martes, 2 de julio de 2019

Reseña de Alejandro Pérez Guillén: ‘Sol de invierno contra la borrasca’. Ediciones Vitrubio. Col. Baños del Cármen. 2018.


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La labor poética de Alejandro Pérez Guillén tiene ahora continuidad en este Sol de invierno contra la borrasca al que precede el prólogo del poeta José María Moreno Carrascal. Continúan las características esenciales de la poesía de Pérez Guillén, un lenguaje aparentemente sencillo, cotidiano, “en el que el oportuno uso de bien distribuidas imágenes, metáforas y demás recursos poéticos”, así como “una ágil utilización del verso libre de formato corto, en estrofas igualmente breves” (José Mª Moreno). Estas son las señas de identidad de un poeta que se afianza en cada nueva entrega acercándonos a su mundo interior y a su particular manera de entender la poesía. Encontramos ahora un tono elegíaco, salpicado, sin embargo, de humor en el que, como ya se avanzaba tímidamente en su anterior En manos de Orfeo, el recuerdo de la infancia propia se entremezcla con las vivencias de la infancia de su hijo.
                Encontramos la transmisión de emociones sin caer en el sentimentalismo, con una técnica que se ancla en la anécdota, pero que acaba difuminándose, buscando la generalidad y lo conceptual. El motivo inicial que dispara la concepción del poema da paso a la reflexión de Pérez Guillén. Como especifica en su primera parte, adecuadamente titulada, Intenciones: “Hoy empiezo a escribir / para no morirme por dentro” (Hoy) porque “Quizás supere el reto de estar solo” (Viajar a solas). La actitud casi confesional de muchos de los poemas parece invitar a tomar al sujeto poético como el propio yo biográfico, y ciertamente lo será en muchos argumentos, pero es necesario perderse entre las imágenes y sensaciones que se van sucediendo entre los versos.
                Neruda sigue encontrando un cierto eco en el quehacer poético de Pérez Guillén, “Cuando me hablas, mis labios enmudecen / como piedra desnuda que saque / el corazón” (Un nido sobre el árbol). Se aprecia en la natural utilización de elementos cotidianos como imágenes poéticas: “Me despierto con ansias de comerme / el mundo con los ojos” (Las nubes); “Dormir el sueño de las nubes” (Las nubes);  “Un abrigo / es lo más cercano a una caricia” (Un abrigo). Y en las cualidades sensoriales que acompañan su escritura: “el paisaje se siente en los dedos / y no hace falta cerrar los ojos / para recordarte” (Paisaje interior); “No permitas que tus dedos de niebla / pierdan de vista la memoria / fugitiva de la caricia” (No permitas).
                En cuanto a los temas, el amor, tanto el experimentado como el perdido siguen ocupando gran parte de los versos. El olvido como disolvente (“Para que la vida dolorosamente / no caiga en el olvido, / las teclas asustadas / de un ordenador han de recorrer / las huellas invisibles del recuerdo”, Un abrazo de sombras y de luces) y el renacimiento de un nuevo amor (“Es posible todavía / el amor en el otoño”, Otoño en llamas); “Ya sólo queda / acariciar el verso / para saber que tu piel aún guarda / el recuerdo temprano de mis labios” (Insuficiencia). Alejandro Pérez Guillén no puede negar que es un romántico empedernido, por supuesto del lado de Bécquer y lejos de  Marwan: “Cupido no tendría tanto / imán como tus ojos” (Hacia la luz).
                El tono confesional siempre está presente en la poesía de Pérez Guillén. Así, confiesa que  “Nunca supe estar solo. / Para mí la libertad consistía / en abrazarme de por vida / a tu cintura” (Camuflaje);  “La soledad me clava / las uñas en la espalda”. Por eso se pregunta, “¿Para qué tantos versos / como si lo único que quiero es que te quedes?” (Cómo decirte). La primera parte habla de la necesidad de conjurar el recuerdo, de la esperanza en que todavía es posible el amor. La segunda parte habla de la ruptura, para luego terminar con los comienzos. Esta estructura en cierta forma circular puede remitirnos a un flashback concreto de una peripecia vital, pero se percibe también la voluntad de transmitir el movimiento circular de la vida: “Yo pensaba que con cuarenta años / no se escribían / desbocados versos de amor / en primera línea de combate” (¿Quién es el fuego, cariño mío?). Sospechamos que está más atado a la realidad que a la metáfora: (Es el amor que regresa)
                Un poeta no duda en refugiarse en los versos para hacer frente al desamor y a las ausencias, “Uno escribe con el alma la ausencia / para hacerla presente en el poema” (Contigo entre las sábanas) por mucho que “Hay ausencias que no admiten / el refugio de un verso” (Ausencias). Si es cierto que “El buen poema no es el que enseña la llama, / sino aquel con el cual / nos quemamos los dedos” (Francotirador), debe admitir  –como también admitía Bécquer, que  “Las palabras no son indispensables, / como sostienen los poetas, / si, a escasos centímetros, / justo al alcance de la mano, / mis labios en silencio / pueden recorrer tu desnudo cuerpo” (Las palabras).
                Los paisajes cobran la vida de los sentimientos, de la nostalgia, como en La tarde solitaria o en Ojos asombrados): “El frío de los inviernos recibe / en el calor de los abrazos / su respuesta implacable” (Inviernos). Paisajes como escenarios y como detonantes del recuerdo y de la emoción: Girasoles, Las aguas del pantano.
                No sólo está presente el amor, también hay conciencia en otras ocasiones, como La mosca. O reflexiones más profundas sobre la entropía y las ocasiones en las que no existe la vuelta atrás, especialmente significativas cuando se habla a un hijo (Rústica). La niñez es uno de los temas preferidos porque lo sitúa en la bisagra del paso del tiempo y de su faceta como padre: “El miedo de perder lo no vivido. / El miedo de vivir el mismo miedo” (El escondite). La melancolía y la conciencia del paso del tiempo jalonan el pensamiento en estos versos: “Es triste pensar / que todo pasa en la vida. / Incluso hasta la tristeza” (Pararse a pensar);  “Tras la ceniza / que la llama hermosa de la pérdida” (Tras la ceniza). Con el paso del calendario las emociones se vuelven menos intensas, duelen menos las pérdidas. Así se pasa de la brusquedad inicial (“En tu boca abierta se fue durmiendo / el día. Me lanzaste / un beso con desgana / y cerraste la puerta / en mis narices” (Sin darnos cuenta) a “Pones todo el corazón en los sueños / y, no obstante, el tiempo se encarga / de demostrarte que has perdido / el corazón” (La pérdida).
                La lucha del poeta por recuperar la intensidad del recuerdo y con él el sentido de la vida y la nueva ilusión es la que irrumpe en el poema: “Cuando se duerme el amor, queda / entre las sábanas un beso / despierto. Los ojos del puente / lo confirman: Un beso no es un beso / sin el eco borracho de otros labios” (Última vez). La esperanza a pesar de todo. Sol en tiempo frío, que no calienta en la sombra.
“Cuando las sombras se apoderan
de la tristeza y la noche te invada
como un abrazo sin escapatoria,
a pesar de las luces
sólo hay un antídoto: sol
de invierno contra la borrasca” (Sol de invierno contra la borrasca)


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