martes, 4 de diciembre de 2018

No sos VOX, soy yo


Este es el genial resumen que el irreverente Camilo de Ory hizo la misma noche de las elecciones andaluzas. No puedo estar más de acuerdo. Tampoco soy el único, muchos comentaristas por las redes y medios convencionales apuntan a los errores de la izquierda la irrupción de 12 diputados en el Parlamento andaluz. La desmovilización tras cuatro décadas de decepción ante el PSOE andaluz, el hartazgo de los EREs y la corrupción masiva en la Junta de Andalucía parecía ser la mejor estrategia para Susana Díaz que estaba encantada con que Vox arañara votos al PP.
                Tampoco Podemos puede sentirse orgulloso de su trayectoria desde que fuera la sorpresa en las elecciones europeas. Han dilapidado su enorme capital en luchas interiores, en personalismo, apartando a muchos de los que fueron ilusionándose con la formación. Parecía de manual, grupos de activistas curtidos en diferentes frentes que se reunieron en círculos para una estructura de jerarquía de abajo a arriba y la maravillosa posibilidad de votarlo todo, de discutirlo todo. Queda poco de aquella ilusión. También parecía que entendían los estudios demoscópicos y ahora se han vuelto convencionales crédulos de las encuestas que les dan la razón. Sabían de lucha de guerrilla activista, pero estaban –están– todavía pez en la acción de gobierno. Soberbia puede ser arrogarse con la capacidad de negociación de los presupuestos haciendo el trabajo sucio de los socialistas con los presos del gobierno catalán.
                No negaremos la importancia de la intoxicación hacia Podemos a través de ciertos medios y redes sociales. Los comunistas bolivarianos que van a quitar la Semana Santa, la caza, desean que nos invadan los musulmanes yihadistas, regalan móviles, casa y sueldo a los inmigrantes y odian a los hombres con propuestas ridículas de las feministas radicales. De todas formas, como han demostrado los experimentos sobre el sesgo cognitivo, creemos lo que queremos creer.
                La derecha encarnada en el Partido Popular y en Ciudadanos es también responsable. El primero ha perdido aún más votos y cosecha el peor resultado en Andalucía. Los andaluces no querrán mucho a Susana Díaz, pero cada vez menos a los populares. Sorprendentemente Juanma Moreno ha salido reforzado de unas elecciones que parecía no querer ganar. Y, sobre todo, Casado, que se estrenaba como líder de la formación y asumía el papel de candidato.
                La mejor opción ha sido Ciudadanos que ha conseguido que Cataluña ganara en Andalucía. Sus propuestas que siempre han oscilado entre una socialdemocracia muy tibia y un liberalismo de salón no han tenido apenas importancia. Y es de aplaudir que no se hayan desgastado por su apoyo a Susana Díaz. Una proeza que IU no ha sido nunca capaz de remontar.
                De todas formas, Vox tiene también su responsabilidad, no vayamos, como siempre, a decir que la culpa de la victoria del adversario es el fallo propio. Además de la necesaria autocrítica –palabra tan amada por la izquierda y que tiene tanto de católico arrepentimiento y dolor de corazón sin propósito de enmienda–, hay que ser serios en el análisis de las propuestas que han sido escuchadas por más de 400 000 andaluces. Para empezar, no se puede culpar a la abstención propia de que otro partido saque 400 000 votos, hay cientos de miles de personas que han visto en propuestas claramente xenófobas, un atractivo. Amenazar y descalificarlo, ir de hater contra Vox les ha dado una publicidad gratuita.
Ir a la calle a luchar contra el fascismo no es la solución. Hay que aceptar que han obtenido sus votos de manera legítima, no han protagonizado actos de violencia como los de las camisas negras de Mussolini ni las secciones de defensa de Hitler. Hay que pararse a pensar que para muchos la irrupción de Podemos despertaba en su imaginario el mismo temor, o incluso mayor, que el de Vox en estas elecciones. Han conseguido crear un discurso simple y atractivo alrededor del patriotismo, de apariencia menos rancio, pero que se adapta totalmente al padre autoritario de Lakoff y que el PP dejaba sin responder. No se sienten fascistas, pero consideraban tibios a los gobiernos de Rajoy.
