra / y nosotros estemos ya / muy cerca del fondo”. Que se contraponen a desgarradores lamentos: “Dime, mamá, que mirarás si te llamo”. Uno de los aspectos más destacados de Lo que se hunde es la forma en que la autora maneja el lenguaje. Su uso de metáforas y símbolos es notable por lo concreto del campo semántico elegido, creando una rica textura que añade múltiples capas de interpretación a cada poema. La imagen del mar como un símbolo recurrente de la eternidad y la transición, así como de la parte menos conocida de lo íntimo.

Como decíamos, Inmersión es la segunda sección, que ocupa la mayor parte del volumen. Retoma Mover de sitio los espejos: “No me gusta mover de sitio / los espejos. / Lo que se refleja dentro / tiene también que moverse /…/ Pero es peor taparlos, / mucho peor”. Hay, por supuesto, ecos de Pizarnik o de Sylvia Plath: “Algún día pasará: / se abrirán las puertas, / el bosque no dejará entrar /…/ un manto de flores acogerá mi cuerpo / y lo pintará de brillante carmín y / desde el cielo de la noche me verás / la estrellas, y me devolverán la sonrisa /…/ al fin sobre el descanso, / por y para siempre, / de las flores rojas”. La desolación en la que nos introduce poco a poco la autora: “Nadie entrará, pero ahora tú también / estás a oscuras”; “La oscuridad no sabes dónde termina. / siente el suelo sosteniendo tu cuerpo /…/ El silencio hacen la oscuridad más infinita”. Lo que se hunde no es solo una exploración de emociones personales; también aborda temas universales como la naturaleza, el paso del tiempo y la espiritualidad. En cierta forma, la autora reflexiona sobre la conexión entre el ser humano y el mundo natural, ofreciendo una perspectiva introspectiva que invita a la contemplación.

María Marín demuestra una notable capacidad para conectar a nivel emocional,  explorando la complejidad de las relaciones humanas con una honestidad y una vulnerabilidad que son profundamente conmovedoras. Destacan no solo por su belleza literaria, sino también por su capacidad para resonar con las experiencias universales de la vida: “Como en un barco antiguo, / hundido hace siglos en algún / instante fuera del tiempo, / carcomido y cubierto de otras muertes, / reflota un cuerpo ahogado, / y devuélvelo a la vida / después del naufragio”. son gritos en voz baja, que reclaman: “No saldré nunca de aquí. / No quiero /…/ Todo lo que necesito lo tengo dentro /…/ Todas las que quieran / ya estás aquí dentro, / conmigo”; “Yo nací muerto. / Muestra clínicamente. / La reanimación dura / lo que dura un parpadeo / o una vida, una explosión /…/ Lo que vino después fue un sueño / algo parecido a esa otra cosa / que debo ser vivir” (Lo que dura un parpadeo).

La complejidad de las relaciones en un mundo donde no somos capaces de alcanzar la verdad íntima del otro, donde no somos capaces de entender lo efímero: “Que a veces la luz / impide ver el fondo, / que a veces todo / se ve mejor a oscuras”; “El mundo es demasiado ruidoso / para mí. / Solo quiero que se callen”; “Que si algo sé de mí / es que nunca sabré nada importante. / No hasta volver a encontrase / fuerte al espejo / y ver dentro del llano o/ algo que rotundamente diga: «tranquila, estás en casa»”. Expresa la profundidad como una perspectiva de desolación de desconfianza, de necesidad de huida: “Hablarás del mundo como si existiera /…/ Y yo quisiera certezas y las ganas y / hablar del mundo / hablar de la vida o del amor / aunque no existen”; “Y no ser jamás nada / salvo un charco de agua negra / sobre el que se refleja / los fantasmas cuando llueve”. La necesidad de desaparecer descrita de manera rotunda en el poema que da título al libro: “Lo que se hunde tiene otra naturaleza /…/ Lo que se hunde disfruta la caída / –el hundimiento. / El viaje hasta abajo /…/ Pero lo que se hunde / ya no puede volver atrás / lo que se hunde / también termina / por ahogarse” (Lo que se hunde).

Por último, en El fondo, se describen las consecuencias de esta profundidad emocional: “Pero qué parte si no hay quién quiera oír, / si tampoco si alguien se abrazaría / a un cuerpo muerto, / si tampoco sé si quiero / que me encuentren”. En el balance se vuelve la vista atrás, aunque “La memoria es un sitio peligroso. / Y pensar es muy desordenado”. Recuerdos muy intensos de la infancia (“Mamá, no puedo dormir, / cuéntame un cuento, dime /…/ pero no me despiertes, / no me despiertes”) conducen al desamparo más absoluto, como Alfonsina Storni o Virginia Woolf: “Llevadme al mar. / Ya he llenado de piedras / mis bolsillos”.

Lo que se hunde es una obra que destaca por su belleza literaria pero sobre todo por su capacidad para elegir imágenes de gran profundidad emocional. María Marín no pretende deleitar con su estilo y su técnica, sino invitar a un naufragio revelador del alma humana: “cada mañana y todas las noches, / me digo: “no dejes que se rompa, / no dejes que se rompa”, // y apago las luces”.

 

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