miércoles, 14 de febrero de 2018

Reseña de Sara Teasdale: “Luces de Nueva York y otros poemas”. Ravenswood Books Editorial. 2017. Edición, selección, traducción e ilustraciones de Hilario Barrero.



Sara Teasdale es una poeta mayormente inédita en nuestro país. De hecho, acaba de aparecer la traducción de “Canciones de amor” el año pasado con traducción de María Ramos. Gozó de cierta notoriedad, siendo la primera mujer en ganar el Premio de Poesía de la Universidad de Columbia (actualmente premio Pulitzer de poesía) entre otros galardones. Sin embargo, pasó su momento y fue calificada por la crítica como poco sofisticada. El carácter aparentemente sencillo pero muy musical de sus composiciones ha favorecido que sus letras sean musicadas en la música popular americana.

            Sara Teasdale es una poeta romántica en el sentido de que sus temas principales incluyen el amor, la belleza y la muerte, como bien señala Hilario Barrero en el prólogo, estuvo atormentada pro la ausencia del amante. Lo más interesante de esta recopilación es su carácter temático, centrándose en poemas urbanos, versos de arte mayor para atender al progreso, los rascacielos, el bullicio de la ciudad y de sus gentes. La mayoría de estos poemas salen de su libro de título manriqueño Rivers to de Sea.

“Después de un año he vuelto de nuevo al lugar;
las luces incansables y el eco,
el irritado trueno de trenes que horadan la tierra,
la gente atormentada y apresurada, eran todavía los mismos,
¿pero, oh, otro hombre junto a mí, no tú!
¡otra voz y otros ojos en los míos!
Y de pronto me volví y vi de nuevo
las brillantes curvas en las vías, el puente en lo alto,
habían sido marcados profundamente en mi corazón,
la noche que los miré para evitar tus ojos,
cuando decías: «¡Oh, mírame!»
cuando decías: «¿No me amarás nunca?»
y cuando respondí con una mentira. Oh entonces
bajaste la vista. Sentí tu dolor absoluto.
Hubiera dado la vida por decirte la verdad.

Después de un año he vuelto de nuevo al lugar –
la gente atormentada y apresurada era todavía la misma” (En una estación de metro)

            Es curioso cómo la visión de Nueva York de Sara Teasdale está lleno de amantes, está viva, con emociones, con tristeza y alegría, con añoranzas y recuerdos. No es la mole impersonal que Federico García Lorca describía en Poeta en Nueva York. La ciudad habla (Las luces de Nueva York, Desde una ventana alta) y también hablan sus habitantes (como en el maravilloso poema Desde la Torre Woolworth).

“Con el hombre que amo, que no me ama,
paseé bajo el resplandor de las farolas;
pero, oh, las chicas que piden amor
en las luces de Union Square.” (Union Square)

            Lo que García Lorca sólo puede narrar y describir con imágenes surrealistas, porque es incapaz de asimilar y transmitir el caos, el acero, la impersonalidad, Sara Teasdale lo consigue con sencilla humanidad. Su aurora de Nueva York no tiene cuatro columnas de cieno, ni huracanes de negras palomas que chapoteen en sus aguas podridas. El Nueva York de Teasdale tiene amantes que se asoman al edificio más alto (porque, como decía David Bowie, we can be heroes, just for one day):

“Amado,
aunque nos rodea
el sufrimiento, la futilidad, la derrota,
no pueden echársenos encima.
Aquí en el abismo de la eternidad
el amor nos ha coronado
por un momento
vencedores” (Desde la Torre Woolworth)

            La ciudad está viva y por eso se percibe el ciclo natural de las estaciones: Primavera en tiempo de guerra, que es más que lo que parece (Vendrán suaves lluvias). Hay hermosos cantos a la vida urbana: En una estación de tren. En un restaurante (¿podría ser poesía de la experiencia avant la lettre?):

“Los sonidos que hacían los platos y la viola y el arco
se mezclaban bajo la fiebre de la luz,
el cálido ambiente estaba lleno de aromas, y las brillantes
sonrisas de las mujeres incitaban el fluir del vino” (En un restaurante)

La ciudad que nos muestra Teasdale está llena de ruido:

“Estamos separados; la ciudad se acalla entre nosotros,
se queda en silencio, la media noche hace pesados sus párpados,
la maraña de tráfico se ha terminado, los tranvías están vacíos,
cinco calles nos dividen y en ellas la luz de la luna se extiende” (De noche)

Y puede también jugar a favor de los amantes:

“Cuántas veces tuvimos que encontrarnos
aquí en la calle como desconocidos,
éramos hijos del azar que pasamos por
la puerta del cielo y nunca lo supimos” (Azar)

            Los poemas sólo parecen simples, no lo son, están dotados de una gran profundidad y están llenos de sugestivos matices, como por ejemplo, Los años. No anda exenta de espíritu religioso (El regalo, Una oración) y, a veces, el amado se confunde, como en la mística inversa, con el Amado. Por supuesto, impregnan los poemas su romanticismo (La rosa) y la búsqueda de la identidad frente al otro (Júbilo), así como el dolor oscuro de la guerra y la pérdida: “Pero la triste sabiduría de los años / brota sin sonido” (Edad).