                Lo siento, pero no puedo calificar de engañados, ni de tontos, ni de monstruos a tanta gente. Muchas sé que son buenas personas, generosas, dignas y me interesa comprender por qué son capaces de apoyar a un partido que dice las barbaridades que ha dicho (por ejemplo, cuando Ortega Lara sostenía que la izquierda no había aceptado perder la guerra civil). Los ejes de esta “derecha sin complejos” la repiten sus partidarios. Por un lado, está Cataluña, el triste despertar del amor a España frente a los separatistas. Esta simple razón es suficiente para cosechar votos. Luego está el juego que Trump, Bolsonario, Berlusconi y otros están protagonizando. Son los “chicos malos”, los irreverentes, los que se atreven a decir la verdad que no es políticamente correcta, los que denuncian los desmanes de la ideología de género y las verdades de la inmigración. Como bien demuestra muchos campechanos, ser grosero es síntoma de ser sincero, de no cuidar lo que se dice y hablar con el corazón. Pero ser grosero es ser grosero. Intentar no ofender es algo positivo, pero preferimos suspirar por la honestidad brutal de un House o de un Trump que no se corta en decir las verdades del barquero.
                Al contrario que los primeros Podemos, los candidatos de Vox no son conocidos, ni son activistas, ni se manejan bien en las redes sociales. Se han visto beneficiados por la situación patriotera contra la independencia de Cataluña, la sonadura de mocos de Dani Mateo y la inseguridad que les produce la llegada de inmigrantes de otra religión.
                Mienten y mienten mucho, tanto como cualquier candidato en campaña. Las referencias a Gibraltar –que comparte Casado– son simplemente inverosímiles. La creación de un muro en Ceuta y Melilla es una estupidez tan grande como considerar que la pobreza del Tercer Mundo no escalará, navegará o tomará cualquier medida para llegar al ansiado Primer Mundo. Se llenan la boca hablando de libertad y no dejan pasar a ciertos medios, como la Sexta o Ctxt a su sede. Luego se extrañan de que les llamen poco democráticos.
                Incoherentes en el mejor de los casos y con mala fe en el más probable, porque se han presentado a un parlamento autonómico y llevan en su programa acabar con las autonomías. Me ha recordado a cuando se les preguntaba a los nazis por qué iban al parlamento si no creían en la democracia. Lo dijeron muy claro, fueron a la sede de la democracia para coger armas contra la propia democracia.
                Los momentos más polémicos del feminismo han sido aireados, cuando no inventados para desacreditar la lucha por la igualdad. Muchísimas fake news, lenguaje inclusivo, declaraciones delirantes, divorcios costosos para el varón y denuncias falsas sostienen la peregrina idea de que el varón y toda la civilización occidental está en peligro por el feminismo. ¡Qué pobre la fe en sí mismos que tienen estos varones! Esta dinámica perversa consigue apoyos incluso de muchas mujeres que no se encuentran cómodas con las expresiones del feminismo. Lo que no han medido los que llevan años criticando el lenguaje inclusivo y los excesos del feminismo es que ceder a estos reaccionarios lleva a reducir los derechos reproductivos de las mujeres, a penalizar el aborto, acortar las ayudas a los transexuales (dicho sea de paso, ridículamente pequeñas), y que la mujer vuelva al lugar secundario en la esfera pública y al primario del hogar como dios manda.
                La reivindicación de tradiciones más o menos caducas ha sido una seña de identidad. La caza, la Semana Santa y los toros son la esencia de lo español y los podemitas chavistas quieren arruinarla. Alguno podría pensar que, para hacer frente a la amenaza de la extrema derecha, habría que envolverse en la bandera y reivindicar también esas tradiciones, que habría que bajar la intensidad de las propuestas feministas o que habría que no poner tanto acento en la ayuda a los inmigrantes y la cooperación internacional.
Espero que eso no suceda, que la seña de identidad de la izquierda solidaria, que lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, que siente el dolor de los demás, de los que viven en otras condiciones, en otros barrios, en otras latitudes no baje la guardia. Y si en estas circunstancias no convence al electorado, no renunciar a ellas por el triunfo en las urnas. Un mundo mejor se consigue con menores índices de desigualdad, no poniendo barreras entre hombres y mujeres, entre los de aquí y los de allí. No poseemos la tierra en la que vivimos, solo nos tenemos unos a otros.
               

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