domingo, 27 de diciembre de 2020

La utopía futura del pasado (I)

Los estudios sobre la creatividad siempre han discurrido por senderos mestizos. Se mezclan elementos psicológicos, sociológicos, incluso místicos. Una extraña conexión con algo que no logramos entender propicia que nos adentremos en los territorios de la poesía, la auténtica poiesis, creación. Los intentos por darle un estatuto científico a los estudios sobre la creación son relativamente recientes, aun así, se resisten a la cuantificación siquiera en sus aspectos más economicistas. Hay que reconocer el intento pionero del  equipo liderado por José Ángel Bergua para dotar de contenido sociológico a un asunto tan escurridizo por definición. Uno de los elementos más destacables de su propuesta es la de prestar los oídos a los procesos creativos que realmente se llevan a cabo. Escuchar, atender y tomar en serio los discursos de quienes hacen de la creatividad una profesión, los imaginarios frente a lo cuantitativo.

                En cuanto a la política, los imaginarios son también escurridizos. Son susceptibles de ser analizadas tanto las propuestas teóricas como las prácticas concretas. La imbricación entre teoría y praxis es una vieja conocida para los sociólogos, y resulta imprescindible para cualquier acercamiento descriptivo o interpretativo. Como en otros campos, la creatividad oscila entre una interpretación de lo existente y la inclusión de nuevos elementos. No siempre se trata de inventar algo, a veces, ser creativo consiste en reinterpretar lo que ya se conocía de antemano, lo disponible. La tradición, como bien recoge Sloterdijk, no repite el pasado inalterable, tiene que asumirlo y añadir algo, transformar algún detalle que lo enriquezca. Un acto que pertenezca a la tradición no repite año tras año la misma festividad, sino que se procura ser mejor que el año anterior, con más fastos, con mayor número de personas… todo sin perder la identidad básica. En efecto, la creación artística hasta el romanticismo no pretendía sino hacerse merecedores de una tradición. Solo a partir de la exaltación del genio individual (sea persona o pueblo) del romanticismo decimonónico se pueden entender las rupturas adánicas de las vanguardias de principios del siglo XX en las que el valor de la obra no se sustentaba en su perfección formal o en el uso de los elementos tradicionales, sino en que fuera la única, la primera, la génesis de un nuevo género… Si no puedes ser mejor, al menos sé único, parece que se entendió de los textos de Rousseau. La creación artística, la innovación científica olvidaron la máxima atribuida a Newton de ser enanos subidos a hombros de gigantes. En realidad, la frase pertenece a Bernardo de Chartres, conocido a través de Juan de Salisbury.

En el ámbito político, el recurso al pasado no es patrimonio exclusivo del pensamiento conservador. A pesar de lo que sostienen algunos pensadores, como Gustavo Bueno, el conservadurismo no es el pensamiento establecido contra el que se alza la revolución. Al contrario, Benjamin Constant, Joseph de Maistre o Louis De Bonald son un subproducto de la Revolución Francesa, admiten aquellos cambios legislativos imprescindibles para el desarrollo de la actividad económica y política de la burguesía, pero añoran el mundo estable y predecible, de claridad delimitadora en la jerarquía social y en las costumbres. Abominan de los cambios bruscos y están abrumados de las consecuencias sangrientas e impredecibles del régimen jacobino.

Partiendo de esta base no deja de ser llamativa la recurrencia al pasado como fuente de, legitimidad por un lado y de creación por otro. En muchas culturas no se concibe la creación sino como un acto de actualización, o de recuperación de un paraíso perdido. El mismo concepto de “regeneración” que tanto éxito ha tenido en la política española desde la crisis de la Restauración, otro elemento también llamativo. Las nuevas formas políticas se presentan como una vuelta a los orígenes. Al principio no fue el caos, el caos es la degeneración actual de aquellos principios.

Numerosas ideologías políticas también han situado una Arcadia en el pasado mítico. Muchas vueltas le han dado los antropólogos al  matriarcado inicial para justificar una ruptura traumática que hay que volver a sanar. Pero quizás el ejemplo más evidente del pasado como creación es el Estado de Naturaleza. Esta ficción sobre la fundación de la sociedad ha tenido una poderosísima influencia en el pensamiento político desde posturas, en principio antitéticas como las de Hobbes o Rousseau. José Carlos Fernández Ramos en Leviathan y la cueva de la Nada desmontó a conciencia esta ficción pre-estatal y precisamente, en su evidente desafío a la lógica y a la historia, radica su potencialidad como imaginario. Hobbes, como Milton, añoraron un paraíso que los vaivenes de una época turbulenta hacían idílico. Retomar el orden como inicio de un contrato social entre el monarca y sus súbitos solo funciona si dentro de éstos resuena una época de tranquilidad y seguridad a la que añorar. Cuando Rousseau es rechazado por la sociedad de París prefiere culpar a una sociedad enferma de hipocresía antes que reconocer su incapacidad para la vida en común. Borrar lo que la sociedad ha edificado para empezar a construir un contrato obviando la cláusula inicial de la propiedad como sagrado es su intención revolucionaria.

No solo los conservadores. Incluso cuando se crea un nuevo régimen lo que se intenta es volver al pasado. En las Cortes de Cádiz de 1812 se aprueba una constitución que significa de facto y de derecho el fin del Antiguo Régimen, la abolición de la servidumbre y la instauración del régimen jurídico de propiedad individual, se acaban de eliminar los señoríos y el rey tiene que compartir el poder, es inviolable, pero también irresponsable. En su preámbulo leemos:

En el nombre de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo autor y supremo legislador de la sociedad.

Las Cortes generales y extraordinarias de la Nación española, bien convencidas, después del más detenido examen y madura deliberación, de que las antiguas leyes fundamentales de esta Monarquía, acompañadas de las oportunas providencias y precauciones, que aseguren de un modo estable y permanente su entero cumplimiento, podrán llenar debidamente el grande objeto de promover la gloria, la prosperidad y el bien de toda la Nación, decretan la siguiente Constitución política para el buen gobierno y recta administración del Estado.

No solo es el recurso a Dios como supremo legislador, que es el esquema de poder del absolutismo, es la pretensión de simplemente hacer “las oportunas providencias y precauciones” a las “antiguas leyes fundamentales”. Los diputados liberales podían haber planteado una ruptura radical, de raíz, contaban con el apoyo del pueblo de Cádiz que jaleaba a unos mientras pateaba las intervenciones conservadoras de los serviles. No es una mera cuestión de prudencia, es el convencimiento de que el régimen político debe ser eterno y la labor legislativa debe consistir en la actualización para conservarlo. La creación como vuelta al pasado.

 

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