lunes, 28 de diciembre de 2020

La utopía futura del pasado (y II)

Se suele concebir la utopía como un espíritu político caracterizado por una pretensión ilusa e irrealizable. Literalmente, sabemos, que se trata de un no-lugar, no de la imposibilidad de lugar. Los revolucionarios utópicos siempre han pretendido traer el cielo a este mundo. Si bien Tomas Moro la situaba como una isla perdida, a menudo se ha tratado de un paraíso perdido al que volver como hijos pródigos. Lo interesante de la cuestión es que no se trata de volver al pasado como tal, sino de una reinterpretación, un aggiornamento. El caso quizás más llamativo es el nacionalismo. Según las propias narrativas la construcción nacional no se trata de crear un edificio desde un plano, con buenos cimientos y materiales nuevos, siempre se justifica como una renovación de unas ruinas. El bucle melancólico del que hablaba Jon Juaristi. Podríamos discutir si la nación es preexistente o si es fruto de la unión administrativa, que fuera hija del Estado, pero no deja de ser básico el retorno al pasado. “Los andaluces queremos / volver a ser lo que fuimos” dice el himno de Andalucía creado por Blas Infante. “La bandera blanca y verde / vuelve tras siglos de guerra”, canta en otra estrofa, cuando precisamente es Blas Infante quien ha creado la bandera, el escudo y el himno. La bandera justifica sus colores como un retorno de lo Omeya, en la insignia, que es el término que Blas Infante utiliza, conviven el Hércules griego con las dos columnas y el león, con el lema en latín “Plus ultra”. Se aúnan las tradiciones grecolatinas y árabe para un nuevo proyecto político.

Incluso el famoso Neuordnung, el Nuevo Orden, en su delirio, no pretende ser otra cosa que la restauración de la dignidad perdida para la Raza Aria, a pesar de la propia denominación. El Imperio (Reich) es el motor del imaginario político, como lo fue para Carlomagno o para Napoleón. Otros momentos estelares para abanderar es el famoso Motín del Té que inició la revuelta de las 13 colonias contra Gran Bretaña. El Boston Tea Party enarboló el lema “no taxation without representation” que fue retomado por un ala importante del Partido Republicano, con un importante componente libertario que chocó en no pocas ocasiones con el conservadurismo moral del establishment del partido. A pesar de ser literalmente un partido reaccionario en el sentido de que actúa como reacción ante las políticas del bienestar encarnadas por los demócratas, los modos y las pretensiones pretenden una nueva relación del ciudadano con el Estado. Y se ha aprovechado bien desde el neoliberalismo. Si se asumía que el Estado era garante de una serie de derechos, se deja de considerar a la administración pública como suministradora de esos derechos. El cheque escolar es un buen ejemplo. Se le descarga al Estado de la obligación de crear y dotar escuelas, esa labor puede ser asumida desde la empresa privada. Para garantizar el acceso universal a la educación basta con un cheque escolar que sufrague los gastos mínimos y que cada familia pueda, libremente, contribuir a la formación eligiendo el centro educativo y completando los gastos pertinentes. Las consecuencias de esta línea de pensamiento están muy lejos de ser asumidas en la actualidad por el mundo occidental, pero sigue siendo llamativo recurrir a un hecho fundamental para la nación americana para justificarlo.

Los nuevos movimientos sociales y políticos llevan con orgullo recuperar las asambleas ciudadanas. El 15M, el movimiento occupy, son indudablemente nuevas prácticas. No son las sentadas de los años 60, ni las marchas como la que sobre Washington lideró Martin Luther King (quien, por cierto, desde la cárcel también señaló el ejemplo del Motín del Té de Boston para justificar la desobediencia civil). Las convocatorias, a menudo, son virtuales, casi instantáneas para burlar los infiltrados de la policía y las fuerzas represoras. Para las manifestaciones del independentismo catalán se utilizó la mensajería instantánea con fotografías de instrucciones escritas en un papel, que resultan ilegibles para los algoritmos, y luego borradas, destruidas…  Sin embargo, late en todas estas manifestaciones, el horizonte añorado de la democracia ateniense. Precisamente José Luis Moreno Pestaña acaba de publicar un interesantísimo volumen en el que analiza qué podemos, todavía, aprender del funcionamiento de la democracia ateniense. Oportunamente se titula Retorno a Atenas, porque “solo desde el retorno a Atenas podremos hablar del final del siglo XX y de nuestro presente en el XXI”.

 

Bergua, José Ángel (dir.); Carretero, Enrique; Báez, Juan Miguel y Pac, David (2016). Creatividad. Números e imaginarios. Madrid: CIS.

Bueno, Gustavo (2088): El mito de la derecha. Madrid. Ediciones Martínez Roca.

Fernández Ramos, José Carlos (2017). Leviathan y la cueva de la Nada. Barcelona: Anthropos.

Infante, Blas (2015). El Ideal Andaluz. Sevilla. Fundación Centro de Estudios Andaluces. Original 1915.

Juaristi, Jon (1997): El bucle melancólico. Historias de nacionalistas vascos. Madrid. Espasa.

Moreno Pestaña, José Luis (2019). Retorno a Atenas. La democracia como principio antioligárquico. Madrid, Siglo XXI.

Sloterdijk, Peter (2017). Ira y tiempo. Madrid. Siruela. Traducción de Mario Wenning

No hay comentarios:

Publicar un comentario