Antonio Rivero Taravillo, poeta, traductor y ensayista sevillano, vuelve con el intenso Un invierno en otoño, obra galardonada con el XXV Premio de Poesía ‘Paul Beckett’ y publicada por la editorial BajAmar en 2025. El jurado destacó “el oficio y los logros estilísticos; su diálogo con la tradición hispánica y anglosajona; y la reflexión metafísica sobre la enfermedad”. Desde el primer verso, Riviero Taravillo nos introduce en un escenario introspectivo, donde la fragilidad humana más radical, el proceso de una enfermedad vivida en primera persona, se convierte en el centro de una meditación poética. “Con el miedo de un pájaro me adentro / en el proscenio de lo desconocido. / Mucho contra el pánico escénico / como un autor bisoño sobre tablas / que jamás ha pisado, / y en los que definitivamente querría / no haber estrenado jamás” escribe en Biopsia, marcando así el tono general del libro: una búsqueda de sentido en medio del desconcierto que provocan la enfermedad y el paso del tiempo. A lo largo del poemario, la voz lírica se enfrenta al cuerpo como territorio invadido: “Ahora habita / un extraño mi cuerpo. Se ha infiltrado / y ya no queda rastro de los límites. / Soy coto en el que caza ese furtivo” (Intenso), imagen que convierte la experiencia de lo físico en un espacio de tensión existencial. Otras imágenes cursan la visión paradójica de esta enfermedad: “El hambre es sanación. No doy alimento / al monstruo que quisiera devorarme” (Ayuno intermitente); “Este otro parásito que une / a la mía su suerte, sin embargo, / en un riesgo en mi tronco que me afecta / de raíces a copas” (Parásito); “He visto escapar de entre mis manos / aquello que un día acaricie” (Lines to confort himself).
Uno de los mayores logros de Un invierno en otoño es su capacidad para articular lo personal con lo universal. El yo poético no se limita a la autorreferencia, sino que se convierte en un espejo en el que muchos pueden verse reflejados. Esto se logra mediante una poesía contenida, precisa, y de alta elaboración estilística. El lenguaje de Taravillo es pulcro y sobrio, pero no por ello distante; al contrario, cada palabra parece escogida con el cuidado de quien está haciendo un inventario emocional de su vida: “Hay una intensidad en el peligro / que no alcanza la paz si esta no siente / el hálito del riesgo y la amenaza. / Cuidamos más la piedra quebradiza / en nuestras manos pobres / que el lingote macizo, indestructible” (Intensidad).
El poeta no rehúye la espiritualidad, pero no se entrega a ella de forma ingenua. En La fe de mis mayores, escribe: “Rezo ahora lo que rezaron ellos / y pido por la fe que me consuela” (La fe de mis mayores), mostrando una fe heredada, puesta a prueba por la experiencia, pero que aún ofrece consuelo. En esta línea, el poema Alijo de Dios brilla especialmente: “un alijo de Dios, de contrabando, / se cuela entre mis horas más desnudas. / Con clase destina fe viste las dudas”, donde la imagen de la divinidad se cuela como un susurro clandestino, una presencia apenas insinuada pero profundamente sentida. Otros poemas también reflexionan sobre la necesidad de trascendencia como en Adiós, afasia (“Vuelven las oraciones a los labios / como tanteos / de alguien que no hablaba desde que era joven”) o Quienes rezan por mí (“Quienes rezan por mi otorgan ánimo. / Al suplicar consigues lo que ruegan. / Venga lo demás por añadidura”). Es de tal manera que impregna todo el proceso: “Imágenes, sonidos, letras, todo / aquello que se vuelve letanía / y un salmo que canta: ‘Te queremos’” (Otras oraciones); “Son las pastillas / las cuentas de un rosario con que reza / mi vida por su vida” (Pastillas).
La perspectiva que da la enfermedad, como la da el paso del tiempo, es que la verdad desagradable asoma: “Jamás la vida es –será– tanto tesoros / como a tu lado” (Vendrán tiempos peores). La actitud de que el autor se propone es la de ir a lo esencial: “Dejo atrás lo superfluo, suelto lastre. / La privación también tiene su dádiva” (Lo superfluo); “Creía estar de vuelta, pero iba / camino de estas nuevas enseñanzas / que el tiempo se aprestaba a dedicarme” (Creía estar de vuelta). No todo es dolor o resignación. Hay una sabiduría que se va destilando a lo largo del libro, una aceptación progresiva: “Esta noche un avión despegará sin mí, / pero no importa” (En otras nubes); “Si pierdo peso, pero en experiencia. / De la cartera abierta de mí mismo / saco las piedras con que me construyo” (Algo sobre urbanismo y las catástrofes). Esta visión serena de la vida, incluso en medio de la adversidad, hace que el libro no caiga en el lamento, sino que se eleve como un canto de lucidez: “en el muy poco tiempo en el que vivo / y puedo hacer de mí lo que deseo /…/ en esos ratos, digo, entonces, fiel, / aún traduzco poemas. Los rehago” (Despojamiento).
La muerte, inevitable sombra en un libro que dialoga con la enfermedad, aparece en múltiples formas. A veces como una ausencia que se quiere llenar, como en Un reencuentro aplazado, dedicado a una madre fallecida por cáncer: “Lo que pudo haber sido un inminente / reencuentro tuyo y mío, / de tu cáncer de mama hace ya décadas /…/ También quiero abrazarte, pero espera, / te debo esta victoria: / sigo vivo por ti. Mientras yo viva, / tú no habrás muerto” (Un reencuentro aplazado). Otras veces, se presenta como una posibilidad lejana pero tangible, como en Nado: “Aún tengo que nada, y lo hago. Nado. / Muchas orillas quedan por delante”. Aquí, la resistencia vital se convierte en un acto poético de afirmación frente al fin.
El estilo de Rivero Taravillo recuerda por momentos a Ángel González, especialmente en su capacidad de condensar emociones intensas en versos aparentemente sencillos, como en El regalo de vivir: “Cada instante me cuesta una fortuna, / y aunque lo pago sin regatear / el precio me parece regalado”. Hay aquí una economía del lenguaje que, lejos de empobrecer la emoción, la concentra y la potencia. En Un invierno en otoño encontramos también un cierto tono celebratorio de la vida a pesar de todas las dificultades: “El año acaba, y yo sigo viviendo. / Aunque calderilla, cómo aprecio / este tesoro inigualable” (Aguinaldo). Especialmente en lo referente a los afectos: “Qué difícil es dar con la oportuna tecla / si de escribirte se trata un poema de amar” (Difícil) o el emocionante Penélope: “Te esperaré / –tuya será la larga travesía–, / besando tu recuerdo que me tumba, / en el Hades de sombra y de amnesia”.
En definitiva, este poemario se lee como quien escucha una confesión sin estridencias, con la calma de quien ha mirado a los ojos a sus propios miedos y ha decidido vivir con ellos. Es un testimonio de resistencia, de belleza discreta, de amor por la vida en las dificultades más radicales. Solo queda desearle lo mejor en su lucha mientras disfrutamos con estos versos tan intensos.
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