domingo, 10 de julio de 2016

Sobre el Secreto Barroco: de Baltasar Gracián a Bob Dylan




Barroco : Célebre método de ocultación
Andrés Bauman: Barbarismos

No podemos negar que existen una serie de condiciones psicobiológicas para el secreto, pero también otros condicionamientos sociales y prácticas culturales que pueden facilitar o estorbar la posibilidad de guardar o compartir secretos, que establecerán un canon en la utilización de éste. Simmel afirmaba que las estructuras sociológicas varían de acuerdo a la tolerancia hacia la falsedad que operan en ellas.

Del estudio sociológico del secreto (Gallego Dueñas 2011) se desprende, más allá de las circunstancias, hábitos y personalidades individuales, un mar de fondo que impregna las prácticas y las dota de sentido. Podríamos determinar varios modos de tratar con el secreto, ciertos modelos de management. Definiremos básicamente dos polos a los que denominamos Secreto Barroco y Secreto Posmoderno, con una transparente bisagra esencial que supuso la Ilustración.
El Secreto Barroco
Para el Secreto Barroco, como bien enseñaba Baltasar Gracián, el mundo es apariencia y hay que lidiar con ella, con máscaras, engaños, disimulo y adulación. Más aún, en una sociedad pérfida, máscaras, engaños, disimulo y prudencia son los ingredientes de la socialidad bien entendida. El secreto barroco es el mantenido, el que facilita la socialidad porque oculta lo incómodo de la persona, lo vergonzoso en una sociedad regida por la honra.
La propia convivencia a través de la máscara (Iglesias 2006) es un arte: “todo hombre sabe a tosco sin el artificio” nos dice en el Oráculo manual (Gracian 1648 af. 12). Sin embargo recomienda “no ser tenido por hombre de artificio” (ID af. 219). Para el hombre barroco, disfrazándose se llega a ser uno mismo, el personaje es la verdadera persona, el disfraz es una verdad: “La buena exterioridad es la mejor recomendación de la perfección interior” (ID af. 130). El mundo de las apariencias, el de las pasiones frías (R. de la Flor 2005) es el ecosistema del imaginario barroco donde “las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen” (Gracian 1648, af. 99) porque “lo primero con que topamos no son las esencias de las cosas, sino las apariencias. Por lo exterior se viene en conocimiento de lo interior” (Gracian 1729, XII). Gracián, como hombre de mundo previene de los riesgos de la vida en sociedad de las apariencias, pero como moralista utiliza esa prevención para forzar la recta conducta: “obrar siempre como a vista” (Gracian 1648, af. 297).
Las cualidades de disimulación, además de un componente moral tienen un componente defensivo: “pecho sin secretos es carta abierta” (ID af. 179). Y además poseen un componente estético: “el jugar a juego descubierto ni es de utilidad ni de gusto” (ID af. 3). La transparencia está totalmente proscrita, “no ser de vidrio en el trato, y menos en la amistad” (ID af. 179) pero sigue la prohibición de mentir: “Sin mentir no decir todas las verdades (…). No todas las verdades se pueden decir, unas porque me importan a mí, otras porque al otro” (ID af. 181). Lo que se propugna es la gestión de la verdad:
“Saber jugar de la verdad. Es peligrosa, pero el hombre de bien no puede dejar de decirla, ahí es menester el artificio (…). Con el buen entendedor basta brujulear, y cuando nada bastare entre el caso de enmudecer” (ID af. 210)
Gracián tiene como objetivo de sus obras enseñar “al hombre errante a moverse por el laberinto de la sociedad, sin caer víctima de los engaños, de los timos y de las trampas” (Perniola 2008: 112). Para Perniola esto es síntoma de una democratización de la vida afectiva ante el vacío de poder entre el súbdito y el rey. En cierta manera Gracián hace del secreto cotidiano algo político: “nunca partir secretos con mayores” dice en el Oráculo Manual (af. 237) puesto que confesar los propios te deja en desventaja y escuchar los ajenos suscita recelos. Parte Gracián de la muy pesimista premisa de que el mundo es un enemigo,
