Continúa con paso firme la publicación por parte de Javier La Beira y Daniel Ramos López de los diarios de José María Souvirón, un escritor arrinconado por la historia entre la generación del 27 a la que podría pertenecer por criterios estrictamente cronológicos y la generación de posguerra que queda a la sombra del régimen franquista. Los diarios se están publicando siguiendo el orden cronológico a razón de varios cuadernos por tomo, en este caso séptimo y octavo, para cuadrar un número similar de páginas en cada volumen. Abarca el periodo de tiempo entre finales de septiembre de 2960 y octubre de 1965.
En el primer cuaderno hacía explícita su propósito: “La verdad: escribo este diario para mí, pero con cierto deseo de que pudieran leer otras personas”. Y la madurez con la que empieza la escritura, recién cumplidos los 50 años, refuerza esa intención de sinceridad absoluta. No son ajenos, sin embargos, los elementos del contexto político y cultural de los tiempos en los que le tocó vivir:
“Han elegido presidente de los Estados Unidos al joven demócrata Kennedy contra el republicano Nixon. No suelo anotar aquí estas cosas, porque no estoy haciendo un cuaderno de historia contemporánea, sino mi diario personal. Cierto es que lo personal no debe ni puede desentenderse de lo universal, de lo general, pero a mí me crece día por día la sensación de que, al paso que me voy quedando con pocas cosas, la política me interesa menos. Claro está que, por mala que sea la política, existe, y no se puede sustituir la política por la nada. El ideal sería transformarla, pero ¿qué puedo yo transformar en este orden?” (13 de noviembre 1960)
El franquismo se encamina a una normalización internacional, dejando apartada la retórica falangista de los primeros años y con la que Souvirón no se encuentra demasiado a disgusto, aunque tampoco la practique con el ardor de otros escritores del régimen. Mantiene, eso sí, la admiración y la amistad con Girón de Velasco (interesante apreciación de quien mantuvo una sincera amistad con Pablo Neruda en su etapa de Madrid). Los nuevos tiempos se cuelan entre las páginas, y se hace inevitable, por ejemplo, las referencias condenatorias a lo que se dio en llamar Contubernio de Múnich. En general, como se aprecia en el párrafo citado, se extiende la sensación, tan propia del franquismo, de desinterés por la cosa política. A cuenta de la confección de la inclusión de figuras españolas en una publicación sobre El pensamiento político, defiende la inclusión de Joaquín Costa frente a Giner de los Ríos y comenta: “Resulta que yo, tan carca, soy más liberal que casi todos –menos Gregorio Marañón– y acepto lo que opina la mayoría. Hay ratos en que me quedo maravillado de los que me consideran reaccionario.” (10 marzo 1963).
En este volumen no encontramos tantas descripciones jugosas del ambiente literario que hicieron más bien picantes y reveladoras las páginas de sus primeros diarios. Se mantiene la cercanía con Leopoldo Panero –cuya muerte supondrá un enorme golpe para Souvirón–, Vivanco. Sin embargo, se rompe dolorosamente la amistad con Luis Rosales (los editores señalan que tachó minuciosamente algunos párrafos referidos a él) y se refuerza la falta de sintonía con Vicente Aleixandre. De todas formas, no se contiene, al anotar sobre el fallecimiento de T.S. Eliot:
“Estaba lleno de su auto-gonfling, y muchos poetas de hoy están inflados por los otros poetas, o qué sé yo por qué. Dios tenga en su gloria a T. S. Eliot. ¡Qué lata, empero, su Four quartets y su Waste Land! Claro que le queda su Murder in the Cathedral, pero ¿será para tanto? Ni llega a ser Claudel ni siquera Ezra Pound, para poner dos ejemplos opuestos, y ¿cuál más cercano? Mal debe andar la poesía cuando los grandes poetas se llaman Robert Lowell, Saint-John Perse, E. E. Cummings o T. S. Eliot. (Y el colmo, cuando sellaman Quasimodo o Seferis?) ¿Qué pasa? ¿O es que no me basta la poesía? (5 de enero 1965)
Los avatares de su vida literaria van sucediéndose entre las páginas, las dificultades para triunfar en la novela y la necesidad para nutrirse de artículos en diferentes periódicos. Estos son los años en los que prepara su novela de mayor éxito, Cristo en Torremolinos, cuya lectura puede sobrevivir al paso del tiempo. Son tanto o más interesantes las reflexiones cotidianas, aquellas que hacen valioso un diario personal, la que compartimos los lectores ajenos a la piel del diarista. La añoranza hacia la familia, los hijos, las dificultades para conseguir una escritura acorde a la calidad a la que aspira:
“A ratos pienso si no me estaré secando, pero no es sequedad. Es otro río, otra corriente que ha ido absorbiendo a los arroyos que ayer me distraían” (10 noviembre 1960). Unos meses más tarde se lamenta: “He escrito mucho menos en mi diario este último año (…). Acaso tengo cada día menos que decir, acaso cada día me doy mayor cuenta de que me queda menos que decir. En mi otra escritura (artículos, ensayos, etc.) escribo cada día menos, pero cada día con más exigencia. Lo que me queda que decir he de decirlo bien (lo mejor posible) y con más responsabilidad. ¿Qué soy yo, literariamente, ahora? No lo sé. A ratos me parece que nada, que no he hecho nada. Y de pronto, como un aire penetrado por una rendija de la ventana cerrada, se me ocurre que algo he dejado ya y que no he perdido el tiempo. Algo que vale la pena.” (28 de septiembre 1961)
Llega a plantearse, como admite en el inicio del cuaderno octavo, abandonar el diario, tanto por el “aburrimiento de llevarlo”, como por circunstancias personales: la partida de su hija y la “continuada y difícil crisis de una amistad, que me dolía y aún no ha sido remediada, tal vez todo lo contario”, tanto como un desengaño en los terrenos del amor. Afortunadamente, al menos desde el punto de vista del lector, se continúan los cuadernos, escritos, como ya comprobamos, con exquisito cuidado más que intención literaria de lucimiento. Esperemos que la ejemplar labor de edición, estudio, con sus índices onomásticos correspondientes, siga su camino hasta completar la serie de cuadernos, testimonio del mayor interés para comprender desde dentro el ambiente literario de esta época y una obra que merece lectura por sus propios méritos.
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