domingo, 21 de enero de 2024

Reseña de Antoni Sanchiz: ‘Lobos que miran desde los pies de la cama’. Boria. 2023

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Antoni Sanchiz es administrador de sistemas de TI y publicó en 2010, Depósitodeversos.  También tiene obras de poesía visual, plaquettes y participa en revistas, sin embargo, prefiere un “verso en vivo”. El prólogo de Carlos S. Ohmo Bau señala que “Estamos ante un enorme canto. Un enorme canto a la pérdida y, aunque pueda parecer paradójico, un canto enmarca al encuentro y al recuerdo”.

Lobos que miran desde los pies de la cama es un poemario simbólico, que recurre a lo más arcano de los símbolos y que los escoge con cuidado. Por mucho que se adentre en los miedos más atávicos, hay que tener la precaución porque “No todo son espejos, / no todos los espejos están / rotos /…/ No todas / las miradas / son espejos del alma”. La habilidad poética debe conjurar las conexiones que no son evidentes, que implican la intimidad de los paisajes, los objetos y las personas: “El silencio, al final solo el silencio, tu mirada plena / y una sonrisa cómplice”.

Antoni Sanchiz está conjurando los peligros más oscuros, los miedos más ancestrales: “los monstruos miran, solo miran en silencio, plantados, quietos”; “No pueden / evitar / saber / que somos el callejón oscuro, la puerta sirven, / el ojo del cíclope”. Justo en la mitad del poemario aparece el leit motiv del volumen: “No aúllan / los lobos / solo miran, / serios, / donde los pies de la cama”.

Los poemas van girando alrededor de esos miedos: “sin posibilidad / de olvido / el miedo entre un beso y una lágrima tan invisible / como / real”. Abarcan las intimidades personales, “La lucha callada / de tu cuerpo / contra tu cuerpo, / tu carne regad / de químicos necesarios e implacables”. Esa sensación corporal ocupa una sensación no desdeñables: “Tu cuerpo / breve suspiro entre mis brazos asustados, / tu alma / yéndose / con las sombras /…/ Las lágrimas / que me hacen ver / que jamás / salí de Ítaca / que el viaje largo / y peligroso / a Ítaca / que tu cuerpo breve / entre mis brazos perdidos / en Ítaca”.

Va más allá de lo meramente confesional para alcanzar, a través de las imágenes, un mundo mítico, una fuerza expresiva que se derrama sobre las relaciones: “Nuestro abrazo / y ello es medio, / babosa, fría, pegándose / a la piel / sobando lo que es solo nuestro, / lo más antiguo e íntimo / que tenemos, / colándose entre nuestra amistas ya casi anciana, / entre nuestros miedos cómplices”. Un cuestionamiento básico de esas relaciones: “Milito en el lado de los seis lados /…/ Milito en el miedo íntimo, enorme como un grano de sal, / a perder / tu amor”.

Además de las referencias míticas (¡Procece Ioan / a los dioses de máscaras verdes!”) y de simbología (“Y ¿qué opción quedaba si los dos éramos agua / y nos metimos / en la misma cama?”) hay otras más contemporáneas (“Una pirueta / de Mishima tras la escoba”). Hay dolor y sufrimiento por la incomunicación: “Silencio como único muro / ante la caprichosa muerte acechante”; “Lloran todos en silencio / como queriendo apagar el infierno”. En contraposición, y sin sarcasmo, hay constancia de una opción que el destino, o los dioses, guardan para escapar del dolor: “Ante ti / me inclino dichoso, feliz, / ante ti me inclino afortunado, / agradezco a los dioses / de las máscaras verdes”. Quizás la alternativa solo sea el fingir la felicidad que los dioses nos esconden:

“Podríamos decir las calladas verduras

que el mar nos escupe a la cara el discurso en cada diario

/…/

También, amor, sería adecuado

bailar un pasodoble inspirado

y sonreír más allá de la sombra, hasta la carcajada incontrolable

 

celebrando toda la que tenemos

por celebrar,

O quizás deberíamos dejar el plural

y llorar la certeza de una  mentira suave,

blanda, antigua

Abandonar el plural,

continuar

fingiendo que es dolor

el dolor que en verdad siento”

 Gran parte de este poemario se apoya en la nostalgia y la elegía: “Silencio roto, silencio decorado / por un marco / fantasma perdido”; “La eternidad / como una caricia sin fin / en los recuerdos” (Requiem). Y es que el sufrimiento proviene del deseo y del miedo, así como del recuerdo: “El miedo inevitable cuando la vida / es una larga soledad acompañada, / el miedo es la soledad verdadera”; “tan solo he sido / un hombre / enamorado, / tan solo / so / un niño / asustado”.

Antonio Sanchiz nos ha mostrado el poema desde las entrañas, cuando las palabras son insuficientes, cuando hay que recurrir a todos los fantasmas que habitan en el lenguaje para alargar los pequeños destellos de felicidad: “intento / una sonrisa / para recuperar la tuya un instante / pero la sal / se hace blanca terraza de piedra / sobre mis labios”. Un poemario sobre el miedo ancestral, básico de la vida que no puede, ni debe, renunciar a lo más terrible que nos acompaña como un ángel terrible:

“Dormida te abrazo con toda la vida de que soy capaz,

ellos enseñan

sus colmillos,

ellos sonríen

y

callan.

 

Ellos ahí,

lobos que miran desde los pies

de la cama”

 

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