            Después de una referencia A una canción castellana, podemos encontrar similitudes con Machado:  En el tren: (“Campos bajo un edredón de nieve / desde el cual las piedras y los rastrojos curiosean (…). el incansable retumbar del tren, / la gente soñolienta en el vagón / atardecer azul acero del mundo, / y en mi corazón una tímida estrella”)

“Muy pronto mi cuerpo habrá trascendido
el sonido y la vista de los hombres,
y aunque ahora se despierte y sufra,
su sueño será entonces continuo;
pero oh, mi frágil alma inmortal
esa no dormirá eternamente,
una hoja arrastrada por la ráfaga,
una ola que nunca encuentra la orilla” (Inmortal)

            Y en la reflexión muy romántica, por un lado –y también propia de Pessoa–:

“¿Qué me importa, en los sueños y la languidez de primavera,
que mis poemas no muestren en absoluto cómo soy?
Porque ellos son una fragancia, y yo soy un pedernal y un fuego,
soy una respuesta, ellos tan solo una llamada.

Pero, ¿por qué me preocupa, si el amor se acabará pronto?,
dejad que mi corazón diga lo que piensa y que mi mente no haga nada,
mi mente es orgullosa y lo bastante fuerte para permanecer en silencio,
es mi corazón el que compone mis poemas, no yo” (Qué me importa)

            No podemos menos que señalar las coincidencias con el programa de Marinetti en el amor por la ciudad de los rascacielos frente a la ciudad del pasado y el arte renacentista como Florencia:

“Estoy harta de Giotto,
y Massaccio y Lotto
(…)
me gustaría enseñarles a los florentinos
lo que significa Broadway en Manhattan” (En Florencia)

            En la poética de Sara Teasdale, lo auténtico no sólo reside en lo natural, pero recurre a ello con asiduidad en sus poemas: Abril, Canción de abril, Noche de mayo, Anochecer en otoño…

“Los bosques del norte son delicadamente dulces,
el lago se pliega suavemente en la orilla,
pero yo estoy inquieta por el rugir del metro,
y el estruendo de los pasos apresurados” (Del norte)

            Conocer la biografía de la autora nos puede facilitar la interpretación trágica de algunos versos y quizás podamos ver un anuncio de su suicidio en varias ocasiones: “Escucho a los doctores Dolor y Muerte” (Dolores); “Me iré, de alguna manera, victoriosa a mi descanso” (Para M.); “Con mi propia voluntad aparté el verano de mí / y el verano no volverá a venir otra vez” (Un final)

“No puedo morir, yo que bebí delicias
de la copa de la luna creciente,
y con avidez, como los hombres comen pan,
amé las perfumadas noches de junio.
El resto puede morir, pero ¿no hay
alguna huida extraña y radiante para mí
que busqué en la belleza el vino luminoso
de la inmortalidad” (El vino)

“Cuando esté muerta y sobre mí abril brillante
agite su cabello empapado de lluvia,
aunque tú te inclinases sobre mí con el corazón roto
no me importará.

Tendré paz, como los árboles frondosos la tienen
cuando la lluvia curva la rama,
y estaré más silente y desalmada
que estás tú ahora” (No me importará)

            No podemos dejar de sentirnos emocionados con la belleza y el desamparo de Sara Teasdale en esta extraordinaria selección de Ravenswood Books ilustrados por los personalísimos dibujos del traductor y poeta Hilario Barrero:

“No hay luces en la meseta,
el viento es fuerte y salvaje,
de pie junto a la ventana oscura
lloro como una niña” (Noche en Arizona)


2 comentarios:

  1. Muchas gracias, Javier. Estupenda y sentida reseña. Me interesa mucho la idea que lanzas sobre la visión de Garcia Lorca de NY y la de Teasdale. Es un tema del que se podria hacer un trabajo de literatura comparada. Es una reseña, como digo vivida, poética y emocionada. Abrazos y gracias, de nuevo.

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  2. Como es habitual en ti, mi querido amigo, magnífico artículo dedicado a esta obra de Sara Teasdale. Tomo nota para hacerme con el libro en cuestión.

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