“Al pronto dijo Critilo: -Este ciego ha de ser nuestra guía, que sólo los ciegos, sordos y mudos pueden ya vivir en el mundo; tomemos esta lección: seamos ciegos para los desdoros ajenos, mudos para no zaherirnos ni lactarnos conciliando odio con la murmuración, en la recíproca venganza; seamos sordos, para no hacer caso de lo que dirán” (Gracián 1708, vol 2 300)
Pero es en el siguiente aforismo en el que se resume la postura de Gracián, lo que hemos llamado el Secreto Barroco: “El que comunicó sus secretos a otro hízose esclavo de él (…). Los secretos, pues, ni oírlos, ni decirlos” (Gracian 1648, af. 237)
El Secreto Posmoderno
El Iluminismo pretendió acabar con cada resto de oscuridad, liberar al hombre de los miedos, de lo desconocido. La episteme moderna condena el secreto como una traición. Traición a los demás, pero sobre todo a uno mismo. No deben existir secretos ni aun los que uno mismo ignore, por lo que comienza la colonización del inconsciente freudiano, la privatización de la vida pública (Sennett 1977). Rousseau es el principal implicado en esta trama (Starobinski 1983). La conspiración contra la máscara tendrá su autor intelectual en el ginebrino, pero hasta que la playa no aparezca bajo los adoquines, habrá un periodo de transición en los que el ideal sobre el secreto se transformará. De recetarse el secreto como medicina para la sociedad, se pasará al balneario que quite las pieles muertas y descubra a cada uno tal como es.
El ideal de transparencia ilustrado se mantendrá en el imaginario colectivo como un ideal revolucionario (Benjamin 1959). Si la Ilustración intentó el mundo de la transparencia, el psicoanálisis, la guerra fría, el desencanto de las ideologías, la sociedad de la información convirtió el secreto en un tormento (Shils 1956). Si los secretos existen, hablemos de ellos. La socialidad ya no se basará en ocultar la parte menos aparente de nuestra vida; no es tampoco la franqueza y la honestidad brutal libre de secretos; la neobarroca (Calabrese 1999) socialidad posmoderna se basa en poseer información oculta para divulgarla, tener secretos para liberarse de ellos, dilapidar la privacidad para alcanzar la conectividad social. La posmodernidad encuentra su esencia en la dialéctica polimorfa y contradictoria. La consigna es ser sinceros, transparentes, decir las cosas a la cara… pero tener secretos. Secretos como una propiedad privada, un tesoro interno que nos hace valiosos, orgullosos de poseerlos. Secretos en suma, como un capital interno, personal, revalorizable. Pero, a la vez, los secretos implican una mancha en el cristal transparente. Los secretos están para contarlos. La comunión del secreto, el secreto como un autosacrificio. El posmoderno es consciente de sus secretos y, quizás dentro de una política de reducción de daños, los cuenta, los confiesa, los comparte, los expone. Foucault lo sentenció, estamos en una sociedad confesante. Pero ahora se cuentan, no como penitencia, sino como forma de socialidad. Se pasa de ocultarlos para convivir a contarlos para convivir.
En la era de la comunicación y de la imagen, como cantaba Dylan en Like a Rolling Stone, “you are invisible now, you have no secrets… to conceal”.

4 comentarios:

  1. ¡Qué buenísima reflexión! Y gracias por Gracián, que es uno de los grandes, aunque sus escritos casi permanezcan secretos.

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    1. Gracias, Daniel. Gracián es un genio. Y su teoría sobre la metáfora es de lo más interesante que hay sobre el tema.

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  2. Estoy en una dicotomía moral, existencial.Cuál prefieres?

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    1. En realidad creo que prefiero el secreto barroco. Ni oírlos, ni decirlos. Soy bastante poco cotilla.

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