domingo, 13 de diciembre de 2020

Las amenazas de un militar jubiletas

Le he dado muchas vueltas pensando si merecía la pena expresar mi indignación sobre las declaraciones que se han filtrado de un grupo de whatsapp de militares retirados. Sobre estos temas polémicos se habla tanto en tan poco tiempo que es difícil saber si tiene sentido todo lo que se dice o si se puede aportar algo más. Para empezar, hay que recordar los hechos, son expresiones dichas en público, no son estrictamente conversaciones privadas, pero en eso se insiste mucho para evitar posibles penas o investigaciones. Sin embargo creo que no es lo mismo una charla grosera en la barra de una cantina que estas barbaridades dichas en un grupo numeroso, aunque sea online.

También se ha recalcado el hecho de que los militares están retirados, ni siquiera en la reserva, que son muy mayores, como tono de disculpa y para desvincularlo del ejército en funciones, que, como debemos saber, tiene limitados alguno de sus derechos, como la libertad de expresión.

Uno de los problemas, como en todas las cuestiones espinosas, es que uno tiene tendencia a leer artículos y opiniones de los cercanos ideológicamente y se produce, se suele producir una especie de diálogo de besugos, de dos monólogos solapados. Algunos de los contactos que tengo en las redes sociales son manifiestamente conservadores y he visto cómo insisten en el hecho de que no hay problema de golpe de estado o de llevar a cabo estas amenazas. Ya sé que es casi imposible que vayan a fusilarse a 26 millones de hijos de puta en España, eso lo sabemos todos, lo que nos asusta es el hecho en sí de enunciarlo. Según la teoría de los actos de habla, se pueden hacer cosas con palabras, tales como prometer o amenazar. Y esto es una amenaza, irreal, pero muy sintomática.

Todos estos generales han desarrollado la mayor parte de su labor durante la democracia, con la Constitución y la pluralidad política como principios rectores, sin embargo, dicen y el resto corrobora, que no quieren que estos hijos de puta pierdan las elecciones, sino que quiere matarlos con una bala. Al margen de la bravuconada –los campos de exterminio de Eichmann fueron la solución tecnocrática al reto de la solución final–, lo que se traduce es el cuestionamiento a existir de 26 millones de españoles, independientemente de si son hombres, mujeres, niños. A bote pronto son la mitad o más de la mitad de la población de este desdichado país. Que tantos y tan sensatos y bondadosos contactos no se escandalicen de esta consideración es lo que más me entristece. No cuestionan si nos merecemos ese final, sino que se agarran a que no es factible su realización. No les importa que para unos militares que tienen la vocación de defender a la patria no tengamos derecho a existir. Minimizan la expresión porque no hay posibilidad de que la lleven a cabo.

Pocas veces, en la historia reciente, hemos asistido a un odio tan radical entre partidos políticos. Siempre han existido exaltados y seguro que podemos rastrear declaraciones subidas de tono denigrando a adversarios políticos. Estoy seguro de que el hábitat donde convivía el terrorismo de ETA utilizaba un vocabulario muy similar, un odio muy parecido, brutal, irracional, fuera de cualquier consideración humana. Esto va aún más lejos, porque, por mucho que los cachorros de ETA se consideraran gudaris, no lo eran, no eran soldados. Y estos militares sí que lo fueron. Y sí que expresan de una manera brutalmente clara lo que muchísimos más piensan lejos de los cuarteles. El acoso a la izquierda está llegando mucho más lejos que los enfrentamientos antisistema de grupos de rapados a la salida del fútbol. Desear la muerte de 26 millones de españoles no es desear que desaparezca la ideología nazi, ni la franquista, ni la comunista, es considerar que solo merecen la vida la mitad de los que vivimos en suelo patrio.

Es ciertamente conocido el caso del doctor Vallejo Nájera y su teoría del gen rojo que había que extirpar de la patria. Aún entonces se pensaba que la mayoría de los españoles eran gente de bien, algunos obnubilados o engañados por las promesas del bolchevismo o los masones, pero estos militares presienten que uno de cada dos ciudadanos no tiene redención posible más que la muerte.

Más allá de que pueda ser considerado libertad de expresión, debería aterrarnos la posibilidad de que en los cuarteles haya muchos mandos que hayan heredado esta forma de pensar y que estén adoctrinando a su tropa, no en una ideología más o menos conservadora, sino en un odio genocida. Más de uno de los integrantes del chat abandonaron el grupo, pero ninguno denunció. Tampoco se han alzado voces defendiendo la democracia y la pluralidad política, como se estima en el preámbulo y en el artículo primero de la Carta Magna. Ni siquiera el jefe del Estado, mando supremo de las Fuerzas Armadas ha considerado pertinente desautorizar esas voces y recordar el compromiso del ejército con la democracia.

Al contrario, parece que esta corriente subterránea sale a la luz con más frecuencia, con cartas al rey sugiriendo algún tipo de golpe de estado institucional porque es inconcebible que un partido como Podemos esté en el gobierno. Un gobierno elegido democráticamente y respaldado por los votos de 26 millones de hijos de puta, supuestamente. Cualquiera que analice las políticas del PSOE en el pasado o las del gobierno de coalición puede concluir que sean comunistas, dictatoriales o siquiera autoritarias. Siempre que lo analice de buena fe. Podrán estar de acuerdo o no, podremos ver si son acertadas o temerarias, pero entran dentro de la ley. Y si no, está siempre el recurso al Tribunal Constitucional, que para eso está diseñado.

Para una gran parte de la población gobiernos que se llamen de izquierda no tienen derecho a gobernar, porque son socialcomunistas, aunque la socialdemocracia, o el comunismo estén amparados en la constitución y la ley de partidos; porque muestren su admiración al régimen bolivariano de Nicolás Maduro, o porque consiga el apoyo de grupos abertzales. Niegan la democracia en su esencia, niegan la constitución en su sentido originario. Pero estos militares y quienes minimizan sus declaraciones niegan su derecho a existir, los dirigentes y sus votantes.

Todo me recuerda, tristemente, el famoso chiste que respondió un judío que quería huir de Alemania. Un amigo alemán le preguntó por qué, y le contestó que porque iban a fusilar a los judíos y a los fontaneros. El amigo se extrañó por los fontaneros. Ahí está la respuesta. Si no te extraña que quieran eliminar –aunque no puedan hacerlo, mal que les pese– a 26 millones de hijos de puta, es señal de que quieren que abandonemos el país.

 

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