domingo, 21 de julio de 2024

Reseña de Patricia Iniesto: ‘Cosmogonía de la luz y del invierno’. Oblícuas. 2021.

 502. Portada Cosmogonía (baja)


Patricia Iniesto es licenciada en Filología Hispánica y máster en El Mundo Clásico y su Proyección en la Cultura Occidental. Actualmente ejerce como profesora de Lengua Castellana y Literatura en un Instituto de Enseñanza Secundaria de Madrid. Poemas suyos han aparecido en Cuadernos del matemático, Sapos y culebras, Vuela palabra, Vórtice o Altazor. Este es su primer poemario con el que consiguió el Primer premio La Nuca XIII.. Luego vendrán La forma del viento (Ediciones Vitruvio, 2022) y el recientísimo Toda palabra es una duda (BajAmar, 2024).

Este primer poemario cuenta con el prólogo de Alberto Trinidad y es una revisión, una mirada hacia el pasado que asume con una cita inicial del Popol Vuh. La primera parte se centra más en los primeros años, Cosmogonía, “Mi mundo fue una vez una epopeya sin héroes clásicos”. Son poemas muy significativos, Patricia Iniesto parte de un elemento cotidiano y construye un poema emotivo y sincero, directo y sin artificios: “Yo guardo, en un cajón cualquiera, / todo lo que cojea en la memoria. /…/  A veces abordo entusiasmada los viejos cuadernos /…/ Rebusco, finjo que vigilo, compruebo / que sobrevivo a su sereno alboroto, / a sus huecos impensables, a toda la prosa / que acecha tras los centímetros cuadrados / en los que atesoro toda esa cosmogonía / secreta” (Cosmogonía).  Asistimos a los paisajes de su infancia: “Hubo una vez un mundo que cabía / en la ventana de un piso bajo, /…/ Hubo un mundo que construía / su paraíso con el barro agnóstico / de la infancia en un tiempo todavía / sin noción de sí mismo” (Hubo una vez); “En un aula cualquiera de un año que se reinventa en mi memoria. / No importa el día de la semana, no importa la estacón del año / ni la latitud. / Ícaro espera mi respuesta con derrotada paciencia. /…/ Me empeñé en que solo me gustara el final de tu historia” (El vuelo de Ícaro). Incluso a las pequeñas contrariedades de las que saca mucho más que la simple anécdota: “Aprendiste a contener con tu aliento / las palabras enjauladas, / a apresar el murmullo / de todos los secretos mal guardados” (Ortodoncia). Encontramos aciertos llenos de ironía y verdad como en Sísifo: “El cuerpo no siempre entiende / los matices del lenguaje figurado. /…/ Nunca distinguirá entre el peso de la emoción / y los kilos de materia que tiran / de ti o te empujan hacia el otro extremo, / probablemente remoto”.

La luz es el nombre de la sección central, que más que servir de gozne, es una declaración de intenciones, una identidad en construcción: “Ignora que el punto de ebullición de algunos / recuerdos es de cuarenta y un grados a la sombra / y que hay heridas que cicatrizan a doble espacio, / siempre en times new roman, siempre en los monotemas / censurados no en la boca, sino en la parte más oculta / de su orografía” (Insomnio); “El termómetro azota con fatiga / la atmósfera arenosa de los sueños” (Frecuencia modulada). Como en la sección anterior, los acontecimientos toman una trascendencia que puede ser compartida: “Olvidará otra vez el verano su contorno. /  Todo se hundirá en la memoria desdentada / de los charcos, en el silabeo precoz y mutilado / de la tarde”. Son memorables las imágenes, como decíamos, que se mueven en la ironía y la imaginación poética: “El otoño, en algunas zonas de nuestra geografía, / es una especie en peligro de extinción. /…/ Habita preferiblemente en los charcos y en / las luces prematuras de las farolas / y tiene predilección por ciertas palabras, / muy desgastadas ya por el uso literario” (Otoño). Y especialmente precioso el largo poema Distancia.

En cambio, la última parte, El escozor del hielo, está llena de sufrimiento. Cambiamos la estación del otoño: “Cuando lo entendí / ya era tarde y el invierno había llegado /…/ No solo el paisaje había cambiado / también  el idioma con que se traduce / el escozor del hielo”. En estos últimos versos se adentra en la desolación: “No se aprende a ser cicatriz sin haber intentado silenciar la escarcha, / sin haber sobrevivido al dolor de la sutura”; “La primavera llegará a los centros comerciales mucho antes de que tus dedos hayan aprendido a fundir la escarcha” (18 de febrero). Se suceden los momentos de desamparo: “Todos los epílogos los consumió / el domingo, recomponiendo unas veces, desdibujando otras, los restos imprecisos / de otros días” (Desayuno con diamantes); “No sé qué hacer con este invierno tan seco”o “Hay días que se hicieron para recordar que / la lluvia es solo una herida muda / que nos muerde por dentro” (Hora punta).

Esta sección trata de comprender cómo pudo sobrellevar  un periodo vital difícil, en el que “Hicimos leña del árbol caído / como única forma de / sobrevivir al invierno”. La compañía no contribuyó a la sanación, al contrario,  “Nos hicimos adictos al invierno / a sus huesos de escarcha, al vaho / de las ventanas de los viernes por la tarde” (Atrapado en el tiempo). El poema final es un hermoso canto a la resistencia, casi a la esperanza:

“Volvieron los viejos tiempos.

Y trajeron sobre sus espaldas

los restos de todas las vocales heridas,

las piedras con las que tropezamos

tantas veces,

el polvo que nos amordazaba

con los labios enjaulados

con que bailan los muertos” (Viejos tiempos)

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