Debo reconocer que hay temas sobre los que vuelvo una y otra vez. Y es lógico, porque el trámite para la nueva ley que prepara el ministerio de Irene Montero está dando mucho de qué hablar. Creo que ya he comentado muchas veces la tristeza que me produce la división y las palabras soeces, los insultos y los argumentos falaces.
Los artículos que critican el proyecto suelen tener la misma estructura. Una primera parte en la que alerta sobre los peligros del proyecto y la autodeterminación de género (bla, bla, bla sin especificar por qué se dan los peligros) y luego unos argumentos muy endebles. Por ejemplo, si la diferencia entre violador (varón) y violada (mujer) es biológica (sexual) y no social (de género), entonces no hay futuro posible, no habría por qué educar en la igualdad porque siempre seríamos violadores en potencia, no habría que luchar por una sociedad más igualitaria, porque la determinación genética desbarataría todos los intentos y volveríamos a escuchar la llamada de lo salvaje.
Es cierto que en la inmensísima mayoría de los casos la identidad sexual no supone ningún problema, sin embargo, es necesario tener una legislación en la que se incluyan aquellos casos en los que haya disputa en cuanto a la asignación y, en general, hacia la identidad. Los casos más evidentes son aquellos que nacieron con genitales dudosos y se les asignó un sexo (no género) al nacer mediante cirugía en muchos casos. A medida que les fue llegando la pubertad y la conciencia han ido dándose cuenta de que no era una mera cuestión de hábitos, sino algo mucho más profundo, más necesario para la salud mental. La reasignación se muestra imperiosa en esos casos. Si existen casos en los que el sexo no es exactamente binario, sino que hay características genéticas que hacen difícil encajonar en masculino o femenino, no veo el problema de considerar que el sexo no es binario en el 100% de los casos. Otra cuestión que no es exactamente la misma es la identidad.
No creo que suponga ningún problema establecer que la identidad (incluso de sexo) se pueda considerar un constructo social y se pueda, a la vez, luchar por la igualdad. Dice la articulista que si la aceptamos el constructivismo resultaría que las mujeres elegirían ser víctimas. No sé, creo que la raza es un constructo social (no existen razas desde el punto de vista biológico) y, sin embargo, es imperioso luchar contra el racismo. Y, por cierto, la etnia no figura en nuestro DNI a pesar de que existan políticas de integración y programas de ayuda a minorías.
Otra insistente referencia es al cuarto de baño. Si una persona sale de un baño femenino con bigote, por mucho que diga, es un señor. Así, tajante. Lo siento, pero no sé por qué debían esperar los señores con bigote a cambiar su DNI para entrar en los baños femeninos. Nadie comprueba la identidad al entrar a los baños. Y, por ejemplo, se da en ocasiones la circunstancia de que los baños están ocupados y se utilizan los reservados a minusválidos. Por hombres y por mujeres. Y no parece que haya mucho problema. (Curiosamente en una de estas discusiones sobre el tema, una amiga me sacaba el tema de los minusválidos.)
Quizás sea problemático que simplemente sea necesaria la declaración del interesado. No es el único caso en el que la simple palabra del ciudadano tiene fuerza legal. Por ejemplo, en las declaraciones juradas, o en el mismo matrimonio, en el que dos personas, delante de un funcionario, atestiguan por sí mismas que quieren formar una unidad administrativa con la única expresión de su voluntad. Y, como en el matrimonio, también asumimos que puedan existir motivos extra-afectivos, como la posibilidad de beneficiarse de las deducciones fiscales o la manera de conseguir la nacionalidad. Para revisar la sinceridad y efectividad de los matrimonios en situación delicada, están una serie de averiguaciones legales que podrían ser análogas a los casos en los que el cambio de identidad de género pueda ser un fraude. Se me hace difícil justificar que no se otorguen ayudas o derechos por la posibilidad de que exista una posibilidad de engaño.
Hay, por supuesto, elementos en juego que habría que cambiar. Los establecimientos penitenciarios deberán adaptarse. Sabemos que se adaptan módulos para reclusas con recién nacidos. Y el deporte. Las competiciones deportivas deberán adaptarse a estas nuevas realidades. Los organismos reguladores ya tomaron decisiones al determinar ciertos niveles de hormonas para considerar la participación de atletas en categorías femeninas o masculinas. Lo más probable será una nueva división, no entre mujeres y hombres, sino en igualdad de condiciones físicas, al margen de la identidad sexual o de género. Algo como el boxeo. En muchas competiciones hípicas no se diferencia a hombres y mujeres, sino que se equilibran los pesos de los jinetes mediante la carga de lastre en alguno de ellos. En quizás no muchos años, los partidos de fútbol tendrán jugadores y jugadoras en los mismos equipos. Tardarán en adaptarse, como pasó con el fin de la división entre jugadores profesionales y universitarios en las olimpiadas. Durante algunos años la selección norteamericana de baloncesto arrasó porque sus jugadores eran superiores, eran profesionales. En la actualidad no hay una diferencia tan abismal.
Habrá a quienes le preocupe que, para salvaguardar los derechos de una porción ínfima de la población, se ponga en riesgo los derechos de la mitad de la población. Espero alguna vez comprender en qué consisten esos riesgos, porque después de meses leyendo, no los entiendo. Como no entiendo que el matrimonio entre personas del mismo sexo (o género) pueda acabar con el matrimonio heterosexual. Tampoco podría entender que se marginara a esa porción porque resulte demasiado cara en términos monetarios o de esfuerzo, como no lo hacemos cuando reivindicamos más atención a las enfermedades raras. Que afecten a una proporción muy pequeña no minimiza el sufrimiento ni exime a la sociedad de su responsabilidad frente a ellos. Tampoco creo que se deba dejar legislar temiendo el fraude, como lo sería evitar el problema de los desahucios porque puedan existir allanadores de viviendas que se aprovechen (por favor, que no los llamen okupas).
Es un tema que me entristece mucho. Los insultos de una parte, las descalificaciones, la insensibilidad hacia una problemática que parecen no querer comprender por la otra (dicen que el problema es la autodefinición de género, pero los ejemplos no se corresponden a esta legislación, sino a problemas que se dan con cualquier tipo de trans). Hago propósito de dejar el tema, de dejar incluso la participación en los debates públicos en redes. No comprendo porque hay gente a la que quiero mucho y a la que respeto que dice cosas que no se corresponden con la cordura que suelen mostrar. Seguramente seré yo que no me entero de la misa la media.
Brillante articulo; debo reconocer que en estos tiempos de fatiga pandémica, mi formación sobre el tema se ha basado en lo que has ido compartiendo y comentado, así que gracias y espero que no dejes el tema.
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